Se reitera desde la izquierda el
libreto occidental, apelando al derecho internacional, como
si un
voto de la ONU fuera una justificación. (La Haine)
1–
¿Cuál pensás qué es la razón principal por la cual las
fuerzas de la OTAN deciden intervenir militarmente en Libia?
¿Ves un paralelo o continuidad con las motivaciones que
condujeron a invadir Irak y Afganistán?
La
principal razón de la intervención militar de la OTAN es
la existencia de una revuelta democrática generalizada en
el mundo árabe. Es un levantamiento que se contagia de país
en país, puesto que las condiciones políticas son
similares en toda la región. Pero los resultados de la
sublevación son por ahora muy diversos. Hubo triunfos
populares en Egipto y Túnez, siguen las movilizaciones en
Yemen, hay fuerte represión en Barheim, una nueva oleada de
luchas en Siria y desenlaces en Libia.
Los
bombardeos de la OTAN se han centrado en Libia y forman
parte de un contraataque en general del imperialismo. Es una
advertencia. Se busca fijar un principio de intervención y
dejar establecido un antecedente de acción de las tropas
del imperio para el futuro próximo.
Me
parece muy importante desenmascarar los argumentos que
utilizan las cancillerías occidentales para justificar los
bombardeos. Nuevamente hablan de “intervención
humanitaria”. Es el mismo pretexto que ya escuchamos
muchas veces y que ha quedado refutado por el desastre que
se observa en Irak y por el infierno que se vive en Afganistán.
Los bombardeos nunca protegen a la población civil y
siempre destruyen la infraestructura del país atacado.
También
afirman que pretenden evitar un genocidio, pero las
violaciones de derechos humanos no se han consumado sólo en
el campo de Gadafi. Las mayores agresiones contra la población
ni siquiera se producen en Libia, donde ha comenzado un
enfrentamiento entre dos bandos armados. Los peores
atropellos se registran en los países donde la policía y
el ejército disparan en forma impune contra los
manifestantes civiles desarmados. Estos ataques ocurrieron
en Egipto, Túnez, Bahreim, Argelia y en ninguno de estos
casos la OTAN dispuso alguna intervención. Tampoco la ONU
adoptó medidas prácticas para proteger a quiénes
protestas bajo las balas de los gendarmes.
Nuevamente
estamos observando la típica duplicidad del imperio. Contra
los enemigos o los adversarios circunstanciales hay ataques
virulentos y dónde gobiernan los amigos de Occidente reina
el silencio y la complicidad. Basta comparar Barheim con
Libia. En el primer país está instalada la V Flota
norteamericana y como hay una gran resistencia popular
contra la monarquía, Estados Unidos apañó el ingreso de
las tropas sauditas y la represión generalizada. Allí se
olvidan por completo de los derechos humanos. Los ejemplos
de este doble parámetro son incontables y se verifican
especialmente en las posturas diferenciadas que adoptan las
grandes potencias frente a cada gobierno árabe.
Tampoco
tiene sentido acusar a Gadafi de “terrorista”. El
coronel abandonó hace mucho tiempo sus coqueteos con los
grupos contestatarios y participa activamente en todas las
acciones que implementa Occidente contra el fundamentalismo
islámico. Hay más socios de Bin Laden en el campo rebelde
que en el sector oficialista.
Por
otra parte, hay mucho olor a petróleo en la intervención
de la OTAN. Libia continúa integrada a la OPEP y las
grandes compañías quieren debilitar a ese cartel. Pero no
nos olvidemos tampoco que todas las firmas participan en la
extracción de crudo en Libia y han establecido estrechas
relaciones con Gadafi. Hay disputas por las tajadas, pero
estas reyertas no determinan los bombardeos.
Yo
creo que el objetivo inmediato de ese ataque es el destruir
o debilitar a un régimen, que ya no es confiable para
Estados Unidos. Gadafi ha comandado un régimen político
muy parecido a Saddam Husseim. Tuvo un origen nacionalista,
pero luego abandonó esa pasado y estrechó relaciones con
Europa y Estados Unidos. No solo a través concesiones
petroleras, sino también bloqueando la salida de
inmigrantes africanos hacia Europa. Pero últimamente volvió
a distanciarse de Occidente y el imperialismo quiere
cercarlo, mientras juega a dos puntas, estableciendo al
mismo tiempo fuertes conexiones con los rebeldes. Este tipo
de vaivenes ha sido típico de las relaciones entre Estados
Unidos y los viejos nacionalistas árabes que se volvieron
neoliberales.
Igualmente
hay una diferencia muy importante con lo ocurrido en Irak.
Ahora existe una sublevación generalizada en el mundo árabe,
que no existía en la década pasada. Este levantamiento se
desenvuelve en una zona geopolítica vital para los
intereses norteamericanos. Muchas comparaciones que se hacen
lo ocurrido después de 1989 en Europa del Este olvidan esta
localización. El otro dato central es el protagonismo de jóvenes
y mujeres, que ponen distancia con el fundamentalismo islámico.
Este alejamiento se verifica en las banderas democráticas
que encabezan todas las protestas.
2–
¿Existe la posibilidad de que los países agredidos puedan
resultar victoriosos en una guerra a largo plazo (expulsando
a los invasores y a sus representaciones políticas) o puede
decirse que ya están derrotados por la superioridad militar
de las fuerzas invasoras?
Hasta
ahora se ha confirmado el rol hegemónico de EEUU, que fija
los ritmos de los ataques, comanda la OTAN y sumó a Francia
a la agresión. Alemania pone distancia, Rusia y China se
abstienen, pero todos quieren desactivar la movilización árabe.
Obama propicia acciones multilaterales para superar las
dificultades afrontadas con el unilateralismo de Bush. Pero
sobre todo necesita recomponer aliados entre los gobiernos
árabes, que han perdido autoridad y capacidad de intervención.
Estamos
presenciando un giro histórico de largo plazo en toda región.
Estos acontecimientos no se producen todos los días. Han
irrumpido las masas y nos encontramos en un momento de plena
ebullición. Por ahora no resulta posible definir como
seguirá este proceso.
3–
¿Qué posición política frente a esta guerra pensás que
se corresponde con los genuinos intereses de la clase
trabajadora?
Yo
creo que hay tres posiciones que en juego. Lo más acertado
es ubicarse junto a los pueblos sublevados, oponerse a los
dictadores y rechazar las intervenciones imperialistas.
Esta
postura diverge de las actitudes que avalan los bombardeos,
con argumentos de sectores progresistas que se han vuelto
“otantistas”. Afirman que para ganarle a Gadafi se deben
aceptar los bombardeos. Con este razonamiento repiten los
argumentos del imperio, suponiendo que esa intervención es
la única forma de evitar una masacre por parte del
Gobierno.
Esta
posición reitera desde la izquierda el libreto occidental,
apelando también al derecho internacional, como si un voto
de la ONU constituyera una justificación. Las cinco
potencias que deciden el futuro del resto de los países en
el Consejo de Seguridad, no tienen ninguna legitimidad para
decidir violaciones de la soberanía nacional.
Algunos
afirman que la intervención extranjera obedeció a una
presión democrática popular. Pero lo cierto es que ocurrió
todo lo contrario. Los medios masivos de comunicación
instalaron primero el tema y prepararon el clima para la
intervención. Hay que tener mucho cuidado en la calificación
política de los rebeldes. Es falso presentarlos simplemente
como integrantes de un campo progresista, que pide protección
y merece la entrega de armas. En realidad constituyen un
sector muy heterogéneo, que incluye desde sectores
progresistas y populares hasta agentes de la CIA.
Por
otra parte, me parece que también es incorrecta la posición
inversa de quiénes manifiestan su apoyo a Gadafi. Es cierto
que hay una demonización desde los medios, como ya ocurrió
con Saddam Husseim, pero el carácter criminal y dictatorial
de ambos está muy probado. Es también inadmisible afirmar
que Gadafi no abandonó su pasado antiimperialista, sino que
tan solo procesó un giro táctico. Comanda un gobierno de
clanes mafiosos con políticas neoliberales.
Quiénes
dicen que es necesario optar por uno de los dos bandos
recurren a un argumento maniqueo. Los talibanes también están
enfrentados con Estados Unidos y conforman organizaciones
reaccionarias. A la izquierda le hace mucho daño el ultimátum
de “estar con uno o con otro”.
4–
¿Qué rol pensas que deberían asumir los llamados
“trabajadores intelectuales” frente a esta situación?
Desde las llamadas “Ciencias Sociales” ¿puede hacerse
algo más que limitarse a la interpretación del fenómeno
de la guerra?
En
cada caso es distinto. Creo que en Libia lo más importante
es discutir una mirada desde América Latina. Hay muchas
cosas que se pueden hacer: transmitir solidaridad con los
pueblos, realizar jornadas de apoyo. Pero creo que en esta
circunstancia lo más interesante es discutir que nos aporta
Libia a América Latina y qué podemos aportarle nosotros a
ellos.
En
nuestra región se ha producido una división en tres
posturas. Hay una posición de la derecha (Santos de
Colombia, Piñera de Chile) que apoya los bombardeos de la
OTAN. Hay otra política neutralista, que trata de no hablar
mucho del tema, pero en los hechos le otorga un guiño a
Estados Unidos, aunque sin sumarse. Es la posición de
Brasil. Por último, hay una tercera posición que
plantearon los presidentes del ALBA.
Esta
tercera postura contiene elementos conflictivos. Sobre todo
en el caso de Ortega, que declaró su amistad con Gadafi y
Chávez que con muchos reparos sugirió algo parecido. Aquí
se cometieron varios errores. Mientras los que sostuvieron a
Gadafi (como Berlusconi o Sarkozy) lo abandonan, los que en
su momento estuvieron con al pueblo libanés y palestino,
ahora chocan con los sectores populares del mundo árabe. En
lugar de afianzar la autoridad que logró entre las masas árabes
durante su confrontación con Israel, Chávez adoptó una
postura que enturbia esas relaciones. Me parece que es una
equivocación, que debe ser discutida.
Pero
un conjunto de corrientes de izquierda han polemizado
fuertemente con Chávez por esta posición, con críticas
que no tienen proporción con lo que se discute. Esa postura
me parece que es un despropósito. Chávez no es el enemigo.
Hay que confrontar con Obama, Sarkosy, Mubarak o Piñeira.
Con quienes cometen un error, dentro de un mismo campo,
debemos discutir.
El
eje del ALBA tuvo dos planteos importantes. Primero, es el
único sector internacional con cierto peso que ha
denunciado los bombardeos en Libia. Uno puede decir que los
grupos de izquierda también levantaron la voz, pero no
tienen la misma envergadura e impacto. El único sector de
peso internacional de peso que se alzó para denunciar los
bombardeos fue el ALBA y eso es meritorio.
En
segundo lugar, me parece muy correcta la propuesta de
mediación. Esa la salida más conveniente, puesto que el
aplastamiento de los rebeldes por Gadafi o el triunfo de
este sector con auxilio norteamericano conduce a situaciones
igualmente negativas. Algún tipo de mediación que imponga
un cese al fuego y evite los bombardeos es el mejor
escenario para el desarrollo de un movimiento popular. En
ese sentido, la propuesta del ALBA ha sido una opción
interesante, que América Latina debería apuntalar.