Kirguistán

Más consecuencias de la política de EEUU

Limpieza étnica en Kirguistán

Por Ted Rall
Uexpress / Information Clearing House (IHC), 16/06/10
Rebelión, 18/06/10
Traducido por Germán Leyens

Refugiados uzbecos de Kirguistán

Aunque no lo creáis, no recorro los titulares buscando tragedias y atrocidades para culpar a EE.UU. Pero es lo que sucede a menudo.

Cuando el gran terremoto arrasó Haití a principios de este año, habría sido un alivio considerar el sufrimiento y la desesperación resultantes y no ver más que el terrible resultado de movimientos tectónicos. Habría sido agradable poder culpar a la naturaleza. O a Francia.

Pero los crímenes de Francia ocurrieron hace más de un siglo. La sangre recientemente derramada en Haití estuvo y sigue estando en las manos estadounidenses que violaron a la nación caribeña durante el Siglo XX, e iniciaron el XXI manteniendo los suministros de ayuda y los equipos de rescate fuera de la zona del desastre hasta que la gente atrapada bajo los escombros se había desangrado o muerto de hambre.

Ahora Kirguistán se desintegra como resultado de las fechorías estadounidenses.

Las imágenes provenientes de Osh, una ciudad de cultura diversa de la Ruta de la Seda en el Valle de Fergana, que celebró recientemente su 5.000 aniversario, recuerdan el colapso de Yugoslavia. Kirguisos étnicos, resentidos por el reciente derrocamiento del presidente Kurmanbek Bakiyev y furiosos por una economía que parece empeorar permanentemente, han asesinado a cientos de uzbekos étnicos porque estos apoyan al nuevo gobierno interino. Kirguisos revoltosos quemaron casas y negocios de propiedad de uzbekos, llevando a decenas de miles de uzbekos a huir a través de la frontera hacia Uzbekistán. Edificios que tenían pintada la palabra “kirguiso” no fueron afectados.

Incluso según los estándares intranquilos de Asia Central, es preocupante. Cuando vecinos en disputa como Kazajstán y Uzbekistán tienen un problema, recurren a mediadores kirguisos por su reputación de sabiduría y sensatez.

Los consumidores de noticias en EE.UU. que se interesan por la crisis kirguisa recuerdan repetidamente la base aérea de EE.UU. cerca de la capital, Bishkek, utilizada para aprovisionar a las fuerzas de la OTAN que ocupan Afganistán. La base, dicen, es lo que nos debe preocupar. En cuanto a la reciente violencia, los medios bajo control estatal en EE.UU. insinúan que es más de lo mismo en una región en la que las tribus se atacan constantemente. “En 1990”, recordó Associated Press, “cientos de personas resultaron muertas en una violenta disputa por tierras entre kirguisos y uzbekos en Osh, y sólo el rápido despliegue de tropas soviéticas terminó con los combates”.

Pero la base no es el motivo por el que Kirguistán importa en realidad. El gran efecto es que los eventos en Osh marcan el comienzo de una nueva oleada contra EE.UU. con repercusiones a largo plazo.

Por desgracia las voces de los expertos más fiables sobre Asia Central, gente como Ahmed Rashid y Martha Louise Alcott, están ausentes en la narrativa centrada en EE.UU. cortada y pegada de las historias de los servicios noticiosos y de los comentaristas neoconservadores.

Es verdad, Osh puede ser un lugar tenso. En agosto de 2.000 mis conductores fueron detenidos por policías kirguisos por la sospecha de que se trataba de tayikos. Horas más tarde, me vi obligado a huir cuando cientos de guerrilleros del Movimiento Islámico de Uzbekistán, un grupo islámico radical se aliaron con los talibanes y, basados en Tayikistán, irrumpieron en la ciudad.

A pesar de todo, la sabiduría convencional se equivoca. Este último estallido de violencia representa algo nuevo. Primero, es peor: mayor y más generalizado. Segundo, como sabe la mayoría de los centroasiáticos, es una consecuencia retardada de los contratiempos de George W. Bush en el cambio de regímenes.

El complejo militar–CIA de Bush pensaba en más que Iraq y Afganistán en su mente colectiva. Durante seis años derrocó o intentó derrocar los gobiernos de Venezuela, Haití, Belarús, Georgia, Ucrania –y, sí, Kirguistán.

En marzo de 2005 una turba de jóvenes musulmanes conservadores de Osh respaldados (y en algunos casos entrenados) por la CIA llegaron a Bishkek y tomaron por asalto el palacio presidencial. El presidente Askar Akayev, un ex físico que había sido el único presidente democráticamente elegido en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, huyó al exilio en Rusia.

Akayev, considerado como reformador liberal durante todos los años noventa, se había vuelto más autocrático durante sus últimos años en el poder. A pesar de ello, no tenía nada en común con dictadores vecinos como el presidente uzbeko Islam Karimov, conocido por hervir hasta la muerte a disidentes políticos, o el líder kazajo Nursultan Nazarbayev, quien hizo que sus dos principales opositores políticos fueran atados, asesinados a tiros, y arrojados al borde de una ruta –y declarados  suicidas– poco antes de una elección presidencial. En 2006, Akayev tenía exactamente un solo prisionero político.

En todo caso, el verdadero error de Akayev fue contrariar a Bush. Después del 11–S EE.UU. exigió una base aérea en el aeropuerto Manas, contra el pago de un arriendo nominal. Reconsiderando después el hecho, el gobierno kirguiso exigió más dinero: 10 millones de dólares al año, bastante dinero en un país con un salario promedio de 25 dólares al mes.

Se suponía que Bakiyev, el dirigente basado en Osh que reemplazó a Akayev, sería más complaciente. Pero amenazó con expulsar a los estadounidenses a menos que volvieran a aumentar el arriendo. Lo que hicieron, de 17 a 63 millones de dólares.

Y ahora también está en el exilio. Obama aprendió mucho de Bush.

Hace sólo dos semanas, el 2 de junio, la Fuerza Aérea de Obama volvió a enfrentarse a los kirguisos por dinero –esta vez por los precios del combustible para jets–. El gobierno interino posterior a Bakiyev de la primera ministra en funciones Roza Otunbayeva quiere cerrar la base pero, como pueden atestiguar los residentes de Okinawa, es más difícil librarse de los militares estadounidenses que de la cizaña.

Kirguistán no ha sido nunca un país feliz. Rodeado de vecinos con vastos recursos energéticos y otros recursos naturales, los kirguisos tienen poco más que agua y rocas. Pero el país tiene una ubicación estratégica. Bajo Akayev, la gente era pobre pero el país gozaba de relativa estabilidad.

Desde entonces ha habido desintegración política, las provincias del sur se han convertido en feudos de facto dirigidos por brutales señores de la guerra en busca de ganancias. Ni Bakiyev ni Otunbayeva, ambos llevados al poder por turbas, han gozado de legitimidad o aceptación total. Es la verdadera historia: caos político y económico que se disfraza de limpieza étnica.

Una vez más –como en Haití– es en gran parte por culpa de EE.UU.


La crisis en Kirguistán podría desestabilizar a su vecino Uzbekistán

Peligro de conflicto generalizado en la región

Agence France–Presse (AFP), 17/06/10

La crisis en Kirguistán podría desestabilizar a su vecino Uzbekistán, donde la llegada de decenas de miles de refugiados ha agravado la ya complicada situación política y económica, e incluso afectar a Kazajistán, convirtiéndose en un conflicto generalizado en la región Mientras, la tragedia humanitaria amenazaba ayer con convertirse en una catástrofe, según la ONU.

Por el momento, el presidente de Uzbekistán, Islam Karimov, es bien visto por Occidente, explica Daniil Kislov, redactor jefe de la agencia on–line Fergana.ru. Acusado de autoritarismo por sus detractores, abrió la frontera para acoger a unos 100.000 uzbekos de Kirguistán. Pero la llegada de refugiados, que según algunas fuentes podrían ser 400.000, «puede hacer explotar la situación en el valle de Ferghana, ya superpoblado», indica Kislov. «No pueden volver a sus casas, que han sido destruidas y necesitan enormes cantidades de ayuda: es una verdadera catástrofe humanitaria», agrega.

Karimov debe «estar muy atento a la evolución de la situación en su país», señala Fiodor Lukianov, redactor jefe de la revista «Rusia en la política mundial». En cualquier caso, Karimov utilizará la situación para «reforzar aún más su régimen», asegura Kislov.

Pero la crisis puede agravarse si el Gobierno uzbeko decide intervenir en Kirguistán. La crisis «provocará sin duda una desestabilización en Uzbekistán si la población exige a su Gobierno que ayude a sus hermanos étnicos más allá de la frontera», dice Svante Cornell, del Instituto del Asia Central y del Cáucaso, con sede en Estocolmo.

El papel de Rusia

Muchos expertos temen una propagación del conflicto en la región, que formó parte de la URSS hasta hace veinte años, y se refieren al papel que podría jugar Rusia. «Si los rebeldes avanzan hacia el norte de Kirguistán, la crisis afectará a Kazajistán, al norte de Uzbekistán, y se desatará un conflicto generalizado en Asia Central», sostiene Kislov. Y Moscú podría aprovechar esa situación para establecerse en sus antiguos aliados como garante de su seguridad, opina Cornell, que augura, sin embargo, que «Uzbekistán se opondrá duramente a toda intervención militar rusa».

El conflicto es especialmente peligroso para Uzbekistán, ya que puede tener una connotación religiosa en este país de mayoría musulmana, advierten también los expertos, ya que «existe una catástrofe humanitaria y el islamismo radical, fuerte en la región, se puede beneficiar de la situación y levantar la cabeza», apunta Alexei Malashenko. Ya lo están haciendo en Kirguistán ante la incapacidad de las autoridades, dice Kislov.

Pero en Uzbekistán, cuyo presidente ha mantenido una lucha implacable contra el islamismo radical, los grupos organizados son prácticamente inexistentes. Así, otro analista considera que «el riesgo de una islamización del conflicto es exagerada en Uzbekistán, pese a que su proximidad con Afganistán aumenta el riesgo de una intensificación de los contactos con los talibán y los extremistas de Pakistán».

Riesgo de catástrofe

Mientras tanto, la crisis humanitaria provocada por la violencia interétnica en el sur de Kirguistán amenazaba ayer con convertirse en una «catástrofe», a pesar de que los refugiados uzbekos comenzaron ayer a recibir ayuda internacional.

Miles de uzbekos de Kirguistán permanecían junto a la frontera con Uzbekistán, que ha restringido el acceso a su territorio. Cientos de ellos, la mayoría mujeres y niños, fueron agrupados en torno al puente que une ambos países, cerrado con grandes bloques de cemento y alambre de espino, en el pueblo de Verkesem, a cinco kilómetros de Osh, donde estalló la ola de violencia.

Según el balance oficial, la violencia ha causado ya al menos 187 muertos y casi 2.000 heridos, aunque no se descarta que el número de víctimas mortales sea muy superior. El Comité Internacional de Cruz Roja, por su parte, informó de que un total de 275.000 personas han sido desplazadas y 100.000 –el 90%, mujeres, ancianos y niños– se han refugiado en Uzbekistán.

Los primeros aviones fletados por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) con ayuda humanitaria llegaron ayer a Anijan (este de Uzbekistán) y al sur de Kirguistán con tiendas de campaña, mantas, alimentos, ropa y medicamentos.

Autoridades y analistas insistieron en que el factor étnico no es el único responsable de la ola de violencia. Bishkek acusó de nuevo al derrocado Bakiyev y a sus seguidores de recurrir a «mercenarios y provocadores» para «organizar un conflicto étnico a gran escala».