Arabia Saudita, principal productor
mundial de petróleo y la ficha del dominó regional cuya caída
Occidente teme más, anunció este sábado que prohibirá
todas las protestas.
Esta decisión –el garrote que acompaña
a la zanahoria de beneficios por 37 mil millones de dólares
ofrecida recientemente a los ciudadanos, en un esfuerzo por
aquietar las turbulencias que han afectado a los estados
cercanos– viene después de que los opositores al régimen
habían amenazado con lanzar un “día de ira” el próximo
viernes.
El Ministerio del Interior saudita señaló
que el reino ha prohibido todas las manifestaciones de
protesta porque contradicen las leyes islámicas y los
valores sociales. Añadió que algunas personas han tratado
de sacar la vuelta a la ley para “conseguir propósitos
ilegítimos” y advirtió que se había autorizado a las
fuerzas de seguridad para actuar contra los transgresores.
Para dar énfasis, una declaración
transmitida por la televisión saudita dijo que las
autoridades “recurrirían a todas las medidas” para
prevenir cualquier intento de perturbar el orden público.
Como The Independent informó el pasado viernes, la
gobernante casa de Saud ya había enviado fuerzas de
seguridad, en número probablemente superior a 10 mil, hacia
las provincias del noreste. Esas zonas, donde vive la mayor
parte de la minoría chiíta del país, han sido escenario
de pequeñas manifestaciones en semanas recientes por
inconformes que exigen liberar presos a los que afirman que
se retiene sin instruirles proceso. Los chiítas también se
quejan de que les resulta mucho más difícil obtener cargos
importantes en el gobierno que a otros ciudadanos.
Temor a “perturbaciones”
Las zonas chiítas no sólo están
cerca de Bahrein, escenario de la misma perturbación
potencial en semanas recientes, sino que en ellas se
encuentran también la mayoría de los campos petroleros. Se
cree que viven allí más de 2 millones de chiítas, que en
años recientes practican cada vez más sus propios ritos
religiosos gracias a las reformas adoptadas por el rey
saudita.
Sin embargo, era probable –o quizá
lo sigue siendo– que el día de protesta convocado para el
viernes atrajera a más ciudadanos aparte de los inquietos
chiítas del este. Ha habido crecientes murmullos de
descontento en semanas recientes; no sólo los manifestantes
han cobrado valor por el éxito de los levantamientos
populares en Túnez y Egipto, sino que se han establecido
canales de comunicación en línea entre quienes contemplan
la rebelión. Algunos cálculos indican que hasta 20 mil
personas planeaban protestar el viernes en Riad, así como
en el este.
Los temores del régimen saudita se verán
al menos igualados en muchas partes del mundo donde la
simpatía por los movimientos democráticos es atemperada
por la necesidad de gasolina, que la mayoría de las
personas –pese a todas las afirmaciones de la industria
del transporte en contrario– apenas pueden costearse.
Arabia Saudita está asentada sobre la quinta parte de las
reservas mundiales de petróleo.
La semana pasada, cuando el conflicto
interrumpió la mayor parte de la producción petrolera de
Libia, el precio del barril de petróleo Brent trepó a 103
dólares, en tanto en Gran Bretaña los precios de la
gasolina subieron con rapidez a 1.30 libras el
litro. El aumento en el precio del barril fue causado no
solamente por la revuelta en Libia –el país produce
apenas 2 por ciento de las necesidades petroleras del
planeta–, sino también por la perspectiva de más
perturbaciones en la región, aunque no por la amenaza de un
colapso total en Arabia Saudita.
Ayer, voces alarmistas se apresuraron a
explotar los temores. Alan Duncan, ministro británico de
ayuda internacional y ex comerciante en petróleo, planteó
en una entrevista con el Times de Londres la perspectiva de
que el precio del crudo se podría elevar más allá del récord
de 140 dólares por barril alcanzado en 2008, incluso a 200
dólares o más.
“¿Quieren pagar cuatro libras
por
litro de gasolina?”, preguntó. “Le he estado diciendo
al gobierno durante dos meses que si esto sale mal, el
precio actual de 1.30 se vería como un lujo.” Esbozó un
“escenario del peor de los casos” en el que una grave
perturbación regional podría disparar el precio a 250 dólares
por barril, y por tanto los automovilistas británicos pagarían
2.03 libras por litro. Londres ahora evalúa no
aplicar el planeado aumento de un penique al impuesto sobre la gasolina.