Qué admirables me parecen los jóvenes
manifestantes ante los que hablé el otro día, esos egipcios unidos contra
las injusticias y que comparten una ira que nadie va a poder dominar. El
martes fue para mí un día inolvidable. Me uní a los manifestantes en El
Cairo, junto con los cientos de miles de personas que, en todo Egipto,
salieron a la calle para exigir libertades y enfrentarse a la terrible
violencia policial. El régimen posee un aparato de seguridad con 1.500.000 de
soldados e invierte millones en entrenarlos para una tarea: reprimir al pueblo
egipcio.
Me encontré en medio de miles
de jóvenes que solo tenían en común su valor increíble y su determinación
de hacer una cosa: cambiar el régimen. Unos jóvenes que son, en su mayoría,
estudiantes universitarios sin ninguna esperanza sobre su futuro. Que no
encuentran trabajo y, por tanto, no pueden casarse. Y que actúan movidos por
una ira indomable y un profundo sentido de las injusticias existentes.
Siempre admiraré a estos
revolucionarios. Todo lo que dicen demuestra una aguda conciencia política y
un deseo de libertad que desafía a la muerte. Me pidieron que pronunciara
unas palabras. Aunque he hablado cientos de veces en público, en esta ocasión
era diferente: me encontraba ante 30.000 manifestantes que no estaban de humor
para oír hablar de concesiones y que no dejaban de interrumpir con gritos de
"¡Abajo Hosni Mubarak!" y "El pueblo dice: ¡Fuera el régimen!".
Dije que estaba orgulloso de lo
que habían conseguido, que habían logrado poner fin al periodo de represión,
y añadí que, aunque nos golpearan o nos detuvieran, habíamos demostrado ya
que no teníamos miedo y que éramos más fuertes que ellos. El Gobierno
egipcio tiene a su disposición los instrumentos represivos más temibles del
mundo, pero nosotros tenemos algo más fuerte: nuestro valor y nuestra fe en
la libertad. La muchedumbre respondió con un grito unánime: "¡Acabaremos
lo que hemos empezado!". Yo estaba en compañía de un amigo, un
periodista español que pasó muchos años en Europa del Este y vivió allí
los movimientos de liberación. Dijo: "Mi experiencia es que, cuando sale
tanta gente a la calle, y con tanto empeño, el cambio de régimen es solo
cuestión de tiempo".
¿Por qué se han rebelado los
egipcios? La respuesta está en la naturaleza del régimen. Un régimen tiránico
puede privar al pueblo de libertad pero, a cambio, le ofrece una vida fácil.
Un régimen democrático puede no ser capaz de acabar con la pobreza, pero la
gente tiene libertad y dignidad. El régimen egipcio ha quitado a sus
ciudadanos todo, incluidas la libertad y la dignidad, y no ha cubierto sus
necesidades diarias. Los cientos de miles de manifestantes de El Cairo no son
más que una representación de los millones de egipcios que han vivido con
sus derechos suprimidos.
Si bien en Egipto ya había
llamamientos públicos pidiendo reformas mucho antes de los disturbios de Túnez,
es evidente que los acontecimientos en dicho país sirvieron de inspiración.
La gente empezó a ver con claridad que el aparato de seguridad no podía
proteger a un dictador eternamente. Y teníamos más motivos que nuestros homólogos
tunecinos para protestar, puesto que en Egipto hay más gente que vive en la
pobreza y estamos sujetos a un gobernante que lleva más tiempo sujetando las
riendas del poder. En un momento dado, el miedo empujó a Ben Ali a huir de Túnez.
Es posible que nosotros obtengamos un éxito similar; algunos manifestantes de
El Cairo copiaron el lema en francés que se había oído en Túnez, "Dégage,
Mubarak".
Por otra parte, las revueltas
han llegado ya a otros Estados árabes como Yemen. Las autoridades están
descubriendo que sus tácticas no pueden detener las protestas. Las
manifestaciones se han organizado a través de Facebook, que ha demostrado ser
una fuente de información fiable e independiente; cuando el Estado intentó
bloquearla, la gente fue más astuta y los blogueros explicaron las formas de
saltarse los controles. Y la violencia de los servicios de seguridad es un
peligro para las dos partes: en Suez, la gente se alzó contra la policía por
haber disparado a los manifestantes. La historia enseña que llega un instante
en el que los agentes de a pie se niegan a obedecer las órdenes de matar a
sus conciudadanos.
Cada vez son más los ciudadanos
que desafían a las fuerzas del orden. Un joven manifestante me contó que,
cuando corría para huir de la policía el martes, entró en un edificio y
llamó a un piso cualquiera. Eran las cuatro de la mañana. Le abrió la
puerta un hombre de 60 años, con el miedo visible en el rostro. El
manifestante pidió al hombre que le escondiera de la policía. El hombre le
pidió que le enseñara su documento de identidad y le invitó a entrar, e
incluso despertó a una de sus tres hijas para que le preparase algo de comer.
Se sentaron a comer y beber té y acabaron charlando como viejos amigos. Por
la mañana, cuando se había alejado el peligro de que detuvieran al joven
manifestante, el hombre le acompañó a la calle, le buscó un taxi y le
ofreció un poco de dinero. El joven se negó y le dio las gracias. Mientras
se daban un abrazo, el hombre le dijo: "Soy yo quien debería darte a ti
las gracias por defendernos a mí, a mis hijas y a todos los egipcios".
Así comenzó la primavera
egipcia. Mañana veremos una auténtica batalla.
(*)
Alaa Al Aswany es un escritor egipcio, autor de “El edificio Yacobian”.