Mientras estoy escribiendo
estas líneas, dos misiles de la OTAN acaban de masacrar a una docena de
inocentes civiles afganos en el más reciente ataque de la guerra que asola a
ese país.
Los hombres, mujeres y niños
afganos normales y corrientes están pagando un sangriento precio por una
guerra lanzada por los políticos de Occidente.
Los soldados, incluidos
estadounidenses y británicos, que se alistan para escapar de la pobreza en
sus respectivos países golpeados por la recesión, están también apuntándose
al sacrificio final.
Y todo esto lo hacen en
nombre de la libertad y la democracia unos políticos de carrera que chorrean
sangre de inocentes y que son una especie de comadrejas que nunca sacrifican
nada.
Y si tuviéramos que juzgar a
partir del cruel e insensible comportamiento del que Tony Blair hizo gala
durante la investigación en marcha sobre Iraq, qué significa ser dirigente
político, ya seas Primer Ministro o Presidente, la respuesta es: alguien que
nunca va a tener que decir “lo siento”.
Mientras no introduzcamos un
nuevo sistema que exija responsabilidades a los dirigentes políticos, van a
continuar actuando por encima de la ley.
Por tanto, en unos cuantos años,
espérense una Investigación sobre Afganistán cuando la nueva generación de
Bush y Blairs se alineen para defender lo indefendible.
El ejército afgano y las
tropas británicas y estadounidenses han logrado que decenas de miles de
personas inocentes tengan que huir de sus pueblos en Helmand.
Se ha evacuado ya la ciudad
de Marjah, como parte del ataque masivo del ejército contra la población
pastún de Helmand.
La operación ha recibido el
nombre de Moshtarak, un nombre que en lengua dari significa “juntos”. Y,
efectivamente, esas tropas, todas juntas, están participando en lo que no es
más que una limpieza étnica.
Cómo es que fue que los
asesores legales de Barack Obama y Gordon Brown pudieron venderles esto se me
escapa, pero no soy jurista, tan solo una observadora que se siente obligada a
preguntarse: “¿Por qué se está llevando a cabo una limpieza étnica en
Afganistán?”.
Además, creo que Moshtarak
va a servir para sembrar las semillas de una inacabable futura guerra civil
una vez que las tropas extranjeras se retiren, como indefectiblemente harán.
Por eso, ¿por qué estoy diciendo que Moshtarak no es más que un ejercicio
de limpieza étnica? Bien, consideren lo siguiente:
• El 3-5% del “Ejército
Nacional Afgano” (ENA) procede de las zonas situadas al sur del país. La
mayoría son nativos de lengua dari, no pastún, lo que hace que el ENA sea
considerado como un ejército de fuera.
• El 42% de la población
de Afganistán es pastún, pero menos del 30% del ENA es pastún.
• El 25% de la población
es tayica, pero ahora representan el 41% de todas las tropas entrenadas del
ENA.
Como he indicado antes, no
soy una jurista experta, pero me sorprende que los grupos por los derechos
humanos, incluida Amnistía Internacional, Human Rights Watch y otros no hayan
recogido este hecho.
Quizá es que lo están
investigando, por tanto mis disculpas de antemano a Sam Zafiri, el director
para Asia y Pacífico de Amnistía, y a cualquier otro, si están preparando
informes sobre este tema.
Seguramente que las preguntas
que se planteen acerca de la composición étnica del ejército afgano no sean
de importancia menor, porque está muy claro que las políticas de la OTAN y
EEUU en Afganistán no están funcionando.
Se citó la cuestión de los
derechos de la mujer como causa para ir a Afganistán pero sabemos que no hay
precisamente grandes cifras de mujeres con carrera saliendo de entre los
escombros.
La liberación de la mujer
afgana no es una prioridad, nunca lo ha sido y nunca lo será hasta que en
Occidente se tome en serio los derechos de la mujer. Tenemos que poner primero
nuestra propia casa en orden antes de empezar a dictar cómo tienen que tratar
a las mujeres en otros parajes.
Mientras tanto, de vuelta a
Afganistán, EEUU, el Reino Unido y colegas han fracasado miserablemente sobre
el terreno porque sólo trataban de promover los intereses de las potencias
regionales.
Quiero entender que hay
conversaciones, aunque sea por la puerta de atrás, entre Occidente y los
talibanes, entre aquellos que comprenden que no podrá haber una solución pacífica
al problema de Afganistán sin comprometerse con los talibanes y ofrecerles
participar en el futuro de su país.
No hace falta ser una
lumbrera para comprender que si se les excluye del proceso de paz, no habrá
paz que valga.
Esa es la solución real para
Afganistán: Hablar, hablar, no guerra, guerra.
No sé que es lo que me hace
pensar que Barack Obama y Gordon Brown van a continuar enviando jóvenes
valientes a la batalla que no pueden ganar en un país donde otro conjunto de
jóvenes valientes quieren expulsar a quienes consideran ocupantes de sus
tierras.
Y esta última operación
militar podría encontrarse con que a esas mismas fuerzas de la OTAN se las
acusa de crímenes contra la humanidad por tomar parte en una operación de
limpieza étnica… La historia nos ha enseñado, como poco, que son los que
gruñen sobre el terreno los que acaban en el banquillo.
He visitado ya Afganistán
muchas veces, y el mensaje que recibo es siempre el mismo: “¡Saquen a las
tropas de la OTAN de nuestro país!”
Es un mensaje de las mujeres
afganas, que están ahora afrontando más dificultades que nunca y que no
tienen precisamente cerca la liberación… de hecho muchas de ellas me
preguntan qué significa eso. Lo que ellas quieren es seguridad, educación,
un sistema sanitario decente y trabajo para sus hombres.
Y para reforzar todo eso, me
reuní con la sorprendente Malalai Joya, la parlamentaria más joven que haya
tenido nunca Afganistán, que fue suspendida de sus funciones por el
“gobierno democrático” de Karzai por hablar alto y claro. Me dijo:
“Estamos atrapados entre dos enemigos: por un lado, los talibanes y, por
otro, las fuerzas estadounidenses y de la OTAN y sus señores de la guerra”.
Pero, ¿quién va a escuchar
a una sencilla mujer afgana? Seguro que ni Barack Obama ni Gordon Brown y
desde luego no Hamid Karzai. Cada vez que vuelvo a Gran Bretaña desde
Afganistán, los medios dominantes rara vez me preguntan por mi opinión,
porque yo llevo un mensaje similar y si no les decimos a los hombres lo que
ellos quieren escuchar, no escuchan.
Pero es un mensaje que recibo
cuando viajo por Afganistán hablando con la gente real, no con los políticos.
Yo no voy empotrada en el ejército de nadie ni me quedo escondida en un
recinto de Kabul… y con esto no estoy criticando a los periodistas que
sinceramente quieren salir fuera como hago yo y hablar con la gente de verdad.
A muchos de ellos,
occidentales, las compañías de seguros les prohíben moverse por un país
asolado por la guerra. Yo no tengo ese problema, ya que muy pocas compañías
de seguros me darían cobertura alguna desde mi arresto y detención por los
talibanes en 2001.
En definitiva, que la guerra
en Afganistán no se ha emprendido para liberar a las mujeres: en vez de eso
las está convirtiendo en viudas. Ni la guerra tiene nada que ver con la
seguridad interna… los talibanes no plantean amenaza fuera de sus fronteras
y nunca la han planteado. ¿Puede alguien decirme cuándo fue la última vez
que un afgano se vio implicado en un acto de terrorismo fuera de su país?
Los talibanes no han lanzado
una yihad global, sino que están sencillamente haciendo lo que la generación
anterior de pastunes afganos hicieron durante la época de la ocupación
rusa… están ofreciendo resistencia ante unas fuerzas ocupantes extranjeras
y un ejército y policía afganos hostiles. El ENA y la policía no
representan los intereses del pueblo pastún, que son el grupo étnico
mayoritario en el país.
Si expulsar a las poblaciones
pastunes de sus hogares bajo la Operación Moshtarak no es limpieza étnica,
me gustaría saber cómo lo llaman los asesores legales de la Casa Blanca,
Downing Street y la OTAN.
Y si las fuerzas de la OTAN
tienen las mismas reservas que yo, entonces es su deber no obedecer órdenes
ilegales.
(*)
Yvonne Ridley es una periodista británica y autora del libro “In The Hands
of the Taliban”, que está actualizando y volverá a publicar a finales de año.
Es también presentadora de The Agenda y co-presentadora del show Rattansi
& Ridley, ambos emitidos por Press TV. Además es miembro fundadora de la
campaña “Stop the War Coalition” así como del partido político Respect.