Vuelve a acercarse la
temporada de diplomacia sobre el tema nuclear de Irán. Ha pasado otro duro
invierno. La retórica ha llegado a un punto de rendimientos decrecientes.
La conclusión lógica de los
paquetes de sanciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, EE.UU.
y de la Unión Europea así como la concentración de fuerzas militares en el
Golfo Pérsico debería ser la imposición de sanciones mediante inspecciones
en alta mar de barcos iraníes. Pero es una ruta cargada de consecuencias
peligrosas, ya que Teherán tomará represalias.
Mientras tanto, Teherán ha
ofrecido una escala para que EE.UU. se baje del alto pedestal al que se subió
–a través de un anuncio de que está dispuesto a hablar de un trueque de
combustible nuclear “sin condiciones previas”. Washington ha hecho lo
correcto al aceptar la propuesta iraní y las potencias europeas se muestran
visiblemente aliviadas.
El portavoz del Departamento
de Estado de EE.UU., Philip Crowley, puso las cosas en marcha el miércoles
cuando dijo: “Obviamente estamos plenamente preparados para seguir adelante
con Irán sobre aspectos específicos respecto a nuestra propuesta inicial en
relación con el reactor de investigación de Teherán… así como, ya sabéis,
los temas más amplios de tratar de comprender plenamente la naturaleza del
programa nuclear de Irán. Esperamos tener el mismo tipo de reunión en las próximas
semanas como la que tuvimos en octubre pasado”.
La “propuesta inicial”
mencionada por Crowley se refiere a un plan para suministrar combustible para
un reactor de investigación en Teherán a cambio de uranio poco enriquecido.
El plan se planteó en la reunión en Ginebra en octubre pasado entre Irán y
el grupo de los “Seis de Irán” – EE.UU., Gran Bretaña, China, Rusia,
Francia y Alemania.
De repente aparecen
“pitidos” en varios puntos de la pantalla de radar diplomática. Resulta
que había habido una confabulación respecto a una “reunión prospectiva”
entre EE.UU. e Irán entre Catherine Ashton, la alta representante de la Unión
Europea para asuntos exteriores, y Manouchehr Mottaki, Ministro de Exteriores
de Irán, el 20 de julio, al margen de la conferencia internacional sobre
Afganistán.
Seis días después de esa
reunión en Kabul, Teherán dirigió al Organismo Internacional de Energía Atómica
una comunicación sugiriendo que está dispuesto a negociar los detalles del
intercambio de 1.200 kilógramos de su propio uranio enriquecido a 3% por 120
kilos de uranio enriquecido a un 20%. De nuevo, el Ministerio de Exteriores
ruso emitió tres declaraciones conciliadoras entre el martes y el miércoles
volviendo atrás enérgicamente respecto a su posición brusca de los últimos
meses sobre el tema nuclear iraní.
Muy importante es que el
Ministro de Exteriores turco, Ahmet Davutoglu, ha revelado desde entonces que
Teherán ha asegurado a Ankara que dejará de enriquecer uranio a 20% si se
acuerda el trueque. Mottaki expresó otro importante mensaje durante su visita
a Turquía la semana pasada, diciendo que si se firma el acuerdo de Teherán e
Irán recibe el combustible necesario para sus actividades de investigación,
“ellos [Irán] no continuarán enriqueciendo uranio a 20%” dijo Davutoglu.
Actualmente la gran pregunta
no es si se reanudarán las negociaciones entre EE.UU. e Irán, sino cuál
debería ser su alcance. Ashton, de la UE, al sugerir que las conversaciones
deberían reanudarse lo más pronto posible, expresó la opinión de que las
conversaciones deben concentrarse exclusivamente en el programa nuclear de Irán.
Pero la agenda debe ser más amplia y cubrir la gama de preocupaciones de
seguridad que subyacen el enfrentamiento entre EE.UU. e Irán.
Como dijo a la BBC la semana
pasada Suzanne Dimaggio, directora de estudios políticos en el think tank
Asia Society, hay mucho que discutir. “Los iraníes ponen de manifiesto que
viven en un vecindario difícil rodeado de Estados con armas nucleares: Rusia,
Pakistán, e Israel. También tienen dos guerras ante sus fronteras… ¿Qué
clase de atmósfera de seguridad quieren ver los iraníes en sus vecinos, Iraq
y Afganistán? ¿Cuáles son las posibilidades de llegar a algún tipo de
acuerdo de cooperación en relación con la estabilización de ambos países?”
En particular, EE.UU. debería
esforzarse por promover una participación activa de Irán respecto a Afganistán.
Sigue existiendo el hecho de que el punto destacado más significativo de las
revelaciones de Wikileaks es que EE.UU. se ha atrapado en Afganistán por su
abrumadora dependencia de los militares paquistaníes. Y gran parte de esa
locura debe ser rastreada en las limitaciones impuestas a la estrategia afgana
del gobierno de Barack Obama por el enfrentamiento entre EE.UU. e Irán.
Cualquier cambio serio de
rumbo sobre Afganistán por el gobierno de Obama involucra la participación
de Irán. Negociaciones más amplias no serán fáciles. ¿Cómo podría la
relación entre EE.UU. e Irán cambiar el juego en Afganistán para la
estrategia AfPak de Obama?
Primero, si la historia ha de
servir de guía, en las semanas después del 11–S Teherán mostró inequívocamente
su voluntad de trabajar con Washington durante la invasión estadounidense en
2001 en la expectativa de que su cooperación ayudaría a moderar la
hostilidad de Washington hacia el régimen iraní. Si el proyecto limitado a
corto plazo que duró hasta la conferencia de Bonn en diciembre de 2001 no
floreció siguiendo las líneas esperadas por Teherán, la culpa se debe
enteramente a la visión miope del gobierno de George W. Bush.
Segundo, las antiguas
inquietudes de Irán respecto a los talibanes no son realmente diferentes de
las del gobierno de Obama. Irán comparte la aversión hacia la resurrección
de los talibanes como fuerza importante en la política afgana. De hecho, Irán
va un paso más lejos, ya que considera que la ideología wahabí de los
talibanes es perniciosa y ve a grupos talibanes como la red Haqqani como
peones en la proyección de la influencia paquistaní y saudí en Afganistán.
Teherán se sentirá tan receloso como Washington en cuanto a una toma directa
del poder de los talibanes en Kabul, una vez que haya comenzado la retirada de
EE.UU.
Tercero, Irán tiene un
compromiso total con la eliminación de los últimos vestigios de al–Qaida
de la región.
Cuarto, hay un punto de
encuentro entre las posiciones de Irán y EE.UU. respecto a la “reintegración”
de insurgentes no vinculados con al–Qaeda.
Quinto, ni Irán ni EE.UU.
son reacios a un compartimiento del poder en Kabul que refleje la sociedad
diversa del país.
Sexto, la actitud de Teherán
de forjar múltiples alianzas dentro de Afganistán y su conciencia de la
necesidad de tener un equilibrio regional en cualquier solución afgana debería
ser útil para el gobierno de Obama.
La estrategia de
“reconciliación” de Karzai ya está generando una reacción entre
comunidades no–pastunes que también son las aliadas afganas de Irán. Es
concebible que Irán puede ser un puente útil para constreñir a esos grupos
mientras al mismo tiempo los moviliza astutamente para que “hagan
retroceder” a los talibanes resurgentes. En breve, Irán puede ser útil
para la estrategia de EE.UU. de reducir el riesgo de una nueva guerra civil en
Afganistán.
Teherán ve que la ocupación
extranjera crea resentimiento en partes sustanciales de la población afgana y
que esto sólo puede ser una ventaja para los talibanes. Pero entonces, se
puede argumentar que Teherán y Washington podrían tener incluso un interés
compartido en el desarrollo de una “estrategia de salida” dentro de un
plazo definible.
En suma, hay un campo de acción
enorme para que las estrategias estadounidenses e iraníes en Afganistán se
complementen. El esfuerzo en las próximas negociaciones debería ser superar
el déficit de confianza que existe entre las dos partes. Teherán percibe a
Washington como hostil a sus intereses y, por lo tanto, haría lo posible por
asegurar que EE.UU. no utilice su presencia militar en Afganistán para
atacarlo, debilitar su gobierno y su sistema político mediante operaciones
encubiertas o para fortalecer a los rivales regionales de Irán.
Sobra decir que, después de
un comienzo promisorio, el gobierno de Obama abandonó sistemáticamente su
nueva forma de pensar sobre Irán. En las circunstancias actuales, por lo
tanto, EE.UU. tiene que ir un poco más allá para persuadir a Irán de que
vuelva a cooperar con EE.UU. en Afganistán. No existe ninguna alternativa a
encarar las antiguas inquietudes de Teherán respecto a los talibanes, el
equilibrio regional del poder, y las intenciones de EE.UU. hacia Irán.
En su primera reacción pública
a las filtraciones de WikiLeaks, Obama dijo: “El hecho es que esos
documentos no revelan ningún tema del que no haya informado nuestro debate público
sobre Afganistán”. (Énfasis agregado). Sin embargo, a veces las
percepciones importan más que los hechos y además, la guerra afgana no es
tema de debate sólo dentro de EE.UU.; más bien, esta guerra también tiene
que ver con la gente de Afganistán.
Las percepciones derivadas
por el pueblo afgano de las filtraciones de WikiLeaks probablemente serán
extremadamente desagradables, para decir lo menos. Sin duda, los afganos deben
estar descostillándose de risa por cómo una arrogante superpotencia ha sido
timada por los astutos generales paquistaníes. Es importante que la reunión
a la que Obama ha convocado en la Sala de Situaciones de la Casa Blanca oiga
la risa que resuena por los valles y montañas del Hindu Kush.
La credibilidad de EE.UU. ha
sido seriamente erosionada y se hace cada vez más difícil restaurarla en el
Hindu Kush. Hablando objetivamente, un gran acuerdo estadounidenses–iraní
es la necesidad más urgente para evitar lo que se acerca peligrosamente a un
fracaso estratégico en Afganistán.
(*)
El embajador M K Bhadrakumar fue diplomático de carrera del Servicio Exterior
de la India. Ejerció sus funciones en la extinta Unión Soviética, Corea del
Sur, Sri Lanza, Alemania, Afganistán, Pakistán, Uzbekistán, Kuwait y Turquía.