Un
desastre de dimensiones bíblicas: las inundaciones causadas
por las profusas lluvias monzónicas de hace un mes han
afectado a más de 17,2 millones de personas y matado a más
de 1.500, de acuerdo con el organismo de gestión encargado
del desastre de Pakistán. Agosto es la estación del monzón
en Pakistán. Este año una abundante lluvia ha seguido
cayendo, razón por la que las aguas no disminuyen. Cerca de
2.000 muertos y más de 20 millones de personas sin hogar.
Los desastres por causas humanas (la guerra en Afganistán y
su extensión dentro de Pakistán) son muy malos. Ahora el
país debe afrontar su peor desastre natural nunca habido.
La mayoría de gobiernos encontrarían dificultad para
afrontar el desastre, pero el actual régimen está
virtualmente paralizado.
Durante
los últimos sesenta años, la élite gobernante del país
nunca ha sido capaz de construir una infraestructura social
para su pueblo. Este es un defecto estructural profundo y
que afecta adversamente a la mayoría de la población. Hoy
en día los gobernantes del país siguen con avidez los
dictados neoliberales del FMI, para mantener el flujo de préstamos.
No ayudan en el mejor de los casos y son inútiles cuando el
país está sumido en su peor crisis humanitaria de las últimas
décadas.
La
respuesta de Occidente ha sido menos que generosa, lo que ha
causado el pánico en Ismalabad con los periodistas pro EEUU
del país suplicando que si la ayuda no viene los
terroristas pueden apoderarse del país. Esto no tiene
sentido. El ejército pakistaní tiene firmemente el control
de las actividades de socorro de la inundación. Los grupos
religiosos y otros también están recaudando dinero y
ayudando a los que se han quedado sin hogar. Es normal.
Desde
el 11-S una islamofobia rampante se ha apoderado de Europa y
de zonas de América del Norte. Una reciente encuesta de
opinión en el “multicultural Reino Unido” reveló que
cuando se preguntó sobre el primer pensamiento que acudía
ante la palabra “Islam” más del cincuenta por ciento
replicó “terrorista”. Francia y Alemania, Holanda y
Dinamarca, no son diferentes.
Esta
forma de tratar el Islam como el “otro” permanente no
está desligada de las guerras en Iraq y Afganistán, pero
la actitud es tan errónea como el antisemitismo que encendió
el prejuicio y el genocidio durante la primera mitad del
siglo XX. Ha muerto un millón de iraquíes desde la ocupación:
¿a quién le importa? Civiles afganos mueren cada día: es
culpa suya. Pakistán está bajo el agua. Indiferencia. Esta
es indudablemente una razón de la falta de respuesta.
Zardari
se une a Bush en el club de los zapatazos
Otra
razón es de cosecha propia. Muchos ciudadanos de origen
pakistaní con los que he hablado en las últimas semanas
son reacios a enviar dinero porque temen que cabe en los
enormes bolsillos de los líderes corruptos que gobiernan el
país. A medida que las aguas empezaron a inundar Pakistán,
el presidente del país partió para Europa. Tenía que
inspeccionar sus propiedades; su hijo había de ser coronado
como el líder futuro de Pakistán en un mitin en
Birmingham, Inglaterra.
“1.000
muertos, el presidente está de vacaciones”: mientras las
imágenes de un país ahogándose estaban siendo mostradas
en la televisión europea, el presidente de Pakistán estaba
de camino hacia su castillo del siglo XVI en la campiña
francesa. La coronación en Birmingham fue pospuesta. Era
demasiado grosero incluso para los leales. En su lugar,
Zardari pronunció un atroz discurso y un anciano de
Cachemira, cabreado por las tonterías que chorreaba, se
puso en pie y lanzó uno de sus zapatos al presidente-hombre
de negocios llamándolo “corrupto y ladrón”. Zardari
abandonó la sala airado. “Zardari se une a Bush en el
club de los zapatazos” fue el titular del periódico
pakistaní de mayor difusión.
Algunos
manifestantes ponían zapatos al lado de las fotografías de
Zardari, mientras que otros sostenían pancartas con lemas
del tipo “1.000 muertos, el presidente está de
vacaciones”, “miles de muertos, millones sin casa” y
“¿Están los Zardaris disfrutando de Inglaterra mientras
Pakistán se ahoga?” Nada de eso ayudó a recaudar más
dinero.
Mientras
las imágenes de Pakistán para afrontar la crisis y la
miseria del pueblo estaban mostrándose en la televisión
europea, un helicóptero de la fuerza aérea francesa estaba
transportando al hombre más rico de Pakistán hacia su
propiedad europea más extravagante, el castillo del siglo
XVI, Manoir de la Reine Blanche (mansión de la reina
blanca), con sus cinco acres [un acre equivale a casi 4.047
metros cuadrados. NdT] de parques, lagos y bosques.
Originalmente construida para la viuda del rey Felipe VI
ahora es la propiedad del viudo paquistaní, el presidente
Zardari. ¿Cómo puede permitírselo? Todo el mundo lo sabe.
Con pagos bajo mano de las empresas que invierten en el país.
De
vuelta a casa, el grupo Jang, el mayor imperio de medios de
comunicación del país, fue advertido por el gobierno a
actuar con cuidado y a no mostrar imágenes del incidente
del zapatazo en el canal Geo de televisión. Hicieron caso
omiso del aviso y en su lugar entrevistaron al lanzador del
zapato.
Incapaces
de frenar a YouTube, los hombres de Zardari apagaron Geo y
otra red, ARY, en Karachi y partes de Sind. Y cientos de
jiyalas de Zardari, esto es descerebrados leales del
partido, se congregaron fuera de las oficinas de Geo en
Karachi, arrojando piedras y zapatos. Todo ello como reacción
a la decisión de Geo de informar del incidente del
zapatazo.
Periódicos
del grupo Jang se quemaron en todo Karachi. Ninguna aparición
policial. Como reacción, Geo empezó a reproducir clips de
Benazir Bhutto en defensa de la libertad de prensa. Siguen
las inundaciones…
(*) Tariq Ali, nacido en Lahore
(Pakistán) en 1943, es escritor, director de cine,
historiador y activista político. Escribe
habitualmente para The Guardian, Counterpunch, London Review
of Books, Monthly Review, Z Magazine y New Left Review. Su
libro más reciente es “The Protocols of the Elders of
Sodom and other Essays”, publicado por Verso.