El ser humano contiende desde
tiempos inmemoriales, con motivaciones diferentes, según sus intereses
clasistas u objetivos de conquista: dominar territorios, sojuzgar a otras
etnias, religiones y culturas; controlar las riquezas naturales, el tránsito
marítimo y ocupar lugares estimados geoestratégicos. La declaración de
guerra fue considerada un procedimiento ético antes de emprender cualquier
batalla.
En el siglo XXI los amos de
la guerra violentan los cánones militares y no agotan todos los esfuerzos
para preservar la coexistencia pacífica, que ha sido convertida en una
leyenda del pasado. Hoy imperan la guerra relámpago –estrenada por el
fascismo en 1939–, las guerras preventivas y punitivas. Los cálculos de la
Administración de George W. Bush al “castigar” a Afganistán no previeron
la guerra prolongada, interminable ni postergada que enfrentan la Administración
de Barack Obama y sus aliados de la OTAN.
La invasión a Afganistán,
denominada "Libertad Duradera" se desarrolló en el año 2001 por
las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos (EE.UU.). En diciembre del mismo año,
la ONU convocó una Conferencia en Bonn, Alemania, para constituir un gobierno
provisional integrado por las diversas facciones afganas, exceptuando el Talibán.
Se crearon también las Fuerzas Internacionales de Asistencia a la Seguridad1
(ISAF) “para asistir a la autoridad de transición afgana, propiciar un
entorno seguro y apoyar la reconstrucción del país, primero en Kabul y después
en el resto del territorio”. Cuando en agosto de 2003 la OTAN asumió el
mando de la ISAF, la Alianza disponía de unos 5000 efectivos, desplegados
fundamentalmente en Kabul, que ahora son unos 120 000, distribuidos en todo el
territorio, procedentes de 46 países, incluidos sus 28 aliados.
La operación “rápida”
se ha prolongado en el tiempo, debido a la resistencia talibán. El presidente
de los EE.UU., Barack Obama, anunció como estrategia de su mandato, que se
concentraría en Afganistán para alcanzar la victoria definitiva en un plazo
breve y para ello envió un refuerzo inicial de unos 20 000 hombres, presionó
a sus aliados de la OTAN para que aportaran entre todos 5 000 efectivos más,
inicialmente para garantizar la seguridad de las elecciones de agosto de
2009… y allí se quedaron. La reticencia de los electores europeos resulta
insuficiente ante la decisión de los respectivos gobiernos de incrementar sus
tropas.
Los mayores contribuyentes de
la ISAF son: EE.UU., con 62 415 soldados, seguido del Reino Unido (9 500),
Alemania (4 665), Francia (4 000), Italia (3 300), Holanda (1 950), Polonia (2
515), Turquía (1 795), España (1 270) y Rumania (1 010).2 Les siguen:
Georgia (925), Dinamarca (750), Bélgica (590), Bulgaria (525), Noruega (470),
República Checa (460) y Hungría (335). Participan en menor cuantía: Croacia
(280), Albania (250), Macedonia (215), Estonia (155), Lituania (145), Letonia
(115), Portugal (105), Eslovenia (75), Grecia (70), Armenia (40), Montenegro
(30), Ucrania (10), Luxemburgo (9), Irlanda (7) e Islandia (4).3 No es ocioso
destacar que tres socios de la OTAN (no miembros plenos), mantienen su
compromiso: Suecia, con 500 hombres; Finlandia con 100 y Austria, con 3. Se añaden
los 120 000 mercenarios alistados bajo la eufemística denominación de
“contratistas” y sotto voce : ingleses, franceses, españoles, alemanes e
italianos4, cuyo monto aún es indescifrable.
Hasta el 2 de agosto de 2010
el total de soldados muertos en Afganistán en los 9 años de ocupación
asciende a 1982 hombres. EE.UU. ha perdido 1216, el Reino Unido (RU), 327 y el
resto de las fuerzas de ocupación, 439. Entre los europeos, los países que más
bajas han sufrido, después de EE.UU. y el RU son los siguientes: Francia 45;
Alemania 42; Dinamarca 34; España 28; Italia 27; Holanda 24; Polonia 19 y
Rumania 15.
Desde finales de 2009, el envío
de 30 000 hombres adicionales a Afganistán fue estimado “vital para los
intereses estadounidenses” con el pretexto de frenar el impulso talibán. Se
trata, con tropas propias y de la ISAF5 de aumentar la capacidad afgana
mediante el entrenamiento de sus fuerzas de seguridad y su asociación con las
tropas ocupantes, para transferirles gradualmente las responsabilidades y el
control del país. En esa fecha se abrió paso la “teoría” de negociación
con los talibanes “moderados”. También en teoría, esto permitiría
iniciar el proceso de retirada de las fuerzas estadounidenses a partir de
julio de 2011, concepción basada en las propuestas del general Stanley
McChrystal, destituido en fecha reciente, al asumir el mando de las tropas en
2009.
El “Consejo Nacional para
la Paz, la Reconciliación y la Reintegración”, también creado en 2009,
disponía de un fondo de 140 millones de dólares, aportados fundamentalmente
por EE.UU. y Reino Unido. La reconciliación, realmente, consiste en ofrecer
dinero a los talibanes susceptibles a que dejen de combatir y deserten (al
estilo de Irak). Mientras el movimiento talibán reitera que no dejará la
lucha hasta que los ocupantes se hayan retirado totalmente de su país.
Varios dirigentes europeos se
habían anticipado al planteamiento del Presidente estadounidense sobre la
urgencia de establecer un cronograma para la retirada de Afganistán y
entregar gradualmente a los afganos el control de su país. Tanto la Canciller
federal alemana, Angela Merkel, como la ministra de Defensa española, Carme
Chacón, coincidieron en que la fecha tope para la retirada total podría ser
el 2014. Canadá, tercer perdedor de soldados, dejó claro que se retiraría
en 2011; Polonia lo haría en 2012 y Países Bajos –compelida por su crisis
gubernamental–, durante el verano actual. El pasado primero de agosto comenzó
a hacer efectiva la retirada.
El resultado más fehaciente
de los yerros sobre Afganistán fue “la verdad revelada por el Presidente
alemán, Horst Köhler” (le costó el cargo) sobre los “intereses
comerciales de su país en la contienda”. Sobran palabras. En tanto, los
checos han enviado 110 soldados para su unidad de helicópteros; los daneses
rumoran su retirada inmediata (y añaden 140 millones de coronas para la
pacificación). En tanto, Estonia, Letonia, Lituania y Georgia, no se han
pronunciado aún sobre su retirada. Georgia, con 925 efectivos demuestra su
agradecimiento a Estados Unidos y a la Unión Europea (UE) por su apoyo
durante y después de la guerra de agosto de 2008.
Resulta incuestionable que la
prolongación del conflicto y la cantidad creciente de bajas han propiciado
que los aliados busquen la manera de retirarse lo antes posible, incluido el
nuevo gobierno británico, que hasta ahora había flanqueado
incondicionalmente todas las decisiones de Washington. Ni las perspectivas de
aprovechar el creciente negocio del opio (que en ocasiones es desviado por
algunos militares) ni las reservas de minerales descubiertos recientemente,
valorados en más de 2,45 miles de millones de dólares los incitan a
quedarse.
El pasado 20 de julio de 2010
la conferencia internacional de Kabul, convocada por el secretario general de
la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, contó con representantes políticos y
militares de 70 países (entre ellos la secretaria de Estado estadounidense,
Hillary Clinton, el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon y de los
invitados, el Ministro de Relaciones Exteriores de la Federación Rusa). Lo más
notorio de la conferencia fue definir que no se elaborará ningún cronograma
de retirada y así, comprometer más a los países aliados, que permanecerían
en Afganistán durante el tiempo que sea necesario.
El profuso comunicado final
precisó lineamientos, que establecen un programa de prioridades nacionales de
los países donantes para el empleo del 80% de los recursos destinados a la
recuperación de Afganistán en el próximo bienio. En este contexto se abunda
sobre las tradicionales acepciones de gobernanza, Estado de derecho y derechos
humanos; la creación de un tribunal anticorrupción –que obvia el destino
del tráfico de opio–; el derecho de género e infancia (bajo las bombas);
la paz, la reconciliación e integración; la cooperación regional…
El
Comunicado de Kabul en síntesis expresó:
• El énfasis sobre
la ubicación de Afganistán en el corazón de Asia (interés geoestratégico)
• Implementar –en
línea con la Conferencia de Londres– el fuerte apoyo para canalizar al
menos el 50% del aporte al desarrollo del país a través del gobierno afgano.
Algunos cálculos señalan que desde 2002 se han gastado más de 40 000
millones de dólares, la mitad de ellos para entrenar y equipar a los afganos.
• La importancia del
potencial económico de los recursos naturales afganos para la estabilidad de
la región y la prosperidad de sus pueblos
• Un compromiso
permanente de todos con Afganistán.
• Ejecutar la
transición del mando de las tropas de la ISAF a las afganas, a concluir en
2014, en dependencia de las condiciones que existan en el país y no a partir
de un calendario.
• Trabajar para
incorporar a todos los afganos pertenecientes a la oposición armada, no
vinculados al terrorismo internacional, a partir de su renuncia a la
violencia, para que acepten la unión pacífica con el resto del pueblo y el
respeto a la constitución de los “talibanes moderados”.
El Secretario General de la
OTAN precisó que las fuerzas internacionales no se irán del país, sino que,
cuando el proceso de transición sea irreversible, se mantendrán como apoyo y
mantenimiento de la paz.
Cuentas aparte –la guerra
en Afganistán es un negocio lucrativo: pocos hablan del coste humano. El
Derecho Internacional Humanitario es más vapuleado que nunca. Así lo
ilustran los “daños colaterales” en Kunduz del pasado año, debido al
ataque del ejército alemán contra civiles (que la OTAN recién calificó de
error militar) y el escándalo ante la revelación de documentos secretos en
varios medios de prensa estadounidenses y europeos, donde figuran la eliminación
selectiva de talibanes –al estilo israelita contra palestinos–; frecuentes
asesinatos de civiles y cifras ocultas de soldados fallecidos.
El complejo militar
industrial estadounidense –y sus principales aliados de la OTAN– no tienen
la percepción de que una retirada a tiempo podría ser menos humillante que
una salida forzosa, tal vez más pronto de lo que parece. Es imposible someter
a un pueblo que ha decidido utilizar todas las fuerzas para defender su
territorio de la mejor manera posible, aplica métodos para el desgaste
permanente de los ocupantes como parte de la guerra irregular. Los tanques
pensantes y estrategas de Washington ya habían esbozado “estudios” para
readaptarse a este nuevo arte de guerra –tan antiguo en el mundo como la
defensa de los invadidos contra los invasores–. ¿Se van o se quedan? En
esta guerra interminable, pospuesta e indefinida, sería incierto un
vaticinio.
(*)
Leyla Carrillo Ramírez y Nelson Roque Suástegui pertenecen al Centro de
Estudios Europeos, Cuba.