Afganistán
Los militares estadounidenses,
especialistas en empantanarse
Hacia el décimo año de la invasión
Por
Andrew Bacevich (*)
Tom
Dispatch, 07/10/10
Rebelión,
09/10/10
Traducido por Germán Leyens
Introducción del editor de Tom
Dispatch
Piense
en lo siguiente: El libro número tres en Amazon es por el
momento Obama’s Wars, y sin embargo la guerra que
tiene la mayor posibilidad de convertirse en la del
presidente recién parece coger impulso. ¿Es un caso de título
prematuro?
Hablo,
claro está, de la guerra de EE.UU. en (¿contra?) Pakistán.
El sábado pasado, el Wall Street Journal informó de
que la CIA está dispuesta a pedir prestado o robar
cualquier drone armado que les sobre a los militares de
EE.UU. para expandir lo que se ha convertido en una campaña
“encubierta” de asesinatos contra dirigentes de al–Qaida
y los talibanes en algo que se parece más una guerra aérea
robótica total en las tierras tribales fronterizas
paquistaníes, especialmente Waziristán del Norte.
A
medida que se intensifica la guerra de drones de la CIA,
también se intensifican los cruces de otro tipo en las
fronteras aéreas. Helicópteros estadounidenses persiguen a
combatientes talibanes “en fuga” como parte de lo que
los militares llaman “autodefensa” armada conocida
otrora como “persecución directa”, hacia esos
“santuarios” paquistaníes desde los cuales se dice que
los talibanes realizan su propia ‘oleada’ exitosa en
Afganistán. (“Furiosas y avergonzadas”, las autoridades
paquistaníes han reaccionado a las incursiones con el
cierre de un cruce esencial de la frontera que suministra el
avituallamiento bélico estadounidense en Afganistán –y
los talibanes han incendiado una serie de camiones cisterna
cerca de Islamabad, la capital paquistaní–). También
escala evidentemente la frustración de los comandantes
estadounidenses ante un enemigo que está al acecho a lo
largo de una frontera que en gran parte no está marcada.
Y
lo que ha sucedido hasta ahora podría ser sólo el
comienzo. En su nuevo libro, Bob Woodward informa de que
funcionarios del gobierno de Obama, militares y civiles, ya
se mostraban ansiosos por hacer algo más en Pakistán en el
otoño de 2009. Como describió indirectamente, pero de modo
bastante claro, Dennis Blair, director de Inteligencia
Nacional, al embajador paquistaní de esos días, si su país
no estuviera de acuerdo con una “colaboración estratégica”,
esencialmente mediante la acción contra redes combatientes
en Waziristán del Norte, “Tendremos que hacer lo que es
nuestro deber para proteger los intereses de EE.UU.”
El domingo pasado, Greg Miller del Washington Post
informó de que el “análisis” de la guerra afgana del
gobierno en aquel entonces se había “concentrado en la
necesidad de eliminar santuarios insurgentes en Pakistán”.
También señaló que el comandante de la guerra afgana,
general David Petraeus, propugna ahora “una actitud más
agresiva hacia Pakistán, y había apoyado particularmente
el esfuerzo con drones de la CIA”.
Un
pasaje inquietante en una reciente información en el Wall
Street Journal del sábado, sin embargo, debería poner
los pelos de punta a todos los lectores: “Funcionarios
estadounidenses dicen que un exitoso ataque terrorista
contra Occidente originado en Pakistán podría obligar a
EE.UU. a emprender una acción militar unilateral un
resultado que todas las partes desean evitar–”. ¿Un
ataque semejante podría “obligar” a EE.UU. “a
emprender una acción militar unilateral”? Pensad un
momento en algo semejante. En medio de un repentino
tamborileo de anuncios de posibles ataques en Europa de
grupos terroristas basados en Pakistán, podría existir, de
hecho, un contingente creciente de funcionarios militares y
civiles de EE.UU. tan frustrados con la desastrosa guerra en
Afganistán que están dispuestos a expandir
significativamente la guerra en Pakistán, y sólo esperan
la excusa necesaria para hacerlo.
Estamos
hablando de jugar con fuego. Pakistán no es Afganistán. Más
escaladas importantes de la guerra estadounidense en ese país
–reacciones impotentes ante el fracaso continuo–
conducirían a problemas de todo tipo. Si se insiste
suficientemente, es lo que sucederá. (Tom)
****
La
guerra prolongada: Año 10
Perdidos
en el desierto con el GPS estropeado
Por
Andrew J. Bacevich
En
enero de 1863, la orden del presidente Abraham Lincoln a un
general recién nombrado fue de una simpleza ejemplar:
“danos victorias”. La orden tácita del presidente
Barack Obama a sus generales viene a ser: dadnos condiciones
que permitan una retirada digna. Una cita concisa en el
nuevo libro de Bob Woodward captura la esencia de una
Doctrina Obama emergente: “dejadlo de lado y marchaos”.
Meterse
en una guerra es generalmente algo fácil. Salirse tiende a
ser algo completamente distinto –especialmente cuando el
comandante en jefe y sus comandantes en el terreno no están
de acuerdo en la conveniencia de hacerlo–.
Feliz
aniversario, EE.UU. Hace nueve años –el 7 de octubre de
2001– una serie de ataques aéreos de EE.UU. contra
objetivos en todo Afganistán lanzaron la campaña de lo que
desde entonces se ha convertido en la guerra más prolongada
de la nación. Tres mil doscientos ochenta y cinco días
después la lucha por determinar el futuro de Afganistán
continúa. Por lo menos en parte, la “Operación Libertad
Duradera” ha justificado su nombre: ciertamente ha
demostrado que es duradera.
Mientras
el conflicto conocido previamente como la Guerra Global
contra el Terror inicia su décimo año, los estadounidenses
tienen derecho a plantear la pregunta: ¿Cuándo, dónde y cómo
terminará la guerra? A secas, ¿hemos llegado casi a ese
punto?
Por
cierto, con el paso del tiempo, se ha hecho cada vez más
difícil discernir “ese punto”. Resultó que Bagdad no
era Berlín y es seguro que Kandahar no es Tokio. No esperes
que CNN transmita en el futuro previsible una
ceremonia de rendición.
Lo
que sabemos es que se inició una aventura en Afganistán,
pero poco después se concentró en Iraq, y ahora ha vuelto
–de nuevo– a Afganistán. Nadie sabe si las oscilaciones
de este péndulo significan un progreso hacia algún
objetivo final.
Los
estadounidenses empleaban otrora alfileres y mapas para
medir el progreso en tiempos de guerra. Trazar el conflicto
provocado por el 11–S mejorará sin duda vuestro
conocimiento de la geografía del mundo, pero no os dirá
nada sobre la orientación de la guerra.
¿Dónde,
entonces, nos dejan nueve años de combate? Escarmentados,
pero no necesariamente esclarecidos.
Hace
sólo una década, la ya olvidada campaña de Kosovo pareció
representar un patrón para un nuevo modo estadounidense de
hacer la guerra. Fue una campaña lograda sin sufrir una
sola víctima fatal estadounidense. Resultó, sin embargo,
que Kosovo fue un evento único. Sin duda las fuerzas
armadas de EE.UU. eran entonces (y siguen siendo
actualmente) invencibles en términos tradicionales. Sin
embargo, después del 11–S, Washington lanzó a esas
fuerzas armadas a una misión en la que manifiestamente no
pueden vencer.
En
lugar de estudiar las implicaciones de ese hecho –basarse
en la fuerza de las armas para eliminar el terrorismo es una
empresa descabellada–, dos gobiernos han prolongado
obstinadamente la guerra, incluso mientras reducían
silenciosamente las expectativas de lo que podrían lograr.
Al
terminar oficialmente el rol de combate en Iraq durante este
año –un día feliz como el que más– el presidente
Obama se abstuvo de proclamar “misión cumplida”. Más
vale que no lo haya hecho: mientras las tropas
estadounidenses parten de Iraq, los insurgentes se mantienen
activos y en el terreno. En lugar de cantar victoria, el
presidente simplemente instó a los estadounidenses a dar
vuelta a la hoja. Con notable alacridad, parece que la mayoría
de nosotros hemos accedido.
Tal
vez sea más sorprendente que los actuales dirigentes
militares hayan abandonado la noción de que la victoria en
las batallas gana las guerras, que fue otrora el fundamento
de su profesión. Los guerreros de otra época insistían en
que “No hay sustituto para la victoria”. Los guerreros
en la era de David Petraeus adoptan una consigna
completamente diferente: “No hay una solución militar”.
El
general de brigada H.R. McMaster, una de las estrellas
ascendentes del ejército, resume lo último en pensamiento
militar avanzado: “Sólo el combate y la victoria en una
serie de batallas interconectadas en una campaña bien
desarrollada no asegura automáticamente el logro de
objetivos de guerra.” La victoria como tal está pasada de
moda. Ahora se persevera.
De
modo que un cuerpo de oficiales que antes trataba sobre todo
evitar guerras prolongadas, ahora se especializa en
lodazales. Las campañas no terminan realmente. En el mejor
de los casos, se agotan.
Entrenados
en el pasado para matar gente y romper cosas, los soldados
estadounidenses prestan atención ahora a la conquista de
corazones y mentes, mientras actúan además como asesinos.
El término políticamente correcto para esto es
“contrainsurgencia”.
Ahora,
asignar a soldados de combate la tarea de construir una nación
en, digamos, Mesopotamia equivale a contratar a un equipo de
leñadores para que construyan una casa en un suburbio. Lo
que sorprende no es que el resultado no sea perfecto, sino
que se cumpla alguna parte de la tarea.
Sin
embargo, al adoptar simultáneamente la práctica de
“asesinatos selectivos”, los constructores tienen la
doble tarea de destruir casas. Para los asesinos
estadounidenses, el arma preferida no es el fusil del
francotirador o la navaja, sino aviones no tripulados
armados de misiles controlados desde bases en Nevada o en
otros sitios a miles de kilómetros del campo de batalla
–la expresión máxima de un deseo estadounidense de
librar la guerra sin ensuciarse las manos–.
En
la práctica, sin embargo, el asesinato de los culpables
desde lejos también implica frecuentemente el asesinato de
inocentes. De modo que acciones emprendidas para mermar las
filas de los yihadistas en lugares tan lejanos como Pakistán,
Yemen, y Somalia, aseguran sin quererlo el reclutamiento de
reemplazos, garantizando un suministro interminable de
corazones endurecidos.
No
es sorprendente que las campañas lanzadas desde el 11–S
sean interminables. El propio general Petraeus ha explicado
las implicaciones: “Es el tipo de combate en el que
estaremos durante el resto de nuestras vidas y probablemente
durante las vidas de nuestros hijos”. Obama podrá querer
“irse”. Sus generales se inclinan por seguir adelante.
El
que tardemos más en lograr menos de lo que nos propusimos
también cuesta mucho más de lo que alguien haya podido
imaginar. En 2003, el asesor económico de la Casa Blanca,
Lawrence Lindsey, sugirió que la invasión de Iraq podría
costar hasta 200.000 millones de dólares –una suma
aparentemente astronómica–. Aunque Lindsey se vio pronto
sin trabajo como resultado, resultó que era cicatero. La
cuenta de nuestras guerras después del 11–S ya excede un
billón (millón de millones) de dólares, todo agregado a
nuestra deuda nacional que crece desenfrenadamente. Con la
ayuda considerable de las políticas de guerra de Obama, la
cuenta sigue aumentando.
¿Hemos
llegado al fin? Ni siquiera. La verdad es que estamos
perdidos en el desierto, tambaleándonos por un camino sin
marcas, con el cuentakilómetros roto, el GPS arruinado, y
con el medidor de gasolina que muestra que el tanque está
casi vacío. Washington sólo puede esperar que el pueblo
estadounidense, dormido en el asiento trasero, no se dé
cuenta.
(*)
Andrew J. Bacevich es profesor de historia y relaciones
internacionales en la Universidad Boston. Su libro más
reciente es: “Washington Rules: America’s Path to
Permanent War”.
Cumplió
9 años la guerra en Afganistán, el llamado “cementerio
de los imperios”
A
la baja, el apoyo popular al conflicto en EEUU
Por
David Brooks
Corresponsal
en EEUU
La
Jornada, 08/10/10
Nueva York, 7 de octubre.– La guerra no se ve, ni se oye, ni
huele en las calles de este país. A pesar de que hoy se
cumple el noveno aniversario de la guerra estadounidense en
Afganistán –la más larga en la historia de este país–
ese conflicto no está en el centro de la atención pública,
a menos que uno sea veterano, familiar de algún soldado, o
un político que de pronto se siente obligado a visitar a
los miles de heridos física y mentalmente como resultado de
una invasión a un país que –desde tiempos de Gengis
Khan– ha sido conocido como el “cementerio de los
imperios”.
Hoy
no hubo ninguna declaración ni acto oficial para marcar el
noveno aniversario, y la mayoría de los medios tampoco
resaltaron el hecho.
El
7 de octubre de 2001 Estados Unidos realizó una serie de
ataques aéreos sobre Afganistán. Nueve años después
nadie es capaz de apostar que los objetivos iniciales de
esta guerra estén más cerca de cumplirse. De hecho, hay
indicios de que Washington acepta propuestas para una
negociación indirecta con el talibán.
Herencia
de Bush asumida por Obama
Para
el presidente Barack Obama la coyuntura actual determinará
si su estrategia será efectiva al llegar las cerca de 30
mil tropas más que decidió enviar, elevando el total a
unos 100 mil. Con esto ya pasa de ser una guerra que heredó
de George W. Bush a una que ahora es su responsabilidad.
Por
ahora, se registra el nivel más alto de bajas
estadounidenses y de otras fuerzas de la OTAN desde 2001;
hasta la fecha más de mil 220 militares estadounidenses han
muerto (unos 2 mil de las fuerzas del OTAN en total). Unos
120 militares estadounidenses murieron en julio y agosto, y
más en los primeros ocho meses de 2010, que el total de
2009; mientras tanto se han multiplicado los ataques contra
ellos.
A
la vez, la filtración en julio de decenas de miles de
documentos oficiales secretos en el sitio Wikileaks, reveló
la matanza de cientos de civiles por fuerzas de la OTAN
encabezadas por Estados Unidos en incidentes que no se habían
reportado, la creciente intensidad de la contraofensiva del
talibán, y la creciente preocupación entre el mando
militar de que Pakistán se está volviendo parte cada vez más
peligrosa del conflicto.
Por
otro lado, hoy el presidente del Comité de Servicios
Armados del Senado, Carl Levin, emitió un informe con los
resultados de una investigación de un año elaborada por el
comité que reporta sobre un número de contratistas de
seguridad privada en Afganistán que han canalizado sus
fondos estadounidenses a jefes paramilitares y caudillos
afganos.
Éstos,
según Levin, “están vinculados a asesinatos, secuestros,
sobornos y actividades protalibán y anticoalición
(OTAN)”. Subrayó que “muy frecuentemente nuestra
dependencia de contratistas de seguridad privada en Afganistán
ha fortalecido a los jefes de guerra e interlocutores de
poder operando fuera del control del gobierno afgano. Hay
pruebas significativas de que algunos de los contratistas de
seguridad trabajan incluso contra nuestras fuerzas de la
coalición, creando la misma amenaza para la que fueron
contratados para combatir”. Indicó que según las cifras
del Pentágono existían 26 mil trabajadores contratistas de
seguridad privada operando en Afganistán, casi todos
afganos y todos armados.
“Con
el número más alto de muertes civiles y militares este año
y con la fracasada reciente elección, queda claro que la
estrategia militar del gobierno de Obama está fracasando.
Los estadounidenses no pueden gastar más sangre y
tesoro….”, afirmó Paul Kawija Martin, director de políticas
de Peace Action, una de las agrupaciones antiguerra más
grandes de Estados Unidos, señalando que debería haber un
giro en la estrategia hacia soluciones políticas y diplomáticas.
Una
encuesta de CNN a finales de septiembre registró que casi 6
de cada 10 estadounidenses se oponen a la guerra (cerca de
90 por ciento la apoyaba en octubre de 2001). Peor aún, sólo
20 por ciento de demócratas –el partido de Obama– apoya
la guerra. Sólo 44 por ciento opina que las cosas proceden
bien para Estados Unidos en Afganistán, de 55 por ciento
que opinaba eso en marzo de este año.
Y
no hay consenso, y mucho menos afirmaciones oficiales, de
que la estrategia actual generará algún fruto positivo
para Estados Unidos. Con la reducción de apoyo popular en
casa, cada vez menos respaldo en el ámbito internacional
(las tropas de Holanda ya fueron retiradas y serán seguidas
por las de Canadá), con la situación interna de Afganistán
en caos y un gobierno no sólo corrupto sino con poca
legitimidad, y con todo indicando que Pakistán representa
un grave problema sin solución visible en la batalla contra
el talibán y Al Qaeda, el décimo año de esta guerra no
augura bien para Washington.
Escasas
posibilidades para el
“consejo afgano por la paz”
Negociación con los talibanes
Por Habiburahman Ibrahimi (*)
Asia
Times, 08/10/10
Rebelión,
10/10/10
Traducido por Sinfo Fernández
El largamente esperado anuncio
de un “consejo de paz” encargado de la misión de
negociar con los talibanes ha sido recibido con escepticismo
por parte de algunos afganos que creen que su composición y
la negativa de los insurgentes a negociar hasta que las
fuerzas extranjeras no hayan salido del país, no le auguran
mucho éxito.
El Alto Consejo por la Paz se estableció
tras una yirga consultiva por la paz celebrada el pasado mes
de junio, y tiene como objetivo conseguir que para la próxima
primavera los insurgentes se comprometan en el futuro del país.
El Consejo está compuesto de 70 miembros e incluye a líderes
yihadistas, antiguos talibanes, funcionarios de la etapa
comunista y dirigentes religiosos y civiles.
El portavoz del gobierno afgano, Wahid
Omar, declaró que habían seleccionado para el consejo a
todos aquellos que pudieran jugar un papel eficaz en el
proceso de paz, ofreciéndosele a los antiguos combatientes
un papel especialmente influyente. “Confiamos en el que
Alto Consejo por la Paz libere a Afganistán de la crisis y
guerra en que está sumido el país”, dijo.
Sin embargo, se duda de que los
talibanes estén dispuestos a hablar con los miembros de un
consejo con quienes los insurgentes lucharon durante muchos
años y que después se aliaron con las fuerzas
internacionales.
“Me sorprende que el gobierno del
Presidente Hamid Karzai malgaste su tiempo en organizar esas
yirgas y consejos porque los talibanes han manifestado su
oposición a los mismos, declarando que no van a hablar de
paz mientras los extranjeros no se retiren. En este caso, ¿qué
sentido tiene crear ese consejo?”, dijo Kabir Ranjbar, un
político experto y miembro del parlamento por la provincia
de Kabul.
“¿Cómo van a reconciliarse los
talibanes con los individuos que componen el consejo? Les
llaman asesinos del pueblo. Les llamaron provocadores y
corruptos y combatieron contra ellos durante toda una serie
de años.”
El consejo incluye a dirigentes de
algunas facciones de muyahaidines, incluidos Burhanuddin
Rabbani, Abdul Rabb Rasul Sayyaf y Haji Mohammad Mohaqeq,
que dirigieron las facciones que combatieron a los soviéticos
en la década de 1980, antes de volverse unos contra otros
en una viciosa guerra civil.
Mawlawi Ataullah Ludin, miembro del
Alto Consejo por la Paz y parlamentario por la provincia de
Nangarhar, dijo que los afganos estaban más que hartos de
treinta años de guerra y estaban ahora dispuestos a
considerar la paz.
“El presidente ha sido muy cuidadoso
al seleccionar a los integrantes del Alto Consejo por la
Paz”, dijo. “Ha incluido a representantes de todas las
regiones y facciones políticas. El consejo podrá trabajar
por la paz de forma positiva.”
Karzai ha ofrecido una rama de olivo
con anterioridad a los talibanes en diversas ocasiones, pidiéndoles
que depongan las armas y empiecen a negociar con el
gobierno. Sin embargo, sus intentos de acercamiento han
recibido siempre el desdén de los insurgentes, que han
rechazado también rápidamente la iniciativa del consejo de
paz.
“Los talibanes no van a presentarse
mientras haya extranjeros en Afganistán que apoyen al
gobierno afgano”, dijo el portavoz de los talibanes
Zabihullah Mojahed. “Exigimos la retirada total de las
fuerzas agresoras de Afganistán y después iniciaremos
conversaciones de paz.
Los talibanes creemos que los
estadounidenses y sus aliados pretenden con esas acciones
esconder su derrota y de alguna forma tratan de conseguir
que los talibanes cambien sus exigencias de que se retiren
las fuerzas extranjeras de Afganistán.”
Mojahed rechazó también las recientes
afirmaciones del General David Petraeus, comandante del ejército
estadounidense y de la OTAN, en el sentido de que dirigentes
talibanes de alto rango habían contactado con el gobierno
afgano para discutir sobre la reconciliación [1].
El escritor y experto en política
Wahid Mozhda dijo que los insurgentes no deseaban entrar en
conversaciones porque al ver cómo su poder se incrementaba
velozmente, estaban dispuestos a seguir atacando a las
fuerzas extranjeras.
“Es imposible que los miembros del
consejo de paz colaboren en una fórmula de conversaciones
de paz que sea aceptable para la oposición”, dijo.
“Karzai”, continuó, “tenía dos
objetivos para la creación de la yirga por la paz y el
subsiguiente consejo: Primero, quiere mostrar al pueblo que
es una persona amante de la paz y, segundo, la mayoría de
sus integrantes no tiene empleo, por eso quiere encontrarles
algo que hacer y conseguir que colaboren”, dijo.
Los afganos normales y corrientes
sienten también escepticismo acerca de las posibilidades
del consejo, creen que demasiados de sus miembros están
vinculados con crímenes de guerra, con los señores de la
guerra y la corrupción. Abdol Ghafar, un tendero del
distrito Sorubi de la provincia de Kabul, dijo no sentirse
en absoluto optimista acerca de la iniciativa porque incluía
a gentes que al parecer habían cometido crímenes durante
la guerra civil.
“Después de ver ahí los nombres de
esos individuos, la oposición reafirmará aún más su
resistencia”, dijo.
En cualquier caso, “el gobierno ha
comenzado demasiado tarde los esfuerzos de paz con la
oposición. La oposición ha ido haciéndose cada día más
fuerte”.
Abdol Wadud, residente en la provincia
de Khost, dijo que la oferta de negociaciones no tenía
consistencia porque la paz sólo iba a poder conseguirse a
través del diálogo entre EEUU, el gobierno afgano y los países
vecinos.
“Soy un afgano analfabeto, pero
treinta años de guerra me han enseñado muchas cosas y sé
que esta guerra es una guerra entre EEUU, Irán, Pakistán,
la India y algunos otros países”, dijo. “Si Karzai y
EEUU quieren la paz, deberían hablar con todos esos países.
Pakistán e Irán controlan a los talibanes y EEUU controla
a Karzai y a los otros países. Esto no es más que otro
nuevo esfuerzo para engañar al pueblo, eso es todo.”
(*) Habiborahman Ibrahimi es un
periodista formado en Kabul por el Institute for War and
Peace Reporting, donde se publicó originalmente el presente
artículo.
Nota:
[1]
Asia Times ha venido informando de que habían dado comienzo
conversaciones preliminares de paz entre los talibanes y el
gobierno de EEUU, con el ejército pakistaní y Arabia Saudí
actuando como mediadores. Véase: “Taliban and US get down
to talks” (11 septiembre 2010), “Taliban soften as talks
gain speed” (15 septiembre 2010) y “Diplomatic flurry
over peace talks” (18 septiembre 2010).
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