Rebelión en Libia

Rebeldes y ciudadanos organizan la vida cotidiana en las zonas liberadas

Los comités vecinales controlan la seguridad
o reparten la ayuda

Por Nuria Tesón
Enviada especial a Tobruk
El País, 26/02/11

Incluso en sus discursos televisados de estos días, Muamar el Gadafi insistía en que el poder siempre ha estado en manos del pueblo libio. Pero solo ahora empieza a estarlo, al menos en algunas zonas. Porque son los rebeldes los que están ejerciendo el poder en lugares como Bengasi, la segunda ciudad libia, o Tobruk, en la frontera con Egipto. En las zonas liberadas se crean comités vecinales que han empezado a organizar sin demora la vida cotidiana de los habitantes: la justicia, la seguridad o el tráfico.

Un coche blanco recorre lentamente una carretera de acceso a Tobruk en paralelo a dos viandantes que caminan por la acera. Si se detienen, el vehículo para. Si aceleran, el conductor acelera. Un hombre sale de una casa y se para a saludar a los peatones, les invita a un pitillo y alza la mano en dirección al coche. No hay peligro. El conductor da la vuelta y saluda con el signo de la victoria al irse. La seguridad es solo uno de los muchos ámbitos en los que los detractores de Gadafi están muy atentos estos días para asegurarse de que mantienen controladas las ciudades que han tomado bajo su dominio. Son simultáneamente guardianes de la revuelta y gestores de las ciudades de las que van logrando expulsar a los leales al presidente.

Todo en la ciudad de Tobruk lo controla el comité popular. Se ha creado uno por cada zona liberada, explica uno de sus miembros, Mohamed Salah, y precisa que también existe "uno para cada cometido: reparto de alimentos; medicinas y vigilancia". Salah confía en que pronto se nombre a un responsable de zona que ayude a coordinar la ayuda con los consejos de otras poblaciones.

La ayuda va llegando con lentitud, pero llega y es necesario distribuirla equitativamente entre todos. También reciben dinero en forma de donaciones en la sede del comité, en la plaza central de Tobruk.

El reparto de víveres o medicinas no es problema para un pueblo acostumbrado a vivir en comunidad a pesar de los esfuerzos del régimen por mantenerle en reinos de taifas. Gadafi se inventó la yamahiriya, una especie de república de las masas.

Tobruk no tiene cine, explica el joven Matruk, un estudiante de 22 años, "porque cualquier acto público da a la gente la posibilidad de juntarse y conversar y a Gadafi no le interesa que intercambiemos opiniones. No le interesa que tengamos una opinión".

Sin embargo, su pueblo, ese al que Gadafi llamó "ratas" y "drogadictos" en uno de sus discursos por televisión, ese al que mantiene bajo su batuta desde hace casi 42 años, ha tomado el control de la situación y establecido un orden que sorprende incluso a los foráneos. "En los 14 años que llevo trabajando en zonas de emergencia nunca había visto algo así. La rapidez con la que se han organizado para hacer llegar la ayuda humanitaria desde la frontera, la distribución, el trabajo en equipo... es sinceramente impresionante", señalaba Peter Bouckaert, enviado especial de la ONG Human Rights Watch a este conflicto.

Desde el miércoles los bancos también funcionan. Abren unas horas para dar servicio a los ciudadanos y permitir que puedan sacar unos 200 dinares "como máximo", señala Salah, miembro del comité popular de Tobruk. Es una cantidad que les permite llevar una vida casi normal. Con el dinero que trajeron de Bengasi los del comité popular de los rebeldes esperan aguantar al menos dos o tres meses.

Las banderas de la independencia (la tricolor con la media luna y la estrella, con la que los rebeldes han sustituido la verde de Gadafi) ondean en los edificios oficiales de Tobruk y las comisarías están vigiladas por civiles, algunos de ellos armados, pero todos jóvenes protagonistas de la revuelta. "Este no es el momento del Ejército, nosotros somos meros observadores que vemos cómo nuestros hijos toman el mando de un modo ejemplar", aseguraba un oficial.

El edificio de los tribunales en la vecina Bengasi, que el domingo fue la primera ciudad liberada por los que intentan derrocar al coronel, se ha convertido en la sede del poder rebelde y el Ayuntamiento. No es el único de los cambios en la ciudad. Jueces y abogados, que han estado en la vanguardia de la revuelta en Libia, participan también en la gestión cotidiana a través de los comités. Y eso incluye por ejemplo dirigir el tráfico con la toga puesta, tarea en la que también se implican ciudadanos de a pie.

Estos comités recién creados se reúnen para tratar asuntos de seguridad, negociar con el Ejército o discutir sobre cómo lograr que los trabadores regresen a sus puestos.


“Comités revolucionarios” en el bastión rebelde

En Tobruk todo se decide en la plaza central

Por Marcelo Cantelmi
Enviado Especial
Desde Tobruk, Libia
Clarín, 27/02/11

En la entrada de la ciudad hay retenes de los “comités revolucionarios” que se ocupan de organizar la seguridad y el despacho de víveres y medicamentos a través de un corredor que alcanza a la frontera egipcia. No importa si no se tiene visa. Si uno es periodista, es recibido con abrazos y alegría. Quieren que se conozca la historia de esta batalla.

El sistema de aprovisionamiento y contención de la gente funciona con tal eficiencia que el enviado especial de la ONU para el Human Rights Watch, Peter Bouckaert, dijo en declaraciones que cita El País de España que en sus años de carrera jamás vio algo semejante.

Esto surgió con éxito en apenas unos días que lleva esta crisis. El caos se parece a la organización espontánea que se observó en Egipto cuando, antes de caer, el dictador Hosni Mubarak retiró toda la policía de la capital del país y de las del interior, pero no hubo incidentes ni desarreglos. Un antecedente que los diplomáticos allí destacados mostraban como evidencia de una madurez política de la gente que el régimen negaba, y, en fin, el dato de que estaban preparados para tomar sus decisiones, es decir, elegir y ser elegidos.

Pero en Libia el escenario es peor debido a las características demenciales de esta dictadura de 42 años. Un ejemplo rotundo del comportamiento bizarro del régimen es que en Tobruk no se permitió que haya cines porque Kadafi no quería que la gente pudiera reunirse bajo ningún pretexto e intercambiar opiniones. Como no podía hacer lo mismo en las mezquitas, el dictador y un comité de expertos se ocupaba de enviar a los templos de aquí y del resto del país la hojita con los sermones que debían leer los clérigos y que lo alababan bajo amenaza de mazmorras para los líderes espirituales que desobedecieran el cerrojo informativo que llegaba hasta esos extremos.

Desde ese profundo pozo medieval esta gente está surgiendo con niveles de alistamiento que esterilizan la idea del riesgo –que siempre sobrevuela ominoso– de una anarquización del país.

La ciudad es pequeña y tiene algún nivel de desarrollo frente a la enorme miseria que se advierte a los costados de la rutas que llegan desde la frontera binacional. Aquí un hotel de cinco estrellas que se alza vecino a la plaza principal es casi el paraíso porque hay agua y caliente y muchos de nosotros podemos finalmente bañarnos después de, en algunos casos, más de tres días sin ver una ducha que funcione. Por un rato, se termina también el café frío de Saloum en Egipto y su comida magra.

Aquí los problemas más serios son las comunicaciones por el bloqueo de Internet y telefonía móvil que ha impuesto el dictador y dificultades menores de dinero. La gente quiere dinares libios aunque a regañadientes también acepta las libras egipcias que uno lleva. El dólar genera reacciones contradictorias. Algunos lo aceptan, otros temen que esa plata que uno le da sea un papel dibujado y no tenga valor. La desconfianza en este país no es sólo un defecto; es una cuestión cultural nacida de las entrañas del sistema orwelliano que ha regido las vidas de toda esta gente desde mucho antes de nacer.

Una novedad que salva en parte estos baches es que los revolucionarios lograron, en un exceso de su organización, que los bancos vuelvan a operar . Aquí lo hacen de a ratos desde este pasado miércoles y entregan un límite de hasta 200 dinares –unos US$ 180 aproximadamente–, con lo que la gente puede más o menos defenderse. Cierta solidaridad especialmente en el este del país, liberado ya de las bandas de matones del régimen, impide en tan especial coyuntura que los precios de los alimentos escalen a caballo de la crisis.

La plaza central de la ciudad es, como en las antiguas épocas de los cabildos abiertos, el lugar donde tiene su sede principal el comité civil de Tobruk. Ahí es donde pasa la política y también la “terminal” en la que se puede conseguir un auto para seguir viaje a Bengasi, la última etapa antes de Trípoli donde se ha amurallado el régimen.

Cerca de allí hay un edificio donde están detenidos un grupo de adolescentes que son mercenarios de las fuerzas oficialistas reclutados para la ocasión. No se ve gente adulta en esa prisión provisoria. A Daniel le han dicho que a los mayores los han ejecutado. No se sabe el destino –aunque puede presumirse– de estos casi niños que el régimen envía al frente como carne gratis de batalla.

Las noticias que llegan aquí desde Trípoli, obtenidas por gente que ha podido hacer agónico el camino desde la ciudad o a través de comunicaciones con sus parientes cuando las líneas de teléfono raramente funcionan, son terribles. La ciudad sufrió infinidad de ataques de las bandas armadas oficialistas que disparan contra la multitud que, pese al peligro, ha seguido saliendo a las calles a manifestarse. Los heridos quedan tirados, y los médicos que acuden a auxiliarlos son reprimidos. La idea es dejarlos ahí, en las veredas, hasta que mueran como un ejemplo y advertencia.

Trípoli, según estos relatos, es una vivencia que recuerda las escenas peores de la saga de Mad Max, donde hordas de salvajes sin la menor idea de la piedad intentan avasallar el único sitio en el desierto donde algo de razón se mantiene con vida.

Algunas de las voces que llegan desde la capital han hecho correr interesantes versiones. Advierten incluso que se trató de grabaciones anteriores a la explosión de esta crisis las imágenes de TV donde se veía el viernes pasado a miles de jóvenes alabando a Khadafi en su primer discurso en público en la Plaza Verde desde que comenzó la revuelta. Imposible confirmarlo, aunque aquí todos crean y sin dudar la versión en cuanto salta del boca en boca, un sistema de comunicación que desafía exitoso, a su modo, la esperpéntica garra de la censura oficial.


Bengasi fue el origen de la revuelta; ahora busca volver a la normalidad

El desafío del autogobierno

Por Paul Schemm
Desde Bengasi
Agencia Associated Press (AP), 26/02/11

Los libios de la mitad este del país se encuentran en una situación inimaginable: liberados del régimen de Muammar Gadafi por primera vez en 41 años.

Ahora, los ciudadanos tratan de decidir cómo gobernar sus propios asuntos y fortalecer su poder militar, ya que Gadafi gobierna aún la otra mitad del país.

Todo empezó allí como una serie de pequeñas manifestaciones de protesta debido al encarcelamiento de un abogado defensor de derechos humanos y luego, en una semana de batallas cada vez más sangrientas, los residentes de la segunda ciudad más grande de Libia, Bengasi, se encontraron de repente a cargo del gobierno.

Sólo unos días después de la retirada de las fuerzas leales al régimen, la ciudad luce ordenada, con los comercios abiertos y un nuevo gobierno local emergiendo en la misma ciudad en la que cualquier forma de organización social era despiadadamente reprimida.

"No planeábamos una revolución; se dio de repente", dijo Fathi Turbel, el abogado de 39 años cuyo encarcelamiento disparó las protestas. "La gente no alcanza a imaginar cómo es posible que todo haya ocurrido con tanta rapidez."

Siguiendo el ejemplo de sus vecinos egipcios, los libios formaron comités populares para garantizar la seguridad básica y hablaron con académicos, abogados y expertos locales para decidir cómo organizar el gobierno que heredaron. El resultado fue un consejo municipal de 15 miembros, integrado por figuras prominentes, entre ellas, Turbel.

Las concentraciones aún surgen regularmente, mientras los residentes celebran su largamente negado derecho a reunirse en una plaza y entonar eslóganes. Por una ley de 1973, era ilegal que se reunieran cuatro o más personas, debido al miedo de Gadafi a las conspiraciones, y cualquier clase de organización civil era aplastada. Ahora, dijo Turbel, todos deben aprender a trabajar juntos.

Dentro del juzgado reina un torbellino de actividad, mientras jóvenes, hombres y mujeres van de acá para allá con el afán de armar una nueva estructura municipal.

"No tenemos ninguna experiencia en esto, así que recurrimos a la ayuda de gente que sabe más que nosotros. Hasta ahora, la cosa funciona", dijo Atif el–Hasiya, un ingeniero que trabaja para el nuevo gobierno.

Afuera, las evidencias respaldan sus palabras optimistas. Los únicos embotellamientos se producen cuando la gente baja la velocidad para mirar los símbolos quemados del viejo régimen. Los nuevos carteles colocados en toda la ciudad dicen: "Sí a la apertura de panaderías, farmacias, comercios y sí a seguir con la vida normal en Bengasi".

El sonido de los disparos, sin embargo, habituales porque alguien dispara su rifle como celebración, todavía interrumpe el silencio de la noche. Los funcionarios admiten que es prioritario recuperar las numerosas armas que cayeron en manos de la gente después del caos. Y también reconocen que, hasta el momento, no se han planeado acciones contra el gobierno central. En cambio, esperan la deserción del resto de las fuerzas de Gadafi.

"Esperamos un golpe de Estado que surja de la gente que lo rodea", reconoció Abu Ahmed, un veterano activista involucrado en la organización del nuevo gobierno. Sin embargo, señaló que el ejército libio ni siquiera era muy poderoso cuando estaba unido.

"Gadafi les fue quitando capacidad. Las únicas tropas capaces eran las fuerzas de seguridad del propio Gadafi", dijo, y explicó que el líder temía a los golpes militares.

Actuar con paranoia

Por ahora, las tropas que han desertado dicen que están en contacto con sus colegas de la mitad oeste del país, porque intentan convencerlos de que sigan su propio ejemplo.

Incluso en medio de la euforia producida por la liberación de la ciudad, proliferan los rumores de un inminente bombardeo aéreo, ataques navales o la reaparición de los temidos mercenarios africanos de Gadafi, que, según los residentes, fueron los principales combatientes.

"No estamos paranoicos, sino que vivimos una situación real en la que debemos sentir paranoia y actuar de manera paranoica para poder protegernos", dijo Ahmed. "Sabemos que este sitio está infiltrado por el régimen", añadió.

Mientras Turbel explicaba su visión de la transformación de Libia en un Estado democrático basado en una Constitución, un asistente entró en la oficina y le susurró al oído que habían atrapado a un agente de Gadafi que estaba afuera, espiándolos.


Adiestran a voluntarios en el uso de armas en las calles de Bengasi

“Estamos completamente en contra de cualquier intervención extranjera”, declara líder insurgente

Por Juan Miguel Muñoz
Enviado especial a Bengasi
El País, 28/02/11

Resulta extremadamente chocante cruzar la frontera para entrar en un país árabe y no ver una pléyade de policías, militares, guardias y funcionarios. En el árido límite entre Egipto y Libia, solo tres o cuatro individuos, viejos Kaláshnikov al hombro y vestidos de paisano, guían al extranjero que marcha a contracorriente de los cientos de asiáticos y árabes que abarrotan el puesto para escapar de Libia. Durante centenares de kilómetros, hasta alcanzar Bengasi, apenas se ve a media docena de hombres malamente armados a la entrada de algún pueblo. Seguramente por ello, militares que se pasaron a las filas opositoras se dedican estos días a adiestrar a ciudadanos en el manejo de armas. La improvisación es total; también en el campo político. Un portavoz de la Coalición Revolucionaria del 17 de Febrero anunció ayer en Bengasi –rechazando la iniciativa de un exministro de Justicia, que aseguró que se formará un Gobierno de transición– la creación de un Consejo Nacional que se hará cargo de dirigir el cambio político, pero que en ningún caso será un Ejecutivo de transición.

Solo una deserción masiva de soldados puede explicar la desaparición de un Ejército que, no obstante, debe disponer todavía de poderosas armas. Después de que Muamar el Gadafi decidiera abrir las puertas de los arsenales en todo el país, infinidad de ciudadanos se llevaron armamento de todo tipo, aunque no de excesiva importancia. En el antiguo cuartel del Mujabarat (servicios secretos) de Bengasi se acumulan munición, lanzagranadas, fusiles y lanzacohetes. Son 70 los camiones del Ejército que se dedican estos días a reunir el armamento, y son soldados que abandonaron el Ejército quienes dirigen las operaciones. Aunque no faltan civiles, como Abdelkrim Fathi, ingeniero de una compañía petrolera, que colaboran en las tareas. "Si fuera necesario, las emplearemos contra Gadafi", aseguraba Fathi, informa Nuria Tesón.

No resultará sencillo a los rebeldes vencer a los experimentados leales a Gadafi que se han acantonado en los alrededores de Bab el Azizia, la residencia del dictador bombardeada por EE UU hace un cuarto de siglo, y en la región de Sirte, donde radica la tribu de Gadafi. "En Trípoli la milicia la forman unos 8.000 mercenarios, mayoritariamente africanos. En Sirte hay otros 3.000, no sabemos cuántos de ellos militares, con armas pesadas", explica Abu Baker Omeima, uno de los dirigentes de los comités ciudadanos que se encargan de la gestión de los asuntos cotidianos. Sirte, a mitad de camino entre Bengasi y la capital, acoge la industria química de Libia. "Gadafi es capaz de cualquier locura", advierte Omeima. Algo que no arredra a los muchos voluntarios listos para enfrentarse a Gadafi. Son una legión cuya disposición y empeño por ofrecer una buena imagen conmueve. En Tobruk, ayer por la mañana, Omeima puso a disposición de los periodistas coches para su traslado a Bengasi. Gratis.

En la capital de la revuelta, con mayor presencia de personal armado, el panorama es el habitual cuando el odio se desata contra un tirano: muchos edificios oficiales y cuarteles –visitados por vecinos curiosos– presentaban un aspecto que presagia un único destino: el derribo. Como derribado fue todo vestigio de entramado institucional durante los 41 años de régimen.

No hay organismo político alguno al que acudir. No existe Parlamento, ni partidos políticos, ni organizaciones no gubernamentales, ni sindicatos. El peligroso vacío político y de seguridad reina en este país dominado por las arraigadas fidelidades tribales y en el que todo está por hacer tras el desmoronamiento, aún inconcluso, de la dictadura. Durante la revuelta egipcia nunca hubo semejante vacío de poder. Tampoco en Túnez se produjo. En ambos países, aunque de modo diferente, el Ejército jugó un papel determinante. Por contestado que sea el actual Gobierno de El Cairo –a pesar del derrocamiento de Hosni Mubarak–, y aunque el primer ministro tunecino, Mohamed Ghanuchi, dimitió ayer, siempre hubo alguien al mando. De eso se trata ahora en Libia.

Abdelhafiz Hoga, portavoz de la Coalición Revolucionaria del 17 de Febrero, aseguró ayer en Bengasi que se constituirá un "Consejo Nacional cuya misión será dirigir el proceso de transición". Lo formarán delegados de todas las ciudades liberadas, pero todavía se ignora su composición exacta y su dirección. Lo que sí se sabe es que esta propuesta ya ha chocado con la del exministro de Justicia Mustafá Mohamed Abdulyalil, que se alió recientemente a los rebeldes y que promueve un Gobierno interino de transición.

"Estamos completamente en contra de cualquier intervención extranjera. El resto de Libia será liberado por el pueblo", enfatizó Hoga, horas después de que la secretaria de Estado, Hillary Clinton, dijera que ya han contactado con miembros de la oposición. Tan cierto como que no se han oído muchas consignas contra Estados Unidos a lo largo de las protestas en el mundo árabe, es que la inmensa mayoría nada quiere saber de injerencias foráneas.


Algunos de los 12 militares que acompañaron a Gadafi en la revolución de 1969 emergen como candidatos para liderar el cambio ante la falta de sociedad civil

El regreso de los antiguos camaradas

Por Naira Galarraga
El País, 28/02/11

La fiesta nacional de Libia es el 1 de septiembre, aniversario del golpe de Estado contra el rey Idris, en 1969. Una asonada incruenta que lideró a los 27 años Muamar el Gadafi , el más joven de los 12 oficiales que lo dirigieron. Algunos de aquellos antiguos camaradas –eran compañeros en una escuela militar de Bengasi– han muerto, otros se apartaron del régimen, otros fueron apartados. Y alguno ha permanecido a su lado estas cuatro décadas. Pero incluso entre estos últimos la lealtad tiene un límite. Al menos dos de ellos, Abdel Fatah Yunis y Abdel Monem al Houni, se unieron a la revuelta rebelde la semana pasada. Ambos, junto a Abdusalam Jalloud, purgado en los noventa y apartado de la vida pública desde entonces, pueden ser claves el día después de Gadafi. El Ejército, aunque débil, es posiblemente lo más parecido a una institución que queda en este país sin partidos, sindicatos, poder legislativo ni sociedad civil.

La semana pasada Yunis dejó su cargo de ministro del Interior y Houni, el suyo de representante ante la Liga Árabe. Ambos participaron en aquel golpe que tuvo que ser aplazado dos veces porque las fechas elegidas coincidían con sendos conciertos de la venerada cantante Um Kulzum.

Los expertos más pesimistas temen que el día después a Gadafi empiece una sangrienta caza de brujas. "Habrá un vacío de poder", explicó al diario The New York Times la experta en Libia Lisa Anderson. "No veo muy factible que la gente quiera dejar las armas y volver a sus trabajos de burócrata", añadió.

El coronel Gadafi desmanteló cada estructura que pudiera suponer un desafío a su poder. Igualmente, se aseguró de que nadie le hiciera sombra. Incluso enfrentó a sus hijos sin nombrar oficialmente a ninguno heredero. Ninguna de las tribus tiene poder en todo el país porque Gadafi se encargó de enemistarlas, pero algunos de aquellos alzados contra el monarca son gente respetada, aunque rondan los 70 años.

"El Éjército es débil. No es el guardián del Estado, como sí lo era en Túnez y Egipto. Gadafi lo mantuvo sujeto porque no quería ser derrocado por un golpe militar como el que le llevó al poder", explicó el experto del Consejo de Relaciones Exteriores Robert Danin al diario The Globe and Mail.

A la filóloga árabe Mercedes Fonte Cuy, que ha vivido 27 años en Libia, no le sorprende nada que Yunis y Houni abandonen ahora al régimen. "Al que se levantaba un poco en los cuarteles se lo llevaban por delante, pero en privado los militares insultaban a Gadafi", asegura esta española de 53 años casada con un exmilitar libio, con el que tiene cinco hijos. Sostiene que el malestar era grande, sobre todo entre los militares del discriminado este del país. Los uniformados se han subido al carro revolucionario que iniciaron los jóvenes, según Fonte. "Se sentían muy controlados", resentidos y humillados".

Relata que no era raro que algún hijo del coronel se presentara en un cuartel y tratara con actitud despótica a los mandos, incluidos los antiguos camaradas de su padre. Los militares tenían que tragar.

Yunis ostentaba en los últimos tiempos el cargo de ministro del Interior –lo que tampoco significa tanto en un país donde solo el Ministerio del Petróleo tiene poder–, pero antes dirigió la escuela militar de comandos y paracaidismo en Bengasi. Fonte asegura que "es un hombre estricto, serio, que mantiene las distancias".

Houni, el exjefe de la delegación ante la Liga Árabe, supuestamente participó en un golpe contra Gadafi en 1975, según el think tank Starfor. Estuvo exiliado en Egipto hasta que, hace 10 años, el expresidente egipcio Hosni Mubarak convenció a Gadafi para que le permitiera volver. Houni debió recobrar la confianza del déspota para ser embajador.

Otro de los hombres clave es Jalloud, el que fue número dos del coronel hasta 1993, cuando le apartó. Fonte cuenta que "era muy buen orador, tenía muy buena presencia y mucha relación con Egipto". Añade que ha vivido al sur de Trípoli. Su tribu, Maqarha, ha dado la espalda al dictador, según Al Yazira.

Mustafá al Kharubi y Al Khwaidi al Hmaidi, que también participaron en aquella asonada que aprovechó que el rey Idris había viajado a Turquía por motivos de salud, siguen probablemente al lado del líder, porque no hay noticias de que hayan desertado. Se rumorea que el coronel Abu Baker Yunis Jaber, jefe del Estado Mayor del Ejército durante 40 años, está bajo arresto domiciliario.

Emhemmed al Mghariaf murió en un accidente de coche, y varios más de aquellos oficiales que se alzaron en armas y echaron al rey sin derramar sangre en unas horas se apartaron (o los apartaron) del régimen y viven en Libia discretamente.