El Cairo, 11 de febrero.– De pronto
todos se pusieron a cantar. Y a reír, a gritar y orar,
arrodillándose en el suelo y besando el sucio pavimento
frente a mí, danzando y alabando a Dios por librarlos de
Hosni Mubarak –un rapto de generosidad, porque fue más su
valor que la intervención divina lo que derrocó al
dictador–, y derramando lágrimas que salpicaban sus
ropas. Fue como si todo hombre y mujer acabara de contraer
matrimonio, como si el júbilo pudiese ahogar las décadas
de tiranía, dolor, represión, humillación y sangre. Ésta
será conocida para siempre como la revolución egipcia del
25 de enero –el día que comenzó– y será para siempre
la historia de un pueblo en pie de lucha.
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Estalla
la alegría en la plaza Tahir y en todo Egipto porque se fue Mubarak... |
El anciano se había ido por fin,
entregando el poder no al vicepresidente –signo ominoso,
aunque esta noche los millones de revolucionarios no
violentos no estaban de ánimo para apreciarlo–, sino al
consejo del ejército egipcio, a un mariscal de campo y un
montón de generales, garantes por ahora de todo aquello por
lo cual los manifestantes y por lo que algunos dieron la
vida.
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...pero
arriba quedan sus generales. |
Hasta los soldados estaban felices. En
el momento mismo en que la noticia de la partida de Mubarak
cundió como el fuego entre los manifestantes fuera de la
sede de la televisión estatal, a orillas del Nilo,
resguardada por el ejército, el rostro de un joven oficial
estalló en regocijo. Todo el día los manifestantes habían
estado diciendo a los soldados que son hermanos. Bueno, ya
veremos.
Decir que fue un día histórico es
restar magnitud a lo que esta victoria en verdad significa
para los egipcios. Mediante la mera fuerza de voluntad y el
valor frente a la odiada policía de seguridad de Mubarak;
mediante la conciencia –sí– de que a veces hay que
combatir con más que palabras y redes sociales para
derrocar a un dictador; mediante el solo acto de luchar con
puños y piedras contra policías provistos de pistolas
aturdidoras, gas lacrimógeno y balas de verdad, lograron lo
imposible: poner fin –deben rogar a su Dios que sea
permanente– a casi 60 años de autocracia y represión, 30
de ellos con Mubarak.
Los denostados árabes, maldecidos,
sujetos a abuso racial en Occidente, tratados como
retrasados e ignorantes por muchos de los israelíes que
deseaban mantener el imperio despiadado de Mubarak, se
pusieron en pie, abandonaron el miedo y echaron al hombre a
quien Occidente amaba como un líder “moderado” que haría
lo que ellos mandaran al precio de mil 500 millones de dólares
al año. No sólo los europeos del este pueden alzarse
contra la brutalidad.
Que este hombre, menos de 24 horas
antes, hubiera anunciado en un momento de delirio que aún
quería proteger a sus “hijos” del “terrorismo” y
que se mantendría en el poder hizo aún más preciada la
victoria de este viernes. La noche del jueves, hombres y
mujeres habían alzado sus zapatos en el aire para mostrar
su desprecio al líder decrépito que los trataba como niños
incapaces de tener dignidad política y moral. Luego este
viernes él partió como si tal cosa para Sharm el–Sheikh,
centro vacacional de estilo occidental en el Mar Rojo, un
lugar que tiene tanto en común con Egipto como Marbella o
Bali.
Así pues, para la noche del jueves la
revolución egipcia quedó en manos del ejército, cuando
una serie de confusas y contradictorias declaraciones de los
militares indicaba que mariscales de campo, generales y
brigadieres se disputaban el poder en las ruinas del régimen
de Mubarak. Israel, según varias prominentes familias
castrenses cairotas, trataba de persuadir a Washington de
promover a su egipcio favorito –el ex capo de la
inteligencia y vicepresidente Omar Suleiman– a la
presidencia, en tanto el mariscal Tantawi, ministro de
Defensa, quería que su jefe del estado mayor, el general
Sami Anan, gobernara el país.
Cuando Mubarak y su familia fueron
llevados a Sharm el–Sheikh la tarde del viernes, ello sólo
confirmó la impresión de que su presencia era más
irrelevante que provocadora. Los cientos de miles de
manifestantes en la plaza Tahrir olían la misma
descomposición del poder y hasta Mohamed El Baradei, el ex
inspector de armas de la ONU y ambicioso premio Nobel,
anunció que “Egipto estallará” y “debe ser salvado
por el ejército”.
Los analistas hablan de una “red”
de generales dentro del régimen, aunque es más como una
telaraña, un amasijo de altos oficiales en competencia que
ganaron su riqueza personal y sus celosamente guardados
privilegios sirviendo al régimen, cuyo líder parece hoy
tan demente como senil. La salud del presidente y las
actividades de los millones de manifestantes por la
democracia en todo Egipto son ahora menos importantes que el
encarnizado combate dentro del ejército.
Sin embargo, si bien han descartado al
rais –el presidente–, los altos mandos militares son de
la misma vieja guardia. De hecho, la mayoría fueron
absorbidos hace mucho en el entramado de poder del régimen.
En el último gobierno de Mubarak el vicepresidente era un
general, al igual que el primer ministro, el viceprimer
ministro, el ministro de la Defensa y el de Interior. El
propio Mubarak era comandante de la fuerza aérea. El ejército
llevó a Nasser al poder. Apoyó al general Anwar Sadat.
Apoyó al general Mubarak. Introdujo la dictadura en 1952 y
ahora los manifestantes creen que se convertirá en el
agente de la democracia. Vaya esperanza.
Toma de plazas
Por tanto –tristemente–, Egipto es
el ejército y el ejército es Egipto. O al menos, ay, eso
le gusta pensar. Por tanto, quiere controlar –o
“proteger”, como constantemente reiteran sus
comunicados– a los manifestantes que exigen la partida
final de Mubarak. Pero los cientos de miles de
revolucionarios democráticos –enfurecidos por la negativa
de Mubarak a abandonar la presidencia el jueves por la
noche– comenzaron este viernes su propia toma de El Cairo,
desbordando la plaza Tahrir, no sólo alrededor del edificio
del parlamento, sino también frente a la sede de la radio y
televisión estatal, en la ribera del Nilo, en las avenidas
principales que llevan a la lujosa residencia de Mubarak y
en el suburbio residencial de Heliópolis. Miles de
manifestantes en Alejandría llegaron a las puertas de uno
de los palacios de Mubarak, donde la guardia presidencial
repartió agua y comida en un tibio gesto de “amistad”.
Los activistas también tomaron la plaza Talaat Haab, en el
centro comercial de El Cairo, mientras cientos de académicos
de las tres principales universidades de la ciudad marchaban
hacia Tahrir a media mañana.
Luego de las expresiones de ira durante
toda la noche ante el paternalista e insultante discurso de
Mubarak –se extendió hablando de sí mismo y de sus
servicios en la guerra de 1973, haciendo sólo vagas
referencias a los deberes que supuestamente iba a reasignar
a su vicepresidente Omar Suleiman–, las manifestaciones de
este viernes comenzaron entre muestras de buen humor y
extraordinaria civilidad. Si los esbirros de Mubarak
esperaban que su casi suicida decisión del jueves induciría
a la violencia a los millones de manifestantes, se
equivocaban: por todo El Cairo, los jóvenes hombres y
mujeres que son el fundamento de la revolución egipcia se
comportaron con la prudencia que el presidente Obama pidió
este viernes con tan escasa convicción. En muchos países
habrían quemado edificios de gobierno luego de un mensaje
presidencial tan pleno de soberbia; en la plaza Tahrir
organizaron recitales de poesía, y luego oyeron que el
odiado antagonista se había ido.
Pero los versos en árabe no ganan
revoluciones, y todo egipcio sabía este viernes que la
iniciativa ya no estaba con los manifestantes ni con la
remota y levemente demencial figura del ex dictador de 83 años.
El futuro cuerpo político del país reside en unos 100
militares cuya vieja fidelidad a Mubarak –puesta a dura
prueba por el espantoso discurso del jueves por la noche,
para no hablar de la revolución en las calles– ha sido
abandonada del todo. La mañana del viernes, un comunicado
militar –leído, cosa por demás extraña, por un
anunciador civil de la televisión estatal– llamó a
realizar “elecciones libres y justas” y añadió que las
fuerzas armadas están “comprometidas con las demandas del
pueblo”, el cual debe “reasumir un modo normal de
vida”. Trasladado al lenguaje civil, esto significa que
los revolucionarios deben empacar sus cosas mientras una
camarilla de generales se divide los ministerios de un nuevo
gobierno. En algunos países a esto se llama golpe de
Estado.
En torno del abandonado palacio de
Mubarak en El Cairo, la mañana de este viernes, miembros de
la guardia personal, poderosa fuerza paramilitar separada
del ejército –sus miembros visten una extraña mezcla de
boinas rojas y cascos verdes de acero con ribetes
plateados– tendieron alambre de púas en todo el perímetro,
instalaron enormes parapetos de arena y pusieron detrás
soldados armados con ametralladoras. Tanques y vehículos
blindados fueron emplazados en torno a la alambrada. Era un
gesto vacío, digno del mismo Mubarak, porque ya había
huido.
Con todo, las instrucciones impartidas
a los soldados de cuidar a los manifestantes parecen haber
sido seguidas al pie de la letra en las horas anteriores a
la victoria. Un teniente primero del tercer ejército, joven
de 25 años con altos estudios y dominio del inglés,
ayudaba a los manifestantes a revisar las identificaciones
de los que ingresaban a las cercanías del Ministerio del
Interior, aunque reconocía de buen talante que no estaba
seguro de que las protestas en la capital fueran la mejor
forma de lograr la democracia. No había dicho a sus padres
–su padre es ingeniero– que estaba en el centro de El
Cairo para que su madre no se preocupara; les dijo que
estaba de servicio en el cuartel.
Pero, en una confrontación, ¿abriría
fuego contra los manifestantes?, le preguntamos. “Muchas
personas me preguntan eso –contestó–. Yo les digo:
‘no puedo disparar a mi padre, a mi familia… ustedes son
como mi padre y mi familia’. Y tengo muchos amigos aquí.”
¿Y si llegaran órdenes de disparar a los manifestantes?
“Estoy seguro de que no ocurrirá –respondió–. Todas
las demás revoluciones (en Egipto) han sido sangrientas. Yo
no quiero sangre aquí.”
Su memoria histórica es correcta. Los
cairotas se levantaron en armas contra el ejército de
Napoleón en 1798, combatieron a la monarquía en 1881 y
1882, lanzaron insurrecciones contra los británicos en 1919
y 1952 y se rebelaron contra Sadat en los disturbios por
hambre de 1977 y contra Mubarak en 1986, cuando hasta la
policía abandonó al gobierno. Por lo menos cuatro soldados
se unieron a los manifestantes en Tahrir el jueves. Un
coronel me dijo hace una semana que “uno de nuestros
camaradas trató de suicidarse” en la plaza. Así pues,
los generales que hoy pelean como buitres sobre los restos
del régimen de Mubarak deben tener cuidado de que sus
soldados no hayan sido infectados por la revolución.
En cuanto a Omar Suleiman, su propio
discurso posterior al de Mubarak, el jueves por la noche,
fue casi tan infantil como el del presidente. Dijo a los
manifestantes que se fueran a casa –tratándolos, en
palabras de uno de ellos, como ovejas– y culpó como de
costumbre a las “estaciones de radio y televisión” por
la violencia en las calles, idea tan ridícula como la enésima
afirmación de Mubarak de que hay “manos extranjeras”
detrás de la revolución. Tal vez las ambiciones de
Suleiman de ser presidente también han terminado: otro
anciano que creía poder liquidar la revolución con falsas
promesas.
Tal vez la sombra del ejército es una
imagen demasiado oscura para invocarla después de una
revolución tan monumental en Egipto. La alegría de
Siegfried Sassoon el día del armisticio de 1918, que puso
fin a la Primera Guerra Mundial –cuando también todo el
mundo de pronto se puso a cantar–, era genuina y merecida.
Sin embargo, esa paz condujo a un sufrimiento más intenso.
Y los egipcios que han luchado por su futuro en las calles
de la nación en las tres semanas pasadas tendrán que
cuidar su revolución de enemigos tanto internos como
externos, si quieren lograr una verdadera democracia. El ejército
ha decidido proteger al pueblo, pero, ¿quién acotará el
poder del ejército?
Disolvió el Parlamento, suspendió la
Constitución y anunció que habrá
elecciones en seis
meses; siguieron los festejos en la plaza
El ejército asume más poder en Egipto
El Cairo.– El ejército egipcio se
afianzó ayer en el poder y comenzó a desmantelar todas las
instituciones del régimen de Hosni Mubarak para preparar la
transición hacia un nuevo gobierno.
Dos días después de la caída del
mandatario, las fuerzas armadas disolvieron el Parlamento,
suspendieron la Constitución y anunciaron su intención de
permanecer en el poder hasta que se celebren elecciones,
dentro de seis meses. Mientras tanto, gran parte de los
manifestantes empezaron a desalojar la plaza Tahrir, en la
que acampaban desde hace 20 días.
El Consejo Supremo de las fuerzas
armadas, al que Mubarak transfirió el poder tras su
renuncia el viernes pasado, anunció en un comunicado que se
constituirá un nuevo consejo para cambiar la Constitución
y someter las reformas a una consulta popular.La Carta Magna
vigente hasta ahora data de 1971 y fue reformada en cuatro
ocasiones, la última en 2007.
El general Mohammed Tantawi, ministro
de Defensa de Mubarak desde 1991, será la cabeza visible
del país hasta que los militares transfieran el mando a un
poder civil surgido de las urnas. Tantawi asumió las
riendas del país el viernes tras 18 días de protestas
ininterrumpidas que pusieron fin a tres décadas de gobierno
de Mubarak y dejaron un saldo de más de 300 muertos.
La disolución del Parlamento y la
revisión de la Constitución, que limita las condiciones de
candidatura a la presidencia, eran parte de las
reivindicaciones de los manifestantes. La Constitución de
Egipto, de hecho, fue escrita incorporando garantías para
mantener a Mubarak en el poder.
En el comunicado número 5, las fuerzas
armadas señalaron que continuarán supervisando el gobierno
hasta la celebración de nuevos comicios y que se reservan
la potestad de asumir tareas legislativas. Sin embargo, no
hicieron mención a la abolición de la controvertida ley de
emergencia, en vigor durante casi 30 años, cuya derogación
es otra de las exigencias de los manifestantes, junto con la
puesta en libertad de todos los presos políticos. Los
militares dejaron claro que la derogación de esa ley se hará
efectiva cuando la plaza Tahrir, epicentro de la revuelta
popular, se despeje de manifestantes por completo.
En otro claro mensaje a la comunidad
internacional, y especialmente a Estados Unidos y a Israel,
el ejército reiteró que Egipto respetará los tratados
internacionales firmados.
Mientras tanto, los manifestantes
comenzaron ayer a desalojar la plaza tras las celebraciones
del viernes y el sábado, pero un pequeño grupo, receloso
de las promesas de los militares, todavía se resistía a
abandonar la trinchera desde la que lograron derrocar al régimen
de Mubarak. Tropas del ejército trataban de limpiar la zona
de carpas y pancartas para que la plaza recobrara la
normalidad perdida en las últimas tres semanas.
Las primeras medidas del ejército
fueron bien recibidas por la oposición y los dirigentes
juveniles de la plaza Tahrir. "Es una victoria para la
revolución", dijo el líder opositor Ayman Nour, que
se postuló a la presidencia del país en 2005 y fue
encarcelado posteriormente por Mubarak. "Creo que esto
dejará satisfechos a los manifestantes", agregó.
Mahmmoud Nassar, uno de los líderes
juveniles de la revuelta, dijo que el ejército había hecho
avances importantes para cumplir con las demandas del
pueblo, pero exigió más pasos. "Instamos a la
liberación de todos los presos políticos que fueron
encerrados antes y después de la revolución del 25 de
enero; sólo entonces llamaremos al fin de las
protestas", subrayó.
Los islamistas de la Hermandad
Musulmana se unieron a ese reclamo. En un comunicado emitido
ayer, pidieron a la junta militar una amnistía para los
prisioneros políticos y el fin de la ley de emergencia.
Por su parte, el primer ministro, Ahmed
Shafik, en su primera conferencia de prensa tras la renuncia
de Mubarak, afirmó que el mantenimiento de la seguridad es
la tarea más importante por realizar en el país.
"Queremos restablecer la normalidad en todos los
aspectos de la vida cotidiana", señaló.
Shafik dijo que otra de las prioridades
será bajar los precios de los alimentos. Millones de
egipcios dependen de subsidios para sobrevivir. Los anuncios
de Shafik llegaron mientras unas 2000 personas continuaban
manifestándose en la plaza para pedir la destitución del
gabinete por acusaciones de corrupción y falta de
responsabilidad.
Se espera que el ejército prohíba hoy las
reuniones de sindicatos, para impedir huelgas, y que llamará
a todos los egipcios a que regresen a sus trabajos. También
habrá una advertencia contra aquellos que creen "caos
y desorden", dijeron fuentes militares.