1.-
“Bienvenidos a la revolución egipcia”
La llamada revolución del 25 de enero
ha triunfado. Egipto hierve, Mubarak ya no está en
el poder. Una verdadera marea humana, creciendo día a día,
hora a hora, minuto a minuto, lo terminó echando. Millones
en las calles le dieron a la rebelión un alcance nacional. El Egipto obrero, campesino, estudiantil y popular festeja: se
sacó de encima un dictador corrupto que los hambreó,
reprimió y asesinó a lo largo de 30 largos años, llevando
de paso las llamas de la rebelión a todo el mundo árabe.
Se ha cerrado una etapa pero se abre
otra. El proceso revolucionario no ha terminado: por el
contrario, recién se inicia.
Tiene el desafío de transformarse
en revolución social lisa y llana llevando el
cuestionamiento hasta los cimientos mismos del régimen
social capitalista egipcio y de la región como un todo.
En lo inmediato, el poder ha quedado en
manos del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Éste ha
disuelto el Congreso, anunciado reformas constitucionales,
un plebiscito en dos meses y elecciones generales en seis.
Pero también está exigiendo –so
pena de represión– la suspensión “inmediata” de las
huelgas obreras que escalaron aún más con la caída del
dictador.
En este contexto, la primera tarea hoy
es llamar a no tener ninguna confianza en el régimen
militar, ni en sus “cantos de sirena” democráticos,
imponerle la derogación del estado de emergencia vigente
desde 1981 y salir a apoyar incondicionalmente las luchas
obreras en curso.
Desde Túnez: el grito de Mohamed
Bouazizi
Cuando el joven tunecino de 27 años,
Mohamed Bouazizi, se suicidó a lo bonzo el 17 de diciembre
pasado, su impacto en el mundo árabe fue como relámpago
en cielo estrellado.
Mohamed expresó una contradicción que
recorre a muchas de las sociedades del Oriente Medio. En las
últimas décadas se han modernizado, se han vuelto más
urbanas, aumentó su composición obrera y emergió una
nueva clase media “moderna”. Sin embargo, las lacras del
capitalismo neoliberal marcan dramáticamente a sus clases
sociales, estamentos y regiones.
Mohamed Bouazizi poseía un titulo
universitario: una promesa de ascenso social. Pero esta
promesa no se cumplió: estaba desempleado, vivía de vender
frutas y verduras con un destartalado carro de madera. Tuvo
la desgracia que su carro fuera confiscado por las
autoridades al no estar “habilitado”. Lo que siguió fue
un desesperado grito de rebeldía: un suicidio “político”.
Su suicidio es el que encendió la
mecha de la rebelión en todo el mundo árabe con sus 350
millones de almas.
Las causas de su desesperada acción
concentran todos los elementos de la rebelión. Primero, la
penuria económica. Ésta impacta de lleno en las capas
más jóvenes de la población. En Egipto, el 50% de sus
habitantes tiene menos de 20 años. La mayoría vive en
condiciones de precariedad extrema con menos de dos dólares
por día: un pasaporte al trabajo eventual, el desempleo en
masa y los salarios miserables; la economía informal atañe
al 60% de la fuerza laboral. A esto hay que agregarle la
carestía de la vida. La crisis económica mundial llevó
el precio de los productos básicos a las nubes.
Pero las causas de la rebelión no se
han circunscripto a las demandas económico-sociales. De
manera inextricable con ellas ha estado el rechazo a la
arbitrariedad y el carácter escandalosamente represivo
de los regímenes políticos regionales, verdaderas
dictaduras militares.
A Mohamed no solamente le confiscaron
su medio de vida: ante su previsible protesta, una
funcionaria a cargo le dio una sonora bofetada, señal de
humillación, manoseo y arbitrariedad del poder en Medio
Oriente.
Pasando de Túnez a Egipto, uno de los
símbolos de la rebelión contra Mubarak fue el joven
“bloguero” de la ciudad de Alejandría, Khalid Saeed. A
mitad del 2010 fue sacado del cyber en el que trabajaba y
literalmente linchado a la vista de todos los transeúntes.
Por todos esos motivos, como señala
Saba Mahmood: “No hay dudas de que el levantamiento
tunecino sirvió como catalizador que inspiró a los
egipcios a tomar las calles. El gobierno tunecino, como todo
el mundo sabe en el mundo árabe, era más represivo que el
de Egipto: si los tunecinos pudieron derribar su dictadura
brutal, ¿por qué no podrían hacerlo los egipcios?
“Sin embargo, incluso si Túnez
encendió la mecha, hay un número de transformaciones críticas
en el terreno social y político de Egipto que dieron base a
este masivo levantamiento que impactó en el corazón del
Medio Oriente. En los años recientes, los egipcios han
apelado de manera creciente al recurso de las demostraciones
y la ‘política de la calle’ para hacer visibles sus
demandas e impactar en el cultivado sopor de sus
dominadores.
“Desde 2004, Egipto ha sido testigo
de un creciente número de huelgas y sentadas (ver en
esta misma edición Huelgas, ocupaciones y marchas en la
rebelión egipcia). ¿Sus demandas? Mejores salarios y
condiciones de trabajo sobre el trasfondo de una pobreza
vergonzosa mientras los ricos se hacían más ricos”.
Juventud 2.0, clase obrera y la
delimitacion social que se viene
“La revolución juvenil del
Facebook 2.0 debe estar terminando ahora. Pero para muchos
egipcios, la segunda fase de su revolución está recién
comenzando.”
Todas las clases sociales participaron
del levantamiento. La Plaza Tahrir encontró hijos e hijas
de la élite egipcia, junto con trabajadores, ciudadanos de
las clases medias, y pobres urbanos.
Estuvieron presentes todas las
generaciones más allá que su vanguardia haya estado en
manos de la juventud. Mubarak se las arregló para
colocar en la oposición incluso a sectores de la burguesía.
Los antecedentes de la rebelión han
sido las luchas económicas crecientes que se venían
acumulando en el seno de la clase obrera y la radicalización
política de la población joven. Muchos analistas señalan
que un rasgo realmente característico de la rebelión
egipcia ha sido el “entrelazamiento” entre la
rebelión popular y las luchas del movimiento obrero. Más
específicamente: entre la movilización de la juventud y
la de los trabajadores.
Al respecto, es destacable que uno de
los movimientos juveniles con más presencia en la Plaza
Tahrir, el Movimiento 6 de abril, que agrupa a
decenas de miles de jóvenes, haya sido fundado en 2008,
precisamente luego de la huelga general convocada desde
Mahalla, epicentro de las luchas obreras de la última década,
y sede de la fábrica más importante de todo Medio Oriente:
la Mahalla Textil Company que tiene bajo un mismo techo a
24.000 obreros.
No todos los días se escucha acerca de
la fundación de un movimiento juvenil con peso masivo
por directa inspiración de una lucha del movimiento obrero.
Entre la juventud, hay otros
movimientos independientes de peso. Anteriormente al 6 de
abril, se había conformado el movimiento Kifaya!
(Basta!), el que emergió en 2004 en apoyo a la lucha
palestina llegando a realizar grandes movilizaciones. Sin
embargo, fue muy reprimido por Mubarak, que encarceló a sus
principales líderes llevándolo al borde de la
desarticulación.
Entre los estratos más de clase media,
entre los que se pregona la idea de que la caída de Mubarak
se debió al “poder del mundo cyber” y no a la
movilización de masas, la rebelión juvenil tuvo uno de sus
“referentes” en Wael Ghonin, jefe de marketing de Google
en la región, encarcelado por el régimen durante 10 días,
y que cuando fue liberado habló –con un discurso muy
despolitizado– desde la Plaza Tahrir en directo para la TV
causando gran impacto popular. Al parecer, el “momento
Ghonin” no dejó de ser, sin embargo, uno de los puntos
de quiebre del proceso de la rebelión.
Sin embargo, el hecho es que a partir
de ahora se irá produciendo, necesariamente, una
delimitación social. Al parecer, los activistas de las
clases medias han venido urgiendo a los egipcios a
“suspender” las protestas y “volver al trabajo” en
nombre del “patriotismo”, afirmando cosas como “vamos
a construir un nuevo Egipto” o “trabajemos más duro que
nunca antes”. Esto coincidió con las exigencias del régimen
militar de que “cesen” todas las huelgas de manera
inmediata.
El propio Wael Ghonin ya se ha reunido
con representantes del Consejo Supremo de las Fuerzas
Armadas con los cuales paso acuerdos de
"normalizacion" politica.
Por el contrario, los movimientos de
lucha juveniles más combativos deberán estrechar sus
fuerzas aún más concientemente con los emergentes
de la clase obrera.
Esto nos lleva a un rasgo específico
de la rebelión egipcia: muchos analistas coinciden que fue el
ingreso directo a la rebelión de las luchas obreras lo
que terminó inclinando la balanza para la caída de
Mubarak.
El hecho es que uno de los rasgos
característicos de la rebelión egipcia –el más estratégico–
es que un importante ascenso en las luchas obreras viene
desarrollándose en el país desde hace varios años.
Este ascenso en las luchas ha sido caracterizado por
analistas conocedores de Egipto como Joel Beinin, profesor
de la Stanford University, como “histórico”: el
mayor ascenso de las luchas sociales desde 1946 (cuando
ocurrieron unas jornadas de huelgas obreras muy importantes
contra el colonialismo inglés).
Incluso si esta definición tiene algún
elemento de “exageración”, en todo caso no deja de ser
significativo del impacto que las luchas obreras están
produciendo en los observadores de la realidad egipcia.
Este proceso de las luchas obreras ha
tenido varias características: desde el desafío al
enchalecamiento del oficialismo burocrático agrupado en la
mubarakista EFTU (Egyptian Federation of Trade Unions) que
ha dado lugar a la incipiente formación de sindicatos
independientes, hasta el hecho que sus luchas han revestido,
muchas veces, las característica de luchas económico-políticas
al colocar entre sus reivindicaciones principales las
banderas de la lucha contra la dictadura.
Un buen ejemplo son los puntos
planteados en el “Manifiesto de los trabajadores del
metal y el acero de Helwan”, convocando a la gran
marcha del 11 de febrero que termino en la caida de Mubarak,
y que transcribimos a continuación:
“1.- La inmediata salida del poder de
Mubarak y de todos los elementos del régimen y sus símbolos.
“2.- La confiscación de la fortuna y
las propiedades de todos los miembros del régimen, y de
todos aquellos que se demuestre que han sido corruptos, en
nombre de los intereses de las masas.
“3.- La renuncia inmediata de todos
los trabajadores de los sindicatos controlados por, o
afiliados, al régimen, así como la creación de
sindicatos independientes y la preparación de sus conferencias
generales para elegir y formar sus organizaciones.
“4.- La recuperación de empresas del
sector público que hayan sido vendidas o cerradas y su
nacionalización en provecho del pueblo, así como la
formación de una nueva administración para dirigirlas, con
la participación de trabajadores y técnicos.
“5.- La formación de comités para
asesorar a los trabajadores en todos los lugares de trabajo
y supervisar la producción y la distribución de precios y
salarios.
“6.- El llamamiento a una Asamblea
Constituyente de todas las clases populares y tendencias
para la aprobación de una nueva Constitución y la elección
de consejos populares sin esperar a las negociaciones con el
régimen actual.”
Por lo demás, no deja de ser muy
significativo en la conciencia de la clase obrera, el
debilitamiento de los rasgos “nacionalistas” que
provenían del impacto del “Estado benefactor”
nasserista hoy inexistente.
El número de las luchas durante las
jornadas de la rebelión es impactante. Costó arrancar,
porque durante los primeros días de la crisis, la
generalidad de los trabajadores fue “licenciado” hasta
nuevo aviso. Pero con el intento del régimen de mostrar
“normalizada” la situación, fueron nuevamente
convocados a trabajar a partir del 6 de febrero: ahí comenzó
una escalada de luchas, paros, cortes de ruta e incluso
de ocupaciones de fábrica de carácter nacional que no
solo no "amaino" con la caida de Mubarak, sino que
pego un salto a partir de ese momento.
Es imposible hacer una reseña
exhaustiva: textiles de la empresa Abu el-Subaa, de la
farmacéutica Sigma, de limpieza y embellecimiento del
espacio público en El Cairo, de la textil Suez Trust, de la
fábrica de cemento Lafarge, técnicos del ferrocarril en la
localidad de Bani Suweif, obreros de las fábricas militares
en Welwyn, petroleros, siderúrgicos de Suez, fertilizantes
de la misma ciudad, la fábrica de ropa Mansoura-España en
la región del Delta del Nilo, del transporte, y hasta
del sindicato de actores!
Su epicentro fue la ciudad de Suez, la más
industrial del país, y aparentemente, la segunda en
cantidad de muertos en la pelea antidictatorial.
El hecho es que varios informes indican
que lo que terminó decidiendo al ejército a exigirle la
renuncia a Mubarak, fue la paralización por parte de los
trabajadores del estratégico Canal de Suez: 600
trabajadores se cruzaron de brazos el día 8 de febrero por
mejores salarios y la caída de Mubarak, quien duró
solo tres días más.
En todo caso, la participación
proporcionalmente mayor –en cantidad y calidad–
de la clase obrera en la rebelión popular y el
entrelazamiento en sus luchas con las de la juventud,
no deja de ser un dato estratégico de enorme
importancia para la segunda etapa que se abre, donde lo
que está planteado es encaminar el proceso al
cuestionamiento al régimen social.
2.-
Una revolución en el centro geopolítico del imperialismo
yanqui y sus socios menores europeos
Los procesos de Túnez y sobre todo el
de Egipto, y ahora el reguero de rebeliones y protestas que
se registran desde el Magreb a Irán, tienen una importancia
mundial incalculable. Pegan en el centro mismo de dominio
del imperialismo yanqui y sus socios menores de Europa.
No es casual que esa vasta región que
la geopolítica imperialista ha bautizado como el “Gran
Medio Oriente” –que abarca todo el mundo árabe más
Irán, Afganistán y Pakistán– sea el centro de interés...
y de las intervenciones militares, políticas y diplomáticas
el imperialismo yanqui desde que el fin de la Unión Soviética,
en 1989/91 lo dejó como la única “superpotencia”
mundial. En medio de esa región está el enclave colonial
de Israel, que se ha ido transformando de hecho en el Estado
Nº 51 de EEUU. Pero ahora en medio de ella está la inmensa
rebelión de Egipto y su efectos de contagio en Libia,
Yemen, Bahrein y otos países. Como hemos venido señalando
en Socialismo o Barbarie:
“El dominio de la región mal llamada
‘Gran Medio Oriente’, que abarca desde las costas
orientales del Mediterráneo hasta las fronteras de Pakistán
con India y China, y desde la frontera sur de Rusia hasta el
Mar Arábigo... no es un capricho de tal o cual presidente
ni de una corriente política en especial (como los
neoconservadores), sino una política de Estado del
imperialismo yanqui, basada en profundos motivos geopolíticos
y económicos.
“La importancia de esta región para
el imperialismo yanqui venía de antes. Esa fue la base de
la ‘relación especial’ anudada con el Estado de Israel
a mediados de los 60. Una relación que ha convertido de
hecho a Israel en el estado Nº 51 de la Unión y al lobby
israelí en uno de los principales factores de poder
internos en EE.UU...
“Pero
la trascendencia geopolítica de esta región para EEUU dio
un salto cualitativo luego de que el desmoronamiento del
bloque soviético y después de la misma URSS cambiara
radicalmente la configuración del sistema mundial de
estados.
“No
es casual, por eso, que, con la Guerra del Golfo contra Iraq
(1991) las operaciones coloniales directas de EE.UU. en esa
región se iniciaran simultáneamente con el derrumbe del
dominio soviético...
El
control de esa región... es considerado por el establishment
del imperialismo yanqui como un elemento clave de su dominio
mundial... Si a eso le agregamos que, simultáneamente, esa
región concentra gran parte de las reservas energéticas
del planeta, su dominación por parte de EE.UU. es cuestión
de Estado, cualquiera sea el presidente, Bush (padre),
Clinton, Bush (hijo) u Obama.”
Sin cambiar nada de fondo, Obama trató
de “dorar la píldora” de ese dominio colonial. Pero,
como en todos los terrenos, sus “cambios” fueron de muy
cortos alcances. No pasó mayormente de los discursos. Por
ejemplo, la retórica “islamofóbica” de Bush, que
hablaba lisa y llanamente de “cruzada” antiislámica,
cedió el paso a los sermones a favor de la
“democracia”.
Así, el 4 de junio de 2009, Obama,
nada menos que desde El Cairo, dio un solemne y publicitado
discurso dirigido a los pueblos de la región. Pero su retórica
no tuvo ningún efecto práctico más allá de dar una mejor
justificación a la “guerra contra el terrorismo”, que
se extendió a Afganistán y a Yemen.
Las lágrimas de cocodrilo de Obama no
produjeron ninguna mejora ni en la atroz situación del
pueblo palestino ni en los regímenes brutales de las
monarquías y repúblicas vasallas de Medio Oriente.
La gran sorpresa de enero
Las rebeliones de enero tomaron por
sorpresa tanto a EEUU como a sus socios menores de la Unión
Europea. La retórica “democrática” de Obama no fue
obstáculo para que el reflejo inmediato del Departamento de
Estado y las cancillerías fuese en Egipto tratar de
garantizar la continuidad no sólo del régimen dictatorial
sino también del mismo Mubarak... nada menos que como
conductor de una “transición a la democracia”.
Obama y sus socios imperialistas, según
reveló el New York Times, exigeron una “transición
gradual”,
cuyo primer punto fue que Mubarak por ahora siguiese en su
puesto. Y si dejase la presidencia, fuese reemplazado por el
flamante “vicepresidente”... nombrado “a dedo” por
el mismo Mubarak. Como sintetizó bien un diario español,
“le dan respiración artificial al régimen de Hosni
Mubarak”.
Es decir, desde el primer momento, la
política del imperialismo yanqui y sus secuaces europeos
fue defender la continuidad esencial del régimen
dictatorial y sus instituciones, aunque con algunas
reformas de menor cuantía... cooptación de algunos
opositores, elecciones amañadas, que el sucesor de Mubarak
no sea su hijo, etc., etc.
Una nota particularmente escandalosa
–pero que sintetiza con la mayor exactitud la política de
EEUU y la UE– fue el envío por Obama de Frank G. Wisner a
El Cairo como “mediador”. Resultó que Wisner, un ex
embajador, trabaja simultáneamente para una gran firma de
abogados de Nueva York y Washington que tiene como uno de
sus principales clientes al gobierno del dictador egipcio. O
sea, la Casa Blanca envió a “mediar” en Egipto a un
empleado... de Mubarak.
Por eso, no extrañó a nadie que, al
llegar a El Cairo, las primeras palabras de este singular
“mediador” fuesen para decir que “la continuidad de
Mubarak en el liderazgo político de Egipto es
fundamental”.
¡O sea, la “transición a la democracia” había que
cocinarla –según el representante del Departamento de
Estado– con Mubarak como chef principal!
Este enroque que hasta último
momento Obama y sus acólitos de la Unión europea
intentaron hacer alrededor de Mubarak, puede parecer estúpido...
y en gran medida lo fue. Pero tenía sin embargo profundas
razones. Y esas razones siguen vigentes.
El fracaso de esto les obligó a dar
algunos pasos atrás. Hoy la política de EEUU y la UE
obviamente ya no incluye por ejemplo la pretensión de que
el dictador en persona dirija la “transición a la
democracia”.
Pero estos pasos atrás fueron
puramente tácticos. La línea general sigue siendo la
misma: salvar todo lo posible del régimen de Mubarak y
sus instituciones. ¡En primer lugar, la institución Nº
1: las fuerzas armadas!
Es que la caída de Mubarak por la vía
de una rebelión y no una “jubilación” pactada a
mediano plazo –como pretendía EEUU– es un triunfo
inmenso por las masas egipcias y de todo el mundo árabe,
hartas de miseria, y de reyes y dictadores títeres de EEUU,
la UE e Israel, y que han comenzado a rebelarse también en
Yemen, Libia, Bahrein y otros países. ¡Para millones, es
el gran ejemplo de lo que se puede hacer ya!
Este enorme triunfo –como sucede
siempre– alienta a las masas a ir más allá: a
multiplicar sus demandas de pan, trabajo y libertades, que
ni los capitalistas egipcios ni sus amos de EEUU, la UE e
Israel pueden satisfacer.
Es por todos esos motivos que los
imperialismos occidentales e Israel no quieren permitir que
el fin del gobierno de Mubarak signifique simultáneamente
el final del régimen autoritario, ni menos que esto se
logre por una vía revolucionaria que signifique el
descalabro del régimen y el estado egipcio.
Teniendo cuidado, por ahora, de ir a un
choque frontal, el imperialismo apoya en Egipto una
“transición a la democracia” que sea lo menos democrática
posible, incluso medida en parámetros democrático-burgueses.
Occidente bendice, por ejemplo, que sigan al frente del
gobierno los generales que tienen las manos tintas en sangre
por haber sido los ejecutores de las represiones
dictatoriales. Esos militares son, simultáneamente, la
cabeza de las pandillas de corruptos que asociados a los
capitales imperialistas y egipcios impusieron el
neoliberalismo salvaje, privatizaron todo, y generalizaron
el hambre y el desempleo.
La “transición a la democracia”
que apoyan EEUU-Israel y la UE habla de reformar la
Constitución pero, hasta ahora, ni se habla de una Asamblea
Constituyente, ni siquiera amañada desde arriba.
Pero el punto nodal de la continuidad
del régimen –como ya dijimos– es mantener el poder
de las fuerzas armadas, como centro las instituciones del
estado.
A partir de allí, por supuesto el
Departamento de Estado auspicia las negociaciones y la
cooptación de opositores, desde la moderada Hermandad
Musulmana hasta los cibernautas laicos... Son y serán
imprescindibles para dar una pintura más democrática al
Estado egipcio y su régimen. Pero, de lo que se trata es
que, por debajo de esa pintura, el “núcleo duro” del
estado siga tal cual.
3.-
Egipto: los problemas estratégicos
“El levantamiento de Egipto es un
evento de proporciones histórico-mundiales. Ha puesto al más
grande e importante país del mundo árabe a un paso de una
revolución”
La rebelión egipcia ha puesto sobre la
mesa un conjunto de problemas estratégicos. El
primero de ellos es el de su impacto internacional. Siendo
el país decisivo de Medio Oriente con sus 80 millones de
habitantes, deja inciertas perspectivas para el imperialismo
en una región de importancia global convulsionada por una
irrupción de masas sin precedentes. Porque en los hechos lo
que se ha abierto es un proceso regional que coloca
a la orden del día el problema de la revolución en
todo el mundo árabe.
El segundo, las perspectivas de la
propia “revolución” egipcia: sus alcances, límites y
desafíos para transformarse de rebelión
“democrática” en revolución social llevando al
poder a las masas populares encabezadas por la clase obrera.
Es a este segundo aspecto al que nos dedicaremos aquí.
El rol bonapartista del ejército
Una de las “postales” más características
de la rebelión egipcia ha sido el “entremezclamiento”
de los tanques con la población movilizada. Fotos así no
se veían, quizás, desde la Revolución Portuguesa de 1975,
que acabó con la dictadura de Salazar.
Se puede decir que, en Egipto, las FFAA
tienen un rol “especial” que viene desde hace 50 años
con el golpe antimonárquico de Gamal Abdul Nasser. En los años
1940, un movimiento nacionalista de masas fue creciendo en
Egipto. En julio de 1952 una rebelión de la oficialidad
joven (el Grupo de los Oficiales Libres) tira abajo a la
monarquía, echa del país a Inglaterra –que era quien la
apañaba– y establece una República. Los tres presidentes
que se sucedieron desde entonces fueron oficiales
provenientes de las Fuerzas Armadas: Nasser, Sadat y
Mubarak.
El ejército conserva, al parecer, un
importante prestigio por su rol anticolonial y por las
guerras llevadas adelante contra Israel más allá del
resultado desfavorable de las mismas. En todas estas décadas,
ese prestigio lo ha utilizado para ser el garante del
capitalismo egipcio: lo más lejos que llegó fue a los
rasgos antiimperialistas en el apogeo de Nasser, pero eso
quedó allá lejos y hace tiempo.
Las FFAA se han erigido así por
“encima” de la Nación, sus instituciones y clases
sociales. Este rol es llamado en el marxismo, bonapartismo.
Este papel bonapartista puede ser ejercido de dos maneras:
como bonapartismo de “izquierda” (con más o menos roces
y hasta enfrentamientos con el imperialismo y los sectores
burgueses locales ligados a él), o como bonapartismo de
derecha (en estrecha alianza con el imperialismo y sus
socios locales). Cuando se ejerce como
bonapartismo de izquierda, va acompañado de medidas
populistas, de cierta apertura al movimiento de masas,
incluso llegando a facilitar la organización controlada del
movimiento obrero. La base material de apoyo politico: más
o menos amplias concesiones económico- sociales al
movimiento de masas.
Pero este rol de “arbitraje” también
se puede cumplir hacia la derecha, reprimiendo
duramente al movimiento de masas, obrero y la izquierda. No
hay que olvidar que el bonapartismo burgués siempre termina
siendo, repetimos, el garante del capitalismo. Esto
se vivió en Egipto con el antecesor de Mubarak, Anwar
el-Sadat, con su política económica neoliberal de
“puertas abiertas” y su capitulación a EEUU e Israel
con los acuerdos de Camp David. Mubarak llegó luego del
asesinato de Sadat, en 1981, sólo para seguir esta misma
senda: tirar al cesto de la basura el ideario
nacionalista burgués y alinearse sin rubor a los EEUU e
Israel, colaborando incluso en el aislamiento de la
población palestina de Gaza.
No por casualidad, Joe Biden,
vicepresidente de Obama, dijo lo siguiente: “Mubarak ha
sido nuestro aliado en numerosas cuestiones. Y ha sido muy
responsable respecto de nuestros intereses geopolíticos en
la región, los esfuerzos de paz en Medio Oriente, las
acciones que ha tomado para normalizar sus relaciones con
Israel. No me referiré a él como un dictador”.
Este rol bonapartista de las FFAA fue
claramente preservado y ejercido en la crisis. Hoy son las
Fuerzas Armadas las que han asumido directamente el poder.
Durante los días de la rebelión ensayaron un movimiento a
“izquierda” negándose a reprimir so pena de dividirse y
estallar en mil pedazos. Hubo ejemplos muy concretos de
confraternización de la tropa con la movilización popular.
Esto contrastó con la odiada policía del régimen, la
que se vio desbordada y fue obligada a dejar las calles.
Sin embargo, la realidad dista de ser
“rosa”. Aunque el ejército hubiera querido disparar sus
cañones sobre la multitud, la represión hubiera terminado
en tal baño de sangre que sus perspectivas no hubieron sido
menos que inciertas: habrían provocando, eventualmente,
el salto de la rebelión en verdadera revolución
configurando un salto al vacío.
El mayor peligro inmediato era que las
mismas fuerzas armadas se dividieran y el intento de
represión se transformase en un enfrentamiento armado entre
sectores militares.
Fue más “económico”, entonces,
obligar a renunciar a Mubarak. En todo caso, hay algo de
nefasto en el rol ensayado por el ejército durante los días
de la rebelión: al ser el garante en última instancia del
capitalismo en Egipto, es un enemigo mortal del
movimiento de masas, a pesar de sus oropeles
“antiimperialistas”.
En esas condiciones, habría que llevar
adelante un trabajo político en su seno apuntando a la
división del sector plebeyo con la oficialidad y los altos
mandos. Esta es la orientación clásica del marxismo
revolucionario hacia el ejército. Sobre todo, cuando se
trata de un ejército de este tipo donde su reclutamiento sigue
basándose en la conscripción.
El llamado de diversas fuerzas políticas
a “confiar” en las Fuerzas Armadas es uno de los más
graves peligros: el más dramático en estos momentos
donde la primera tarea planteada es, justamente, pregonar
la desconfianza al mismo tiempo que apoyar las luchas
obreras en curso. El mismo Obama, cuando hizo
declaraciones tras la caída de Mubarak, salió a destacar “el
sentido de responsabilidad del gran ejército egipcio”… Ya
días antes su vocero Gibbs había remarcado que no existía
“ninguna iniciativa en el sentido de retirar la ayuda”
que por 1500 millones de dólares reciben anualmente las
FFAA de parte de los EEUU.
A lo anterior se suma la estrecha
relación de los altos mandos de las FFAA con la burguesía
egipcia. Estos vínculos provienen de las nacionalizaciones
de los años 50, seguidas de las reprivatizaciones a partir
de mediados de la década del 70. Prácticamente toda la
propiedad extranjera fue estatizada a mitad de siglo. Pero
luego, una parte de ella, fue reprivatizada, dejando vínculos
estrechísimos entre los hombres de armas y los de negocios.
¿Berlín 1989? ¿Irán 1979?
Respecto de los acontecimientos en
Egipto se han echado a rodar una serie de analogías en
los medios escritos. Pocos las han planteado a los efectos
de hacer una honesta caracterización de los alcances
de los acontecimientos y sus posibles tendencias.
Sectores “progresistas”
estadounidenses tratan de asimilarlos a la caída del
Muro de Berlín en 1989. La caída del estalinismo se
inició como un movimiento popular desde abajo. Sin embargo,
esta analogía no deja de ser interesada. Es que a
nadie se puede escapar que, finalmente, el proceso fue
canalizado hacia la derecha, dando lugar a la vuelta
al capitalismo. Fue un desenlace reaccionario, que hundió
de conjunto el nivel de vida de las masas en vez de dar una
salida emancipadora.
En el caso egipcio, el signo de los
acontecimientos es inequívocamente revolucionario.
Los acontecimientos de 1989 sólo pueden valer como analogía
formal de lo que se está viviendo en Egipto: una
emergencia popular desde abajo. Pero por su contenido y dinámica
no tienen nada que ver: de ninguna manera está planteado
que vaya a una regresión reaccionaria del tipo de la
ocurrida en los países detrás de la llamada “cortina de
hierro”.
Por el contrario, lo que se está
abriendo paso realmente es el proceso de la revolución
de los explotados y oprimidos del mundo árabe. En todo
caso, de la profundización del proceso en curso, de la
maduración de las fuerzas sociales puestas en escena, del
progreso en la emergencia independiente de la clase obrera,
y de la apertura del espacio para el marxismo
revolucionario, dependerá la progresión anticapitalista
del mismo: que se quede en el terreno de la democracia
burguesa –o tenga nuevos zarpazos reaccionarios–
o que avance hacia una perspectiva socialista.
Respecto de las tendencias políticas
probables de la revolución egipcia, viene otra analogía:
la que pretende asimilar los acontecimientos con la Revolución
Iraní de 1979. Brevemente, en Irán los acontecimientos
fueron la emergencia de una verdadera revolución con un
enorme peso inicial estudiantil y obrero independiente,
con una amplia influencia del PC iraní (y en parte también
del maoísmo entre la juventud de los mujaidines), y
la construcción de todo tipo de organismos independientes
obreros, estudiantiles y populares, amén de la destrucción
del ejército del Sha.
Sin embargo, había una fuerza burguesa
militante, con un fuerte aparato político-clerical –el
aparato del clero shiita– y con gran peso en los sectores
de masas ligados a las estructuras más arcaicas de la
sociedad iraní. Esto llevó al triunfo al reaccionario
movimiento islámico del Ayatollah Jomeini. De ahí
que lecturas interesadas –salidas de las usinas del
imperialismo yanqui– estén agitando el “cuco” que
ahora, en Egipto, vendrían los islámicos “radicales”
de la Hermandad Musulmana a capitalizar el proceso…
La religión en el proceso
revolucionario: laicidad, Hermandad Musulmana y emergencia
del marxismo
Por el contrario, si algo se ha
destacado, tanto en Egipto como en otras rebeliones como la
de Túnez, ha sido el carácter laico de estos procesos. Éste
no es un tema menor: Medio Oriente venía siendo un
“agujero negro”, donde la lucha de clases en las últimas
décadas, después de la bancarrota política y hasta moral
del nacionalsmo laico, ha estado frecuentemente revestida
de banderas, contenidos y delimitaciones religiosas.
Un corresponsal en la Plaza Tahrir
recogió el siguiente comentario: “Todas las personas aquí
son del 25 de enero, todos son del 6 de abril, todos son un
solo puño”.
Es que todos los informes señalan que musulmanes,
cristianos coptos y ateos, mujeres con velo y sin él,
combatieron hombro con hombro en la rebelión. Incluso las
propias iglesias y mezquitas sirvieron de factores de
organización donde se entremezclaban las personas sin que a
nadie se le preguntara su religión.
El renonbrado economista egipcio Samir
Amin destaca que en la rebelión emergió un rasgo característico
del movimiento de masas egipcio que parecía
“adormecido”: su politización. Es que se trata
de un país con una enorme tradición de lucha, tradición
que arraiga desde los comienzos mismos del siglo pasado si
bien estuvo marcada mayormente por el nacionalismo burgués.
En ese contexto, el rol de la Hermandad Musulmana estuvo
claramente diluido.
La existencia de la Hermandad Musulmana
es agitada como un “cuco” por el propio imperialismo
para ser utilizado contra la rebelión. Por eso hay que
destacar que, por el contrario, tuvo un rol prácticamente nulo
a lo largo de la rebelión… Comenzó a participar más
de una semana después de iniciarse las movilizaciones. Y su
principal acción fue correr a reunirse y negociar con el
régimen días antes de la caída de Mubarak.
Desde hace tiempo, la Hermanandad y
Mubarak mantenían estrechas relaciones. Samir Amin hace un
aguda semblanza de sus compromisos con el régimen
dictatorial y el capitalismo egipcio:
“¿Podría decirse que Mubarak ha
subcontratado la sociedad egipcia a los Hermanos Musulmanes.
¡Absolutamente! Les ha confiado tres instituciones
fundamentales: la justicia, la educación y la televisión...
“Pero el régimen militar quiere
conservar para sí mismo la dirección, reivindicada
asimismo por los Hermanos Musulmanes (…) Lo esencial es
que todos aceptan el capitalismo tal cual es. Los
Hermanos Musulmanes jamás han pensado seriamente en cambiar
las cosas. Por lo demás, durante las grandes huelgas
obreras de 2007-2008, sus parlamentarios votaron con el
gobierno contra los huelguistas. Frente a las luchas
de los campesinos expulsados de sus tierras por los grandes
propietarios rentistas, los Hermanos Musulmanes toman
partido contra el movimiento campesino. Para ellos, la
propiedad privada, la libre empresa y el beneficio son cosas
sagrados.”
El desteñido rol de la Hermandad
durante la rebelión, el carácter profundamente laico de la
misma, la emergencia de las luchas juveniles y, sobre todo,
de la clase obrera, ha dejado planteada una posibilidad de
incalculables consecuencias: reabrir después de décadas
y décadas, el terreno para la emergencia del marxismo
revolucionario en la región. Esta es una tarea que
debería ser encarada colectivamente por las fuerzas más
sanas del trotskismo mundial.
El hecho es que más allá del carácter
más o menos religioso de amplias porciones de la población
(musulmanes y cristianos coptos), el proceso como tal fue absolutamente
laico. O, en todo caso, “interreligioso”, mostrando
la emergencia de un “campo” ideológico y político más
“despejado” para las corrientes laicas e incluso de la
izquierda revolucionaria. La realidad es que en Egipto no
parece haber terreno para un brutal giro ideológico
conservador como el acontecido en Irán treinta años
atrás.
En todo caso, visto el proceso de
maduración de conjunto de la lucha de clases a nivel
internacional, nos parece que la experiencia egipcia expresa
una suma –y no sólo una mera “suma”, sino un salto
en calidad– en la acumulación de experiencias que
van desde las rebeliones populares latinoamericanas, hasta
la rebelión en Grecia, pasando por el incipiente proceso de
luchas obreras en Europa, y la emergencia de la clase obrera
china todavía por reivindicaciones mayormente económicas o
de sindicalización.
En resumen: el proceso revolucionario
en Egipto, y la mecha de revolución que significa para todo
el Medio Oriente, ha teñido de rojo una importantísima
región del mundo: la situación mundial en su
conjunto ha quedado más a la izquierda que antes del
25 de enero.
De la rebelión a la revolución, o
cómo definir los acontecimientos
Para comenzar a responder a este
interrogante, reproduzcamos lo que dice una agudo analista
de los acontecimientos: “La cuestión que continúa
ocupando a muchos observadores de las políticas del Medio
Oriente es: ¿cómo pudo una población reducida a la apatía
política lograr semejante sísmica y organizada movilización?
¿Cómo un país que sólo un mes atrás estaba siendo
puesto cabeza abajo por una escalada de enfrentamientos
sectarios interreligiosos, pudo unirse para crear uno de los
más grandes terremotos de nuestro tiempo en el mundo árabe?
Alejandría, donde sólo un mes atrás un muy bien preparado
coche-bomba mató 23 cristianos, ha sido la anfitriona de
demostraciones en las cuales coptos
y musulmanes rezaron conjuntamente, y las iglesias, junto
con las mezquitas, sirvieron como centros de congregación
de los manifestantes. Con millones en las calles, ninguna
iglesia fue atacada, ni un incidente sectario reportado.
Todo esto a pesar de que el Papa copto, Shenouda III, anunció
su inequívoco apoyo a Mubarak el primer día de la
movilización”.
En fin, no deja de ser de enorme interés
el problema de la caracterización del proceso de la lucha
contra Mubarak. El hecho cierto es que no hay actor u
observador en el terreno mismo del El Cairo, la Plaza
Tahrir, Suez o Alejandría que no llame –hasta cierto
punto con todo derecho– como “revolución” al
levantamiento de las últimas semanas. Esto no puede dejar
de tener que ver con las características del acontecimiento
mismo.
Tomemos el ejemplo de Latinoamérica.
En la última década hemos vivido un ciclo de rebeliones
populares marcado por jornadas revolucionarias. Sin embargo,
no recordamos que sus protagonistas llegaran a definirlas
como “revolución”. Está claro que se trató de
acontecimientos históricos como el “Octubre boliviano”,
el “Argentinazo” o las jornadas antigolpistas de abril
de 2002 y la lucha contra el parosabotaje de diciembre 2002-
enero 2003 en Venezuela. Pero salvo por razones meramente
propagandísticas, sólo una minoría llegó a llamar a
estos acontecimientos “revoluciones”.
En Egipto quizás haya una explicación
de importancia para esta diferencia: el contraste. ¿A
qué nos queremos referir con esto? Al hecho que en Latinoamérica
las rebeliones explotaron contra regímenes neoliberales
pero de democracia burguesa, cualitativamente menos
represivos. En Argentina, sobre una población de 40
millones, hubieron “solamente” 30 compañeros
asesinados; en Egipto, con una población del doble, sus
muertos fueron al menos cinco veces mayores!
Pero el hecho es que en Egipto lo que
las masas salieron a enfrentar, fue una dictadura feroz,
sanguinaria, capaz –como relatamos más arriba– de sacar
un joven bloguero de un cybercafé y matarlo a golpes a
plena luz del día. Una dictadura que hasta pocas semanas
atrás parecía incólume, aunque ya se habían
encendido ciertas voces de alerta.
Ese contraste brutal entre el día
antes y el día después del desencadenamiento de la inmensa
movilización popular, es el que puede haber puesto en la
boca de todos sus actores la palabra “revolución”,
expresando uno de los rasgos más característicos de toda
autentica revolución: la entrada en la escena de las
amplias masas que toman en sus manos sus propios destinos.
Este es el inequívoco signo revolucionario de los
acontecimientos en curso en Egipto.
Hay más. Los enfrentamientos entre las
masas movilizadas y las fuerzas represivas fueron más duros
que los vividos en Latinoamérica (a excepción hecha, quizás,
del caso Bolivia, donde el propio ejército entró a El Alto
en octubre del 2003 y fue enfrentado con barricadas. Allí
los muertos fueron 80 para una población que no llega a los
diez millones).
En la Plaza Tahrir hubo enfrentamientos
campales más enconados que los verificados en la Plaza de
Mayo el 19 y 20 de diciembre del 2001. Los choques fueron
con la policía y las bandas armadas por el régimen aunque
no con el ejército, que se mantuvo astutamente al margen.
La misma Plaza Tahrir –definida por
algunos como “la comuna anarquista de Tahrir”– expresó
elementos de organización independiente: sus
ocupantes llegaron a hablar de ella como de un “gobierno
paralelo” a cargo de coordinar el movimiento día y
noche: “nosotros creamos un ‘gobierno paralelo’,
tenemos ‘consejeros’, ‘ministros’, hasta nuestra
‘policía’”.
En los barrios populares, de la misma
manera que vivimos en las rebeliones latinoamericanas, se
armaron rondas de seguridad por parte de los vecinos ante
la virtual desaparición de la odiada policía. Sin embargo,
que sepamos, no se ha dado lugar –al menos no todavía–
a la conformación de organismos sistemáticos de
autodefensa.
Emergieron también toda una serie de
movimientos independientes: los más conocidos son los de la
juventud, como el “Movimiento 6 de abril” y que cumplió
un papel de primer orden en la Plaza.
Pero sobre todo, hay un rasgo distintivo
que apunta a caracterizar al proceso en Egipto por
encima del inicio del ciclo latinoamericano: el ingreso
a escena de la clase obrera. Este es un rasgo de enorme
importancia: el proceso revolucionario inicia con un
peso cualitativamente mayor de una clase obrera que
viene en ascenso desde el año 2004. Muchos analistas opinan
que lo que terminó inclinando la balanza fue justamente la
huelga de brazos caídos de los trabajadores del Canal de
Suez que dejaron de operarlo a partir del 8 de febrero.
Todos los elementos anteriores inclinarían
la balanza para el lado de la caracterización del proceso
como “revolución”, y uno no menor es la simultaneidad y
alcance regional del proceso. Sin embargo, hay un elemento
de mucho peso que si es desconsiderado puede desarmar frente
a las tareas estratégicas que tiene planteado el
levantamiento popular en Egipto: el problema de las
Fuerzas Armadas.
¿Por qué? Por el hecho que el Estado
burgués, a través del ejército, conservó, incólume,
el monopolio de la fuerza.
No se trata que se le deba dar
connotación de “revolución” solamente a aquéllas que
cuestionen abiertamente el sistema: eso sería completamente
sectario. En 1979 el sistema capitalista no fue
abiertamente cuestionado en Nicaragua pero se trató de una
revolución con todas las letras porque llevó a la
quiebra y destrucción del ejército de Somoza.
Otras revoluciones tuvieron la misma
consecuencia, insistimos, independientemente que no llegaran
a expropiar a la burguesía. Por sólo nombrar algunas en la
segunda mitad del siglo XX, podemos hablar de la boliviana
en 1952 y la misma de Irán en 1979. En ambas, la quiebra
del ejército fue el elemento inequívoco de
estas revoluciones.
Otro elemento inequívoco es la
construcción de organismos de doble poder. Fue también
el caso de las dos revoluciones anteriormente nombradas
(aunque no de la nicaragüense). En Bolivia, a sólo días
de triunfar la revolución que desarticuló el ejército (al
que hicieron desfilar en calzoncillos), se funda la Central
Obrera Boliviana, que en su apogeo fue mucho más que un
mero “sindicato”: hizo las veces de organismo de poder.
En Irán, el peso tan inmenso de la intervención de la
clase obrera, dio lugar al surgimiento de los shoras,
verdaderos consejos obreros que llegaron a organizar
no solamente los lugares de trabajo, sino el abastecimiento
de las localidades.
Sin embargo, el problema que persiste,
es que hasta el momento, que sepamos, en Egipto,
experiencias como éstas no han logrado todavía
“cristalizar” organizativamente, y mucho menos centralizarse
de manera consecuente.
En definitiva, y más allá de que este
último aspecto tampoco debe ser tomado como norma absoluta,
hay un hecho muy preocupante: el ejército egipcio no
sólo no ha sido desbandado, sino que ni siquiera
ha quedado en un rol de segundo orden.
Por el contrario sigue siendo –y más
que nunca, si se quiere– la principal institución
del régimen político. Esto es un peligro mortal
para el proceso revolucionario. La posición en que
salen las fuerzas armadas pone incluso entre signos de
interrogación en qué medida podría emerger siquiera una
democracia burguesa “consecuente” en estas condiciones.
En todo caso, un atributo clásico de
una revolución sigue siendo la quiebra del estado burgués,
y esta es una tarea que sigue estando por delante
para el proceso revolucionario egipcio.
La revolución debe golpear dos
veces
Precisar los alcances y límites del
levantamiento popular egipcio no tiene porqué dar lugar a
lecturas sectarias de los acontecimientos. El extraordinario
proceso revolucionario que se está viviendo en ese país es
un acontecimiento de magnitud histórica, llamado
a tener las más amplias consecuencias en la región y el
mundo también.
Pero como señalara Lenin, las
revoluciones sociales están llamadas a golpear dos veces.
La caída de Mubarak debe servir cual toque de rebato para
preparar la segunda revolución: la que derribe al régimen
capitalista egipcio, abriendo las puertas a una
salida socialista, obrera, campesina y popular no sólo
en ese país sino en todo el Medio Oriente.
Saba Mahmood, Los arquitectos del levantamiento egipcio
y los desafios por delante. En www.jadaliyya.com, 14 de
febrero 2011..
Frederick Bowie, Revolucion 2.0, fase dos. En
Le Monde Diplomatique, 15 de febrero 2011.
Éste es un factor distintivo de la rebelión egipcia
como lo fue también en Túnez donde existe una federación
sindical semi-independiente llamada UGTT (Unión General
de Trabajadores de Túnez) y en el cual tres años
atrás se desarrolló una experiencia con rasgos de
Comuna en la cuenca minera Redeyef, Gafsa.
http://encuentrosindical.org/?p=3003
Roberto Ramírez, “Obama, ¿el Roosevelt que no
fue?”, Socialismo o Barbarie, revista, Nº
23/24, diciembre 2009, pág. 73 y ss.
Kareem Fahim, Mark Landler and Anthony Shadid, “West
Backs Gradual Egyptian Transition”, New York Times,
February 5, 2011.
Oscar Abou–Kassem, “EEUU da respiración asistida al
régimen de Hosni Mubarak – El enviado de Obama para
mediar en la crisis dice que el dictador debe seguir en
el cargo para hacer posible la transición”, Público.es,
Madrid, 06/02/11.
Robert Fisk, “El enviado de Obama dice que ‘la
continuidad de Mubarak en el liderazgo político de
Egipto es fundamental’”, The Independent, 07/02/11 y
Kareem Fahim, Mark Landler and Anthony Shadid, “West
Backs Gradual Egyptian Transition”, New York Times,
February 5, 2011.
Callinicos, Socialist Worker Nº 2237.
Estas ubicaciones no son “estáticas”. Tanto en
Medio Oriente como en el resto de la periferia, estos
regímenes han pasado generalmente de uno a otro polo.
El caso de Egipto es un ejemplo clásico de ese ciclo.
Asimismo, que en mayor o menor medida tengan roces con
el imperialismo, tampoco implica automáticamente que
hagan grandes concesiones a la clase obrera ni que
adopten políticas democráticas progresivas. El régimen
de Nasser, que se proclamaba además “socialista”,
fue salvajemente represivo hacia toda expresión
independiente de la izquierda y la clase trabajadora. El
actual régimen teocrático de Irán, que también tiene
roces con el imperialismo, es aun peor que el de Nasser:
a la represión contra la izquierda y el movimiento
obrero le añade el escandaloso status de la mujer,
sujeta a normas bárbaras de desigualdad y opresión.
Atención, porque también puede reprimir, y duramente,
las luchas obreras para impedir su independencia: ahí
está el caso del ahorcamiento de dirigentes de obreros
en huelga por el propio Nasser al comienzo mismo de su
“revolución”.
Citado por Alex Callinicos en Socialist Worker Nº 2237.
Informe de Luís Gustavo Porfirio, corresponsal del
PSTU, 11 de febrero del 2011.
Entrevista a Samir Amin, en www.sinpermiso.info.
Cristiano de Egipto. En su mayoría son eutiquianos,
seguidores de Eutiques, heresiarca del siglo V, que no
admitía en Jesucristo sino una sola naturaleza, pero
hay también católicos con su rito especial.
Saba Mahmood, Los arquitectos del levantamiento egipcio
y los desafíos por delante. En www.jadaliyya.com, 14 de
febrero de 2011.
Ahmed Shawki, de origen egipcio y dirigente de la
International Socialist Organization de los EEUU (el
grupo trotskista hoy más grande en ese país), señaló,
muy honestamente, que incluso habiendo estado en Egipto
en enero pasado, los acontecimientos desencadenados
apenas días después de su retorno a Estados Unidos lo
“sorprendieron”.
Esto lo informa Luis Gustavo Porfirio, corresponsal
enviado por el PSTU de Brasil.