A continuación presentamos un
curso rápido sobre cómo uno de “nuestros” dictadores
–monárquicos– trata a su propio pueblo durante la gran
revuelta árabe de 2011.
El rey de Bahréin, Hamad al–Khalifa,
tiene sangre en sus manos después que sus fuerzas
mercenarias de seguridad –paquistaníes, indios, sirios y
jordanos– atacaran sin advertencia previa a manifestantes
dormidos, pacíficos, a las 3 de la madrugaa del jueves en
la rotonda Pearl, la versión en el minúsculo país del
Golfo de la plaza Tahrir de El Cairo.
En la brutal acción represiva murieron
por lo menos cinco personas –incluido un niño pequeño–
y hubo 2.000 heridos, algunos por disparos, dos de ellos en
situación crítica. La policía antidisturbios apuntó a
los médicos y enfermeros e impidió que las ambulancias y
los donantes de sangre llegaran a la rotonda Pearl. Un
doctor en el hospital Salmaniya dijo a al–Jazeera que había
un camión refrigerado frente al hospital, y que teme que el
ejército lo haya utilizado para sacar más cadáveres.
Maryama Alkawaka, del Centro de
Derechos Humanos de Bahréin, estuvo presente: “Fue muy
violento, [la policía] no mostró piedad alguna”. Una
avalancha de twits de bahreiníes denunció un ataque
sorpresa al “estilo israelí” y una actitud de tirar a
matar. Y muchos han denunciado a al–Jazeera por no haber
mantenido un enlace satelital en vivo como el que tuvo en El
Cairo, y por decir que se trató sólo de una protesta chií.
La rotonda Pearl está rodeada actualmente por casi 100
tanques en todas las entradas y salidas. El centro de Manama
se ha convertido en una ciudad fantasma.
La oposición chií lo describió como
“verdadero terrorismo”. Reem Khalifa, editor sénior del
periódico opositor al–Wasat, dijo: “Las fuerzas del régimen
llegaron sin previo aviso y masacraron a una multitud
mientras dormía”. Habían estado “cantando juntos,
gritando ‘ni suníes ni chiíes sólo bahreiníes'. Nunca
antes habíamos visto algo semejante. Y es lo que molestó más
a los agentes del gobierno –siempre tratan de dividir a la
gente… Y ahora el régimen difunde mentiras sobre mi
persona y otros periodistas que tratan de decir lo que está
sucediendo.”
Khalifa tuvo el valor de ponerse de pie
y enfrentar duramente al ministro de exteriores de Bahréin
en una conferencia de prensa, desenmascarando totalmente su
versión de los eventos (calificó las muertes de
“lamentables” pero insistió en que los manifestantes
eran sectarios y estaban armados).
El Consejo de Cooperación del Golfo
–el club escandalosamente acaudalado de reinos locales que
tiene más de 1 billón de dólares acumulados en reservas
en el exterior y casi un 50% de las reservas confirmadas de
petróleo del mundo bajo tierra– emitió, qué otra cosa
iba a hacer, una insulsa declaración en apoyo a Bahréin.
Mátenlos, pero con guante
de terciopelo
¿Indigna todo esto, aunque sea
remotamente, a Washington? La evidencia habla por sí sola.
La secretaria de Estado de EE.UU. Hillary Clinton expresó
su “profunda preocupación”, según el Departamento de
Estado, e “instó a mostrar circunspección”. El Pentágono
dijo que Bahréin es “un socio importante”; después el
secretario de Defensa Robert Gates llamó al príncipe
heredero de Bahréin, Salman, sin duda para asegurarse de
que todo iba bien con la Quinta Flota de la Armada de EE.UU.
y su personal de 2.250 ilitares ubicados en un complejo
aislado de 24 hectáreas en el centro de Manama.
Incluso el New York Times se vio
obligado a reconocer que el presidente de EE.UU., Barack
Obama, “todavía no ha expresado una franca crítica pública
a los gobernantes de Bahréin como la que hizo contra el
presidente Hosni Mubarak de Egipto, o la que ha dirigido
repetidamente contra los mullahs en Irán”. Pero no puede
hacerlo: después de todo el rey de Bahréin que mata a su
pueblo es otro de los sospechosos habituales, un “pilar de
la arquitectura de seguridad estadounidense en Medio
Oriente”, y “un firme aliado en su enfrentamiento con la
teocracia chií de Irán”.
Considerando esas circunstancias estratégicas,
cuesta descartar al politólogo y blogueador libanés en el
sitio en la web Angry Arab, As'ad AbuKhalil, cuando subraya:
“EE.UU. tuvo que urdir la represión en Bahréin para
apaciguar a los tiranos de Arabia Saudí y otros países árabes,
furiosos con Obama por no haber defendido a Mubarak hasta el
final”.
A propósito, el príncipe Talal Bin
Abdulaziz de Arabia Saudí –padre del multimillonario
amado por Occidente, príncipe Al Waleed bin Talal– dijo a
la BBC que existe peligro de que las protestas en Bahréin
se extiendan a Arabia Saudí.
Nunca se podrá subrayar
suficientemente que Bahréin tiene que ver directamente con
Irán contra Arabia Saudí.
La base naval de EE.UU. en Manama
representa un policía en patrulla (en el Golfo Pérsico).
Además, un 15% de la población de Arabia Saudí es chií,
y vive en las provincias orientales, donde está el petróleo.
Eso hace que sea extremadamente difícil que los bahreiníes
–chiíes e incluso suníes– amenacen a la dinastía suní
gobernante al–Khalifa, ya que la Casa de Saud se apresurará
de inmediato a participar con toda clase de apoyo logístico
y militar.
Además, Arabia Saudí tiene inmensa
influencia sobre el petróleo de Bahréin, que proviene del
campo petrolífero compartido Abu Saafa, explotado por Saudi
Aramco y compartido con un refinador bahreiní.
Bahréin está lejos de nadar en petróleo.
Según cifras del Fondo Monetario Internacional, Arabia Saudí
produjo en 2010 aproximadamente 8,5 millones de barriles de
petróleo por día; los Emiratos Árabes Unidos 2,4
millones, Kuwait 2,3 millones, y Bahréin sólo 200.000
barriles por día.
Según Moody’s, el gobierno de Bahréin
necesita para equilibrar su presupuesto petróleo a 80 dólares
el barril, “uno de los umbrales de rentabilidad
presupuestarios más elevados en la región”, dice
Financial Times. Como señala un informe de Barclays Capital
con un típico contorsionismo corporativo: “Los anuncios
de protestas callejeras, concesiones del gobierno al precio
de deteriorar la posición fiscal y tensiones políticas a
punto de estallar, han creado un telón de fondo que ha
llevado evidentemente a los inversionistas a considerar Bahréin
con creciente cuidado”.
De modo que si los manifestantes
realmente quieren golpear a al–Khalifa donde duele,
debieran apuntar al nexo entre el negocio del petróleo y el
sector financiero. Será una lucha extraordinariamente difícil
contra un inicuo Estado policial repleto de mercenarios
–especialmente consejeros militares jordanos (el
“torturador maestro” de la Mukhabarat [policía secreta,
N. del T.] es jordano)– y que ahora cuenta con la
“ayuda” de tanques y soldados saudíes. Además, la
policía antidisturbios y las fuerzas especiales no hablan
el dialecto local, y en el caso de los baluchis de Pakistán,
ni siquiera hablan árabe.
Las perspectivas son poco prometedoras.
El rumor entre conocedores en Manama habla de una división
dentro de la familia real. El temido sectario Khalid bin
Ahmed, responsable de la política de naturalizar a suníes
“importados” para alterar el equilibrio demográfico y
diluir aún más los derechos a voto de la población chií
indígena, estaría de un lado; y el rey más el príncipe
heredero Salman (el compinche de Gates) estaría del otro.
El rey podría estar perdiendo control. Y en este caso
Arabia Saudí presionaría para que bin Ahmed se hiciera
cargo y que uno de los hijos del rey, Nasir Bin Hamed, fuera
príncipe heredero. Tiene sentido, si es visto a través del
prisma de la brutal represión.
Hora de cruzar el puente
Lo que ciertamente pueden lograr los
chiíes de Bahréin es inspirar a los chiíes en Arabia Saudí
en términos de una larga lucha por más igualdad social,
económica y religiosa. Es una vana ilusión apostar a que
la Casa de Saud se reforme por sí sola. No lo hará
mientras goce de una extraordinaria riqueza petrolera y
mantenga un vasto aparato represor, más que suficiente para
comprar o intimidar cualquier forma de disenso.
Sin embargo puede haber motivos para soñar
con que Arabia Saudí siga el mismo camino que el nuevo
Egipto. La edad promedio del trío de príncipes gobernantes
de la Casa de Saud es de 83 años. El 47% de los 18,5
millones de naturales del país tiene menos de 18 años.
Desde YouTube, Facebook y Twitter se ejerce una creciente
vigilancia sobre una concepción medieval del Islam, así
como una corrupción abrumadora.
La clase media disminuye, un 40% de la
población vive bajo el umbral de la pobreza, no tiene prácticamente
acceso a ninguna educación, y está de hecho incapacitada
para trabajar (un 90% de todos los empleados son suníes
“importados”). Incluso el cruce de la calzada a Manama
basta para meter ideas en la cabeza de la gente.
Una vez más, hablamos de una lucha
extraordinariamente difícil en un país sin partidos políticos
o sindicatos, u organizaciones estudiantiles, en el que
cualquier tipo de protesta o huelga es ilegal, y en el que
los miembros del consejo de la shura son nombrados por el
rey.
El periódico Arab News ya ha advertido
en todo caso que esos vientos de libertad del norte de África
pueden llegar a Arabia Saudí. Todo puede girar en torno al
desempleo de los jóvenes, de un insostenible 40%. No cabe
duda: la gran revuelta árabe de 2011 sólo cumplirá su
misión histórica si sacude los fundamentos de la Casa de
Saud. ¡Jóvenes suníes y chiíes de Arabia Saudí, no tenéis
nada perder salvo vuestro miedo!
(*)
Pepe Escobar es columnista de Asia Times y autor de
“Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into
Liquid War” (Nimble Books, 2007) y “Red Zone Blues: a
snapshot of Baghdad during the surge”. Su último
libro es “Obama does Globalistan” (Nimble Books, 2009).
Puede contactarse con él en: pepeasia@yahoo.com.