El Instituto Internacional de
Estudios Estratégicos (IISS, por sus siglas en inglés) dio a conocer la
semana pasada su octavo examen estratégico global (www.iiss.org, 10/12-9-10).
El IISS está asentado en
Londres y es el think-tank sobre cuestiones militares y de seguridad más
importante del mundo. Lo integran experimentados especialistas en defensa,
militares retirados y otros de alto rango y sus estudios abarcan el planeta
entero.
Los informes del organismo
suelen ser grises y aun aburridos, su lenguaje es prudente y hasta cauteloso,
pero el de este año cambió bruscamente al referirse a Afganistán: calificó
esa guerra de “largo y alargado desastre”.
Señala que las potencias de
Occidente “exageran” la amenaza que entrañan Al Qaida y el talibán.
“Se ha inflado” el número de tropas estadounidenses en Afganistán
–agrega– y no guarda proporción alguna con la misión de “desmantelar y
derrotar a Al Qaida”, que Obama les confió.
El estudio del IISS fue
supervisado por Nigel Inskster, ex vicedirector del servicio de inteligencia
británico o MI-6. Es interesante que además subraye que el peligro de Al
Qaida es mínimo en todas partes, incluso en Somalia y Yemen, países en los
que EE.UU. interviene, so capa de su seguridad, a ritmo cada vez mayor.
El director de la CIA, Leon
Panetta, había ya informado que “el número estimado de terroristas de Al
Qaida en Afganistán es de 50 a 100, tal vez menos” (www.huffingtonpost.com,
29-6-10). Aseveró que se concentran en zonas limítrofes de Pakistán y así
justificó los constantes ataques que aviones no tripulados infligen a los
civiles paquistaníes, niños y mujeres incluidos.
Si esas cifras son correctas,
un puñado de terroristas mantiene en jaque a casi 150.000 efectivos, 98.000
estadounidenses y el resto de los aliados de la OTAN. No es creíble.
Panetta no tuvo empacho en
afirmar que EE.UU. progresa en Afganistán, “aunque es más duro y más
lento de lo que se esperaba”. Así es: en los veintidós meses de gobierno
de Obama cayeron más militares norteamericanos que en los ocho años de W.
Bush. El general David Petraeus, comandante en jefe de las tropas ocupantes de
Irak y Afganistán, no se muestra tan optimista como antes.
Obama anunció la retirada de
Afganistán para agosto de 2011, pero el general tiene otra perspectiva:
declaró en Bagdad que el proceso es a veces parecido a “ver cómo crece el
pasto o se seca la pintura” (//abcnews.go.com, 14-9-10). Fue más lejos:
estuvo de acuerdo con la periodista que lo entrevistaba en que “el éxito
contra la insurgencia” podía llevar nueve o diez años más. Bastante antes
el pasto crece y se seca la pintura. No es Al Qaida entonces, es el talibán.
Petraeus asumió oficialmente
el mando de las tropas en Afganistán el 4 de julio y cambió algunos aspectos
de las tácticas de su antecesor, el general Stanley A. McChrystal. Declaró
que los bombardeos aéreos “matan afganos” y duplicó el número de
allanamientos de domicilios particulares.
Ahora no mueren menos: un
alto porcentaje de los 1031 asesinados por las Fuerzas de Operaciones
Especiales (SOF, por sus siglas en inglés) en 3000 allanamientos e
identificados como “insurgentes” eran vecinos que habían salido a la
calle armados al escuchar el ruido de los procedimientos. Su intención no era
atacar a los del SOF, sino defender a su familia ante un posible agresor, pero
fueron ejecutados (Inter Press Service, 15-9-10).
El general Petraeus se jacta
del elevado número de mandos insurgentes superiores y medios que las SOF han
eliminado, herido y apresado, sólo que hasta altos mandos del ejército dudan
de que todos sean talibán: el mayor general Douglas Stone, que supervisó las
políticas de detención a comienzos de 2009, concluyó que no lo eran los dos
tercios de los presos que EE.UU. retenía como tales en Afganistán (www.guardian.co.uk,
14-10-09). Otra inflación.
Los allanamientos nocturnos
enojan a los afganos: trescientos civiles tomaron las calles de Wardak –un
ejemplo– como respuesta al asesinato de tres hermanos que dormían en sus
camas (www.worldcantwait.net, 12-8-10). El mando de la OTAN dijo que las víctimas
eran sospechosos de pertenecer a la insurgencia. Hay sospechas que matan.
Los artefactos explosivos
improvisados que los talibán plantan al borde de las rutas que recorren los
vehículos ocupantes (IED por sus siglas en inglés) son responsables de la
mayoría de las bajas estadounidenses, y el Pentágono ha creado una división
especial para contrarrestar esa arma mortífera, la Organización para
derrotar a los IED (Jieddo, por sus siglas en inglés). Sus estadísticas más
recientes revelan dos cosas: la insurgencia ha aumentado “de manera
alarmante” la colocación de esos dispositivos y la población civil
denuncia cada vez menos dónde.
Algunas cifras proporcionadas
por la Jieddo: en marzo de este año detonaron 434 IED causando la muerte de
23 efectivos de las tropas invasoras y 252 heridos; en abril, 475 provocaron
17 bajas y 230 heridos; en mayo, la explosión de 554 mató a 34 e hirió a
333 (//homeland securitynewswire.com, 29-7-10). Por otra parte, la proporción
de IED que los vecinos notifican a las fuerzas ocupantes descendió del 4,5
por ciento de los “incidentes” en los primeros meses de 2009 al 2,1 por
ciento en julio de este año. La exasperación de los ocupados crece más
velozmente que el pasto.
Una pregunta: si los hombres
de Al Qaida son un puñado frente al poderío militar más moderno y letal del
mundo, ¿por qué la Casa Blanca insiste en la guerra y aumenta las tropas que
envía a Afganistán? ¿Se trata de crear las mejores condiciones para atacar
a Irán? ¿O de seguir alimentando las ganancias del complejo
militar-industrial? ¿O las dos cosas?
Corrupciones
La Casa Blanca se queja de la
corrupción imperante en el gobierno del presidente Hamid Karzai. Tiene razón:
del aeropuerto de Kabul salen cada semana –varias veces– valijas cargadas
de dólares en efectivo que altos funcionarios afganos envían al exterior. A
sus cuentas, naturalmente.
Un solo viaje a Dubai llevó
52 millones de unidades verdes (www.npr.org, 1/2/10). La mayoría de esos
dineros proviene de la impune apropiación de tierras públicas y privadas y,
sobre todo, del comercio del opio. Desde el derrocamiento de los talibán en
el 2001, Afganistán se ha convertido en el mayor productor mundial del
estupefaciente.
Un muy destacado confiscador
de tierras es el hermano del presidente, Ahmed Wali Karzai, que preside el
consejo provincial de la provincia sureña de Kandahar y no se limita a esa
sola actividad: también les incauta el agua a las grupos tribales del lugar,
lava dinero y –se dice– permite el paso de grandes cargamentos de opio
mediante la adecuada y jugosa comisión (www.nytimes.com, 30/3/10). Su hermano
lo defiende contra todas las presiones. La familia es la familia.
No es el único, claro. Según
el New York Times (26/8/10), al ex gobernador de la provincia de Helmand Sher
Mohammed Akhunzada le encontraron nueve toneladas de opio y heroína en
terrenos de su propiedad. No fue penalizado, que se sepa. Tal vez porque
figuraría en la larga lista de pagos que la CIA abona en Afganistán.
Incluye, entre otros, al hermano de Hamid.
El diario neoyorquino señala
que funcionarios afganos y estadounidenses informaron que el miembro
prominente del Consejo Nacional de Seguridad de Afganistán Mohammed Zia
Salehi recibe hace muchos años un sueldo de la CIA.
Salehi no es un personaje
menor: funciona como asesor personal del presidente y fue arrestado en julio
pasado por su involucramiento en la transferencia al exterior de miles de
millones de dólares. “Todo lo que hace es por instrucciones directas del
presidente, no hay intermediarios”, subrayó Harron Mir, director del Centro
Afgano de Investigación y Estudios Políticos.
La detención de Salehi duró
muy poco: Karzai ordenó su libertad (www.rawa.org, 27/8/10). Se podrían
multiplicar ejemplos como el que dio el ex ministro de Minas Mohammad Ibrahim
Adel: aceptó un soborno de 30 millones de dólares para adjudicar a China la
concesión de la muy lucrativa mina de cobre Aynak. Renunció al cargo, pero
no pasó un solo día entre rejas (www.washingtonpost.com, 18/11/09). Los
amigos son los amigos.
Perogrullo dijo que donde hay
un corrupto hay un corruptor. Los más importantes son las corporaciones que
proporcionan, entre otras cosas, los “soldados de fortuna” alquilados para
“reconstruir” a Irak y Afganistán, y que además sustituyen a las fuerzas
estadounidenses en no pocas tareas. Son unos 180 mil mercenarios, una cifra
que supera al número de tropas que los ocupantes de EE.UU. jamás tuvieron.
El gigante de la construcción
KBR Inc. obtuvo contratos del Pentágono por valor de 16 mil millones de dólares
solamente en el período 2004/2006 (//projects.publicintegrity.org. 2008). Le
siguieron monopolios como DynCorp International, Boeing y tantos más. La
guerra es la guerra.
Las acciones de los
contratistas son diversas. La Blackwater emplea mercenarios que no vacilan en
matar a civiles afganos a voluntad. Y no sólo: Erik Prince, su fundador, ha
sido acusado de participar en el programa de ejecuciones extralegales de la
CIA. Al parecer, Prince ha llevado una doble vida durante años: a la luz
diurna, presidente ejecutivo de Blackwater; en las sombras del secreto, diseñador,
financista y ejecutor para la CIA de operaciones que van desde infiltrar
personal en zonas de difícil acceso para los servicios estadounidenses hasta
preparar grupos que asesinan a sospechosos de ser dirigentes de la insurgencia
o miembros de Al Qaida (www.vanityfair.com, enero de 2010). No extraña que el
gobierno de EE.UU. haya acordado a su empresa contratos por valor de 1500
millones de dólares entre el 2001 y el 2009.
La Blackwater no se ha
detenido ahí. Robó centenares de armas, más de 500 rifles de asalto AK-47
incluidos, que tomó de un depósito estadounidense en Afganistán para armar
a sus guardias sin el permiso del comando central de ocupación. En mayo de
2009, cuatro de ellos ametrallaron a un coche que transportaba a civiles
afganos, menos de dos años después de que otros colegas mataran a diecisiete
civiles en Bagdad (//washingtonindependent.com, 23/2/10).
No todos los contratistas son
tan duros. Un estudio del Fondo de Investigación del Huffington Post reveló
que ciertas compañías organizan fiestas y acercan prostitutas a funcionarios
y militares estadounidenses en la Zona Verde de Bagdad para lograr contratos
ventajosos (//huffpostfund.org, 23/8/10). No todas las formas de la corrupción
se tapizan con dinero.