Hace
unos días salieron a la luz pública las declaraciones de
un ex militar retirado mexicano, el general Carlos Bibiano
Villa Castillo, quien había fungido por un tiempo como jefe
policiaco de Torreón, Coahuila, México, y causó estupor
el casi nulo sentido del respeto a los derechos humanos de
los supuestos delincuentes a los que atrapaba y que mataba
sin miramientos de ninguna índole. En una parte de la
entrevista que se le hizo declaró: "Si agarro un Zeta
lo mato, ¿para qué interrogarlo?".
A
pesar de sus brutales tácticas para “combatir a la
delincuencia”, recientemente se le nombró jefe policiaco
de Quinta Roo, pues son muy “loados” sus esfuerzos en
Torreón, gracias a los cuales, se afirma, “descendieron
50 por ciento los índices de criminalidad”.
No
es de sorprender que, como ex soldado que es Villa Castillo,
su trabajo se inspire en tácticas militares con las que así
se han entrenado durante años la mayoría de los ejércitos
en el mundo, sobre todo el estadounidense, muy solícito,
además, para invadir otras naciones y aplicar deleznables tácticas
de guerra (en los años sesenta, por ejemplo, la llamada
“Escuela de las Américas” entrenaba a militares,
principalmente latinoamericanos, en tácticas
contrainsurgentes para el combate a grupos “subversivos”
y a guerrillas, enseñándoles, sobre todo, métodos de
tortura y aniquilamiento). Ello ha provocado en los cuerpos
militares el desarrollo de patologías sociópatas que
llevan a muchos de ellos a convertirse simplemente en
peligrosos criminales, como veremos.
Ya
he hablado en otros trabajos (Ver en este blog mi artículo
“Armas, egoísmo, corrupción y el big money”) de las
atrocidades que ha cometido EEUU en Afganistán, al asesinar
a gente pobre e inocente por “error” y que ello ha
llevado a los habitantes de ese sufrido país a un abierto
anti–norteamericanismo, que los lleva a clamar, exigir
que EEUU salga de Afganistán. Eso es algo que dadas las
presentes circunstancias, sobre todo, la importancia
geoestratégica de Afganistán, no se puede permitir EEUU
hacer (al salir de allí, Afganistán entraría en una
acelerada descomposición que lo haría desaparecer como país
y llevaría a toda la región a un grave proceso
desestabilizador, sobre todo porque los países con que
tiene fronteras Afganistán, detentarían parte del dividido
territorio y eso daría lugar a nuevas y peores
confrontaciones militares que EEUU menos podría detener).
Pero
los informes que recientes investigaciones gubernamentales
han hecho, revelan hechos que dejan muy claro que varios de
los asesinatos de civiles inocentes han sido a propósito,
debido, como señalo antes, a la sociopatía criminal
desarrollada por una significativa porción de los soldados
estadounidenses. Esto que voy a referir ocurrió hacia
finales del 2009 y principios del 2010, pero nada se publicó
en los medios en ese entonces. Ya después que las
revelaciones de uno de los mismos soldados participantes en
los crudos eventos se conocieron por algunas notas periodísticas,
al Pentágono no le quedó otra alternativa, que investigar
las atrocidades cometidas por un grupo de psicópatas
militares, como veremos.
El
grupo en cuestión era un batallón de infantería, el Bravo
Company, acantonado en la provincia afgana de Kandahar.
Algunos de sus miembros, aburridos de que, según
declararon, los insurgentes afganos los estaban atacando y
ellos no podían contrarrestar los ataques como se debía,
se pusieron a analizar la manera en que pudieran matar a
algunos de esos “salvajes”, como muchos militares
estadounidenses se refieren a los empobrecidos afganos. Así,
luego del año nuevo, 2010, ya con el crudo invierno posándose
en esa montañosa área, el 15 de enero el tercer batallón
de la compañía – que forma parte de la brigada Stryker,
formada por vehículos blindados de ataque así llamados
–, decidieron ir por “acción” y se dirigieron hacia
La Mohammad Kalay, una aislada granja de chozas de adobe.
Algunos campos cercanos estaban cubiertos de plantas recién
sembradas de amapola, base de la cocaína, único cultivo
que permite a los empobrecidos campesinos afganos obtener
algún magro ingreso (irónicamente, al “cuidado” de la
OTAN y EEUU, Afganistán ha cuadruplicado la siembra de
amapola en relación a la época en que estaba al control de
los talibanes, absurdo, ¿no? Y además se permite su
“exportación”).
Allí,
los “soldados” Jeremy Morlock, 21 años, y Andrew Holmes,19
años, buscaron si había señales de insurgentes, pero
generalmente éstos no enfrentan directamente a los
invasores, y lo hacen desde la distancia, empleando
mecanismos tales como los llamados IED’s, (improvised
explosive devices), que colocan en los caminos y vuelan a
los vehículos militares invasores.
Así
que Morlock, quien ya sabía a lo que iba, eligió a un
joven adolescente que se hallaba cuidando ovejas. Él y
Holmes llevaron al chico hacia un muro de adobe cercano. Gul
Mudin, que así se llamaba el joven afgano, no llevaba nada
en absoluto que significara una amenaza para los soldados,
al contrario, pareció confiar en ellos y se dejó llevar.
Luego, el par de psicópatas, se escondieron tras del muro,
arrojaron una granada y en cuanto estalló, dispararon
contra Mudin indiscriminadamente con un rifle M4 y una
metralleta.
Ya
cuando se escucharon sus disparos y el resto de los hombres
del batallón se acercaron, Morlock preparó su historia, la
cual era evidente que no concordaba con lo que los otros
soldados estaban viendo, pues era increíble que el pobre
chico asesinado, quien en nada se parecía a un guerrillero,
hubiera sacado de repente una granada y la hubiera arrojado.
Aún
así, el capitán del batallón, Patrick Mitchell, en lugar
de indagar más sobre el sospechoso “atentado” y que se
brindara ayuda al agonizante muchacho, simplemente ordenó a
otro hombre que se asegurara de que estaba “bien
muerto”. Éste disparó dos veces al afgano.
Poco
a poco los sorprendidos, consternados e indignados
habitantes del lugar se acercaron, como el padre del chico,
quien al ver de quién se trataba, se abalanzó sobre el cadáver,
para abrazarlo, llorando de dolor. Por una desdichada ironía,
los marines habían hablado momentos antes con el devastado
hombre, preguntándole sobre la presencia de insurgentes.
Fríamente
los estadounidenses contemplaron la escena, sin inmutarse,
dando como única explicación que Mudin había atacado con
granada a los soldados, sin mayor detalle. Apartaron al
dolido padre y los prepotentes soldados, sin remordimiento
alguno, simplemente siguieron los protocolos que se hacen
cuando hay muertos, que son desnudarlos, para ver si tienen
algún tatuaje o seña particular y tomar las huellas
dactilares así como el iris con un escáner portátil. Y
luego, Morlock y Holmes se
tomaron deleznables fotos de ellos, muy risueños,
alzando de los cabellos la cabeza del asesinado chico, y
posando para la cámara, como si se tratara de un trofeo de
cacería (las fotos de estas sociopatías pueden verse en la
dirección: www.rollingstone.com/politics/photos/the–kill–team–photos).
Esas
perversiones fotográficas se las fueron pasando a los
celulares de todos los soldados del batallón, cual si
fueran imágenes de felices vacaciones. No sólo eso, sino
que otro sociópata, el sargento Calvin Gibbs, 26 años,
inspirador de la atrocidad anterior (y de otras más que
refiero adelante), se acercó al cuerpo y con unas tijeras
quirúrgicas muy afiladas, cercenó el meñique derecho del
chico. Luego, se lo ofreció a Holmes. “Tu premio, por
haber matado a tu primer afgano”, le dijo, sonriente.
Holmes lo tomó con mucho placer. Y según testimonios de
sus compañeros, le dio por cargarlo en una bolsa plástica
sellable, diciéndoles que pensaba conservarlo para siempre
y que lo secaría (¿¡se pueden imaginar tan perversos
alardes!?).
Esa
misma noche, Holmes Y Morlock presumieron su dedo a sus
compañeros, cuando éstos y aquéllos estaban fumando
hashish, muy común y tolerada práctica entre los militares
estadounidenses (ha de considerar el Pentágono que dados
sus asesinos esfuerzos tienen derecho a relajarse, ¿no?
Aquí
en México, se tolera que los soldados fumen marihuana, según
me han referido ex soldados, para que se “den valor” en
misiones de combate). Gibbs, que también inhalaba humo de
su propio cigarro conteniendo esa especie de marihuana, pero
más suave, se sumó a la celebración, resaltando el
“valor” del par de sociópatas, así como él.
Morlock
tiene su propia historia, pues antes de la actual escasez de
gente que se quiera enrolar en el ejército, cuando había
muchos jóvenes que deseaban muy ansiosos hacer su carrera
en “las armas”, lo hubieran rechazado. Nativo de Alaska,
ya siendo adolescente, mostraba un comportamiento problemático:
se emborrachaba, se peleaba constantemente, conducía sin
licencia y una vez hasta huyó de un accidente automotriz en
el cual él había tenido la culpa. Y cuando sin problemas
fue admitido en el ejército, siguió con su conducta
negativa. Su esposa lo demandó porque un día la quemó con
un cigarro durante una discusión. Además, ya que llegó a
Afganistán, se puso a probar cuanta droga le pusieron
enfrente: opio, hashish, Ambien (un fuerte somnífero),
amitriptilina, flexeril, fenergan, codeína, trazodina… así
que, como puede verse, es una fichita el señor.
Esa
deshumanizada, terrible conducta, supuestamente está
prohibida por los estándares del ejército, y digo supuestamente
porque las acciones de esos hombres del tercer batallón –
y de muchos otros – eran conocidas incluso por mandos
medios y altos, pero toleradas.
Cuando
salieron a la luz los asesinatos intencionados, el Pentágono
trató infructuosamente de impedir que se difundieran las
fotos o los videos que los mostraban, se prohibió a los
incriminados dar entrevistas e incluso se visitaron sus
hogares en EEUU, para revisar sus computadoras y
confiscarles los discos duros, con tal de que no se hiciera
más grande el escándalos, pero fue inútil, todas las
fotos habían sido incluso subidas a populares sitios, como
el Facebook.
De
todos modos, por ese primer asesinato, no hubo acusados, ni
acciones correctivas por parte de los superiores del batallón,
a pesar de las airadas protestas del padre de Gul Mudin y
del resto de los habitantes de la empobrecida villa. Varios
niños atestiguaron que habían visto a Morlock y a Holmes
asesinar al chico. Uno de los coroneles de la compañía,
David Abrahams, aparentemente inició investigaciones y
entrevistó de nuevo a los implicados, pero concluyó que no
había “inconsistencias” en sus testimonios y el caso se
cerró. Incluso a otros mandos de dicho batallón, ya se les
ascendió a categorías más altas y mejor pagadas.
Esto,
como dije, confirmaría mi tesis de que esa conducta sociopática
es un estándar tolerado en el ejército, aunque los mandos
superiores traten de negarlo. Por ejemplo, Gibbs tiene fama
de rudo y desalmado. Muestra muy orgulloso en su espinilla
izquierda un tatuaje compuesto por un par de rifles
cruzados, al frente de los cuales hay dibujados seis cráneos,
tres en rojo, los muertos que Gibbs dejó cuando trabajaba
en Irak, y tres azules, los tres que hasta ese momento
llevaba en Afganistán (en Irak, se dice que él y otros
soldados mataron sin contemplaciones a una familia entera de
civiles inocentes). Es, digamos, una “máquina de
matar”.
Sin
embargo, contrario a la lógica, es considerado por sus
compañeros y subalternos como un “gran soldado, muy
positivo y un buen amigo”. Y también un muy buen
elemento. Antes de que él se uniera a la Bravo Company,
en noviembre del 2009, trabajaba con un coronel llamado
Harry Tunnell, también muy dado a las bárbaras practicas
de matar inocentes, quien tiene a Gibbs en alta estima por
sus “grandes servicios prestados”.
Por
ese entonces, el Pentágono trató de aplicar la “sociología
de la guerra”, en vista de que por los métodos
convencionales, no se ve que EEUU vaya a ganar alguna vez en
Afganistán – ni en Irak – su lucha contra los
guerrilleros. Según esa táctica, se requiere de una
especie de “científicos sociales” que logren acercarse
a los habitantes de pueblos y villas de Afganistán para
“socializar” con ellos e incluso hacerse sus amigos.
También
deseaban los funcionarios militares estadounidenses poner a
prueba ese “nuevo enfoque” con tal de ahorrarse un poco
los altísimos costos que invadir a un país significa. Se
comenzaba a aplicar en Irak y se pensaba hacerlo también en
Afganistán (Ver en este mismo blog mi trabajo: “La
sociología de la guerra, nueva estrategia de dominación
estadounidense en Irak”).
Sobre
esos intentos, Tunnell se puso a alardear de que eran puras
tonterías. “Ser correctamente políticos significa que no
podamos hablar abiertamente de nuestras represivas medidas,
gracias a las cuales hemos tenido exitosas campañas
contrainsurgentes” (Tunnell sería una especie de general
Bibiano Villa estadounidense). Y también incitaba a sus
hombres a perseguir y atacar inmisericordemente a todos
“esos malditos guerrilleros asesinos”. Así que si eso
dicen los mandos superiores, pues qué podemos imaginar de
los soldados que están bajo sus órdenes, ¿no?
Hubo
algún intento por parte de uno de los soldados del batallón
de denunciar lo que habían hecho con Gul Mudin, el chico
asesinado. Adam Winfield, 21 años (como puede verse, todos
los involucrados son muy jóvenes), le mandó a su padre,
residente de Cabo Cañaveral, Florida, un mensaje vía
Facebook, diciéndole que Gibbs se había excedido con él
por haber reprobado lo que habían hecho. “Papá, ellos lo
montaron todo, de verdad, fue un asesinato, y ese chico era
sólo un campesino, está muy mal lo que hicieron”.
Chris
Winfield, su padre, alarmado, acudió a la base
Lewis–McChord a avisar lo que su hijo le había dicho,
pero uno de los sargentos que estaba de guardia, simplemente
le dijo “pues cosas como esas suceden siempre, no se
pueden evitar, pero en cuanto su hijo regrese, veremos que
hacer”.
De
todos modos, días más tarde, cuando Winfield fue admitido
al “círculo de confianza” por Gibbs, le dijo a su papá
que por favor no hablara más del asunto, pues no quería él
causarse más problemas personales. O sea que Winfield,
quien al principio mostró cierta ética, de todos modos, al
final, fue contaminado por las sociopatías de sus compañeros.
Incluso, participó en los siguientes montajes para matar a
más hají, término peyorativo usado por las tropas
estadounidenses acantonadas en Irak y Afganistán para
referirse a los musulmanes. Y Chris Winfield le hizo caso y
ya no se quejó más con los militares, temiendo por la
integridad física de su hijo. Pero si esos militares
hubieran atendido a la primera de sus quejas, probablemente
el que se dio en llamar “escuadrón de la muerte”,
comandado por Gibbs, se habría sometido y no habrían
seguido matando más civiles inocentes con deleznables
montajes.
Así
pues, sin castigo ni protestas por parte de los altos
mandos, esos sociópatas del tercer batallón siguieron
asesinando civiles inocentes, mediante calculados montajes
que Gibbs perpetraba. Además, no dejaba este psicópata de
alentarlos a matar a quien se dejara con tal de tener acción,
pues, como señalé arriba, todos estaban “muy
aburridos”. Tanto que un día que un helicóptero logró
matar a un insurgente mediante un misil, Gibbs y varios
soldados se acercaron jubilosos. Uno de ellos incluso sacó
un cuchillo y se puso a clavarlo con saña en los restos
destrozados y semiachicharrados del cadáver, un par de
piernas y parte de un brazo.
Gibbs,
sonriente, dijo “me pregunto si le podría cortar un dedo
a este cabrón”. Además, les recordaba que uno de los líderes
del escuadrón había muerto a causa de que la explosión de
un IED le había volado las dos piernas. “¡Tenemos que
vengarnos de esos salvajes, tenemos que irlos a buscar… la
venganza es lo único que nos queda para desquitarnos, compañeros!”,
declaran sus subalternos que siempre les estaba repitiendo.
Y “matar salvajes” fue la única prioridad de Gibbs y
sus “escuadrón de la muerte”.
En
otra ocasión, él y otros soldados patrullaban por la noche
un camino de terracería. La cámara térmica del Stryker
captó a unos 300 metros la imagen de un hombre que estaba
agazapado junto a un árbol. Pensando que se trataría de un
guerrillero que acababa de colocar un IED en el camino,
Gibbs le ordenó por el altavoz, en Pashto (una de las dos
lenguas oficiales que se hablan en Afganistán), que
levantara las manos y caminara hacia el frente. El hombre lo
hizo, pero después se las llevó al pecho, como si tratara
de cubrirse del frío. “El hombre actuaba extrañamente”,
señaló uno de los soldados que participó en el evento.
Como
siguiera caminando hacia el vehículo, a pesar de las órdenes
de detenerse y de levantar sus manos, Gibbs ordenó disparar
a matar y una desmedida andanada de balazos siguió. Luego,
cuando examinaron el cadáver, no hallaron arma alguna. De
hecho, notaron que el hombre, al parecer, tenía rasgos de
retardo mental y quizá de sordera y por eso había actuado
“extrañamente”. Probablemente era un simple vagabundo
que erraba en el tiempo y lugar equivocados. Al revisar el
cadáver, uno de los hombres tomó un pedazo del desecho cráneo,
que había sido destrozado por la lluvia de balas, como
trofeo.
Y
como Gibbs sabía que no se podía disparar a hombres
desarmados, de inmediato hizo gala de su talento para hacer
montajes. Según los reportes, Gibbs siempre trataba de
conseguir objetos del enemigo para su ruin causa. Eso lo hacía
siendo amigable con los policías locales, a quien les
intercambiaba, ¡háganme favor!, revistas pornográficas
por diversos objetos (como se ve, la moral no existe para
nada). Tenía una gran colección de objetos tales como
pistolas, granadas rusas, restos de minas, mangos de rifles,
cuchillos… incluso en esos días había logrado robarse de
un cuartel un AK–47 que funcionaba.
Gibbs
entonces ordenó a uno de sus hombres que le plantara al cadáver
un cargador de AK–47. Ya luego simularon que ese objeto
había sido hallado, y aunque sólo era el cargador, fue
suficiente para justificar que el asesinato había sido
“legal”. Durante la investigación, un soldado que
participó en el detestable hecho reconoció que “No,
realmente el hombre no era peligroso, simplemente era un
viejo sordo y retardado. En realidad, lo que hicimos fue
ejecutarlo”.
Como
tampoco recibieran castigo alguno, se atrevieron a realizar
un tercer montaje para cobrar otra víctima. Fue un mes
después, en un pueblo llamado Kari Kheyl. Allí, Gibbs se
dirigió a la choza de Marach Aga, un hombre que se
sospechaba cooperaba con los talibanes. Le ordenó en Pashto
seguirlo. Llegaron hasta una pared a las afueras del pueblo.
Allí, Gibbs puso el arma a los pies del asustado afgano.
Luego, lanzó una granada rusa cerca de la pared, de las que
conseguía o se robaba, y ya que estalló, sin miramientos,
Gibbs le disparó al afgano.
Acudieron
al lugar Morlock y Winfield (al soldado que menciono antes,
quien tuvo algunos iniciales escrúpulos), quienes estaban
de acuerdo con el montaje y también le dispararon. Ya
cuando se acercaron más soldados, Gibbs dijo que el
asesinado afgano lo había querido atacar, pero que su arma
se había atascado y fue cuando él le había disparado.
Momentos después, cuando otro militar revisó el AK–47,
vio que estaba en buenas condiciones, pero, otra vez, nadie
dijo nada. Más tarde, Gibbs volvió a cercenar el meñique
derecho del asesinado, además de que con unas pinzas le
arrancó un diente y se lo ofreció a Winfield, como souvenir.
Y
no sólo ese batallón cometió tales atrocidades, sino que
se hallaron evidencias de que otros también lo hacen. Y ha
sido por fotos o videos que, muy contentos, todos los
soldados, enfermizamente, se pasan entre sí a sus
celulares. Una foto muestra a un par de hombres muertos,
amarrados de espaldas a un poste. Hay un letrero en un
pedazo de cartón que tiene escritas las palabras: “El
Talibán está muerto”. Sin embargo, un soldado confesó
después que se trataba no de insurgentes, sino de un par de
pobres granjeros que su compañía mató por gusto. En otra
serie de fotos, se muestra a un par de hombres que
circulaban en una moto y que fueron balaceados por marines,
pues al parecer no hicieron alto a su señal (lo que aquí
en México ha sucedido con los retenes militares, que la
gente por miedo no se para y son entonces acribillados). Los
soldados aparecen tomándose fotos que hacen mofa de los cadáveres.
Quizá
uno de los testimonios más brutal, es un video que fue
filmado con cámara térmica, y que muestra una secuencia en
donde un par de hombres están escondidos tras de un
arbusto. Un misil es lanzado contra ellos por un Stryker,
haciéndolos pedazos. Se oyen las voces de soldados gustosos
de lo que acaban de hacer. Y tuvieron el descaro de editarlo
y hasta ponerle música del grupo Apocalyptica, banda de
rock de cuerdas, muy ad hoc con las brutales escenas.
Y ese videoclip y esas fotos circulan en los
celulares de todos, junto con otras fotos, y extractos de la
cinta Iron Man 2, como si fueran cosas muy
chistosas.
Y
Gibbs y su compañía no se quedaron con las ganas de seguir
cometiendo asesinatos. Uno más fue cometido contra un viejo
granjero, al que Gibbs, luego de acribillarlo, le plantó
una granada rusa. No les importó que la familia del pobre
hombre se acercara, sollozando y lamentando su muerte, pues
sin remordimiento alguno, lo arrastraron hacia otro sitio,
lo desnudaron y Gibbs también le cortó el meñique
izquierdo, y además, con unas pinzas quirúrgicas, le
extrajo un diente y se lo regaló a uno de los soldados que
habían participado en la ejecución.
Aunque
en algunos de sus montajes, era tan mala la puntería de los
sociópatas del tercer batallón, sobre todo a lo lejos, que
la gente a la que atacaban lograba escapar. Pero hubo uno
que se arregló como si hubiera sido una emboscada contra un
Stryker. Gibbs hizo estallar una granada y todos los
soldados se pusieron a disparar hacia las chozas cercanas,
como locos, para “defenderse”. El ejército hasta les
dio ascensos por su “valerosa acción”, en donde no se
sabía aún con precisión cuántos muertos hubo. Pero ya
después, cuando se supo por las investigaciones que había
sido falso el episodio, se les retiraron las medallas.
Irónicamente,
los altos mandos militares, no se enteraron de las
atrocidades cometidas por el “escuadrón de la muerte”
porque éste hubiera cometido un error, sino porque en una
ocasión que Morlock, Gibbs y otros fumaban hashish en la
habitación de un tal Justin Stoner, éste se molestó
porque frecuentemente lo hacían y se fue a quejar con uno
de sus superiores. Sin embargo, Gibbs y Morlock se enteraron
y le dieron una golpiza a Stoner, además de que lo
amenazaron de matarlo “como perro” si se quejaba de que
lo habían golpeado. Y ya fue que Stoner, muy asustado de
que realmente lo fueran a matar, acudió a otro superior y
le dijo lo que le habían hecho y para que quedara
constancia de lo que peligrosos que eran Gibbs y los otros,
se puso entonces a referirle lo de los montajes. Fue cuando
los altos mandos se enteraron de esas atrocidades y se
pusieron a investigar.
Hace
unas semanas, Morlock fue sentenciado a 23 años de cárcel
por su “reprobable conducta” y los civiles inocentes
asesinados por sus sociopáticas prácticas. Sin embargo, no
mostró ningún remordimiento durante los juicios que se le
hicieron, ningún sentimiento de arrepentimiento. “La
verdad es que a nadie en el batallón le importan una
chingada esos cabrones… son una mierda. Tú recibes como
recompensa una palmada en la espalda por parte de tu
sargento, quien te dirá: Buen trabajo, chíngatelos”, se
concretó a decir Morlock, sin emoción alguna.
Pues
esas son las “valerosas”, encubiertas acciones de los
marines estadounidenses, quienes más parecen psicópatas
asesinos que soldados.
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studillac@hotmail.com