1979, el año de la desestabilización
Entre los distintos acontecimientos de política
internacional de 1979, hay dos particularmente importantes
por haber contribuido a la alteración del marco geopolítico
global, por entonces basado en la contraposición entre los
EE.UU. y la URSS. Nos referimos a la revolución islámica
de Irán y a la aventura soviética en Afganistán.
La toma del poder por parte del ayatolá Jomeini, como se
sabe, eliminó uno de los pilares fundamentales sobre el que
se sustentaba la arquitectura geopolítica occidental guiada
por los EE.UU.
El Irán de Reza Pahlavi constituía en las relaciones de
fuerza entre los EE.UU. y la
URSS una pieza importante, cuya desaparición indujo
al Pentágono y a Washington a una profunda reconsideración
del papel geoestratégico americano. Un Irán autónomo y
fuera de control introducía en el tablero geopolítico
regional una variable que potencialmente ponía en crisis
todo el sistema bipolar.
Además, el nuevo Irán, como potencia regional
antiestadounidense y antiisraelí, poseía las características
(en particular, la extensión y la centralidad geopolítica
y la homogeneidad político–religiosa) para competir por
la hegemonía de al menos una parte del área meridional, en
contraste abierto con los intereses semejantes de Ankara y
Tel Aviv, los dos fieles aliados de Washington y de
Islamabad.
Por tales consideraciones, los estrategas de Washington,
en coherencia con su bicentenaria "geopolítica del
caos", indujeron, en poco tiempo, al Irak de Saddam
Hussein a desencadenar una guerra contra Irán. La
desestabilización de toda la zona permitía a Washington y
a Occidente ganar tiempo para proyectar una estrategia de
larga duración y, con toda tranquilidad, desgastar al oso
soviético.
Como puso de relieve hace once años Zbigniew Brzezinski,
consejero de seguridad nacional del presidente Jimmy Carter,
en el curso de una entrevista concedida al semanario francés
Le Nouvel Observateur (15–21 de enero de 1998, p. 76), la
CIA había penetrado en Afganistán con el fin de
desestabilizar al gobierno de Kabul, ya en julio de 1979,
cinco meses antes de la intervención soviética.
La primera directiva con la que Carter autorizaba la acción
encubierta para ayudar secretamente a los opositores del
gobierno filosoviético se remonta, de hecho, al 3 de julio.
Ese mismo día el estratega estadounidense de origen polaco
escribió una nota al presidente Carter en la que explicaba
que su directiva llevaría a Moscú a intervenir
militarmente. Lo que puntualmente se verificó a finales de
diciembre del mismo año. Siempre Brzezinski, en la misma
entrevista, recuerda que, cuando los soviéticos entraron en
Afganistán, él escribió a Carter otra nota en la que
expresó su opinión de que los EE.UU. por fin tenían la
oportunidad de dar a la Unión Soviética su propia guerra
de Vietnam. El conflicto, insostenible para Moscú, conduciría,
según Brzezinski, al colapso del imperio soviético.
El largo compromiso militar soviético a favor del
gobierno comunista de Kabul, de hecho, contribuyó
ulteriormente a debilitar a la URSS, ya en avanzado estado
de crisis interna, tanto en la vertiente político–burocrática
como en la socio–económica.
Como bien sabemos hoy, el retiro de las tropas de Moscú
del teatro afgano dejó toda la zona en una situación de
extrema fragilidad política, económica y, sobre todo,
geoestratégica. En la práctica, ni siquiera diez años
después de la revolución de Teherán, toda la región había
sido completamente desestabilizada en beneficio exclusivo
del sistema occidental. El contemporáneo declive imparable
de la Unión Soviética, acelerado por la aventura afgana y,
sucesivamente, el desmembramiento de la Federación
Yugoslava (una especie de estado tapón entre los bloques
occidental y soviético) de los años noventa abrían las
puertas a la expansión de los EE.UU., de la hyperpuissance,
según la definición del ministro francés Hubert Védrin,
en el espacio eurasiático.
Después del sistema bipolar, se abría una nueva fase
geopolítica: la del "momento unipolar".
El nuevo sistema unipolar, sin embargo, tendrá una vida
breve, que terminará –al alba del siglo XXI –con la
reafirmación de Rusia como actor global y el surgimiento
concomitante de las potencias asiáticas, China e India.
Los ciclos geopolíticos de Afganistán
Afganistán por sus propias especificidades, referentes en
primer lugar a su posición en relación con el espacio soviético
(confines con las repúblicas, por aquella época soviéticas,
del Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán), a las
características físicas, y, además, a la falta de
homogeneidad étnica, cultural y confesional, representaba,
a ojos de Washington, una porción fundamental del llamado
" arco de crisis ", es decir, de la franja de
territorio que se extiende desde los confines meridionales
de la URSS hasta el Océano Índico. La elección como
trampa para la URSS cayó sobre Afganistán, por tanto, por
evidentes razones geopolíticas y geoestratégicas.
Desde el punto de vista del análisis geopolítico, de
hecho, Afganistán constituye un claro ejemplo de un área
crítica, donde las tensiones entre las grandes potencias se
descargan desde tiempos inmemoriales.
El área en que se encuentra actualmente la República Islámica
de Afganistán, donde el poder político siempre se ha
estructurado sobre la dominación de las tribus pastunes
sobre las otras etnias (tayikos, hazaras, aimaks, uzbecos,
turcomanos, baluchis) se forma precisamente en la frontera
de tres grandes dispositivos geopolíticos: el imperio
mongol, el janato uzbeco y el imperio persa. Las disputas
entre las tres entidades geopolíticas limítrofes
determinarán su historia posterior.
En los siglos XVIII y XIX, cuando el aparato estatal se
consolidará como reino afgano, el área será objeto de las
contiendas entre otras dos grandes entidades geopolíticas:
el Imperio ruso y Gran Bretaña. En el ámbito del llamado
"Gran Juego", Rusia, potencia de tierra, en su
impulso hacia los mares cálidos (Océano Índico), India y
China choca con la potencia marítima británica que, a su
vez, trata de cercar y penetrar la masa eurasiática en
Oriente hacia Birmania, China, Tíbet y la cuenca del Yangtsé,
pivotando sobre la India, y en Occidente en dirección a los
actuales Pakistán, Afganistán e Irán, hasta el Cáucaso,
el mar Negro, Mesopotamia y el Golfo Pérsico.
En el sistema bipolar, a finales del siglo XX, tal y como
hemos descrito antes, Afganistán se convierte en un terreno
en el que se miden una vez más una potencia de mar, los
EE.UU., y una de tierra, la URSS.
Hoy, después de la invasión estadounidense de 2001, la
que presuntuosamente Brzezinzki definía como la trampa
afgana de los soviéticos se ha convertido en la ciénaga y
en la pesadilla de los Estados Unidos.
(*) Director de Eurasia. Rivista di studi geopolitici –
www.eurasia-rivista.org – direzione@eurasia-rivista.org