Hace 51 años, el 3 de febrero
de 1960, el entonces primer ministro de Gran Bretaña, Harold Macmillan, un
conservador, pronunció un discurso frente al Parlamento sudafricano,
gobernado por el partido que había levantado el apartheid como base de su
gobierno. Fue entonces que pronunció lo que ha venido a llamarse el discurso
de los vientos de cambio. Vale la pena recordar sus palabras. Vientos de
cambio soplan por todo el continente, y nos guste o no, el crecimiento de una
conciencia nacional es un hecho político. Debemos aceptarla como un hecho político,
y nuestras políticas nacionales deben tomarla en cuenta.
El primer ministro de Sudáfrica,
Hendrik Verwoerd, no apreció esas palabras y rechazó sus premisas y su
consejo. El año 1960 vino a ser conocido como el año de África, porque 16
colonias se transformaron en estados independientes. De hecho, el discurso de
Macmillan reconocía la cuestión de que en esos estados de la mitad sur del
continente había grupos significativos de colonos blancos (y con mucha
frecuencia grandes recursos minerales), que se oponían a la idea misma de que
hubiera un sufragio universal puesto que los africanos negros constituirían
la abrumadora mayoría de votantes.
Macmillan no era ni de lejos un
radical. Explicó sus razonamientos en términos de ganarse a la población de
Asia y África para el bando occidental en la guerra fría. Su discurso fue
significativo en tanto fue un signo de que los dirigentes de Gran Bretaña (y
por consiguiente los de Estados Unidos) consideraban que la causa de la
dominación blanca en las elecciones era un asunto perdido que podría
arrastrar a todo Occidente. Los vientos siguieron soplando, y en un país tras
otro ganó la mayoría africana, hasta que en 1994 Sudáfrica misma sucumbió
al sufragio universal y eligió a Nelson Mandela como presidente. En el
proceso, sin embargo, los intereses económicos de Gran Bretaña y Estados
Unidos se conservaron más o menos.
Hay dos lecciones que pueden
extraerse de esto. Una es que los vientos de cambio son muy fuertes y
probablemente es imposible resistirlos. La segunda es que una vez que los
vientos barren los símbolos de la tiranía, no hay certeza de lo que habrá
de seguir. Una vez que caen los símbolos, todo mundo los denuncia en
retrospectiva. Pero todo el mundo busca también que se preserven sus propios
intereses en las nuevas estructuras que emerjan.
La segunda revuelta árabe que
comenzó en Túnez y Egipto ahora abarca a más y más países, y no hay duda
de que más símbolos de la tiranía caerán o concederán modificaciones
importantes a sus estructuras estatales internas. ¿Pero quién retendrá el
poder? En Túnez y Egipto ya vemos una situación en que los nuevos primeros
ministros eran figuras clave en el régimen previo. Y el ejército en ambos países
parece decirle a los manifestantes que dejen de protestar. En ambos países,
hay exiliados que han regresado a casa a asumir puestos, y buscan continuar y
expandir lazos con los mismos países de Europa occidental y Norteamérica que
apoyaban a los regímenes previos. Es cierto que las fuerzas populares
contratacaron, y por lo menos pudieron forzar la renuncia del primer ministro.
En plena Revolución Francesa,
Danton aconsejaba: audacia, más audacia, la audacia siempre. Un buen consejo
tal vez, pero Danton fue guillotinado no mucho tiempo después. Y quienes lo
guillotinaron fueron a su vez guillotinados. Después de gobernar Napoleón,
vino la restauración, y luego 1848, y luego la Comuna de París. Para 1989,
en el bicentenario, virtualmente todo mundo estaba en favor de la Revolución
Francesa, pero uno podría preguntarse con toda razón si la trinidad de la
Revolución Francesa –libertad, igualdad, fraternidad– se ha cumplido en
los hechos.
Hay algunas cuestiones que son
diferentes ahora. Los vientos de cambio son ahora en verdad mundiales. Por el
momento su epicentro es el mundo árabe, y los vientos siguen soplando con
ferocidad ahí. Sin duda, la geopolítica de la región no volverá a ser la
misma nunca. Los lugares clave en los cuales fijar la vista son Arabia Saudita
y Palestina. Si la monarquía saudita es sometida a serios desafíos –y es
probable que eso ocurra– ningún régimen del mundo árabe se sentirá
seguro. Y si los vientos de cambio conducen a que las dos principales fuerzas
políticas en Palestina se den la mano, tal vez aun Israel tenga la necesidad
de adaptar sus nuevas realidades, le guste o no, para tomar en cuenta la
conciencia nacional palestina –parafraseando a Harold Macmillan–.
Sobra decir que Estados Unidos y
Europa occidental están haciendo todo lo que está a su alcance para
canalizar, limitar o dirigir los vientos de cambio. Pero su poderío no era el
que solían tener. Y los vientos de cambio soplan en sus mismos territorios.
Ése es el modo de los vientos. Su dirección e impulso no son constantes y
por tanto no son predecibles. Esta vez los vientos son muy fuertes. Puede ya
no ser fácil canalizarlos, limitarlos o dirigirlos.