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Refugiados uzbecos de Kirguistán |
Aunque no lo creáis, no recorro los
titulares buscando tragedias y atrocidades para culpar a
EE.UU. Pero es lo que sucede a menudo.
Cuando el gran terremoto arrasó Haití
a principios de este año, habría sido un alivio considerar
el sufrimiento y la desesperación resultantes y no ver más
que el terrible resultado de movimientos tectónicos. Habría
sido agradable poder culpar a la naturaleza. O a Francia.
Pero los crímenes de Francia
ocurrieron hace más de un siglo. La sangre recientemente
derramada en Haití estuvo y sigue estando en las manos
estadounidenses que violaron a la nación caribeña durante
el Siglo XX, e iniciaron el XXI manteniendo los suministros
de ayuda y los equipos de rescate fuera de la zona del
desastre hasta que la gente atrapada bajo los escombros se
había desangrado o muerto de hambre.
Ahora Kirguistán se desintegra como
resultado de las fechorías estadounidenses.
Las imágenes provenientes de Osh, una
ciudad de cultura diversa de la Ruta de la Seda en el Valle
de Fergana, que celebró recientemente su 5.000 aniversario,
recuerdan el colapso de Yugoslavia. Kirguisos étnicos,
resentidos por el reciente derrocamiento del presidente
Kurmanbek Bakiyev y furiosos por una economía que parece
empeorar permanentemente, han asesinado a cientos de uzbekos
étnicos porque estos apoyan al nuevo gobierno interino.
Kirguisos revoltosos quemaron casas y negocios de propiedad
de uzbekos, llevando a decenas de miles de uzbekos a huir a
través de la frontera hacia Uzbekistán. Edificios que tenían
pintada la palabra “kirguiso” no fueron afectados.
Incluso según los estándares
intranquilos de Asia Central, es preocupante. Cuando vecinos
en disputa como Kazajstán y Uzbekistán tienen un problema,
recurren a mediadores kirguisos por su reputación de
sabiduría y sensatez.
Los consumidores de noticias en EE.UU.
que se interesan por la crisis kirguisa recuerdan
repetidamente la base aérea de EE.UU. cerca de la capital,
Bishkek, utilizada para aprovisionar a las fuerzas de la
OTAN que ocupan Afganistán. La base, dicen, es lo que nos
debe preocupar. En cuanto a la reciente violencia, los
medios bajo control estatal en EE.UU. insinúan que es más
de lo mismo en una región en la que las tribus se atacan
constantemente. “En 1990”, recordó Associated Press,
“cientos de personas resultaron muertas en una violenta
disputa por tierras entre kirguisos y uzbekos en Osh, y sólo
el rápido despliegue de tropas soviéticas terminó con los
combates”.
Pero la base no es el motivo por el que
Kirguistán importa en realidad. El gran efecto es que los
eventos en Osh marcan el comienzo de una nueva oleada contra
EE.UU. con repercusiones a largo plazo.
Por desgracia las voces de los expertos
más fiables sobre Asia Central, gente como Ahmed Rashid y
Martha Louise Alcott, están ausentes en la narrativa
centrada en EE.UU. cortada y pegada de las historias de los
servicios noticiosos y de los comentaristas
neoconservadores.
Es verdad, Osh puede ser un lugar
tenso. En agosto de 2.000 mis conductores fueron detenidos
por policías kirguisos por la sospecha de que se trataba de
tayikos. Horas más tarde, me vi obligado a huir cuando
cientos de guerrilleros del Movimiento Islámico de Uzbekistán,
un grupo islámico radical se aliaron con los talibanes y,
basados en Tayikistán, irrumpieron en la ciudad.
A pesar de todo, la sabiduría
convencional se equivoca. Este último estallido de
violencia representa algo nuevo. Primero, es peor: mayor y más
generalizado. Segundo, como sabe la mayoría de los
centroasiáticos, es una consecuencia retardada de los
contratiempos de George W. Bush en el cambio de regímenes.
El complejo militar–CIA de Bush
pensaba en más que Iraq y Afganistán en su mente
colectiva. Durante seis años derrocó o intentó derrocar
los gobiernos de Venezuela, Haití, Belarús, Georgia,
Ucrania –y, sí, Kirguistán.
En marzo de 2005 una turba de jóvenes
musulmanes conservadores de Osh respaldados (y en algunos
casos entrenados) por la CIA llegaron a Bishkek y tomaron
por asalto el palacio presidencial. El presidente Askar
Akayev, un ex físico que había sido el único presidente
democráticamente elegido en las antiguas repúblicas soviéticas
de Asia Central, huyó al exilio en Rusia.
Akayev, considerado como reformador
liberal durante todos los años noventa, se había vuelto más
autocrático durante sus últimos años en el poder. A pesar
de ello, no tenía nada en común con dictadores vecinos
como el presidente uzbeko Islam Karimov, conocido por hervir
hasta la muerte a disidentes políticos, o el líder kazajo
Nursultan Nazarbayev, quien hizo que sus dos principales
opositores políticos fueran atados, asesinados a tiros, y
arrojados al borde de una ruta –y declarados
suicidas– poco antes de una elección presidencial.
En 2006, Akayev tenía exactamente un solo prisionero político.
En todo caso, el verdadero error de
Akayev fue contrariar a Bush. Después del 11–S EE.UU.
exigió una base aérea en el aeropuerto Manas, contra el
pago de un arriendo nominal. Reconsiderando después el
hecho, el gobierno kirguiso exigió más dinero: 10 millones
de dólares al año, bastante dinero en un país con un
salario promedio de 25 dólares al mes.
Se suponía que Bakiyev, el dirigente
basado en Osh que reemplazó a Akayev, sería más
complaciente. Pero amenazó con expulsar a los
estadounidenses a menos que volvieran a aumentar el
arriendo. Lo que hicieron, de 17 a 63 millones de dólares.
Y ahora también está en el exilio.
Obama aprendió mucho de Bush.
Hace sólo dos semanas, el 2 de junio,
la Fuerza Aérea de Obama volvió a enfrentarse a los
kirguisos por dinero –esta vez por los precios del
combustible para jets–. El gobierno interino posterior a
Bakiyev de la primera ministra en funciones Roza Otunbayeva
quiere cerrar la base pero, como pueden atestiguar los
residentes de Okinawa, es más difícil librarse de los
militares estadounidenses que de la cizaña.
Kirguistán no ha sido nunca un país
feliz. Rodeado de vecinos con vastos recursos energéticos y
otros recursos naturales, los kirguisos tienen poco más que
agua y rocas. Pero el país tiene una ubicación estratégica.
Bajo Akayev, la gente era pobre pero el país gozaba de
relativa estabilidad.
Desde entonces ha habido desintegración
política, las provincias del sur se han convertido en
feudos de facto dirigidos por brutales señores de la guerra
en busca de ganancias. Ni Bakiyev ni Otunbayeva, ambos
llevados al poder por turbas, han gozado de legitimidad o
aceptación total. Es la verdadera historia: caos político
y económico que se disfraza de limpieza étnica.
Una vez más –como en Haití– es en
gran parte por culpa de EE.UU.
Peligro de conflicto generalizado en la
región
Agence France–Presse (AFP), 17/06/10
La crisis en Kirguistán podría
desestabilizar a su vecino Uzbekistán, donde la llegada de
decenas de miles de refugiados ha agravado la ya complicada
situación política y económica, e incluso afectar a
Kazajistán, convirtiéndose en un conflicto generalizado en
la región Mientras, la tragedia humanitaria amenazaba ayer
con convertirse en una catástrofe, según la ONU.
Por el momento, el presidente de
Uzbekistán, Islam Karimov, es bien visto por Occidente,
explica Daniil Kislov, redactor jefe de la agencia on–line
Fergana.ru. Acusado de autoritarismo por sus detractores,
abrió la frontera para acoger a unos 100.000 uzbekos de
Kirguistán. Pero la llegada de refugiados, que según
algunas fuentes podrían ser 400.000, «puede hacer explotar
la situación en el valle de Ferghana, ya superpoblado»,
indica Kislov. «No pueden volver a sus casas, que han sido
destruidas y necesitan enormes cantidades de ayuda: es una
verdadera catástrofe humanitaria», agrega.
Karimov debe «estar muy atento a la
evolución de la situación en su país», señala Fiodor
Lukianov, redactor jefe de la revista «Rusia en la política
mundial». En cualquier caso, Karimov utilizará la situación
para «reforzar aún más su régimen», asegura Kislov.
Pero la crisis puede agravarse si el
Gobierno uzbeko decide intervenir en Kirguistán. La crisis
«provocará sin duda una desestabilización en Uzbekistán
si la población exige a su Gobierno que ayude a sus
hermanos étnicos más allá de la frontera», dice Svante
Cornell, del Instituto del Asia Central y del Cáucaso, con
sede en Estocolmo.
El papel de Rusia
Muchos expertos temen una propagación
del conflicto en la región, que formó parte de la URSS
hasta hace veinte años, y se refieren al papel que podría
jugar Rusia. «Si los rebeldes avanzan hacia el norte de
Kirguistán, la crisis afectará a Kazajistán, al norte de
Uzbekistán, y se desatará un conflicto generalizado en
Asia Central», sostiene Kislov. Y Moscú podría aprovechar
esa situación para establecerse en sus antiguos aliados
como garante de su seguridad, opina Cornell, que augura, sin
embargo, que «Uzbekistán se opondrá duramente a toda
intervención militar rusa».
El conflicto es especialmente peligroso
para Uzbekistán, ya que puede tener una connotación
religiosa en este país de mayoría musulmana, advierten
también los expertos, ya que «existe una catástrofe
humanitaria y el islamismo radical, fuerte en la región, se
puede beneficiar de la situación y levantar la cabeza»,
apunta Alexei Malashenko. Ya lo están haciendo en Kirguistán
ante la incapacidad de las autoridades, dice Kislov.
Pero en Uzbekistán, cuyo presidente ha
mantenido una lucha implacable contra el islamismo radical,
los grupos organizados son prácticamente inexistentes. Así,
otro analista considera que «el riesgo de una islamización
del conflicto es exagerada en Uzbekistán, pese a que su
proximidad con Afganistán aumenta el riesgo de una
intensificación de los contactos con los talibán y los
extremistas de Pakistán».
Riesgo de catástrofe
Mientras tanto, la crisis humanitaria
provocada por la violencia interétnica en el sur de
Kirguistán amenazaba ayer con convertirse en una «catástrofe»,
a pesar de que los refugiados uzbekos comenzaron ayer a
recibir ayuda internacional.
Miles de uzbekos de Kirguistán
permanecían junto a la frontera con Uzbekistán, que ha
restringido el acceso a su territorio. Cientos de ellos, la
mayoría mujeres y niños, fueron agrupados en torno al
puente que une ambos países, cerrado con grandes bloques de
cemento y alambre de espino, en el pueblo de Verkesem, a
cinco kilómetros de Osh, donde estalló la ola de
violencia.
Según el balance oficial, la violencia
ha causado ya al menos 187 muertos y casi 2.000 heridos,
aunque no se descarta que el número de víctimas mortales
sea muy superior. El Comité Internacional de Cruz Roja, por
su parte, informó de que un total de 275.000 personas han
sido desplazadas y 100.000 –el 90%, mujeres, ancianos y niños–
se han refugiado en Uzbekistán.
Los primeros aviones fletados por la
Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) con
ayuda humanitaria llegaron ayer a Anijan (este de Uzbekistán)
y al sur de Kirguistán con tiendas de campaña, mantas,
alimentos, ropa y medicamentos.
Autoridades y analistas insistieron en
que el factor étnico no es el único responsable de la ola
de violencia. Bishkek acusó de nuevo al derrocado Bakiyev y
a sus seguidores de recurrir a «mercenarios y provocadores»
para «organizar un conflicto étnico a gran escala».