1. El gran cantor del colonialismo que
fue Rudyard Kipling escribió allá por el año 99 del siglo
XIX una auténtica oda a la intervención del hombre blanco
en los países "atrasados"; su título se ha
convertido en un auténtico lema de la desverguenza
colonial: "La carga del hombre blanco". En él se
ensalza el "sacrificio" que tienen que hacer los
pueblos de "raza" europea para civilizar a las
razas inferiores, "medio demonios y medio niños".
La ocasión que mereció este poema fue, por otra parte, una
circunstancia histórica precisa: la conquista y colonización
de las Filipinas por los norteamericanos. Esa conquista se
produjo en muy particulares circunstancias. Cuando las
tropas independentistas del Katipunan tenían casi
enteramente liberado el territorio de lo que estaba dejando
de ser la colonia española, los Estados Unidos les
propusieron su ayuda para conquistar Manila, que aún estaba
en manos de los españoles. Manila fue tomada por los
norteamericanos, pero estos no traspasaron el poder a los
independentistas, sino que les declararon la guerra,
exterminando a centenares de miles (se habla de más de un
millón) de miembros del ejército de liberación y de
campesinos que les prestaban apoyo. Acto seguido, los
norteamericanos establecieron un dominio colonial sobre las
Islas que duraría formalmente hasta 1946. Los Estados
Unidos pasaron así de una retórica de lucha contra el
colonialismo a un lenguaje y una práctica abiertamente
coloniales. Un guión parecido es el que siguieron en Cuba
por esas mismas fechas, con el resultado de que la primera
independencia del país se vió frustrada y sólo conquistó
la Isla una independencia real con la Revolución de 1958 y
la creación de la Cuba socialista.
Algo semejante a estas viejas
intervenciones del hombre blanco en los asuntos del tercer
mundo es lo que están tramando los Estados Unidos con
Libia. Contrariamente a lo que han sugerido diversos
responsables de gobiernos de izquierda latinoamericanos, la
rebelión libia contra Gadafi no es en absoluto el resultado
de una conspiración de los europeos y los norteamericanos.
Gaddafi se había convertido desde hacía años en una pieza
clave del dispositivo de dominación neocolonial del Norte
de África y mantenía estrechas relaciones con gentes tan
poco sospechosas de antiimperialismo como el expresidente
Ben Ali de Túnez, Silvio Berlusconi, Joseé María Aznar o
Nicolas Sarkozy. Además, se había convertio en el
principal y el menos escrupuloso colaborador norteafricano
de las brutales políticas antiinmigración de los Estados
europeos. La Unión Europea estaba a punto, hace a penas
unas semanas de conceder a Libia un estatuto de socio
privilegiado como el que tiene nada menos que Israel.
2. La revuelta libia es con toda
probabilidad endógena. Existían, efectivamente una serie
de factores que la hacína improbable: 1) la cleptocracia
gadafista tenía comprada a una parte de la población
mediante ciertas prebendas propias de un gobierno
semimafioso. 2) por otra parte, existía en la Yamahiriya
libia –como apunta con acierto Fidel Castro en su última
reflexión– un nivel de riqueza material, de salud y de
instrucción superior al de sus vecinos árabes o africanos.
Repárese, sin embargo, en que también Túnez se contaba
entre los países africanos más adelantados conforme a esos
criterios, lo cual no impidió que fuera el primer país en
derribar una tiranía en el mundo árabe en las últimas décadas.
Los motivos de descontento ante un régimen como el libio no
faltaban: en primer lugar el imponente descontento de una
juventud educada ante el caos cleptocrático y el
despilfarro de los recursos del país en favor de unos pocos
y, en particular del clan de Gadafi. La falta de libertad y
el agobio que producía un régimen ilegalista y arbitrario
que exterminó sistemáticamente a todos sus enemigos,
empezando por los comunistas y los naseristas y estableció
un ferreo control sobre las prédicas de las mezquitas vino
a añadirse a esa indignación. Gadafi se había convertido
en un émulo de los emperadores romanos decadentes o en una
encarnación del Ubu Rey de Alfred Jarry, el gobernante
cruel y rapaz sólo interesado por su propio beneficio y
patológicamente endiosado. En una de sus últimas
intervenciones llegó a adaptar a Libia una frase del
personaje de Ubu Rey de Jarry al afirmar que "mi única
riqueza es el pueblo libio", haciéndose eco del "¡Viva
Polonia! Porque si no hubiera Polonia tampoco habría
polacos"...de Ubu. Lo único que faltaba para que los jóvenes
libios estallasen era una chispa, y se encontraron con un
auténtico incendio en Túnez y en Egipto, que sigue
avanzando en el resto del mundo árabe.
3. Como recuerda Santiago Alba, es
imposible desde una posición antiimperialista y democrática
–no hablemos de una posición comunista– defender a
Gadafi. No basta que ahora pretenda el imperialismo
euro–americano derribarlo, intentando así frustrar el
triunfo de una nueva revolución según el modelo filipino o
cubano, para que el tirano se cubra de virtudes
antiimperialistas y los rebeldes se conviertan en marionetas
de la CIA. Esto sería lo mismo que considerar que, como
Cuba y Filipinas fueron dominadas por los Estados Unidos
tras privar de la victoria a sus movimientos
independentistas, José Martí o Rizal eran agentes del
imperio americano. En este momento europeos y
norteamericanos intentan poner en pie una estrategia de
intervención humanitaria mediante la cual intentarían
controlar el desarrollo de la situación en este país
estratégicamente situado entre Túnez y Egipto. Los
pretextos de la operación son los mismos: una vieja
cantilena que venimos oyendo desde Ginés de Sepúlveda, a
Obama, pasando por Leopoldo II en el Congo o el inefable
Kipling. El objetivo de la ofensiva humanitaria es, de
nuevo, despolitizar un movimiento de despertar político y
de reencuentro con la pasión ciudadana de las multitudes
norteafricanas y árabes que tiene peligrosos ecos hasta en
el interior de los Estados Unidos en las movilizaciones de
Wisconsin. Se trata de acabar con el impulso democrático en
Libia en nombre de una concepción "pasiva" de la
democracia, en la que se trata más de proteger la vida que
de permitir un despliegue político de la libertad que puede
pasar por la guerra civil y la muerte. Defender hoy la
libertad en Libia es dejar a los libios hacer la guerra y
derrotar a Gadafi en paz, no instaurar un protectorado que
pudra el conflicto interno indefinidamente como el que
existe hoy en Kosovo, Bosnia Hercegovina, Macedonia,
Afganistán o Iraq.
4. Tanto la derecha que propugna una
"intervención humanitaria", como la izquierda que
no tiene escrúpulos en apoyar a un tirano para evitar un
supuesto nuevo avance del Imperio están asumiendo la
"carga del hombre blanco", considerando a los
libios como "niños o demonios", y no como adultos
responsables de su destino. Esta involuntaria complicidad
muestra uno de los primeros efectos de desconcierto
producidos por la última revolución árabe. Una revolución
surge siempre donde no se la espera y cuando no se la
espera; se hace siempre contra todas las previsiones.
Gramsci decía –erróneamente– que la revolución usa se
hizo contra el Capital, no entendiendo en qué medida el
Capital, Crítica de la Economía Política, es la mejor
cura contra cualquier determinismo "económico".
Los árabes nos dan hoy la misma sorpresa que dieron los
rusos al mundo entero en 1917. La revolución árabe ha
empezado en los países más prósperos y relativamente más
instruidos, pero se extiende hoy por doquier. Ni el
determinismo económico de algunos marxistas que se han
negado a leer a Marx de cerca, ni el determinismo racial y
cultural de un Bernard Lewis o un Huntington han podido
preverla. Como la rosa de Angelus Silesius, la revolución:
aunque tiene muchas razones, no tiene un porqué, una razón
suficiente ("Sie ist ohne Warum", es "sin
porqué"), "florece porque florece" ("Sie
blühet weil sie blühet").