La
rabia quema en todo el Oriente Próximo
Por
N. G.
El País, 30/01/11
La caída del régimen de Zine
el Abidine Ben Ali, el 14 de enero, fue para millones de árabes la prueba de
que el cambio político mediante las protestas callejeras es posible. El
descontento engendrado durante décadas en casi todos los países árabes se
ha convertido en pocas semanas en una marea de protestas contra miserias
comunes: el alza de los precios de los alimentos, la pobreza, el desempleo y
los regímenes autoritarios. Los líderes responden aquí y allá con anuncios
de medidas improvisadas para frenar la ira popular y mantenerse en el poder.
• Egipto. El Cairo ha
sido escenario de las mayores protestas callejeras desde que Hosni Mubarak
accedió al poder en 1981. También ha habido marchas en Alejandría, Suez y
otras ciudades. Ni la salida de los tanques a la calle, ni la brutalidad de la
policía, ni el apagón de los teléfonos móviles e Internet han neutralizado
la movilización ciudadana contra el rais.
La semana pasada tres egipcios
se prendieron fuego emulando al joven tunecino que encendió la mecha de la
contestación popular.
Al día siguiente de la caída
del régimen tunecino, el ministro de Exteriores egipcio, Ahmad Abul Gheit,
calificó de "absurdos" los temores de contagio a otros países de
la región. "Cada sociedad tiene sus propias especificidades. Aquellos
que buscan provocar una escalada no lograrán sus objetivos", declaró.
• Túnez. El
desesperado Mohamed Buazizi se quemó a lo bonzo en diciembre, murió semanas
después y se convirtió en un símbolo para los tunecinos de todas las
edades, clases y regiones. La movilización popular continuó tras la huida
del déspota, y de su odiada esposa, a Arabia Saudí. Solo la salida del
Gobierno de transición de los miembros del partido del dictador, salvo el
primer ministro, ha llevado la normalidad al país.
El comisionado de Naciones
Unidas para los Derechos Humanos asegura que las fuerzas de seguridad mataron
a 117 personas en las protestas (incluidas 70 a tiros). El Gobierno asegura
que fueron 78 los muertos.
• Siria. La policía
impidió ayer una sentada de medio centenar de jóvenes en solidaridad con los
manifestantes egipcios. También hay convocada una manifestación para finales
de la próxima semana. Será una prueba para Bachar el Asad, que heredó en
2000 la jefatura del Estado a la muerte de su padre, Hafez, tras 30 años en
el poder.
• Argelia. Fue el
primer país donde tuvieron réplica las movilizaciones iniciales del vecino Túnez.
A principios de mes hubo manifestaciones en Argel y otras ciudades en protesta
por el drástico aumento de los precios, revueltas y pillaje. Murió una
veintena de personas, la mayoría por disparos de la policía, según la
oposición. La semana pasada, cuatro hombres se quemaron. Las autoridades han
abaratado algunos alimentos para aplacar la ira ciudadana.
• Jordania. Unos 200
activistas se manifestaron ayer frente a las oficinas del primer ministro,
Samir Rifai, para exigir su dimisión al grito de "nuestro Gobierno son
un puñado de ladrones". Exhibían pancartas con el lema "No a la
pobreza, no al hambre".
El viernes pasado, unas 3.000
personas –con los islamistas al frente y acompañados de izquierdistas y
sindicalistas– marcharon en Ammán y corearon, a la salida del rezo del
viernes, "Queremos el cambio". El Gobierno ha anunciado la bajada de
precios de alimentos básicos, la subida del sueldo de los funcionarios y
medidas para crear empleo, medidas insuficientes a juicio de los que se han
echado a la calle en la capital y en otras ciudades jordanas.
El rey Abdalá, de 49 años, que
nombra el Gobierno, aprueba la legislación y puede disolver el Parlamento,
según establece la Constitución, pidió el jueves pasado a los legisladores
que se esfuercen más por aliviar las penurias económicas de la población y
que aceleren las reformas políticas. El monarca se enfrenta a la resistencia
de los más conservadores del estamento dirigente a los cambios, porque temen
el auge de los islamistas, informa Reuters.
• Arabia Saudí.
Decenas de personas fueron detenidas el viernes en Yeda, la segunda ciudad del
reino, tras manifestarse en contra de la maltrecha infraestructura. Las
protestas callejeras son algo inédito en el país. La manifestación fue
convocada mediante el envío masivo de mensajes a teléfonos BlackBerry
instando a los ciudadanos a movilizarse tras las inundaciones que aún mantenían
parte de la ciudad anegada. Otro envío masivo anima a los funcionarios y a
los empleados del sector privado a hacer huelga la semana que viene
"hasta que arreglen las carreteras de Yeda".
El miércoles, el rey Abdalá,
que está en Marruecos recuperándose de una intervención quirúrgica en EE
UU, ordenó a las autoridades que aceleraran las tareas de rescate y les
advirtió de que no se demoraran en actuar. El monarca defendió ayer al
presidente Mubarak.
• Yemen. Unas
16.000 personas salieron el jueves a la calle en Yemen –el país más pobre
del mundo árabe– para exigir reformas políticas y el fin del régimen del
presidente Ali Abdalá Saleh, que lleva en el poder desde 1980, un año antes
que Mubarak.
• Sudán. Los
estudiantes se movilizaron en las universidades de Jartum y de Gezira contra
el anuncio de reducir los subsidios a los productos del petróleo y el azúcar.
Las movilizaciones se extendieron a otras zonas. La policía les lanzó botes
de humo. Los precios de otros productos básicos han subido también debido a
la crisis mundial y a la devaluación de la moneda local.
• Omán. Unas
200 personas se echaron a la calle para reclamar al Gobierno el fin de la
corrupción y que frene la escalada de precios de los alimentos.
• Mauritania. Un
sexagenario se inmoló el día 17 contra el supuesto maltrato de las
autoridades a su tribu.
•
Libia. El régimen de Gadafi –que se solidarizó con el derrocado Ben
Ali al principio pero el viernes respaldó la revolución– ha abolido
algunos impuestos sobre alimentos como arroz, aceite vegetal, azúcar o
papillas para contrarrestar la subida mundial del precio de los alimentos.
Entrevista a
Mulay Hicham, primo (opositor) del rey de Marruecos
“En los
nuevos movimientos sociales la religión
no desempeña ningún papel”
Por
Ignacio Cembrero
El País, 31/01/11
El príncipe Mulay Hicham, de 46
años, tercero en la línea de sucesión en el trono de Marruecos, considera,
en entrevista telefónica desde París, que el mar de fondo que recorre el sur
del Mediterráneo llegará a su país. Autor de artículos académicos sobre
el mundo árabe, el príncipe mantiene una tensa relación con su primo
hermano, el rey Mohamed VI.
Pregunta. ¿Es 2011 para el
mundo árabe lo que fue 1989 para el comunismo?
Respuesta. El curso de la
historia ya cambió con la caída del régimen de Ben Ali, cualquiera que sea
el desenlace de la crisis egipcia. El antiguo régimen ya no podrá ser
mantenido tal cual. El verbo "cambiar" se conjuga en presente y no
en futuro. El muro del miedo que imposibilitaba cualquier sublevación
popular, erigido en la cabeza de cada ciudadano, se desmoronó. Eso abre paso
a movimientos de protesta democráticos.
A decir verdad, la crisis que
experimentan los poderes autoritarios podía adivinarse desde hace tiempo. Se
percibía hasta hace poco a través de un profundo malestar. La novedad son
estas erupciones populares, que ponen de manifiesto un mar de fondo de gran
descontento en toda la región.
P. Las revoluciones tunecina
y egipcia no guardan relación con experiencias anteriores.
R. Son una ruptura con los
esquemas anteriores que inspiraban a los movimientos de protesta árabes desde
hace más de dos décadas. El conflicto árabe–israelí ya no está en el
corazón de los nuevos movimientos democráticos. El islamismo radical tampoco
les inspira. El acto fundacional de la revolución jazmín en Túnez fue la
inmolación de un joven licenciado, lo que no tenía ningún carácter
religioso. Los nuevos movimientos ya no están marcados por el
antisecularismo.
Las manifestaciones de Túnez o
de El Cairo carecen de cualquier simbolismo religioso. Rechazan así la tesis
de la excepción árabe. Suponen una ruptura generacional. Además, las nuevas
tecnologías animan a estos movimientos. Ofrecen un nuevo rostro de la
sociedad civil en la que el rechazo del autoritarismo se compagina con el de
la corrupción. Estos movimientos son a la vez nacionalistas y
antiautoritarios. Son panarabistas pero con un nuevo enfoque que da la espalda
a la versión antidemocrática de esa ideología que prevaleció antaño.
P. ¿Qué lecciones debe sacar
el Magreb y, concretamente, Marruecos de lo sucedido en Túnez?
R. Marruecos no ha sido aún
alcanzado, pero no hay que equivocarse: casi todos los sistemas autoritarios
resultarán afectados por la oleada de protestas. Marruecos no será
probablemente una excepción. Queda por ver si la contestación será solo
social o será también política, y las formaciones políticas, animadas por
los últimos acontecimientos, se animarán.
Más vale curarse en salud y
practicar la apertura antes de que llegue la ola de protestas y no después.
Así se dispondrá de un margen de maniobra. Los tiros, sin embargo, no van
por ahí. La dinámica de liberalización política iniciada a finales de los
noventa está casi agotada. Redinamizar la vida política marroquí en el
contexto regional, evitando los radicalismos, será un gran desafío.
P. ¿Se parece Marruecos a Túnez?
R. Marruecos disfruta de un
mayor grado de mediación social entre el poder político y el pueblo. Ahora
bien, esa mediación está ampliamente desacreditada. Lo demuestra la bajísima
participación en las elecciones.
Hay otras diferencias
importantes con Túnez. La población de Marruecos es más variopinta, su
anclaje en la historia más antiguo y sus diferencias sociales más
acentuadas. El abismo entre las clases sociales socava la legitimidad del
sistema político y económico. Las múltiples modalidades de clientelismo en
el aparato del Estado ponen en peligro su supervivencia.
Si bien la mayoría de los
actores sociales reconocen a la monarquía, están, no obstante, descontentos
con la fuerte concentración del poder en manos del Ejecutivo. Los nuevos
movimientos sociales en Túnez, Yemen, Jordania, Argelia y Egipto colocan la
dignidad del ciudadano en el centro de la política.
La amplitud del poder monárquico
desde la independencia es incompatible con la nueva dimensión fundamental que
reivindica el ciudadano. Es así cualesquiera que sean las cualidades humanas
del individuo, incluso si este es un rey ilustrado.
P. Usted es un atento observador
del mundo árabe. ¿Le han pedido algún consejo en Rabat?
R. Nadie, oficial u
oficiosamente, me ha solicitado mi opinión. Al país le sobran recursos
intelectuales y políticos. Quiero además preservar mi autonomía
intelectual. Tengo además mis obligaciones en el marco de varias
instituciones internacionales.
P. ¿Tiene algo que temer
Europa por lo que sucede en la orilla sur del Mediterráneo?
R. Ni Europa ni Occidente en
general son determinantes. Las protestas han pillado por sorpresa a esos regímenes
mimados por Occidente, sobre todo por Francia en África del Norte. Es la
primera vez desde la etapa colonial que el mundo árabe se autodetermina para
alcanzar una democracia mediante manifestaciones callejeras sin el respaldo de
Occidente.
Europa debe despertarse, dejar
de apoyar a dictaduras no viables y apoyar a fondo los movimientos que aspiran
a un cambio plural. Hay que acabar con la dicotomía maniquea que consiste en
asustar con el islamismo para poder así preservar el status quo.
En los nuevos movimientos
sociales la religión no desempeña ningún papel. Es una generación más
bien secularizada la que reivindica la libertad y la dignidad ante regímenes
que vulneran los derechos humanos.
Eso no significa que el islam
político no desempeñará un papel en el futuro de esas sociedades en vías
de democratización. Pero será un elemento, entre otros, del tablero político.
El principal problema de esos movimientos no es el islamismo, sino la ausencia
de liderazgo político.
La caída de Mubarak moverá
el
tablero de
todo el Oriente Próximo
Por Antonio Caño
Desde Washington
El País, 30/01/11
La descomposición del régimen
egipcio, principal garante de la estabilidad en Oriente Próximo durante más
de tres décadas, obliga a Estados Unidos y a sus aliados a diseñar una
estrategia completamente diferente para la región, con el grave inconveniente
de que es imposible adivinar qué fuerzas tendrán el poder al final de esta
explosión y cuántos de los de los que ayer parecían sólidos caudillos
consiguen sobrevivir.
Egipto es la pieza cuya caída
supone el movimiento de todo el tablero en el mundo árabe. A diferencia de Túnez,
un país geográfica y políticamente periférico, Egipto constituye el eje
sobre el que gira toda la zona, por historia, por tamaño y por situación.
Posee una cultura milenaria y recientes premios Nobel. Dispone del mayor Ejército
y la mayor universidad entre los países árabes. Goza a la vez de la fuerza y
la tradición institucional como para servir de modelo a todos sus vecinos.
Egipto fue el principal
protagonista de las tres guerras que los árabes sostuvieron contra Israel y
no ha vuelto a haber otra, de carácter global, desde que el Gobierno egipcio
firmó en 1979 un tratado de paz con el Estado judío.
Aunque el mundo árabe es,
probablemente, más diverso que Europa de Este —desde el punto de vista
religioso, étnico y geográfico—, el triunfo de una revolución en Egipto
puede extenderse a la misma velocidad con que la caída del muro de Berlín
arrasó el comunismo. Siria, Jordania, Líbano, los territorios palestinos,
entre otros, podrían ser las próximas fichas del dominó.
Eso puede ser al mismo tiempo
una buena y una mala noticia para Estados Unidos. Depende mucho, por supuesto,
del resultado final de este alzamiento. No es lo mismo una cadena de partidos
islámicos asumiendo el control de Oriente Próximo, que una serie de
Gobiernos laicos pretendiendo implantar sistemas democráticos. Pero algo
depende también de lo que la Administración norteamericana haga desde este
momento hasta que la situación se estabilice.
El movimiento surgido parece ser
bastante virgen. Ninguna fuerza política —tampoco los Hermanos
Musulmanes— ha reclamado el liderazgo del levantamiento en Egipto y ninguna
parece estar en su origen. Afortunadamente para EE UU, estas manifestaciones
han cogido tan por sorpresa a Irán y al extremismo islámico como al propio
Washington. Por ahora, no se han quemado banderas con las barras y las
estrellas ni hay síntomas de emociones antinorteamericanas entre los que
protestan.
Eso concede a Estados Unidos una
gran oportunidad de diseñar una nueva aproximación al mundo árabe e islámico,
y Egipto, por todas las razones señaladas, es el lugar idóneo para comenzar
a ponerla en práctica.
Las relaciones con Egipto se han
basado hasta ahora en el principio de que ese régimen servía como contención
de la ira contra Israel a cambio de que los norteamericanos hicieran oídos más
o menos sordos al modelo dictatorial impuesto por Hosni Mubarak. El presidente
egipcio defendía esencialmente los intereses estadounidenses y recibía a
cambio 1.500 millones de dólares anuales, en su mayor parte ayuda militar. De
esa manera, Estados Unidos se convertía, de cara a la población árabe, en cómplice
de los abusos de Mubarak y en un blanco fácil de la campaña de propaganda
del radicalismo religioso.
La caída de Mubarak eliminaría
una de las razones del éxito de Al Qaeda y permitiría a Washington
contribuir de forma positiva al progreso del país, no imponiendo la
democracia con bombas, como pretendía George Bush, sino simplemente
respaldando desde fuera las aspiraciones populares.
No va a ser fácil. La percepción
de Estados Unidos como un valedor de tiranos es demasiado larga y está
demasiado instalada en la conciencia colectiva árabe como para desaparecer de
la noche a la mañana. Pero no es imposible. Una nueva generación, más
preocupada por su bienestar que por la ideología, parece estar tomando la
iniciativa esta vez.
Varios cientos de jóvenes
egipcios que se manifestaban ayer frente a la Casa Blanca se lo decían
claramente a Obama en sus pancartas: “Los egipcios, no Mubarak, son los
aliados”. Barack Obama y Hillary Clinton parecen haberlo entendido, a juzgar
por unas primeras reacciones en las que se inclinan del lado de los
manifestantes.
Egipto reúne todas las
condiciones para que ese intento fructifique. Pese a que cuenta con un fuerte
partido islámico, los Hermanos Musulmanes no tienen la beligerancia de otros
grupos similares y actúan en una sociedad mejor formada que otras del mundo
árabe y con una tradición de cosmopolitismo y apertura a Occidente que no se
da en otros lugares.
Como recuerda el profesor Fouad
Ajami, Egipto tuvo el siglo pasado una década de experiencia parlamentaria y
ha sido capaz antes de crear buenos profesionales y jueces independientes.
Existen pues en Egipto, más que en Irak, circunstancias que permiten
construir un sistema que sirva de ejemplo en la región. Pero, para ello,
Estados Unidos va a tener que tomar la difícil decisión de abandonar a
Mubarak, con todos los riesgos que eso implique. Sostener a Mubarak, incluso
si consigue prolongarse un tiempo más en el poder, puede resultar aún más
peligroso.
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