La despiadada crítica del
general Stanley McChrystal a sus jefes civiles fue poco profesional y le costó
el cargo. Un triste final para una brillante carrera. Pero ningún general es
indispensable.
Lo que es indispensable es
que cuando el presidente Obama lleva a Estados Unidos a una escalada de la
guerra en Afganistán, sea capaz de responder las preguntas más simples con
toda franqueza: ¿nuestros intereses justifican esta escalada y tengo aliados
como para lograr una victoria? Obama nunca tuvo buenas respuestas, pero siguió
adelante.
La fea verdad es que nadie en
la Casa Blanca quería esta escalada en Afganistán. La única razón por la
que se embarcaron en ella fue porque nadie sabía cómo salir del asunto... ni
tenía el coraje para desactivar la operación. Uno sabe que está en
problemas cuando el único bando cuyos objetivos son claros, cuya retórica es
coherente y cuya voluntad de lucha nunca disminuye es el del enemigo: los
talibanes.
Obama no es un experto en
Afganistán. Pero ese hecho podría haber sido su punto fuerte. Las tres
preguntas que debía formularse sobre Afganistán eran casi infantiles. Sin
embargo, Obama siguió adelante porque tenía miedo de que los republicanos lo
calificaran de debilucho.
La primera se ocultaba a la
vista de todos: ¿por qué tenemos que reclutar y entrenar a nuestros aliados,
el ejército afgano? Eso es semejante a reclutar y entrenar brasileños para
que jueguen al fútbol.
Si hay algo para lo que los
afganos no necesitan entrenamiento es para la guerra. Quizá combatir sea la
única cosa que ellos saben hacer después de 30 años de guerra civil y
siglos de resistirse a las potencias extranjeras. Después de todo, ¿quién
está entrenando a los talibanes? Sus milicias han estado luchando contra el
ejército norteamericano, casi haciéndolo retroceder... y muchos de sus
comandantes ni siquiera saben leer.
Eso nos lleva a la segunda
pregunta: si la estrategia es usar fuerzas norteamericanas contra los
talibanes y ayudar a los afganos a instalar un gobierno decente, ¿cómo podría
concretarse cuando el presidente Hamid Karzai, nuestro principal aliado, fraguó
las elecciones y nosotros miramos para otro lado? La secretaria de Estado,
Hillary Clinton, dijo que no nos preocupáramos: Karzai hubiera ganado de
todos modos; ella sabía cómo lidiar con él, y él obedecería. Pero una voz
me dice que cuando uno no llama a las cosas por su nombre, se mete en
problemas. Karzai hizo fraude, y nosotros dijimos: "No hay problema,
construiremos un buen gobierno sobre la espalda de la mafia de Kabul".
Lo que nos lleva a la
tercera, la que hizo que me opusiera aún más a esta escalada: ¿qué es lo
que ganamos si ganamos? Al menos en Irak, si finalmente conseguimos producir
un gobierno democrático, habremos cambiado, a un costo enorme, la política
en una gran capital árabe en el corazón del mundo árabe musulmán. Eso
ejerce gran influencia. Si cambiamos a Afganistán con un costo enorme
habremos cambiado a Afganistán... y basta. Afganistán no ejerce influencia.
Más aún, hoy Al-Qaeda está
en Paquistán. Si las células de Al-Qaeda regresaran a Afganistán, podrían
ser combatidas con aviones robotizados, o con fuerzas especiales en colaboración
con las tribus locales. No sería perfecto, pero Afganistán no ofrece en el
menú nada que sea perfecto.
Obama puede hacer regresar de
la muerte a Ulysses S. Grant para que conduzca la guerra de Afganistán. Pero
cuando uno no responde las preguntas más simples es un signo de que está en
algún sitio donde no quiere estar y de que las únicas opciones reales son
perder temprano, perder tarde, perder mucho o perder poco.