Durante años, el coronel
Khadafi utilizó la hostilidad entre los grupos para asentar su poder. La
discriminación contra el Oriente, feudo de movimientos islamistas, encendió
el fuego de la revuelta en la región de Cirenaica.
El armazón tribal de Libia, el
empeñado favoritismo del coronel Khadafi hacia las tribus del Occidente en
detrimento de las del Oriente libio, las corrientes islamistas y el peso de la
historia colonial terminaron por componer el eje final de la revuelta que
sacude al delirante amo de Trípoli. Durante varias décadas, Muammar Khadafi
manipuló la hostilidad entre las tribus para asentar su poder, pero ese
sistema exitoso se volvió contra él.
El inventor del socialismo árabe
sin oposición ni Constitución política del Estado construyó un esquema de
privilegios entre las tribus de Tripolitania –allí está la capital, Trípoli–
y las de Cirenaica, región del Oriente del país y fronteriza con Egipto y en
cuyo suelo se encuentra lo esencial de los recursos petrolíferos. El peso
tribal en Libia es enorme. Hasta el nombre del país proviene de la tribu
milenaria de Libu. Ningún sistema de gobierno reemplazó hasta ahora la
influencia de las tribus. Estas desempeñaron un papel central, tanto durante
el período de la colonización italiana (1911–1943) como a lo largo de la
monarquía de Idris al Sanussi (1951–1969).
Belicoso, caprichoso, pero hábil,
Khadafi ejerció un poder absoluto gracias a los Comités Revolucionarios
creados en 1975, cuando el coronel instauró la Jamahiriya, la llamada “República
Popular”. Pero esa República no fue sino un andamio personal sustentado por
los Comités Populares, cuyos miembros eran elegidos entre las tribus más
obedientes, en especial la tribu sureña de Qathathfa, de donde el coronel es
oriundo. El sur del país (Sebba) sigue siendo su principal sustento. Abdalah
Senussi, el jefe de los Servicios Secretos, y la ex mano derecha de Khadafi,
Abdelsalam Jalloud, son miembros de las grandes tribus del sur, Mgerha y
Hsuna.
El investigador Moncef Djaziri
explicó en el libro Estado y sociedad en Libia. Islam, política y modernidad
que cuando Khadafi llegó al poder en 1969 “procedió a un trabajo de
reapropiación del aparato del Estado y a la invención de un régimen político
que se corresponde con la tradición tribal de Libia”.
Djaziri destaca que Khadafi buscó
instaurar un régimen que se apoyaba “en las formas no institucionales”, o
sea, las tribus.
Sin embargo, la discriminación
tribal contra el Oriente encendió el fuego de la revuelta en la región de
Cirenaica. Esta zona no sólo es rica en hidrocarburos. Es también el feudo
de movimientos islamistas rudamente reprimidos por Khadafi y la cuna de la
historia rebelde de Libia.
Por su cercanía con Egipto,
Cirenaica ha bebido la influencia activa de los Hermanos Musulmanes, pero ello
no explica todo. A principios de siglo, Italia se apoderó del territorio
libio que estaba en manos del Imperio Otomano y estableció una suerte de
gobierno doble: uno para la región Tripolitana, otro distinto para Cirenaica.
De hecho, este territorio nunca
fue adepto a las obediencias políticas, y menos aún a los colonizadores
italianos. El héroe de la resistencia contra las tropas coloniales de Roma,
Omar el Muktar, era oriundo de esta región, al igual que el rey que gobernó
el país desde la independencia hasta el golpe de Estado de Khadafi (1969),
Idris I.
Con Khadafi en el poder, la
rebelde Cirenaica perdió ante el oeste del país, mejor tratado, mejor
dotado, más urbanizado y financiado. El coronel de pacotilla jamás pudo
hacer las paces con su propia geografía. Ni siquiera le sirvió la escenografía
que montó cuando, en 2009, viajó a Italia para reconciliarse con la ex
colonia.
Khadafi bajó del avión con una
foto de Omar el Muktar pegada en la solapa. La imagen mostraba a El Muktar en
el momento de su captura por los italianos, en 1931.
Detrás de esa foto está la
memoria negra del colonialismo italiano. La invasión de Cirenaica necesitó
la intervención de 100 mil hombres. En octubre de 1911, la región se reveló.
Los italianos masacraron a 4500 personas.
En 1930, bajo las órdenes de
Mussolini, más de 100 mil personas de Cirenaica fueron encarceladas en campos
de concentración a lo largo de la costa mediterránea.
Omar el Muktar cayó en 1931
durante un bombardeo. En septiembre de ese año lo ahorcaron en el campo de
concentración de Soluch: 20 mil prisioneros fueron obligados a presenciar su
ejecución.
El Este siempre fue un
rompecabezas, tanto para los italianos como para la monarquía y el mismo
Khadafi. Permeable a las influencias egipcias, Cirenaica estalló muy poco
después de que triunfara en Egipto la revuelta que sacó del poder al
momificado y alabado –por la comunidad internacional– dictador Hosni
Mubarak. Aunque Khadafi liberó en los últimos años a centenas de presos
pertenecientes a grupos islamistas, Cirenaica nunca le perdonó el favoritismo
con que Khadafi trató a las tribus que se agruparon en torno de Trípoli.
El guía de la Revolución perdió
la brújula política para orientarse. No por nada la primera revuelta seria
contra el poder supremo de Khadafi estalló en 1990 en esa región. Su poder
vacila hoy desde el mismo territorio que le plantó al invasor italiano la
resistencia más feroz.
Incluso tribus aliadas empiezan
a dejarlo por el camino. Akram al Warfalli –uno de los líderes de la tribu
más importante del país situada en Benghazi, Warfalla, con un millón de
miembros– le dijo al Guía Supremo: “Le decimos al hermano (Khadafi) que
ya no es hermano, le decimos que abandone el país”. Delphine Perrin,
especialista de Africa del Norte en el Instituto Universitario de Florencia,
destacó que, hasta ahora, Khadafi “logró crear un equilibrio entre las
tribus y los clanes.
Ese sistema ya se estaba
resquebrajando. Hoy, esa estructura de poder se está derrumbando”. La
revuelta libia muestra no obstante que sus protagonistas son más que miembros
de tribus. La población combate unida contra el régimen más allá de la
tribu a la que pertenece y con una misma exigencia: reformas y libertad.