Antes que nada, unos pocos datos
históricos. La rebelión contra la colonización italiana unificó en Libia a
las tribus beduinas y a los ocupantes de Cirenaica, en la mitad del país más
cercana a Egipto, donde era muy influyente la secta fundamentalista y xenófoba
de los Senoussi.
Vencida Italia en la Segunda
Guerra Mundial los ingleses pusieron en el poder al jefe de la secta, Idriss
el Senoussi, como rey de Libia y, al igual que los estadunidenses, instalaron
en el país una gran base naval y militar. El país en 1951 pasó a ser de
hecho una colonia inglesa con un rey y formalmente independiente. Recién en
1957/58 se descubrió la riqueza petrolera líbica, que pasó de 700 mil
toneladas exportadas en ese año a 122.5 millones en 1968 y cambió la
estructura social y política del país.
Eran los años del gran impulso
del nacionalismo socializante árabe (con la revolución argelina) y del
nacionalismo burgués árabe, con el nasserismo en Egipto y estaba candente la
revolución palestina. Por otra parte, eran también los años de la Guerra Fría
(de la guerra por el Canal de Suez, del aplastamiento de los consejos obreros
húngaros en 1956 por la Unión Soviética, del aplastamiento de la
independencia de Checoslovaquia y de su Partido Comunista en 1968).
En 1969 un grupo heterogéneo de
militares nacionalistas, dirigido por un beduino ex jefe de los servicios de
inteligencia formado por los ingleses y anticomunista, el coronel Muammar
Gadafi, derribó a la corrupta monarquía y poco después expulsó las bases
imperialistas. Después, Gadafi eliminó del gobierno su ala marxistizante,
que tuvo que emigrar, su ala nasserista y su ala derecha y asumió todo el
poder y a partir de 1977 se mantiene depurando el ejército con continuas
ejecuciones de oficiales.
A partir del bombardeo de Trípoli
en 1986 por el gobierno de Reagan no queda nada de sus primeras posiciones islámicas
de tercera vía. Es socio de la Fiat, de Infinvest y de grandes empresas
italianas, suizas y francesas, es un puntal de la OTAN en la región y fue
utilizado por ésta como garantía contra las rebeliones populares siempre
latentes.
Del intento de federarse con Sudán,
Túnez, Argelia, Mauritania y hasta Egipto tampoco quedó nada; en cambio, jugó
con la oposición de intereses entre el ENI (Ente Nazionale Idrocarburi)
italiano y su empresa petrolera AGIP, por un lado, y las Siete Hermanas,
encabezadas por la Shell y la Esso, del otro, lucha muy aguda que se libró
sobre todo en Libia y costó la vida al fundador de la empresa italiana.
Gadafi era y es un dictador corrupto y mesiánico sostenido por el
imperialismo como uno de nuestros hijos de puta y en la Unión Europea
Berlusconi, literalmente, le besa la mano cuando Gadafi llega a Italia.
Es gravísimo, por lo tanto,
confundir a Gadafi con Bolívar –como hizo en su momento Hugo Chávez– o
apoyarlo cuando está masacrando indiscriminadamente a millares de libios,
utilizando para eso, además de sus fieles en el ejército, a mercenarios
africanos. La contradicción central no es entre la OTAN y Gadafi, supuesto
defensor de la independencia de Libia y, en realidad, hombre de la OTAN en la
región. Es entre la revolución democrática árabe y los gobiernos corruptos
y agentes del imperialismo, como Ben Ali, Mubarak, Gadafi, Bouteflika o el rey
de Marruecos.
Cubrir a esos déspotas en
crisis con la autoridad de la revolución cubana es desprestigiar a ésta ante
los pueblos árabes, asociarla con dictadores. La identificación entre los
gobiernos y los pueblos, la idea de que no existen en éstos divisiones de
clases y conflictos políticos sino la ficción de una unidad nacional
imposible en cualquier parte del mundo y el método que consiste en juzgar los
acontecimientos por las declaraciones verbales de los gobernantes y no por la
contradicción esencial entre éstos y sus víctimas, conducen inevitablemente
a gravísimos errores y a ponerse de lado de las dictaduras (como hizo, por
otra parte, una buena parte de la izquierda mundial y de los nacionalistas
antiimperialistas con la sangrienta dictadura argentina durante la guerra de
las Malvinas al dar su apoyo a la misma contra Inglaterra en vez de oponerse a
las dos).
Los efectos de la crisis
capitalista mundial y de la pérdida de hegemonía estadounidense han
favorecido una nueva eclosión de la revolución nacional, democrática y
antiimperialista de los pueblos árabes. Salvo Marruecos y Egipto, formalmente
independientes hasta la Segunda Guerra Mundial, todos ellos fueron
colonizados. Su primer intento de liberación, bajo la bandera del
nacionalismo, tuvo sus momentos más importantes en los años 1950 en la
revolución argelina, en la iraquí y en la palestina y, en menor medida, en
el nasserismo.
Nasser ahorcó obreros
comunistas en huelga diciendo los obreros no piden; nosotros les damos y puso
como centro de su política la construcción vertical del poder estatal.
La unidad de la nación árabe
no pudo ser lograda por los conflictos entre las camarillas nacionalistas
gobernantes. Ahora, esa revolución entonces derrotada vuelve a presentarse
con la bandera de la democracia, que es de hecho antiimperialista y, por lo
tanto, rompe el dispositivo capitalista mundial de dominación. Es cierto que
en ella pesan los intereses del separatismo regionalista, de clanes, sectas
religiosas, sectores burgueses moderados opuestos al monopolio de los negocios
por los dictadores y no sólo de los plebeyos.
Es
cierto que los diversos imperialismos tienen planes diferentes de intervención
en Libia y que en Bengassi y toda la Cirenaica está el cheque político y
social nunca pagado de la relación con lo que queda de la secta Senoussi, que
es tribal y monárquica. Pero, insisto, lo esencial no es eso: es la rebelión
que comienza –siempre– con formas confusas. Y, como escribió Zibechi, la
defensa de la ética. A eso hay que apostar.
(*)
Guillermo Almeyra, historiador, nacido en Buenos Aires en 1928 y radicado en México,
doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de París, es columnista del
diario mexicano La Jornada y ha sido profesor de la Universidad Nacional Autónoma
de México y de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco.
Entre otras obras ha publicado “Polonia: obreros, burócratas, socialismo”
(1981), “Ética y Rebelión” (1998), “El Istmo de Tehuantepec en el Plan
Puebla Panamá” (2004), “La protesta social en la Argentina”
(1990–2004) (Ediciones Continente, 2004) y “Zapatistas–Un mundo en
construcción” (2006).