En su Historia sobre las
guerras del Peloponeso, Tucídides relata cómo Pericles en el siglo V
antes de nuestra era impuso sanciones económicas contra la ciudad de Megara,
que se había alineado con Esparta. Atenas prohibió el comercio con esta
ciudad Estado y envió un mensaje: si Megara no desistía de su alianza con
Esparta sería castigada. Megara se enardeció y exigió a Esparta desatar la
guerra. Las hostilidades duraron 30 años.
La historia de las sanciones
económicas y políticas para obligar a un país a cambiar su conducta es
larga, pero enseña que frecuentemente conducen al fracaso. No sólo no
cambian la conducta de los estados sancionados, sino que invariablemente
llevan a la guerra.
El Consejo de Seguridad votó
la semana pasada un paquete de sanciones en contra de Teherán. Es un paso más
hacia la confrontación en el marco de la miope política exterior de Estados
Unidos frente a Teherán.
Para Washington las sanciones
forman parte de la necesidad de contener a Teherán. En esa lógica son un
eslabón en una secuencia que va de la presión diplomática hasta la guerra.
Es decir, Obama mantiene las mismas prioridades anquilosadas que rigen en
Washington desde el triunfo de la revolución islámica hace 30 años. El
objetivo sigue siendo el cambio de régimen y la amenaza es la guerra
preventiva.
Para Teherán esa amenaza es
real. Sus dos vecinos al oriente y poniente están sometidos a una invasión
por tropas estadounidenses. También se encuentra rodeado de potencias con
armas nucleares. Esto incluye a Israel, país que nunca firmó el Tratado de
no proliferación de armas nucleares (TNP) y hoy cuenta con 200 cabezas
nucleares listas para ser usadas.
Washington afirma que son
sanciones fuertes, pero la realidad es que se trata de medidas sumamente débiles.
Para empezar, no se limitan la producción y exportaciones de hidrocarburos,
como quería Hillary. Pero China no hubiera votado a favor de las sanciones y
por eso no se incluyeron. Tampoco hay sanciones generalizadas sobre servicios
financieros y de seguros. Las únicas sanciones reales prohíben las
inversiones de Irán en otros países en la minería de uranio o en la
producción de materiales nucleares y tecnología. Se imponen algunas
restricciones de viaje y se congelan los activos financieros de algunas
corporaciones e individuos señalados en los anexos de la resolución. Lo demás
es estándar: no se puede proveer a Irán de equipo militar ofensivo (pero
Rusia podría seguir proporcionando misiles tierra-aire, por ejemplo), etc.
¿Son legales esas sanciones?
La respuesta es negativa porque el Consejo de Seguridad está obligado a
determinar la existencia de la amenaza a la paz que este caso representa, y
ese requisito permanece incumplido. Las declaraciones de la Agencia
Internacional de Energía Atómica (AIEA) no suplen ese requisito y, por otro
lado, están llenas de mensajes ambiguos sobre el programa nuclear de Teherán.
Irán no ha violado el TNP.
Ha insistido en el derecho que le confiere ese tratado para enriquecer uranio
y desarrollar su industria nuclear sin interferencias. Los países que hoy
apoyan las sanciones no han podido demostrar lo contrario. Los mismos
servicios de inteligencia de Estados Unidos no han podido demostrar que Teherán
tiene un programa para producir armas nucleares.
¿Serán efectivas las
sanciones? Si lo que se busca es frenar el proyecto de conseguir dominar todo
el ciclo de combustible nuclear que Irán desea, las sanciones van a fracasar.
El único camino para la torpe política de Hillary-Obama será un ataque
preventivo (que podría desatarse por medio de Israel). Las consecuencias serán
desastrosas.
En 1941 Estados Unidos impuso
un embargo petrolero sobre Japón para frenar su expansionismo en China. Esa
medida colocó un cerco que Tokio consideró intolerable y le llevó a la
guerra contra Estados Unidos. Se dice que de todos modos el expansionismo
japonés era incontenible. Puede ser, pero también es cierto que Washington
sabía muy bien lo que estaba haciendo y las sanciones eran un preludio para
una guerra deseada por Estados Unidos. Esa es precisamente la lógica que
acompaña este último desplante de las sanciones contra Irán. Lo que se
busca es preparar la confrontación y la guerra.
El último paquete de
sanciones aprobadas por el Consejo de Seguridad (con el voto de México, que
una vez más hizo un triste papel) proporciona a Obama una victoria pasajera y
sin importancia en este tortuoso camino hacia la confrontación con Irán.
La crisis económica y
financiera global es más profunda y será más larga de lo que muchos quieren
aceptar. Y va a terminar redefiniendo la estructura de la economía mundial.
La historia nos enseña que este tipo de crisis y procesos de reorganización
económica internacional acaban por transformarse en conflictos armados. Los
imperios económicos en su fase crepuscular (como lo es Estados Unidos hoy) no
están dispuestos a abandonar el centro del poder sin oponer resistencia.
(*)
Alejandro Nadal es economista, profesor investigador del Centro de Estudios
Económicos, El Colegio de México, y colabora regularmente con el cotidiano
mexicano de izquierda La Jornada.