Un fantasma recorre el
Golfo Pérsico: la democracia
Este martes, por lo menos el 20% de la
población de Bahréin se congregó en la rotonda Lulu
(Perla) en Manama en la mayor manifestación contra la
monarquía feudal íntimamente relacionada con la gran
revuelta árabe de 2011. Toda una muestra representativa de
la sociedad bahreiní –maestros, abogados, ingenieros, sus
esposas e hijos– se desplegó en una amplia columna
ininterrumpida de rojo y blanco, los colores de la bandera
nacional.
Este miércoles, hubo motivos para
creer que la revuelta llegaba finalmente al santo grial, es
decir la Casa de Saud, cuando 100 jóvenes aparecieron en
las calles de Hafar al–Batin, en el noreste de Arabia Saudí,
pidiendo el fin de la monarquía feudal empapada en petróleo.
Lo extraordinario es que haya sucedido mientras el
“custodio de las dos mezquitas sagradas” el rey saudí
Abdullah, de 85 años, volvía a casa tres meses después de
su operación en EE.UU. y su convalecencia en Marruecos
–en medio de masiva propaganda del régimen, completada
con toques orientalistas mientras hombres en túnicas
blancas realizaban tradicionales danzas beduinas de la
espada sobre alfombras especiales.
Para la Casa de Saud, la revuelta es la
pesadilla máxima: como ya sabe todo el mundo, el ínfimo
Bahréin de mayoría chií limita con las partes productoras
de petróleo de Arabia Saudí, de gran mayoría chií. Por
lo tanto no sorprende que el rey Abdullah apenas ha puesto
el pie sobre sus alfombras ha realizdo una acción
preventiva para aplastar toda posible actividad ansiosa de
democracia mediante un programa de 35.000 millones de dólares
que incluye un año de prestaciones de desempleo para jóvenes
desocupados, agregados a un fondo de desarrollo nacional que
ayuda a la gente a comprar casas, establecer negocios y
casarse.
En teoría Arabia Saudí ha prometido
por lo menos 400.000 millones de dólares hasta finales 2014
para mejorar la educación, la atención sanitaria y la
infraestructura. El economista jefe del Banq Saudi Fransi,
John Sfakianakis, lo describió con el eufemismo: “el rey
trata de crear un mejor efecto de filtración de la riqueza
en la forma de prestaciones sociales”.
Invariablemente los eufemismos terminan
en la política; no hay ninguna señal de que el rey vaya a
invertir en las aspiraciones políticas de sus súbditos
–como los partidos políticos y sindicatos– y las
protestas todavía están totalmente prohibidas. Y no hay
evidencia de que se muestre inclinado a encarar los inmensos
problemas sociales –desde la represión gubernamental a la
intolerancia religiosa– que lo han obligado a anunciar
esta multimillonaria estratagema del “filtrado”.
¿Y quién estuvo presente para saludar
al rey Abdullah y discutir el código de la “crisis”
para la Gran Revuelta Árabe de 2011? Correcto –su vecino
el monarca feudal suní, el rey Hamad al–Khalifa de Bahréin.
Matándolos suavemente con
nuestra canción
La narrativa urdida en el Disneyworld
occidental de que el rey Hamad “favorece la reforma”,
que se interesa por “el progreso de la democracia” y por
“la preservación de la estabilidad”, fue totalmente
desbaratada cuando su ejército mercenario disparó munición
de guerra con cañones antiaéreos desde transportes de
blindados de tropas contra manifestantes que llevaban
flores, o helicópteros Bell estadounidenses que perseguían
a la gente y le disparaban.
Un mensaje en Twitter de la periodista
Bahréiní Amira al–Husseini lo resumió todo: “Amo Bahréin.
Soy Bahréiní. Mi sangre es Bahréiní, y hoy vi cómo mi
país moría en los ojos de sus hijos”.
La rebelión chií contra la dinastía
al–Khalifa de más de 200 años, invasores procedentes del
continente, por cierto, se ha estado desarrollando durante décadas,
e incluye cientos de prisioneros políticos torturados en
cuatro prisiones dentro y alrededor de Manama por
“consejeros” jordanos y un régimen cuyo ejército está
compuesto en su mayoría por soldados punjabíes y baluchis
paquistaníes.
Tardó bastante, pero por fin un
llamado telefónico estratégico desde Washington garantizó
que los al–Khalifa por lo menos hicieran que la matanza
fuera realizada con un poco más de sentido común.
El historial de cómo se ha adaptado la
política exterior de EE.UU. ágilmente a la gran revuelta
árabe de 2011 deja algunas lecciones. El presidente
depuesto de Egipto Hosni Mubarak y el rey Hamad de Bahréin
son “moderados” y ciertamente no “malévolos”; después
de todo fueron y son, respectivamente, pilares de
“estabilidad” en MENA (Medio Oriente–Norte de África).
Por otra parte Muamar Gadafi de Libia y
Bashar al–Assad de Siria son verdaderamente malos, porque
no se someten a los dictados de Washington. La escala moral
que condiciona la reacción de EE.UU. está directamente
determinada por el grado en el cual el dictador/monarca
feudal en cuestión es un sátrapa estadounidense.
Esto explica la inmediata revulsión
estadounidense (del Departamento de Estado, y recién este
miércoles del propio presidente Barack Obama) ante el
bombardeo de su propio pueblo por Gadafi, mientras los
medios corporativos y numerosos analistas de los think tanks
se apresuran a ver quién encuentra los adjetivos más
estudiados para crucificar a este último. No hay nada mejor
que denunciar a un dictador que no se ajusta al modelo de
lacayo de Washington.
Mientras tanto, al otro lado de MENA,
apenas hubo una mirada cuando el aparato represor de Hamad
–importado en parte de Arabia Saudí– mató a sus
propios ciudadanos en la rotonda Perla. Bueno, el terrorista
rehabilitado Gadafi ha sido siempre un lunático, mientras a
Bahréin se le aplica otro mantra: Bahréin es un
“estrecho aliado” de EE.UU., “una nación pequeña
pero valiosa desde el punto de vista estratégico”, base
de la Quinta Flota, esencial para asegurar el flujo de petróleo
por el Estrecho de Ormuz, un bastión contra Irán, etc.
En todo caso, incluso después de la
masacre, Jeque Ali Salman, líder del mayor partido opositor
chií al–Wefaq, así como Ebrahim Sharif, líder del
partido secular Wa'ad, y Mohammed Mahfood de la Sociedad de
Acción Islámica, han acordado reunirse con el príncipe
heredero Salman bin Hamad al–Khalifa para un diálogo
propuesto por la monarquía.
Husain Abdullah, director de
Estadounidenses por la Democracia y los Derechos Humanos en
Bahréin, no está convencido: “No estoy seguro de que la
propia familia gobernante sea seria con respecto a algún diálogo
serio porque cuando se mira la televisión de Bahréin, no
se ve otra cosa que ataques sectarios contra los que
permanecen en la plaza–rotonda Lulu”.
Según Abdullah, lo que sucede en
realidad es que “cada vez más gente llama abiertamente a
que se derribe el régimen, mediante medios pacíficos, y
que Bahréin sea gobernado por el pueblo. Además, hay un
llamado serio a la desobediencia civil total (no parcial,
como es actualmente) en el país para obligar a la familia
gobernante a abandonar el país tal como ocurrió en Túnez
y Egipto”. No es sorprendente que la Casa de Saud esté
asustada.
El levantamiento del 70% chií de Bahréin,
más bastantes suníes –el mantra de la protesta es “ni
chiíes, ni suníes, sólo Bahréiníes”– comenzó como
un movimiento por los derechos civiles. Pero más vale que
el príncipe heredero cumpla rápidamente, de otra manera se
convertirá en una revolución hecha y derecha. Por el
momento hay mucha retórica sobre “estabilidad”,
“seguridad”, “cohesión nacional” y nada sobre una
reforma electoral y constitucional seria.
Hay motivos para creer que Salman
–siguiendo los consejos saudíes– pueda estar tratando
de actuar como Mubarak y hacer promesas vagas para un futuro
distante. Todos sabemos cómo terminó en la Plaza Tahrir.
Los manifestantes comenzaron a pedir un
primer ministro elegido, una monarquía constitucional, y un
fin a la discriminación contra los chiíes. Ahora Matar
Ibrahim, uno de los 18 miembros chiíes el parlamento, dice
que la brecha entre los manifestantes en la rotonda Perla y
la oposición política oficial que habla con el príncipe
heredero se ha convertido en un abismo. El máximo grito
unificador en la rotonda Perla es “¡Abajo, abajo
Khalifa!”
Miles de trabajadores en la inmensa
planta de aluminio Alba ya se han asegurado de que un
movimiento industrial y sindical muy poderoso respalde a los
manifestantes de mayoría chií. El jefe del sindicato de
Alba, Ali Bin Ali –suní– ya ha advertido de que podrían
declararse en huelga en cualquier momento.
Queremos nuestros derechos
sociales
Si tuviera lugar un cambio de régimen
pacífico, democrático, en Bahréin, los mega–perdedores
serían Arabia Saudí y EE.UU.
Bahréin es un caso clásico del
imperio de bases de EE.UU. en colusión con una repugnante
monarquía/dictadura feudal. Naturalmente el Estado Mayor
Conjunto de EE.UU. prefiere el “orden y estabilidad”
dictados por una dictadura, así como la antigua potencia
colonial Gran Bretaña: las masacres de civiles en Bahréin
–y Libia– han sido perepetradas por la academia militar
Sandhurst y sistemas de British Aerospace.
El rey Hamad se graduó de la Escuela
de Comando y Personal General del Ejército de EE.UU. en
Fort Leavenworth, Kansas, y “tiene un papel dirigente en
la dirección de la política de seguridad de Bahréin”,
según un cable filtrado por WikiLeaks. Fue ministro de
Defensa de 1971 a 1988 y es un gran entusiasta del armamento
pesado estadounidense.
Por su parte el príncipe heredero
“muy occidental en su actitud”, es graduado de una
escuela del Departamento de Defensa en Bahréin y en la
Universidad estadounidense de Washington. Traducción: dos
vasallos con mentalidad del Pentágono están a cargo de
hacer reformas democráticas en Bahréin.
El centro bancario internacional de
Bahréin –con un producto interno bruto per cápita de un
poco menos de 20.000 dólares– también está muy arriba,
junto con Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, en la
escala de oligarquías acaudaladas basadas en el trabajo
esclavo, el proverbial gran pool de trabajadores migrantes
que suministra mano de obra barata”. Ha gastado una
fortuna promocionándose como “Bahréin, amigo de los
negocios”. La semana pasada sonó más bien como “Bahréin,
amigo de las balas”.
La gran revuelta árabe de 2011, con
razones específicas en cada país, definitivamente no tiene
que ver con religión (como han afirmado Mubarak, Gadafi y
Hamad), sino esencialmente con la inquietud de la clase
trabajadora provocada por la crisis global del capitalismo.
El choque de civilizaciones, el fin de
la historia, la islamofobia y otros conceptos están muertos
y enterrados. La gente quiere sus derechos sociales y
navegar por las aguas de la democracia política y la
democracia social. En este sentido la calle árabe es ahora
la vanguardia de todo el mundo. Si los al–Khalifa no lo
comprenden, van a caer.
(*)
Pepe Escobar es autor de “Globalistan: How the Globalized
World is Dissolving into Liquid War” (Nimble Books, 2007)
y “Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the
surge”. Su último libro es “Obama does
Globalistan” (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con
él en: pepeasia@yahoo.com.
"Ni
chiítas ni sunnitas, sólo bahreinitas"
Lo
de Bahréin
Pasa
algo desapercibida en los medios la situación imperante en
este reino de 33 islas, 1,2 millón de habitantes y menos de
700 kilómetros cuadrados. No para la Casa Blanca: Bahréin
tiene petróleo y está ubicado en un punto estratégico del
superestratégico Golfo Pérsico. En el 2002 fue designado
"un aliado no miembro de la OTAN muy importante",
en marzo del 2008 se convirtió en el primer país árabe
que comandó maniobras navales conjuntas con EE.UU., en
diciembre del 2008 envió a Afganistán una compañía de
sus fuerzas especiales de seguridad y es calificado "líder
del Consejo Coordinador del Golfo", según cables de la
embajada estadounidense en Manama filtrados por Wikileaks
(www.washingtonpost.com, 22–2–11). Tiene buenas notas en
las libretas del Pentágono.
Hace
40 años que el primer ministro Khalifa bin Salman al
Khalifa, con las bendiciones de su tío, el rey, ejerce un
poder despótico sobre el país. La familia Al Khalifa es
otra de las autocracias que cuentan con el apoyo de EE.UU.
en la región. El lunes 14 de febrero fue el "Día de
la Furia" local contra un régimen que practica la
marginalización, el sectarismo y la represión
indiscriminada. La manifestación era pacífica, pero la
policía disparó con fuego real. Hubo muertos y heridos, y
miles ocuparon la plaza central de Manama. En la madrugada
del jueves, mientras dormían, fueron atacados con bastones,
gas lacrimógeno y pistolas: cinco muertos y más de 2000
heridos (www.asiatimes.com, 20–2–11). No todos pudieron
acudir al Hospital Salmaniya: la policía impidió el paso
de las ambulancias, sacó a los paramédicos de los vehículos
y los golpeó brutalmente.
Es
un ejercicio conocido en Bahréin. El año pasado fueron
detenidos 450 líderes religiosos, figuras de la oposición
y activistas de los derechos humanos que demandaban el fin
de las torturas infligidas a los presos políticos: la mitad
fue acusada de intentar un golpe de Estado y 25 personas, de
"relacionarse con organizaciones extranjeras y
proporcionarles información falsa sobre el reino".
Denunciaron que los torturaron antes de someterlos a juicio
y los examinaron médicos del gobierno que concluyeron que
las heridas, cortes, quemaduras y huellas de fuertes golpes
en los cuerpos de los detenidos no eran el resultado de la
tortura. Bahréin tiene un sistema médico avanzado, pero ni
un solo médico que reconozca esas trazas.
Sólo
unos 530.000 habitantes son nacionales y un 70 por ciento de
éstos, chiítas, pero la dinastía reinante desde hace dos
siglos es sunnita. Esto da pie a una discriminación espesa:
los primeros constituyen el 80 por ciento de la fuerza de
trabajo, pero ninguno de ellos labora en la administración
pública. Más de dos tercios de los mil agentes del aparato
de seguridad nacional son de origen jordano, egipcio,
paquistaní y el resto, sobre todo sunnitas. Es jordano el
"maestro" en materia de torturas. En el informe
mundial de Human Rights Watch presentado este año se
reitera que continúan los tormentos infligidos a opositores
políticos y la violación de niños en cárceles y puestos
policiales (www.hrw.org, 24111). Pero el Pentágono instaló
dos baterías antimisiles en Bahréin, un radar costero,
aviones de combate en la base Isa y 2500 marines en Manana.
No es cuestión de despreciar: Irán está cerca.
La
Casa Blanca sigue con preocupación y en particular la
situación en Bahréin. Con los ejemplos de Túnez y Egipto
a la vista, el presidente Obama, la secretaria de Estado,
Hillary Clinton; el jefe del Pentágono, Robert Gates; y el
asesor de seguridad nacional Thomas Donildon llamaron
incesantemente al rey y a otros miembros de la familia real
–también a dirigentes de los países del Golfo– para
instarlos a no reprimir y a negociar con la oposición
algunas reformas políticas (www.washingtonpost.com,
19–2–11). Washington teme que el peso numérico de los
tan excluidos chiítas dé cobijo a aventuras de al Qaida y
al parecer no comprende algo muy sencillo: la mejor vacuna
contra el terrorismo no es la intervención militar, sino la
democratización de estos países.
Algo
hay que reconocerle, sin embargo: su largo sostén a
dictadores árabes de todo pelaje ha contribuido a sembrar
las semillas de protestas populares espontáneas, no
organizadas por partido alguno y laicas, que demandan
trabajo, un alto a la pobreza, mejoras sociales y
democracia. La familia real construyó una farsa en este
campo: los diputados surgen de elecciones –controladas–,
pero el Consejo Shura o Senado puede rechazar cualquier ley
aprobada por la Cámara baja. Y no hay sorpresas: el rey
elige a los miembros del Shura.
Los
manifestantes cantaban en la plaza "Ni chiítas ni
sunnitas, sólo Bahréinitas". Esta suerte de nuevo
panarabismo rechaza las guerras de religión entre
connacionales.