Es posible que las inundaciones
que han devastado áreas inmensas de Pakistán sean obra de
la naturaleza, pero el empeoramiento de la crisis
humanitaria que las ha seguido es el resultado directo del
fracaso de los venales dirigentes pakistaníes y del impacto
de la “guerra contra el terror” de EEUU.
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Zonas afectadas por la inundaciones |
Según estimaciones oficiales, como
consecuencia de las peores inundaciones de la historia de
Pakistán, han muerto por ahora 1.600 personas y más de
veinte millones se han visto obligadas a desplazarse. En
algunos lugares, las lluvias han hecho que el río Indo
tenga alrededor de 25 kilómetros de anchura, 25 veces más
de su ancho habitual.
Las inundaciones comenzaron cuando las
lluvias monzónicas atravesaron las montañas en la parte
noroeste del país (llamada ahora Khyber–Pukhtunkhwa).
Mientras las aguas arrasaban cientos de miles de hogares y más
de 1,7 millones de acres [alrededor de 700.00 hectáreas] de
tierras cultivables. Varias fueron también las grandes
ciudades que quedaron sumergidas, como los casos de Naushera,
Muzaffarabad y Abottabad. La gente que logró salir de las
zonas arrasadas por la riada se hacina en refugios
improvisados o en atestados edificios del gobierno.
Quienes escaparon de la inundación se
encuentran sin acceso posible a alimentos, agua potable,
saneamiento y medicinas. Todo esto exacerba infinitamente la
crisis, ya que hay muchas más personas en riesgo de muerte
como consecuencia de diarreas, cólera y otras enfermedades.
Conseguir ayuda en muchas de las zonas
afectadas es también enormemente complicado, ya que las
riadas se han llevado gran parte de la infraestructura que
las agencias de ayuda humanitaria necesitan: las centrales
eléctricas han quedado inundadas, las tuberías de gas
arrancadas y las áreas de almacenamiento de grano prácticamente
evaporadas.
Especialmente desalentador es el hecho
de que muchas de las personas que ahora se han quedado sin
hogar son precisamente las mismas que el pasado año se
vieron obligadas a abandonar sus hogares durante la campaña
del ejército pakistaní contra los talibanes y sus aliados
en la región de Swat. Todos y cada uno de los puentes en
Swat han desaparecido del mapa y han vuelto a quedar
destruidas muchas de las casas reconstruidas tras los
bombardeos estadounidenses con aviones no tripulados por la
zona. Además, Pakistán no se había recuperado aún de los
efectos del terremoto, especialmente mortífero, que se
produjo en 2005.
Dos factores relacionados entre sí han
conseguido empeorar aún más los efectos de las
inundaciones. Primero, el número de incidentes en Pakistán
a causa del clima extremado ha venido aumentando en los últimos
años, un hecho que muchos científicos atribuyen a los
efectos del cambio climático global. Muchos comentaristas
han vinculado la devastación en Pakistán con los
deslizamientos de tierras en China y las inundaciones de
Bangladesh, como parte de un inmenso cambio en las pautas
climatológicas habituales en la región.
Segundo, la red de canales e inmensas
presas que se engarzan por todo Pakistán se construyó más
para favorecer los intereses de grandes terratenientes y
capitalistas que en beneficio del pueblo. Esto ha supuesto
que la reparación de la infraestructura y la ayuda de
emergencia hayan sido extremadamente desiguales, y que se
hayan organizado en aras a preservar los intereses de la
elite terrateniente en vez de tratar de prevenir las
inundaciones.
Después de todo, las lluvias monzónicas
se producen cada año y ha habido más de una docena de
inundaciones graves en Pakistán desde los años setenta del
pasado siglo. No obstante, el control de dichas inundaciones
sigue siendo muy precario.
Red de canales
Desde la ocupación británica de la
India en el siglo XIX, los gobernantes del Punjab y del
Sindh trataron de transformar un paisaje árido en una zona
agrícola fértil construyendo redes de canales y arterias
de regadío por toda la región. En el Punjab y el Sindh no
era la lluvia la que causaba las inundaciones, sino más
bien el hecho de que las redes de regadío no contaban con
mecanismos para poder controlar las grandes inundaciones.
El sistema cuenta con grandes presas,
pero está también sembrado de diques bajos cuya función
fundamental es desviar por los canales los flujos habituales
de agua. Pero en lugar de preparar el sistema para la
contingencia de una inundación, el gobierno de Pakistán ha
ido levantando diques para apuntalar estas malas
infraestructuras. Como resultado, las aguas de las
inundaciones han llegado hasta regiones mal equipadas para
poder afrontar este tipo de problemas.
Como señala Mushtaq Gaadi, profesor en
la Universidad Qaid–e–Azam de Islamabad:
“Cuando el Banco Mundial comenzó con
su proyecto de rehabilitación de la presa Taunsa hace tres
años, se perseguía básicamente rehabilitar y reparar todo
el conjunto de diques. Y para ello se asignaron 140 millones
de dólares. Les pedimos que prestaran una atención
especial a las cuestiones ecológicas y, especialmente, al
tema de la inclinación, la posición, la sedimentación de
la presa y cómo la ecología global de la presa está
cambiando debido al aumento de las canalizaciones que
dependen de ella, y ahora todas las zonas bajas están más
expuestas al peligro de inundaciones.
“Todo eso se ignoró. Justo seis
meses después del proyecto de rehabilitación, la presa no
pudo contener el agua y se abrieron numerosas brechas. Así
pues, en realidad ha sido el fallo de la presa Taunsa lo que
ha causado tan inmensa destrucción…
“Estas inundaciones no sólo no son
naturales sino que las estructuras creadas eran
perjudiciales y no fueron bien abordadas por el departamento
de regadío, causando tal destrucción y agravando la
situación”.
Para empeorar aún más las cosas, es
preciso destacar los manifiestos y egoístas intereses que
han dominado la asignación de recursos y las decisiones de
dónde y cómo actuar. Por ejemplo, en Kot Mittin al sur del
Punjab, el gobierno construyó un muro para salvar a una
barriada de nivel acomodado. Pero en sus intentos por salvar
la presa Taunsa, lo que lograron fue sumergir la barriada
pobre que había cerca. Unas 100.000 personas perdieron sus
casas en ese proceso.
Pero más condenatoria aún ha sido la
actividad de los terratenientes en Sindh, que han estado
abriendo canales para salvar sus propias tierras. En el
intento de asegurar la presa de Guddu, en Sindh, lo que
consiguieron los terratenientes fue anegar a toda la gente
que vive en Jacobabad. Y se dispone de información de
actuaciones de políticos, como el Primer Minsitro Yousaf
Raza Gilani, desviando la ayuda de emergencia de las
secciones más necesitadas de Pakistán a su propio distrito
natal.
Corrupción estatal
Esta catástrofe va a tener sin duda
una serie de consecuencias sociales y políticas en Pakistán.
En primer lugar, ha cuestionado seriamente la capacidad del
estado pakistaní para atender las necesidades de su propio
pueblo. Aparte del hecho de que la nación depende en gran
medida de una inmensa inyección de ayuda internacional para
mantenerse económicamente a flote, gran parte de la misma
va a parar a las arcas del ejército.
Para agregar más sal a la herida, los
políticos pakistaníes, incluido el Presidente Asif Ali
Zardari, estuvieron no se sabe dónde durante varios días
mientras millones de pakistaníes sufrían el desastre. Como
indicador de la creciente rabia que la gente sentía, Hina
Rabbani Kher, recién nombrado ministro por el Partido
Popular del Pakistán, fue recibido a pedradas por los
manifestantes de su circunscripción tras una semana de
ausencia una vez desatadas las inundaciones.
Como sostuvo Fatima Bhutto, la sobrina
de la ex Primera Ministra Benezir Bhutto:
“Todo el escalón superior del estado
pakistaní estaba viajando por Europa y Dubai a expensas del
pueblo pakistaní. Allá donde iba, Zardari se alojaba en
hoteles de cinco estrellas. Y era trasladado a todas partes
en limusinas privadas. También dispusieron, él y todo su
entorno, de seguridad privada alquilada.
“No hay justificación que valga para
el gasto de un dinero que Pakistán necesita tan
desesperadamente. Y, desde luego, es ridículo decir después
que el presidente tenía que irse al extranjero para
conseguir fondos para las víctimas del desastre, cuando en
realidad esas víctimas podían haberse beneficiado del
dinero que el tesoro pakistaní ha tenido que desembolsar en
esos viajes sin sentido.”
La mayoría de los pakistaníes
consideraban ya a Zardari como un político muy corrupto. Lo
que más se le reprochaba últimamente era el hecho de haber
trabajado a beneficio del ejército pakistaní, detrayendo
fondos de la ayuda que debía haberse entregado a las víctimas
de las inundaciones.
En segundo lugar, gran parte de la
ayuda de emergencia saldrá del dinero que había sido
asignado a proyectos de desarrollo. Eso significa que aunque
la gente consiga sobrevivir durante los próximos meses (que
probablemente vendrán marcados por el hambre y las
epidemias), no tendrán realmente un proyecto de vida al que
volver. La rehabilitación y reconstrucción se producirán
solo en un futuro lejano. Ya hay señales de que todo esto
va a hacer que se desencadene un sentimiento de rabia masiva
contra el estado pakistaní. Los comentaristas especulan con
la probabilidad de que se produzcan graves disturbios y
protestas a causa de la falta de alimentos.
En tercer lugar, el desastre va a
servir también para exacerbar la ya tensa situación étnica
en Pakistán. En los últimos tres años, ha estallado una
ruptura grave entre las gentes desplazadas de Khyber–Pukhtunkhwa
(antes Provincia Fronteriza del Noroeste) y los pueblos del
Sindh y Punjab, que consideran que los refugiados están
agotando sus recursos y son responsables del aumento en la
militancia islámica.
El aspecto peor del desastre
humanitario en Pakistán es el hecho de que la ayuda
internacional ha ido llegando con una lentitud exasperante.
Hasta la fecha, la comunidad internacional ha logrado sólo
ofrecer la miserable suma de 150 millones de dólares de
ayuda. Las autoridades pakistaníes estiman que van a
necesitar miles de millones de dólares para poder enfrentar
la crisis.
En los medios de comunicación
estadounidenses, hay voces que sugieren que el problema es
de “fatiga de los donantes” o “fatiga pakistaní”
(lo que implica que de algún modo las muertes pakistaníes
se consideran menos importantes que las causadas por otros
desastres naturales). La comunidad internacional ofreció,
por ejemplo, 1.000 millones de dólares de ayuda para el
terremoto de Haití y alrededor de 13.000 millones para
atender las consecuencias del tsunami en la India.
Imperialismo estadounidense
Pero el problema es mucho más
sencillo: el establishment dirigente en EEUU se ha pasado
los últimos años culpando a Pakistán de sus males en
Afganistán. Esto ha encontrado un feo corolario en la ya
rampante islamofobia presente en EEUU y en Europa.
Washington, por ejemplo, consigue
enviarle cada año a Pakistán 1.000 millones de dólares de
ayuda para que combata a los talibanes a lo largo de la
frontera afgana. Pero cuando se trata de ayuda humanitaria,
EEUU sólo acierta a encontrar unos magros 70 millones de dólares.
Parte de las razones de esa mísera
suma es que EEUU está más preocupado por su propia agenda
geopolítica en la región que por la ayuda humanitaria.
Pero también refleja las presiones políticas desde el ala
conservadora de establishment político estadounidense, que
culpa a Pakistán de los fracasos estadounidenses en
Afganistán.
Otros países están también
proporcionando ayuda limitada. Por ejemplo, la vecina India,
un país bien situado para ofrecer ayuda significativa a
Pakistán, ha puesto la rivalidad política por delante de
la ayuda humanitaria, ofreciendo tan sólo 5 millones de dólares
en ayuda. Los oportunistas políticos de turno en la India
están avisando de que cualquier ayuda que se envíe a
Pakistán irá a parar a manos de las “organizaciones
terroristas”.
La gente normal de Pakistán está
atrapada entre la guerra en Afganistán, que cada vez mata a
más pakistaníes, y los políticos corruptos, que están
destrozando la economía. La respuesta estadounidense y
pakistaní a las actuales inundaciones deja ver el fracaso
de ambos gobiernos para proporcionar una auténtica ayuda al
pueblo de Afganistán.
(*) Snehal Shingavi es profesor
adjunto en la Universidad de California, en Berkeley, y
colaborador habitual de Socialist Worker.