El dictador, su hija y sus
cuatro hijos conocen hoy dos caras del desastre: una revuelta popular armada
que probablemente les quite el poder y el congelamiento de sus riquezas
ingentes tras 42 años de opresión. El Tesoro británico empezó con 1600
millones de dólares y se estima que los haberes de los Gadafi en Inglaterra
podrían ascender a 16.000 millones. EE.UU. congeló 32.000 millones en
efectivo repartidos en numerosos bancos. Suiza procedió del mismo modo aunque
se ignora la cantidad de esos fondos. Se investiga en qué medida son riquezas
personales y/o del gobierno libio, aunque a saber si las dos cosas no son una
sola. Lo dijo el mismo Gadafi: Libia es él.
Londres y Washington iniciaron
investigaciones para separar las aguas y el tema es arduo. La Autoridad Libia
de Inversiones (LIA, por sus siglas en inglés) maneja el dinero recaudado por
la venta de petróleo y se encarga de colocarlo en países europeos, árabes,
africanos y en el propio EE.UU. Se estima que el valor de sus recursos oscila
entre los 95 y los 116 mil millones de dólares, pero su funcionamiento es
opaco y opera mediante siete subsidiarias y no pocos testaferros. Posee
–tres ejemplos– el 3,01 de las acciones del gigante mediático Pearson,
dueño del Financial Times, inversiones en el banco UniCredit de Italia y el
83,5 por ciento del Banco Comercial Arabe–Británico. Algo es algo.
Gadafi tiene su propio lobby en
el Capitolio: representa a “una amplia coalición de intereses de compañías
petroleras, industrias armamentistas y firmas de cabildeo muy conectadas con
académicos neoconservadores y profesores de la Harvard Business School”
que, sin mayores preocupaciones por la feroz represión y la violación
constante de los derechos humanos de los libios, hace años trabaja para
“mejorar” la relaciones con Libia sin desdeñar, desde luego, el beneficio
personal que se obtiene en la tarea (www.huffington.post.com, 24–2–11).
Megaempresas como BP, Chevron,
ExxonMobil y Halliburton crearon la Asociación de Negocios EE.UU.–Libia en
el 2005 inmediatamente después de que W. Bush anulara las sanciones al régimen
de Gadafi. Este había renunciado a su plan nuclear y anunciado que se sumaba
a la llamada guerra antiterrorista. Lo cierto es que, como señala hoy la
oposición rebelde, la familia Gadafi se enriqueció de manera descomunal a
expensas del pueblo libio y contó con sólidos apoyos del ámbito financiero
y petrolero que apuntalaron su ominosa política interior. Hoy “el Líder de
la Revolución” esgrime la amenaza de una invasión EE.UU.–OTAN para
lograr un apoyo popular que no tiene. Esa invasión, de producirse, mucho lo
ayudaría a mantenerse en el poder.
La rapacidad de los Gadafi no se
limita al afuera: dos cables que Wikileaks filtró y The New York Times dio a
conocer revelan que los hermanos Gadafi no vacilan en enfrentarse con dureza
habiendo dinero de por medio. Ocurrió cuando Coca–Cola decidió instalarse
en Libia en el 2005 dado que el dictador se había vuelto bueno. La empresa
carecía hasta entonces de una planta embotelladora en el lugar y comenzó su
negocio por intermedio de una franquicia otorgada a la Global Beverage Company.
Los hijos del coronel, Mutassim y Mohammed, querían, cada uno, el control
exclusivo de la empresa.
El conflicto estalló a fines
del 2005, dos semanas después de que la instalación comenzara a funcionar:
milicianos leales a Mutassim ocuparon la embotelladora hasta febrero del 2006
y cortaron la producción. En uno de los cables del Departamento de Estado se
relata que el 28 de diciembre de 2005 “dos vehículos militares con personal
armado sin una clara identificación irrumpieron ilegalmente en las
instalaciones, desalojaron a los empleados y cerraron la planta”. Un
trabajador extranjero salió herido y la tropa destruyó algunas máquinas.
Los gerentes y encargados pudieron, al principio, entrar “de a uno o de a
dos” y luego se les prohibió el ingreso por completo. “Nunca una
autoridad libia ofreció una justificación legal del cierre de la planta.”
La pelea “fraternal” se
calentó en febrero del 2006: los leales a Mutassim entraron en la residencia
de Mohammed, robaron y secuestraron a uno de sus primos “para mandarle una
señal al ingeniero (Mohammed)”, precisa el cable. La hermana, Aisha Gadafi,
logró finalmente un acuerdo pacificador: Mohammed vendía sus acciones en la
embotelladora y Mutassim desocupaba la empresa. Eso ocurrió.
Seif
Islam es otro de los hijos del dictador. Obtuvo un doctorado en la muy
prestigiosa y muy difícil London School of Economics a cambio, al parecer, de
una “donación” de 2,5 millones de dólares de la que, por cierto, la
institución sólo ha recibido casi medio millón hasta el momento. Su
director, Sir Howard Davies, acaba de renunciar. Aunque sus estudios versaron
sobre democracia y sociedad civil, Seif vocifera contra los rebeldes y, como
su padre, no desiste de amenazar y reprimir. Debe haber sido un pésimo
alumno.