¿Quién, antes del 11–S, había oído
hablar de Osama Bin Laden? Apenas un puñado de académicos,
periodistas y expertos antiterroristas. El reportero británico
Robert Fisk, intrigado por su personalidad, le entrevistó
en varias ocgasiones, en Sudán y, posteriormente, durante
su exilio en Afganistán. Y sin embargo, a finales de los
90, tras los atentados contra las embajadas norteamericanas
de Kenia y Tanzania en 1998.
Dos años después, el ataque contra el
portaaviones norteamericano USS.Cole en Yemen –en el que
un suicida lanzó una lancha con explosivos contra el navío,
y que acabó con la vida de diecisiete soldados– probó al
mundo que aquel hombre iba en serio. En la boda de su hija,
Osama Bin Laden leyó un clarificador poema:
“Un portaaviones: incluso los
valientes temen su potencia / inspira horror en el puerto y
en alta mar / navega en las olas / flanqueado por la
arrogancia, la soberbia y el falso poder / se mueve
lentamente hacia su muerte / un pequeño bote le espera,
mecido por las olas”. La organización de Bin Laden se veía
a sí misma como un David contra el Goliat occidental.
Bases en Afganistán
“Lo más parecido a Al Qaida, tal y
como se entiende popularmente, existió en Afganistán por
un corto período de tiempo, entre 1996 y 2001, y cuyas
bases estaban en Afganistán”, escribe el periodista
especializado Jason Burke, autor de una de las mejores
monografías sobre este grupo. El multimillonario saudí
Osama Bin Laden, radicalizado tras su participación en la
“yihad” afgana contra los rusos, decidió utilizar a los
veteranos de aquella guerra en una empresa de más
envergadura: tras la derrota soviética, ahora era el turno
de hacer caer al coloso estadounidense.
Pero, como explica Burke, jamás hubo
una organización terrorista con ese nombre: “al–qaida”,
“la base”, era utilizado por los yihadistas que operaban
en Afganistán para describir una táctica, una manera de
operar. “Al Qaida”, la marca, fue de hecho creada por el
FBI, tras interrogar a un militante sudanés de bajo rango
que había desertado del entorno de Bin Laden tras robar
algunos fondos del grupo. La falta de recursos, de
traductores y expertos en terrorismo islamista –en aquella
época, apenas era una prioridad para las autoridades
estadounidenses– hizo el resto.
Tras el 11–S, la campaña militar en
Afganistáncampaña militar en Afganistán lanzada por la
Administración Bush logró destruir los centros de
entrenamiento yihadista, y la respuesta policial en todo el
mundo desbarató gran parte del entramado logístico y económico
del grupo. Pero poco importaba: Al Qaida, la organización,
podía haber sido derrotada, pero había nacido Al Qaida, la
Idea.
Tres Al Qaidas
A partir de ese momento, hubo al menos
tres Al Qaidas. Estaba el núcleo duro, la organización de
militantes motivados que actuaba bajo las órdenes directas
de Bin Laden y su lugarteniente, el egipcio Ayman Al–Zawahiri.
Existían también terroristas independientes que planeaban
sus propias operaciones y acudían a Bin Laden en busca de
fondos y apoyo logístico. Los ataques contra las embajadas
de Kenia y Tanzania, el USS Cole y el 11–S fueron obra del
primer grupúsculo. Otros atentados, como los de Bali en
2002, pertenecen al segundo tipo.
Y en 2004, en un contexto de gran
radicalización en el mundo musulmán debido a la guerra de
Irak, Bin Laden lanzó su famoso discurso en el que hacía
un llamamiento a “atacar a judíos y cruzados en todo el
mundo”. Desde entonces, cualquiera podía cometer un
atentado contra intereses occidentales y atribuirle un nuevo
tanto a la yihad global. Para complicar las cosas, apareció
una “cuarta Al Qaida”: aquellos grupos que, sin tener
ningún tipo de vínculo con el grupo, decían actuar en su
nombre para obtener notoriedad, o que eran así etiquetados
por gobiernos interesados, como en el caso de la insurgencia
musulmana en el sur de Tailandia.
“Al Qaida se ha convertido sobre todo
en una idea, una organización visionaria, y de
entrenamiento, y otros grupos sin experiencia previa se
convierten sus extremidades”, explica a ABC el profesor
Rohan Gunaratna, del Centro Internacional de Investigación
en Terrorismo y Violencia Política de Singapur, y uno de
los primeros estudiosos de este grupo. “Pero además ha
aumentado su capacidad para influir en individuos de todo el
mundo, y estos yihadistas, como en el caso de los atentados
en Madrid o Casablanca, actúan ligados a Al Qaida ante todo
de forma ideológica, no operativamente”, asegura.
De unos postulados eminentemente políticos
–liberación de Palestina, salida de las tropas
estadounidenses de Arabia Saudí– la organización fue
potenciando progresivamente su componente religioso, a pesar
de la insistencia de los doctores del islam en que se trata
de un movimiento herético. De un llamamiento inicial a la
unidad de la “umma” (la comunidad de creyentes
musulmanes) pasó a considerar herejes a los chiíes. Comenzó
a reivindicar Al Andalus como “territorio a recuperar para
el Islam”. Intensificó los ataques contra cristianos en
lugares como Irak, Pakistán o Egipto.
Pero algunos expertos, como
Jean–Pierre Filiu, insisten en que la propia violencia de
la organización supondrá su fin, un fin que está cercano,
puesto que la mayor parte del mundo islámico ha constatado
con horror que Al Qaida mata, ante todo y sobre todo, a
otros musulmanes. Su popularidad está bajo mínimos. La
muerte de Osama Bin Laden, marca el principio de una nueva
época para la organización. Queda por ver si Al Qaida, la
idea, podrá sobrevivir sin el hombre que la creó.