Londres.– Hay un video de la doctora
Alia Brahimi, de la London School of Economics (LSE), en la
que se la ve recibiendo al coronel Muammar Khadafy en esa
escuela hace tres meses, llamándolo "hermano líder"
y obsequiándole una gorra de la institución –una tradición
que, según ella misma aclara, se inició con la entrega de
una de esas gorras a Nelson Mandela–.
Podría ser posible hundirse aún más
profundo, pero en este momento no se me ocurre cómo.
Sir Howard Davies, el director de la
LSE, tuvo la dignidad de renunciar debido a los vínculos
financieros de la escuela con Khadafy y a sus propios
errores de juicio. Ojalá lo de la LSE fuera un caso
aislado? La "primavera árabe" es también un
"invierno occidental".
Me alegra que Estados Unidos y Europa
hayan respaldado el despertar que ha ido desde Bahrein hasta
Libia. Pero escuché hasta ahora suficiente cantidad de
autocríticas.
En el Congreso norteamericano y en
todas las legislaturas occidentales deberían celebrarse
sesiones dedicadas a estas preguntas: ¿cómo apoyamos,
usamos y estimulamos la brutalidad de los dictadores árabes
durante tantos años? ¿En qué medida ese cínico
patrocinio de los déspotas fomentó la furia yihadista que
las sociedades occidentales han procurado refrenar?
Occidente sabe desde hace mucho tiempo
lo que gente como Khadafy y Hosni Mubarak, de Egipto, es
capaz de hacer. Hisham Matar, el aclamado novelista libio,
tiene una nueva novela titulada “Anatomía de una
desaparición”.
Su padre, Jaballa Matar, desapareció
en 1990, secuestrado de su departamento de El Cairo por
agentes de seguridad egipcios que lo entregaron a Libia.
Durante más de una década, no ha
habido rastros de este hombre culto, un ex diplomático que
fue visto por última vez en la infame prisión Abu Salim,
en Trípoli. Su crimen fue creer en la democracia y la
libertad.
Ahí tienen el eje Trípoli–El Cairo.
Eran útiles Mubarak y Khadafy para conseguir información
de inteligencia y entregar a sospechosos de
“terrorismo”. Para lograr una fría paz con Israel, en
el caso de los egipcios; para conseguir petróleo y gas, en
el caso de Libia. También eran asesinos.
Desaparecer es un verbo transitivo para
los dictadores. Eso es lo que les hacen a los enemigos, los
desaparecen de noche para un interrogatorio sin nombre que
se torna eterno.
Ninguna ley rige el destino de estos
cautivos. Se “desvanecen” y los arrojan en fosas
comunes. En junio de 1996, Khadafy masacró a más de 1000
prisioneros políticos en Abu Salim. ¿Estaba entre ellos
Jaballa Matar?
Es importante tener nombres. Los cráneos
enterrados en la arena fueron alguna vez seres sensibles que
gritaron para pedir justicia.
Todo el mundo occidental ha sido cómplice
en el dolor de Hisham Matar, cuya primera novela, “En
el país de los hombres” (“In the Country of Men”),
fue finalista del premio Man Booker. Occidente ha apoyado a
cada uno de los dictadores árabes derrocados por la gente a
la que despojaron de derechos y hasta de la vida misma.
Matar dijo a The New Yorker que
éste era "un momento apropiado para que los
norteamericanos reflexionaran y se preguntaran por qué
durante tres décadas permitieron que sus dirigentes electos
apoyaran una dictadura tan despiadada como la de Mubarak".
Para preguntarse, por ejemplo, cuáles son las razones que
instaron al actual vicepresidente de Estados Unidos a decir,
en una fecha tan reciente como el 27 de enero, que Mubarak
"no es un dictador".
Hay muchas razones por las que me
opongo a una intervención en Libia: la amarga experiencia
que tuvimos en Irak; la importancia que reviste el hecho de
que estos movimientos árabes de liberación sean autóctonos;
la facilidad con que se desembarca en otro país y la
dificultad con la que se sale de él; las acusaciones de que
la explotación occidental del petróleo envenena el
territorio; el hecho de que dos guerras occidentales en países
musulmanes deberían ser más que suficientes.
Pero la razón más profunda es la
bancarrota moral de Occidente con respecto al mundo árabe.
Los árabes no necesitan soldados
norteamericanos ni europeos para buscar la libertad que
Estados Unidos y la Unión Europea les negaron. Khadafy
puede ser derrotado sin una intervención militar de
Occidente. No puede ganar: algún funcionario acabará por
dejarlo muy en claro.
Timothy Garton Ash, en su libro “Los
hechos son subversivos”, cita al poeta polaco Czeslaw
Milosz, que escribió: "No te sientas a salvo. El poeta
recuerda. Si lo matas, otro nacerá. Las acciones y las
palabras quedarán registradas".
Sí, el poeta recuerda, y las acciones
de Khadafy quedarán registradas. Algún día sabremos qué
le ocurrió a Jaballa Matar.
Acabo de ver el potente film de Al–Daradji,
“Hijo de Babilonia”, en el que una mujer kurda iraquí
busca en vano a su hijo, desaparecido por Saddam Hussein, en
1991. En un momento, la mujer dice: "Lo busqué en las
cárceles y ahora lo busco en las tumbas".
Demos un nombre a los muertos, pongamos
una fecha a los crímenes, y especifiquemos los detalles de
nuestra complicidad. Sé que el mundo es injusto: nadie hizo
mucho alboroto por las palabras pronunciadas por la doctora
Brahimi tres meses atrás. Mayor razón para ser rigurosos
cuando llega el momento de evaluar qué lecciones
aprendimos.
El régimen libio que conoce la respuesta debe caer
para que se sepa la verdad. Ha llegado la hora de cierre.