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Mariam
Rawi, fotografiada de espaldas en
el edificio
del Rectorado de la Universidad
de La Rioja (Estado español) |
Mariam Rawi no se llama Mariam Rawi.
Nació en Kabul (Afganistán) en 1976 y su propia biografía
resume la atormentada historia de un país que ha vivido un
infierno tras otro.
Su padre fue asesinado al comienzo de
la ocupación soviética y su madre, viéndose sola, decidió
emigrar con sus cinco hijas al campo de refugiados de Quetta,
en la vecina Pakistán.
Allá, la mujer que se hace llamar
Mariam Rawi pudo al menos ir a la escuela, gracias al
colegio que Rawa, la Asociación Revolucionaria de las
Mujeres de Afganistán, mantiene en aquellas inhóspitas
tierras fronterizas. No consiguió entrar en la universidad
pakistaní, vedada para los refugiados, pero la mujer que se
hace llamar Mariam Rawi no se amilanó: ingresó en Rawa y
comenzó a trabajar para la organización. Desde entonces
viaja de incógnito por Afganistán y sale de su país cada
cierto tiempo para llevar a las naciones de Occidente el
verdadero latido de su pueblo.
Un latido muy débil, casi mortecino,
que suele quedar enterrado por una avalancha informativa que
sólo entiende de soldados, víctimas y atentados y que
banaliza gruesas palabras como democracia, elecciones o
parlamento. La mujer que se hace llamar Mariam Rawi lucha
contra los talibanes, contra el gobierno de Karzai, contra
los señores de la guerra y contra las tropas extranjeras de
ocupación. Demasiados enemigos.
Rawa, una asociación
«por la paz y la
democracia»
El Diario Montañés, 13/04/10
Cuando Rawa, la Asociación
Revolucionaria de Mujeres de Afganistán, se formó en
Kabul, nadie sospechaba lo que se les venía encima. Era
1977. Dos años después, los soviéticos invadían el país
y Rawa decidió pasar a la acción. Lo mismo hicieron los
fundamentalistas islámicos, que recibieron generosas
donaciones de dinero y de armamento por parte de Estados
Unidos, pero Rawa nunca transigió con su modo
ultrarreligioso de ver la política. «Siempre hemos
defendido un gobierno laico», asegura Mariam Rawi. La
organización se asentó en Quetta y trabajó por los
refugiados afganos: erigió escuelas y hospitales e impartió
cursos de alfabetización y de enfermería para niños y
mujeres refugiadas.
El grupo fundador de Rawa fue un
conjunto de mujeres intelectualmente inquietas, bajo el
liderazgo de Meena. La popular activista fue asesinada en
Quetta, en 1987, por agentes afganos de la KGB. Pero su
llama no se extinguió. Otras mujeres, como Mariam Rawi,
cogieron su testigo y plantaron cara a los talibanes, que
ocuparon el país e instalaron un régimen oprobioso de
terror que sólo despertó el escándalo internacional tras
el atentado contra las Torres Gemelas. Sin embargo, la
invasión dirigida por Estados Unidos «derrocó el régimen
talibán, pero no el fundamentalismo religioso, causa de
todas nuestras desgracias». Rawa denuncia que los viejos
caudillos han vuelto a repartirse Afganistán y pide la
retirada de las tropas extranjeras: «No se puede donar la
democracia; una nación debe luchar por ella».
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Por eso utiliza un nombre falso y no
permite que los fotógrafos capten algo más que su silueta
o sus manos, pero quita relevancia a su sacrificio personal:
«Mi trabajo no es muy difícil –sonríe–. Como mujer y
como madre, no me importa entregar mi vida para conseguir un
mundo mejor para mis hijos».
La liberación de las mujeres fue uno
de los argumentos principales para justificar la ocupación
militar de Afganistán, el 7 de octubre de 2001, tras los
atentados contra las Torres Gemelas. En 2004, Mariam Rawi
firmó un demoledor artículo en el diario británico 'The
Guardian': «Durante la era talibán –explicaba
entonces–, si una mujer iba a un mercado y mostraba una
sola pulgada de carne, era azotada; ahora, sería violada.
Las mujeres no pueden tomar un taxi o
caminar si no están acompañada por un pariente cercano.
Muchas mujeres no tienen acceso a la educación y muy pocas
trabajan». Cinco años después, casi nada ha cambiado: «Yo
creo que ha ido a peor –confiesa Rawi–, porque los
fundamentalistas son ahora incluso más fuertes. No tenemos
libertad de expresión y los billones de dólares que llegan
como ayuda internacional acaban en manos de un Gobierno
corrupto».
Los medios occidentales suelen quedarse
con la imagen del burka, esa cárcel móvil, como símbolo
de la dominación machista en Afganistán. «Sí, pero el
burka no es ni mucho menos el principal obstáculo para las
mujeres. Hace 30 años, utilizarlo o utilizar el pañuelo
era parte de la tradición; sólo bajo los talibanes se hizo
obligatorio. Pero ahora es casi una medida de seguridad. Yo,
cuando viajo por mi país, a veces lo empleo para evitar
problemas. Y yo odio el burka», advierte Rawi.
«Este asunto –concluye– se
solucionaría rápidamente si hubiera cambios en otros
sectores. Pero si las mujeres son tratadas como animales, si
no tienen derecho a la educación o a la sanidad... ¿Cómo
puede preocuparnos tanto el burka?».
«El pueblo, contra la ocupación»
Afganistán lleva 30 años en guerra.
Luchó contra los soviéticos, cayó bajo el yugo talibán y
ahora se ha convertido en teatro principal de una confusa
batalla entre las tropas de la OTAN, los guerrilleros
islamistas y los narcoterroristas. «El pueblo no está de
acuerdo con la ocupación –avisa Rawi–. Los soldados de
Estados Unidos, de Gran Bretaña o de España no luchan por
defender la democracia o los derechos de las mujeres, sino
para asegurar sus intereses económicos».
Y el Ejecutivo de Hamid Karzai o el
flamante Parlamento afgano no son más que instrumentos
decorativos que tranquilizan la conciencia occidental: «El
Gobierno no representa a la gente. Human Rights Watch
asegura que el 80 por ciento de los miembros del Parlamento
son criminales de guerra que deberían comparecer ante un
tribunal internacional. Y, por desgracia, también el ejército
y la policía afganos están muy penetrados por los
fundamentalistas. ¿Cómo vamos a confiar en ellos?.»
Mariam Rawi también critica cómo los
medios de comunicación disfrutan presentando imágenes de
un supuesto cambio social: mujeres que van a clase en Kabul
o que trabajan. «Pero luego vas allí y te das cuenta de
que son muy pocas y de que se están jugando la vida para ir
a clase o para trabajar. Y lo hacen porque no tienen otro
remedio. Muchas mujeres son secuestradas o son obligadas a
casarse casi niñas y las leyes no pueden protegerlas. El número
de suicidios femeninos se ha incrementado dramáticamente en
los últimos ocho años», ataja Rawi.
La activista desgrana los tormentos
cotidianos de su país con voz dulce, suave, sin aspavientos
ni énfasis. Recoge su melena negra en una coleta, toma
notas en una libretilla, apenas gesticula y habla con
serenidad oriental. No mira el reloj. Ayer impartió una
charla en la Universidad de La Rioja y posteriormente
visitará otras ciudades españolas, en una gira que le
permitirá traer la voz de las mujeres afganas, tan difícil
de escuchar. Luego regresará a su país, cogerá su burka
y, hasta la próxima ocasión, dejará de ser Mariam Rawi.
La retirada de las tropas ocupantes es
el primer punto para alcanzar una salida al conflicto
afgano, en opinión de la activista Mariam Rawi. Hablamos
con ella en una de las escalas de su viaje por el Estado
español.
Diagonal: ¿Crees que
tras las elecciones y la llegada de Obama ha mejorado la
situación en tu país?
Mariam Rawi: EE UU mantiene la
misma política que en las últimas décadas. En todo caso,
los cambios han sido negativos: ha enviado más tropas, ha
accedido a que el Gobierno de Afganistán comparta el poder
con los talibanes y el número de víctimas civiles ha
aumentado.
Las elecciones fueron un show, el
resultado estaba ya decidido, con el fin de repartir el
poder entre los señores de la guerra y los talibanes. De
fondo, había un acuerdo de no sacar a la luz la corrupción
ni ningún otro aspecto débil del sistema político. EE UU
quiere imponer una falsa democracia para evitar que los
criminales de guerra vayan al Tribunal Penal Internacional.
Por tanto, el discurso a favor de los derechos humanos y el
desarrollo es mera propaganda.
Por otra parte, hasta la población
civil se cuestiona cómo es posible que miles y miles de
soldados, con tanto armamento, no sólo no puedan acabar con
la insurgencia, sino que los talibanes y los señores de la
guerra estén cada vez más empoderados. Ni siquiera se les
arresta. De hecho, hay informes que conectan al Pentágono
con la financiación militar y venta de armamento a los
integristas que ahora están en el poder y a los talibanes:
se calcula que el 10% del gasto que se destina a la
reconstrucción acaba en sus manos. Las tropas nacionales,
las de Estados Unidos y las de la Unión Europa, y no olvidéis
a España, están matando a civiles y haciendo todo lo
contrario a una misión de paz.
D.: ¿Cuáles son los
mayores intereses económicos en Afganistán?
M.R.: La situación geoestratégica
y el paso de oleoductos probablemente sea muy importante en
un futuro cercano, pero actualmente el interés prioritario
para EE UU es aumentar la producción de los cultivos de
opio, que se ha reducido en la última década. Además,
Afganistán es un país rico en recursos naturales y tiene
muchas minas repartidas por toda la geografía. Están
relativamente intactos, son recursos todavía por explotar.
Por ejemplo, recientemente han salido a
la luz artículos y declaraciones en los que se explica que
en unas colinas de la provincia de Helmand, zona bajo
control británico, y donde se han producido muchos
enfrentamientos entre las fuerzas ocupantes y los talibanes,
existe gran riqueza de uranio.
D.: ¿Qué papel
desempeñan las ONG extranjeras?
M.R.: El Gobierno de Afganistán
está considerado como el segundo más corrupto del mundo.
Esta corrupción es consecuencia de la invasión extranjera,
y puede verse en todos los aspectos: en la economía, en la
política, en la financiación de los grupos políticos, en
los gobiernos y también en las ONG. Por una parte, es
cierto que estas organizaciones externas tienen un gran
problema a la hora de acceder a las zonas más remotas del
país, que es donde se encuentra la población más
necesitada. Pero por otro lado el personal que trabaja para
estas ONG, tanto el extranjero como el local, cobra unos
salarios mucho más elevados que los comunes en el país, de
modo que manejan grandes cantidades de dinero para pagar a
este personal y a estas organizaciones, mientras que a la
población no le llega la ayuda.
D.: ¿Los talibanes
están ganando apoyo entre la población civil?
M.R.: No puedo utilizar la palabra
’apoyo’, pero sí es cierto que en el panorama actual
los talibanes se están haciendo fuertes. La población no
está levantándose ni protestando contra ellos. Veo dos
motivos principales para esto: por un lado los bombardeos
por parte de los ocupantes, de EE UU. Se informa que son
contra milicias talibanes y en realidad se bombardea a la
población civil.
Un profesor universitario
estadounidense, Marc Herold, ha hecho una investigación al
respecto y asegura que las víctimas civiles, incluidas niñas
y niños, mujeres y hombres, alcanzan las 8.000 personas.
Muchas veces estos bombardeos se producen en zonas rurales
en donde es muy difícil que lleguen los periodistas.
Nosotras recibimos informes locales de estas zonas en los
cuales se nos explica que los bombardeos se han hecho sobre
pueblos de tan sólo cien personas, y donde ni siquiera ha
habido nunca una sola milicia talibán.
Por otro lado, favorece a los talibanes
la creciente corrupción en el Gobierno de Karzai. Corrupción
y represión de todo tipo contra la población: abusos
contra los derechos humanos y contra las mujeres, incluyendo
violaciones y secuestros. En cualquier caso, tanto los
talibanes como el gobierno de Karzai, y también las tropas
ocupantes, son considerados, los tres, enemigos por parte de
la población afgana.
D.: ¿Cómo se podría
alcanzar una solución global para todo el conflicto?
M.R.: El primer paso sería la
retirada incondicional de todas las tropas ocupantes en
Afganistán. Lo cual incluye a las tropas de la OTAN, a la
presencia de EE UU y también a la presencia de España.
Al mismo tiempo, y paralelamente, la
segunda medida sería obligar a los Estados colindantes,
como Irán y Pakistán, a que dejen de apoyar a los grupos
políticos y militares integristas. Sólo desde una
independencia real se podrá solucionar el conflicto.
En tercer lugar, es imprescindible
llevar a los mayores criminales, que hoy ocupan las cúpulas
políticas del Estado, al Tribunal Penal Internacional de La
Haya, para que respondan por todos los crímenes que han
cometido.
Mi organización y yo, al mismo tiempo
que criticamos las políticas de los integristas y de las
potencias extranjeras, apelamos a la población civil de los
países occidentales a que seáis más críticos con las políticas
de vuestros Gobiernos, a que cuestionéis la invasión de
Afganistán y a que os volváis más activos a la hora de
apoyar a la población civil afgana y reivindicar sus legítimos
derechos.
Los derechos de la mujer
como pretexto de la invasión
D.: ¿Ha mejorado la
situación de las mujeres?
M.R.: Las mujeres afganas sufren
la violencia de los tres poderes (talibanes, partidarios de
Karzai y tropas de ocupación), y, además, cuando mueren
sus maridos, se quedan solas.
Estas mujeres, que viven en una situación
de sumisión muy grande, y que en casi todos los casos
carecen de formación, no tienen trabajos y no están
acostumbradas a ‘salir de casa’, se ven obligadas por su
situación a desplazarse dentro del país, e incluso a
exiliarse o se autoinmolan.
La sociedad afgana es una sociedad muy
cerrada, y las mujeres son víctimas de represión debido a
los factores culturales, políticos y religiosos, y también
debido a las tradiciones.
Todos los gobiernos integristas de las
últimas décadas, tanto de talibanes como de muyahidines,
han utilizado los aspectos más negativos de la cultura y la
tradición para oprimir aún más a las mujeres. Pero esta
represión de la mujer en Afganistán tiene lugar desde hace
tres décadas y me pregunto por qué desde entonces ni EEUU
ni las potencias occidentales tomaron medidas para resolver
estos problemas.
Al contrario, el objetivo consistía en
invadir el país debido a sus propios intereses, y ya que
necesitaban una justificación ante la opinión pública
internacional, han utilizado siempre la cuestión de los
derechos humanos, y especialmente los de la mujer, como
excusa para la ocupación.