Tenemos
la impresión de que un gran proceso emancipatorio mundial puede verse
abortado por la implacable ferocidad de Gadafi, la intervención
estadounidense y la poca clarividencia de América Latina. Describiríamos así
la situación: en una zona del mundo ligada de nuevo por fuertes solidaridades
internas y de la que sólo se esperaba letargo o fanatismo ha surgido una
oleada de levantamientos populares que amenaza con hacer caer, uno detrás de
otro, a todos los aliados de las potencias occidentales en la región. Con
independencia de las muchas diferencias locales, estos levantamientos tienen
algo en común que, por cierto, los distingue radicalmente de las
“revoluciones” rosadas y naranjas promovidas por el capitalismo en la órbita
ex soviética: demandan democracia, sí, pero lejos de estar fascinadas por
Europa y los EEUU son depositarias de una larga, arraigada, radical tradición
antiimperialista forjada en torno a Palestina e Iraq. No hay en los
levantamientos populares árabes ni asomo de socialismo, pero tampoco de
islamismo ni –lo más importante– de seducción eurocéntrica: se trata al
mismo tiempo de una revuelta económica y de una revolución democrática,
nacionalista y anticolonial, lo que abre de pronto, cuarenta años después de
su derrota, una inesperada oportunidad para las izquierdas socialistas y
panarabistas de la región.
La América Latina progresista,
cuyos pioneros procesos emancipatorios constituyen la esperanza del
antiimperialismo mundial, debería apoyar en estos momentos al mundo árabe
sin reservas, adelantándose a la estrategia de las potencias occidentales,
desbordadas por los acontecimientos y a las que Gadafi está dando la
oportunidad de un regreso –militar quizás, pero sobre todo propagandístico–
como paladín de los derechos humanos y la democracia. Ese discurso es poco
creíble en esta zona del mundo, donde Fidel y Chávez gozan de un enorme crédito
popular, pero si América Latina se alinea, por activa o por pasiva, con el
tirano, no sólo los contagiosos avances populares, que lamen ya Europa y se
han trasladado a Wisconsin, se verán irremediablemente detenidos, sino que se
producirá una nueva fractura en el campo antiimperialista que los EEUU,
siempre vigilantes, relojeros del mundo, aprovecharán para recuperar el
terreno perdido. Algo de eso puede estar ya ocurriendo como resultado de una
combinación de desconocimiento y de antiimperialismo esquemático y sumario.
Los pueblos árabes, que vuelven a la escena de la historia, necesitan el
apoyo de sus hermanos latinoamericanos, pero es sobre todo la relación de
fuerzas mundial la que no puede permitirse una vacilación por parte de Cuba y
Venezuela sin que Cuba y Venezuela sufran también las consecuencias y las
sufran con ellos América Latina y las esperanzas de transformación a nivel
planetario.
Podemos alegar que sabemos poco
de lo que ocurre en Libia y sospechar de las condenas occidentales, mediáticas
e institucionales, de los últimos días. Podemos quedarnos en eso. Los
imperialistas son más inteligentes. Ellos, que tienen muchos intereses
concretos en la zona, han defendido hasta el final a sus dictadores, pero
cuando han comprendido que eran insostenibles los han dejado caer y han
elegido otra estrategia: apoyar procesos democráticos controlados,
seleccionar minorías postmodernas como motor de cambios limitados y desplegar
sin pudor, a sabiendas de que la memoria es corta y los reflejos de la
izquierda muy inmediatos, un nuevo arco iris de retórica democrática. Habrá
que oponerse a cualquier injerencia occidental, pero no creo, sinceramente,
que la OTAN vaya a invadir Libia; lo que sí nos parece es que esta amenaza,
apenas apuntada, tiene el efecto de enredar y emborronar el campo
antiimperialista, y esto hasta el punto de hacernos olvidar algo que sí deberíamos
saber: quién es Gadafi. Olvidarlo puede producir al menos tres efectos
terribles: romper los lazos con los movimientos populares árabes, dar
legitimidad a las acusaciones contra Venezuela y Cuba y
"represtigiar" el muy dañado discurso democrático imperialista.
Todo un triunfo, sin duda, para los intereses imperialistas en la región.
Gadafi ha sido durante los últimos
diez años un gran amigo de la UE y de EEUU y de sus dictadores aliados en la
zona. Baste recordar las incendiarias declaraciones de apoyo del Calígula
libio al depuesto Ben Alí, a cuyas milicias muy probablemente proporcionó
armas y dinero en los días posteriores al 14 de enero. Baste recordar también
la dócil colaboración de Gadafi con los EEUU en el marco de la llamada
“guerra antiterrorista”. La colaboración política ha ido acompañada de
estrechos vínculos económicos con la UE, incluida España: la venta de petróleo
a Alemania, Italia, Francia y EEUU ha sido paralela a la entrada en Libia de
las grandes compañías occidentales (la española Repsol, la británica
British Petroleum, la francesa Total, la italiana ENI o la austriaca OM), por
no hablar de los suculentos contratos de las constructoras europeas y españolas
en Trípoli. Por lo demás, Francia y EEUU no han dejado de proporcionarle
armas para que ahora mate desde el aire a su propio pueblo, siguiendo el
ejemplo de la Italia imperial desde 1911. En 2008 la ex secretaria de Estado
Condoleeza Rice lo dejó muy claro: “Libia y Estados Unidos comparten
intereses permanentes: la cooperación en la lucha contra el terrorismo, el
comercio, la proliferación nuclear, África, los derechos humanos y la
democracia”.
Cuando Gadafi visitó Francia en
diciembre de 2007, Ayman El–Kayman resumió la situación en un párrafo que
reproduzco aquí: “Hace casi diez años, Gadafi dejó de ser para el
Occidente democrático un individuo poco recomendable: para que le sacaran de
la lista estadounidense de Estados terroristas reconoció la responsabilidad
en el atentado de Lockerbie; para normalizar sus relaciones con el Reino
Unido, dio los nombres de todos los republicanos irlandeses que se habían
entrenado en Libia; para normalizarlas con Estados Unidos, dio toda la
información que tenía sobre los libios sospechosos de participar en la yihad
junto a Bin Laden y renunció a sus “armas de destrucción masiva”, además
de pedir a Siria que hiciese lo mismo; para normalizar las relaciones con la
Unión Europea, se transformó en guardián de los campos de concentración,
donde están internos miles de africanos que se dirigían a Europa; para
normalizar sus relaciones con su siniestro vecino Ben Alí, le entregó a
opositores refugiados en Libia”.
Como se ve, Gadafi no es ni un
revolucionario ni un aliado, ni siquiera táctico, de los revolucionarios del
mundo. En 2008 Fidel y Chávez (junto a Mercosur) denunciaron
justamente la llamada “directiva de la vergüenza” europea que
reforzaba la ya muy severa persecución en Europa de la humanidad desnuda de
las pateras y los muros. De todos los crímenes de Gadafi quizás el más
grave y el menos conocido es su complicidad en la política migratoria de la
UE, particularmente italiana, como verdugo de emigrantes africanos. Quien
quiera una amplia información sobre el tema puede leer Il Mare di mezzo, del
valiente periodista Gabriele del Grande, o acudir a su página web,
Fortresseurope, donde se recogen algunos documentos espeluznantes. Ya en 2006
Human Rights Watch y Afvic denunciaban los arrestos arbitrarios y torturas en
centros de detención libios financiados por Italia. El acuerdo
Berlusconi–Gadafi de 2003 puede leerse completo en la página de Gabriele
del Grande y sus consecuencias se resumen sucinta y dolorosamente en el grito
de Farah Anam, fugitiva somalí de los campos de la muerte libios: “Prefiero
morir en el mar que regresar a Libia”. A pesar de las denuncias que hablan
de verdaderas prácticas de exterminio –o precisamente por ellas, que
demuestran la eficacia de Gadafi como guardián de Europa– la Comisión
Europea firmó en octubre una "agenda de cooperación” para la
"gestión de los flujos migratorios” y el "control de las
fronteras", válido hasta 2013 y acompañado de la entrega a Libia de 50
millones de euros.
La relación de Europa con
Gadafi ha rozado la sumisión. Berlusconi, Sarkozy, Zapatero y Blair lo
recibieron con abrazos en 2007 y el propio Zapatero lo visitó en Trípoli en
2010. Incluso el rey Juan Carlos se desplazó a Trípoli en enero de 2009 para
promocionar a las empresas españolas. Por otro lado, la UE no dudó en
humillarse y disculparse públicamente el 27 de marzo de 2010 a través del
entonces ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, por
haber prohibido a 188 ciudadanos libios la entrada en Europa a raíz del
conflicto entre Suiza y Libia por la detención de un hijo de Gadafi en
Ginebra acusado de maltratar a su personal doméstico. Aún más: la UE no
emitió la menor protesta cuando Gadafi adoptó represalias económicas,
comerciales y humanas contra Suiza ni cuando efectuó un llamamiento a la
guerra santa contra este país ni cuando declaró públicamente su deseo de
que fuera barrido del mapa.
Y si ahora estos amigos
imperialistas de Gadafi –que ven cómo el mundo árabe se voltea sin su
intervención– condenan la dictadura libia y hablan de democracia, entonces
nosotros vacilamos. Aplicamos las plantillas universales de la lucha
antiimperialista, con sus teorías de la conspiración y su paradójica
desconfianza hacia los pueblos, y pedimos tiempo para que se disuelva la nube
de polvo que levantan las bombas lanzadas desde el aire –a fin de estar
seguros de que debajo no hay un cadáver de la CIA. Eso cuando no apoyamos
directamente, como el gobierno de Nicaragua, a un criminal cuyo contacto más
liviano sólo puede manchar para siempre a cualquiera que se reclame de
izquierdas o progresista. No es la OTAN quien está bombardeando a los libios
sino Gadafi. “Fusil contra fusil” es la canción de la revolución;
“misil contra civil” es algo que no podemos aceptar y que, aún antes de
hacernos preguntas, debemos condenar con toda energía e indignación. Pero
hagámonos también las preguntas. Porque si nos hacemos preguntas, las
respuestas que tenemos –por pocas que sean– demuestran además de qué
lado deben estar en estos momentos los revolucionarios del mundo. Ojalá caiga
Gadafi –hoy mejor que mañana– y América Latina comprenda que lo que
ocurre en estos momentos en el mundo árabe tiene que ver, no con los planes
maquiavélicos de la UE y EEUU (que sin duda maniobran en la sombra), sino con
los procesos abiertos en Nuestra América, la de todos, la del ALBA y la
dignidad, desde principios de los años 90, siguiendo la estela de la Cuba de
1958. La oportunidad es grande y puede ser la última para revertir
definitivamente la actual relación de fuerzas y aislar a las potencias
imperialistas en un nuevo marco global. No caigamos en una trampa tan fácil.
No despreciemos a los árabes. No son socialistas, no, pero en los dos últimos
meses, de manera inesperada, han dejado al desnudo la hipocresía de la UE y
los EEUU, han expresado su deseo de una democracia auténtica, lejos de todo
tutelaje colonial, y han abierto un espacio para poner en dificultades desde
la izquierda los intentos de reconversión, también territorial, del
capitalismo. Es la América Latina del ALBA, la del Che y Playa Girón, cuyo
prestigio en esta zona estaba intacto hasta ayer, la que tiene que apoyar el
proceso antes de que el relojero del mundo vuelva a hacer girar las manillas
hacia atrás y a su favor. Los países capitalistas tienen “intereses”;
los socialistas sólo “límites”. Muchos de esos “intereses” estaban
con Gadafi, pero ninguno de esos “límites” tiene nada que ver con él. Es
un criminal y además un estorbo. Por favor, compañeros revolucionarios de América
Latina, los compañeros revolucionarios del mundo árabe están pidiendo que
no lo sostengáis.