El general Stanley McChrystal,
comandante estadounidense en Afganistán, concedió una entrevista a la
revista Rolling Stone en la que él y su equipo insultaron a los líderes
civiles de su país. El presidente Barack Obama lo despidió por insubordinación.
Incluso sus defensores dijeron que los comentarios de McChrystal eran poco políticos
y un error. Debido al hecho de que McChrystal es una persona excepcionalmente
inteligente y muy ambiciosa, ¿por qué lo hizo?
McChrystal concedió la
entrevista con el fin de que lo echaran. ¿Y por qué quería que lo
corrieran? Quería que lo corrieran porque sabía que las políticas que
estaba impulsando y reivindicando en la guerra en Afganistán no estaban
funcionando, no podían funcionar. Y no quiso quedar manchado con la culpa pública.
Consideremos la larga
historia que condujo a esta entrevista. La estrategia militar que Estados
Unidos forjó en Afganistán e Iraq fue la que originalmente impuso el
entonces secretario de la Defensa Donald Rumsfeld. Dicha política era de
machismo ilimitado. Bombardeen al enemigo desde grandes alturas sin importar
quién muera. Torturen a todo aquel que capturen. No consulten a nadie, ni
siquiera a los llamados aliados. Ocupen el país por tiempo indefinido.
Stanley McChrystal era un
general de una estrella al inicio de estas guerras, y trabajaba en Washington
como uno de los muchachos dorados de Rumsfeld. Tenía una larga historia,
desde sus días en West Point, de ser un atrevido rebelde que sabía muy bien
cuándo detenerse –insolente con los superiores que no respetaba pero
siempre buscando cómo avanzar él mismo. Rumsfeld lo puso a cargo de una de
las unidades militares de elite más secretas, involucrada en operaciones
especiales y conocida por ser una máquina de matar. Su desempeño fue
brillante, como siempre.
Luego, en 2006, si seguimos
recordando, los militares, los políticos y la prensa, todos, comenzaron a
decir que Estados Unidos iba perdiendo la guerra en Iraq. La resistencia parecía
demasiado fuerte y el número de vidas estadounidenses que se perdieron crecía
constante mes tras mes. A los republicanos les fue muy mal en las elecciones
de 2006. Algo tenía que hacerse.
Algo se hizo. El presidente
Bush despidió a Rumsfeld. El vicepresidente Cheney, el defensor más fuerte
de Rumsfeld, perdió influencia ante la secretaria de Estado, Condoleezza
Rice, y ante el sucesor de Rumsfeld, Robert Gates, que reivindicaba puntos de
vista más moderados y enfatizaba la diplomacia. De pronto ganó terreno una
nueva estrategia militar, la contrainsurgencia (referida con el acrónimo Coin).
La desarrolló David Petraeus, un oficial militar previamente oscuro.
Petraeus es tan ambicioso y
determinado como McChrystal, pero con personalidad bastante diferente. Es lo
que podría llamarse un intelectual militar. Ganó el premio como mejor
graduado del Army Command and General Staff College en 1983. Obtuvo un
doctorado en relaciones internacionales en Princeton, en 1989. Impartió
clases de relaciones internacionales en West Point. Al mismo tiempo tiene un
largo historial como oficial curtido en combate. Y ha cultivado el favor de
los políticos de Washington.
Desde los años 80, publicó
artículos e informes dedicados a la contrainsurgencia como doctrina. Extrajo
experiencias de los franceses al usarla en Argelia y de Estados Unidos al
utilizarla en Vietnam. Como apuntan los críticos de Petraeus del ala derecha,
éstos no fueron éxitos notables. Coin enfatiza la necesidad de ganarse los
corazones y las mentes, lo que significa incorporar consideraciones políticas
y diplomáticas en las tácticas militares. El escritor de la entrevista del
Rolling Stone, Michael Hastings, describió a Coin de la siguiente manera:
Piensen en los boinas verdes como Cuerpos de Paz armados.
El presidente Bush recurrió
a Petraeus en 2006 y le permitió implementar la estrategia Coin en Iraq. Fue
ésta la famosa oleada que implicó incrementar el número de tropas
estadounidenses en Iraq y cambiar de estrategia. Básicamente, Petraeus hizo
dos cosas que de hecho redujeron el nivel de violencia contra las tropas
estadounidenses. La primera fue sobornar a los ancianos tribales suníes en
centro y occidente de Iraq para que suspendieran su respaldo tácito a las
unidades no iraquíes de al–Qaida. Dado que a los sheiks sunitas nunca le
gustaron las unidades de al–Qaida, estuvieron dispuestos a olvidar su
disgusto por los estadounidenses –a cambio de un precio.
Lo segundo que hizo Petraeus
fue permitir la limpieza étnica en Bagdad, lo que convirtió una ciudad multiétnica
en dos zonas segregadas, una chií más grande y una suní, mucho más pequeña
y sitiada. Esto redujo la violencia contra las tropas estadounidenses a
expensas de un incremento de la violencia interiraquí. Sirvió también a los
intereses políticos del opositor más persistente y eficaz de los intereses
estadounidenses en Iraq, Mokhtar Sadr, que está emergiendo como el negociador
clave en el recién electo Parlamento iraquí.
Como dijo Hastings en una
entrevista con el Huffington Post al respecto de su artículo, Petraeus es una
especie de genio. Se las arregló para convertir en una retirada, salvando la
cara, lo que habría sido una derrota catastrófica en Iraq. Pero, por
supuesto, una retirada salvando la cara no es una victoria, aunque el senador
John McCain insitiera en ello cuando fue candidato fallido a la presidencia en
2008.
Cuando el presidente Obama
hizo campaña por el cargo, fue bastante claro en que estaba contra la guerra
en Iraq pero en favor de la guerra en Afganistán. Así que obviamente tenía
que impulsarla. Promovió a Petraeus, adoptó la estrategia Coin y nombró a
McChrystal comandante en Afganistán. Fiel a su estilo rebelde, públicamente
McChrystal exigió de Obama 40.000 más y éste, tras meses de reflexionarlo,
le concedió 30.000, más una fecha de retirada.
Sin embargo, en este punto
McChrystal abandonó su previo estilo machista y se volvió el impulsor
entusiasta, excesivo, de la contrainsurgencia en Afganistán. Emitió
directivas superestrictas para evitar las bajas civiles, una política no muy
apreciada por las unidades de infantería estadounidenses. Desarrolló cálidas
relaciones con el presidente Hamid Karzai, con quien otros líderes
estadounidenses mantenían una distancia. Pensó que podía obtener una rápida
victoria en Marja y devolverle el área a las fuerzas de Afganistán. Pero fue
un fracaso. Y recientemente anunció que la operación clave en la provincia
de Kandahar, corazón de las fuerzas talibanes, tenía que posponerse hasta
septiembre.
Aún el jefe de operaciones
de McChrystal, el mayor general Bill Mayville, dice que Afganistán será como
Vietnam: “No se va a ver como un triunfo, ni olerá a triunfo ni sabrá a
triunfo (…) esto va a terminar en una acalorada discusión”. Hastings
termina su artículo de este modo: Ganar, parece que en realidad no es
posible. Ni siquiera con Stanley McChrystal a la cabeza.
Así que, ¿qué harían
ustedes si fueran McChrystal? Invitarían a un reportero de una revista de
rock, considerada de izquierda, a que los acompañara en aviones y fiestas con
bebida, y se burlarían del Gobierno. Esto garantizaría un despido. Y
significaría que la acalorada discusión futura no los involucraría a
ustedes.
¿Qué haría Obama? Tendría
que despedir a McChrystal. Entonces le lanzaría la papa caliente a Petraeus,
que no podía negarse. El año próximo o los dos años siguientes van a
implicar un juego de movimientos rápidos en el cual Obama y Petraeus van a
intentar pasarse la culpa pública de la derrota uno al otro.
La extrema derecha, los
amigos de Cheney y Rumsfeld, no se dejan engañar. Diana West, una de sus
expertas, dice: La pesadilla de la estrategia Coin continúa. Para ella Coin
significa ordenar a las tropas que ejerzan fantasías de relativismo cultural
que dan una sensación izquierdosa en un salón de clase computarizado pero
que son ni más ni menos que apabullantes en la línea de combate. Un punto de
vista ligeramente menos mordaz fue expresado por el coronel retirado Douglas
Macgregor: La idea de que nos vamos a gastar un billón de dólares en
remodelar la cultura del mundo islámico es un total sin sentido.
Por supuesto, Macgregor tiene
razón. ¿Cuáles son las opciones de política? La extrema derecha quiere
guerra permanente. La única alternativa es una retirada pronta y total. Obama
no quiere la primera opción pero teme, en lo político, abrazar la segunda
opción. Así que envía al director de la CIA, Leon Panetta, a que conceda
una entrevista para ABC News donde dice que los progresos en Afganistán son más
difíciles y que van más lento de lo que se había anticipado. Y por supuesto
es así.
(*)
Immanuel Wallerstein, sociólogo e historiador estadounidense, continuador de
la corriente historiográfica iniciada por Fernand Braudel, es ampliamente
conocido por sus estudios acerca de la génesis y transformaciones históricas
del capitalismo. Su monumental trabajo “El moderno sistema mundial”, cuyo
primer tomo publicó en 1976, analiza el desarrollo del capitalismo como
“economía–mundo”. Actualmente es Senior Research Scholar en la Yale
University. En el 2003
publicó “The Decline of American Power: The U.S. in a Chaotic World” (New
Press).