El británico Guillermo por
supuesto que sí. El que se abstuvo fue el de Bahrein, Salman bin Hamad al
Khalifa, uno de los 40 monarcas convidados: pretextó que la situación
interna del país no le permitía asistir, aunque no aclaró que la ha creado
él mismo. Lo cierto es que la pareja real padeció manifestaciones y la crítica
de varios medios ingleses por invitar al príncipe bahreinita, vicecomandante
supremo de las fuerzas armadas y maestro en reprimir a sus connacionales.
Claro que, en este caso, como en el de Siria, difícilmente la ONU autorizará
una intervención militar “para proteger a los civiles”.
Más de treinta han muerto desde
que el 14 de febrero se iniciara en las calles el reclamo de democracia en
Bahrein: la policía balea a mansalva a la multitud y la violencia se ha
redoblado desde que el 16 de marzo entraron en la isla fuerzas armadas de
otros países del Golfo al mando de militares saudíes. Hay varios miles de
heridos, más de mil detenidos o “desaparecidos”, médicos, enfermeras,
abogados, defensores de los derechos humanos, incluso blogueros como Faisal
Hayat y sobre todo miembros de la mayoría chiíta, siempre acosada por la
realeza sunnita. Cuatro personas fallecieron en la tortura, entre ellas Karim
Kakhrawi, fundador de Al Wasat, el primer –y único– periódico
independiente del reino (www.cpj.org, 12–4–11). Puede parecer poco a los
afectos a los números, sólo que Bahrein tiene apenas 700 mil habitantes.
Los militares toman hospitales,
golpean al personal, impiden la atención de los heridos y no vacilan en
llevarse a los enfermos. Así ocurrió el martes en el centro de salud Aali
sito en Manama, la capital. La Comisión de Derechos Humanos de la ONU y
organismos como Human Rights Watch y Médicos sin Fronteras condenaron estos
crímenes con nulo resultado. No parece posible que Washington y Londres los
ignoren: en Bahrein se asienta la Quinta Flota de EE.UU., encargada de
asegurar la hegemonía geopolítica de Occidente en la petrolífera región.
La Casa Blanca y Downing Street
no dicen una palabra sobre el tema y “lo más probable es que esos gobiernos
hayan dado su aprobación para que se reprima al movimiento”, aventura
Finian Cunningham, corresponsal de Global Research en Medio Oriente. Pocos días
antes de la intervención militar dirigida por Arabia Saudita, el jefe del
Pentágono, Robert Gates, y el principal asesor de seguridad de Gran Bretaña,
Sir Peter Ri–cketts, mantuvieron reuniones por separado con el rey de
Bahrein y con su hijo. Es natural: la base de la Quinta Flota no puede ni debe
ser perturbada. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, se suma a los
argumentos y atribuye las demandas de la oposición bahreinita a “la
injerencia iraní”.
El príncipe Salman al Khalifa
confirmó de entrada su asistencia a la boda, pero las protestas de la prensa
y la opinión pública británicas lo desinvitaron: “Esperaba que el Reino
de Bahrein tuviera una representación de alto perfil en ese encantador
acontecimiento, como reflejo de la amistad que une a nuestros países, pero la
situación imperante en Bahrein me impide asistir”, explicó (www.bangkokpost.com,
25–4–11). La oficina de prensa del príncipe Guillermo emitió un
comunicado para responder a los reproches recibidos: “Nos atuvimos al
antiguo protocolo de invitar a todas las testas coronadas del mundo y a la
opinión del Foreign Office” (www.middleest–online.com, 25–4–11). No
todos se mostraron conformes con esta explicación.
Graham Smith, jefe del grupo
apartidario y antimonárquico Republic, manifestó que la lista de invitados
parecía el “Who is who de los tiranos y sus cómplices”: no sólo figuró
la casa real de Bahrein sino también las de Arabia Saudita, Brunei, Qatar,
Lesotho, Bhután, Kuwait, Omán y Swazilandia. “¿Qué ha sucedido con la
presuntamente vigorosa conciencia social de Guillermo?”, preguntó al exigir
que se las quitara de la lista. No sucedió, quién puede contra el protocolo.
Bahrein fue un protectorado británico
desde 1820 hasta 1971, año en que Londres le otorgó una independencia más
bien formal: muchos agentes de las fuerzas de seguridad instaladas por Gran
Bretaña permanecieron en sus puestos, involucrándose en las políticas
represivas del régimen. Su jefe, el coronel de policía Ian Henderson, ejerció
el cargo de 1968 a 1998 y se ganó el título de “El carnicero de
Bahrein”. Se estima que todavía influye en la materia como asesor del rey.
Una corte marcial condenó el
jueves pasado a siete presuntos opositores, cuatro a muerte y tres a prisión
perpetua, acusados de asesinar a dos policías “con fines terroristas”.
Es la primera vez que siete
civiles son sometidos a la Justicia militar y aún se desconoce dónde y cómo
fueron secuestrados, hace semanas ya. El gobierno prohibió que recibieran algún
asesoramiento legal y que los visitaran sus familias (www.peacebahrain.com,
28–4–11). Es costumbre en ciertos invitados a la boda de la pareja real.
Recrudece el
terrorismo de Estado en Bahrein
Redadas nocturnas, ataques a
manifestantes pacíficos a plena luz del día, arrestos en masa, secuestros en
vehículos sin identificación y una fuerte censura a los medios de prensa
llevan rápidamente a Bahrein al abismo de la impunidad, alertaron analistas.
El régimen sunita del rey Hamad
bin Issa Al Khalifa lleva adelante desde hace semanas una severa represión
contra un movimiento opositor de mayoría chiita.
La población bahreiní ve de
cerca el rostro siniestro de una monarquía desesperada por mantener el poder
en el marco de la ola de levantamientos populares árabes. El Consejo de
Cooperación del Golfo colaboró con el régimen enviando a más de 1.500
soldados para reprimir.
"Lo que estamos viendo hoy
(en Bahrein) es como lo que vivió Estados Unidos durante los años 50 en el
macartismo (caza de brujas anticomunista liderada por el entonces senador
Joseph McCarthy)", dijo Muneera Fakhro, líder del partido izquierdista
bahreiní Wa’ad, a periodistas, activistas y políticos reunidos en el
Instituto de la Paz de Estados Unidos, con sede en Washington.
Al hablar por teleconferencia el
martes desde Bahrein, Fakhro –cuya casa fue atacada dos veces desde que
comenzaron las protestas– informó que 30 personas han muerto, casi 500 están
detenidas y cientos desaparecidas.
"Tenemos que detener de
inmediato esas atrocidades con la ayuda de organizaciones
internacionales", señaló.
Tras haber enviado a comienzos
de este mes un grupo de expertos a Manama, la organización defensora de los
derechos humanos Amnistía Internacional indicó la semana pasada que la
crisis en Bahrein había alcanzado un nivel de suma gravedad.
El grupo además instó a los
gobiernos de Occidente, que intervinieron en el caso de Libia, a actuar rápidamente
también en Bahrein si no querían ser acusados de selectividad política e
hipocresía.
Mientras, en su informe
Perspectiva Económica Regional para Medio Oriente y Asia Central (MECA)
divulgado este miércoles, el Fondo Monetario Internacional (FMI) expresó sus
esperanzas de que la economía exportadora petrolera bahreiní creciera 4,9
por ciento este año.
Al presentar el informe en Dubai
el martes, el director del Departamento del MECA del FMI, Masood Ahmed, opinó
que, en el largo plazo, los levantamientos populares podrían "impulsar a
las economías en la región al fijar una agenda de crecimiento más
inclusiva, mejorando la gobernanza y proveyendo mayores y más igualitarias
oportunidades para sus joven y creciente población".
Sin embargo, parece claro para
la mayoría de los observadores que, a menos que el régimen bahreiní atienda
las demandas más básicas de su impaciente población, hay pocas
posibilidades de estabilidad o de crecimiento, particularmente a la luz de la
última ola de represión.
Desde que las fuerzas del rey
expulsaron a los manifestantes de la plaza Pearl –la equivalente bahreiní a
la ya legendaria plaza Tahrir en El Cairo–, el uso de balas de goma, gases
lacrimógenos y a veces fuego real fue reemplazado por arrestos arbitrarios,
persecución y la elaboración de una lista negra de opositores.
El rey declaró estado de
emergencia el 14 de marzo, justo cuando Arabia Saudita enviaba tropas para
colaborar. Desde entonces, los bahreiníes están expuestos a un poder
arbitrario que incluso creó tribunales especiales para juzgar a
"enemigos del Estado".
Grupos de derechos humanos
advirtieron crecientes ataques contra trabajadores calificados y la clase
media en general, no sólo activistas o estudiantes. Ahora también médicos,
abogados, empresarios, académicos y periodistas son encarcelados o vigilados
por el aparato de seguridad del régimen.
Un representante de la Federación
General de Sindicatos de Bahrein señaló la semana pasada que de los 1.200
despidos de profesionales producidos en los últimos días, más de 920 eran
por motivos políticos. No obstante, portavoces del régimen insisten en que
los empleados en cuestión "no cumplían con sus deberes".
Según el periódico
estadounidense The Washington Post, maestros han sido detenidos y encapuchados
frente a sus propios estudiantes, y los que han sido interrogados sufrieron
maltratos.
La organización Médicos para
los Derechos Humanos documentó el arresto de más de 30 profesionales de la
salud, mientras que Amnistía Internacional informó que, hasta el 12 de este
mes, el Ministerio de Educación había despedido a casi 120 funcionarios.
"No compararía esto con el
macartismo, que era más bien caza de brujas. Creo que (lo que estamos viendo
en Bahrein) es una táctica política anticuada que es mucho peor", dijo
a IPS el analista Gregory Gause, profesor de ciencia política en la
Universidad de Vermont.
"Quizás la pérdida del
empleo por convicciones políticas es lo que trae la comparación con el
macartismo, pero me parece que esto va mas allá. ¿Cuántos objetivos de
McCarthy terminaron en prisión?", preguntó Gause, autor del libro
"The International Relations of the Persian Gulf" (Las relaciones
internacionales del Golfo Pérsico).
Mientras, organizaciones de
derechos humanos presionan a los gobiernos de Occidente para que pongan fin a
la impunidad y defiendan a la población civil bahreiní.
El presidente de la Federación
Estadounidense de Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales, Richard
Trumka, le escribió la semana pasada al secretario de Defensa, Robert Gates,
exigiendo una "urgente intervención política… para detener el
descenso (de Bahrein) a una dictadura".
Trumka añadió que los
sindicatos bahreiníes eran esenciales para una sociedad saludable y
pluralista.
Considerando que ese país del
Golfo es base de la Quinta Flota estadounidense, Trumka insistió en que
Washington debería exhortar a Manama a que pusiera fin a la "represión
extraordinaria que ocurre en el umbral de una de las más grandes
instalaciones militares estadounidenses".
"Cualquier respuesta menor
a esta crisis socava nuestra autoridad moral", alertó.