Los israelíes enumeran las virtudes
del régimen sirio
Por Saleh al–Naimi
Aljazeeeratalk.net,
01/05/11
Rebelión,
02/05/11
Traducido por Alma Allende
Se podía percibir el asombro del
presentador del noticiero matinal de la radio israelí en
lengua hebrea cuando el general retirado Effi Eitan,
expresidente del partido Nacional Religioso y exministro de
la Vivienda, declaró su preocupación ante una posible caída
del régimen de Bachar Al–Assad en Siria. Eitan no es sólo
una de las personalidades más extremistas de la derecha
israelí sino alguien que reside en el asentamiento de
Qatzrin, situado en los Altos del Golán sirios, ocupados
por Israel en el año 1967.
Eitan fue firme y rotundo en su juicio
al comentar las agitaciones que sacuden actualmente Siria:
“El actual régimen sirio es la mejor formación de
gobierno posible para Israel”, indicando que, no obstante
la enemistad declarada del régimen sirio con Israel, sigue
siendo preferible a cualquier otra alternativa que pueda
ocupar su lugar en caso de derrumbe.
Eitan soprendió a sus oyentes al decir
que no creía que el régimen actual de Siria reclamase
“en serio” la devolución de los Altos del Golán, y
para dar una explicación política de esta valoración añadió:
“El problema del régimen gobernante es que basa su
legitimidad en el apoyo de la minoría alauita, por lo que
le interesa mantener una situación de permanente
enfrentamiento formal que justifique su permanencia en el
poder a perpetuidad; por lo tanto, este régimen no está
interesado en recuperar el Golán mediante un acuerdo político,
pues considera que alcanzar un acuerdo político equivaldría
a abrir un diálogo de nuevo en torno a la legitimidad del régimen
gobernante y a alimentar interrogantes en torno al futuro
del control de la minoría alauita sobre la mayoría
sunnita”.
La actual posición del general Eitan
es tanto más sorprendente porque en el pasado siempre puso
un celo particular en su enfrentamiento con el régimen
sirio. Pero no es él solamente. Una buena parte de la élite
gobernante en Israel ve que la permanencia del régimen
actual en Siria es la mejor opción para Israel. El ministro
de Enseñanza, Gideon Saar, quien rechaza la retirada israelí
del Golán y exige una intensificación de la colonización
del territorio ocupado, considera que la permanencia del régimen
actual en Siria beneficia los intereses israelíes.
Durante un encuentro con miembros del
partido gobernante Likud, Saar indicó que el factor más
importante que le lleva a creer en la necesidad de que el régimen
sirio se mantenga es la total tranquilidad que ha
caracterizado a la frontera entre Siria e Israel desde que
acabó la guerra de 1973.
Saar dijo: “La experiencia efectiva
demuestra que el régimen sirio es el más comprometido en
los acuerdos relacionados con el alto el fuego y la tregua;
se ha comprometido y ha respetado los acuerdos destinados a
garantizar las fronteras compartidas, y no es poca cosa que
haya permitido la tranquilidad necesaria para intensificar
la construcción de los asentamientos judíos en los Altos
del Golán, lo que ha llevado a multiplicar muchas veces el
número de colonos en las últimas tres décadas”.
Por su parte, el ministro de Estado y
general retirado Yose Bilid considera que, durante las épocas
de Hafiz Al–Assad y de su hijo Bachar, el régimen sirio
no ha hecho ninguna tentativa para alterar la relación de
fuerzas militar favorable a Israel, indicando que el
armamento del ejército sirio no es adecuado para las
guerras actuales, y está muy lejos de poder afrontar una
guerra con Israel. Resaltó que durante los últimos
cuarenta años la diferencia de fuerza militar no ha dejado
de aumentar en favor de Israel.
A su vez, el comentarista israelí Aman
Abramovitch considera que la característica “positiva”
más importante del actual régimen sirio es su insistencia
en no cambiar las reglas del juego entre las dos partes, de
manera que los sirios nunca han intentado durante los últimos
treinta años desafiar a Israel ni responder a las grandes
provocaciones que se han hecho contra ellos.
Y añade: “La fuerza árabe que con más
éxito ha conseguido neutralizar Israel es sin duda Siria,
hasta el punto de que pudimos bombardear la planta nuclear
del nordeste de Siria en diciembre de 2006 y asesinar en el
corazón de Damasco a Emad Mughaniya, el líder del brazo
armado de Hizbulá, así como atacar posiciones de las
milicias palestinas dentro de Siria, sin que el régimen
sirio, ni con el padre ni con el hijo, reaccionasen”.
Abramovitch continúa diciendo que no es posible asegurar en
absoluto que cualquier otro gobierno que sustituya a éste
se comporte de la misma manera.
Amos Harel, el comentarista de asuntos
militares del diario Haaretz, adopta un punto de vista
diferente. Considera que “no hay que verter una sola lágrima
en caso de que caiga el régimen de Al–Assad”, aludiendo
a la alianza entre Siria, Hizbulá e Irán, además del
refugio prestado a dirigentes de las organizaciones
palestinas en tierras sirias. “El gobierno sirio”, añade,
“permite armar a Hizbulá, y da la posibilidad a Irán de
meter un pie en la zona, amenazando los intereses estratégicos
de Israel".
Harel indica que, no obstante la
superioridad militar israelí, el régimen sirio ha
concentrado parte de sus inversiones en la adquisición de
misiles capaces de alcanzar cualquier punto de Israel, lo
que convierte a Siria, bajo el gobierno de Al–Assad, en
“un Estado peligroso”.
Sin embargo Aaron Friedman, profesor de
ciencias políticas en el instituto Tejnion, rechaza el análisis
de Harel e indica que, incluso si es posible que un nuevo
gobierno renuncie a la alianza con Irán y Hizbulá,
reforzará a cambio sus relaciones con Hamás. En un artículo
publicado en el sitio en hebreo del diario Yedioth Ahranot,
Friedman escribe que todos los escenarios imaginables en una
Siria post–Assad indican que los Hermanos Musulmanes tendrán
una amplia influencia en el curso de los acontecimientos en
el país y “no cabe duda de que este movimiento extenderá
la mano a Hamás, partido que pertenece a la misma
familia”.
Ben Kasbit, el más importante analista
del diario israelí Maariv, vuelca toda su ira sobre los
llamamientos a la democracia en el mundo árabe, pues
considera que, en contra de lo que se dice, las
transformaciones democráticas en el mundo árabe no
benefician los intereses israelíes, pues traerán consigo
gobiernos más beligerantes contra Israel. Kasbit critica
con fuerza las voces que dentro de EEUU reclaman apoyo a las
masas sirias que pretenden acabar con el régimen de Al–Assad:
“Con todos mis respetos hacia la democracia, lo que nos
aguarda es un enfrentamiento entre los sectores religiosos y
laicos que expresará de manera real la opinión pública
siria, y sabemos cuál es la posición de la opinión pública
siria, la misma que en el resto del mundo árabe: los
pueblos árabes, en definitiva, rechazan nuestra existencia
y apoyan la resistencia contra nosotros. Por consiguiente,
hablar de un gobierno sirio que exprese la opinión general
del pueblo sirio es hablar necesariamente de un gobierno
contrario a Israel”. Kasbit rechaza la opinión que
pretende que los laicos árabes serán menos hostiles a
Israel que los islamistas, subrayando que las dos fuerzas se
opondrán a Israel respondiendo al deseo de sus pueblos.
Lo que no ofrece duda es que los
acontecimientos en Siria ponen en serias dificultades al
grupo dirigente en Tel Aviv, pues van acompañadas también
de convulsiones orientadas a cambiar las estructuras de
gobierno en Jordania, país sobre el cual todos coinciden en
afirmar, dentro de Israel, que es el más “fiable”
aliado estratégico en la zona. Los israelíes temen que
cualquier cambio en Jordania y Siria, después de lo
ocurrido en Egipto, conduzca a la materialización de lo que
en Tel Aviv describen como un “collar sunní”, traducido
en un aumento de la influencia de los Hermanos Musulmanes en
la región.
De ahí que el grupo dirigente en Tel
Aviv guarde disciplinadamente silencio ante lo que ocurre al
otro lado de la frontera con Siria, con la esperanza de que
no cambie el entorno regional desde el punto de vista estratégico
en el sentido de que nuevas reglas del juego obliguen a la
entidad sionista a asumir nuevas cargas estratégicas y
militares. Los gobernante en Tel Aviv quieren decir:
“Cualquiera que sea la naturaleza de nuestras relaciones
con el régimen sirio actualmente en el poder, hasta ahora
Israel ha sabido gestionar estas relaciones de manera
favorable a sus intereses, y no existe ninguna garantía de
que mantenga esta ventaja en el caso de que cambie la
estructura de gobierno en Damasco”.
U.S.
Moves Cautiously Against Syrian Leaders
By
Mark Landler
New
York Times, April 29, 2011
Washington
— A brutal Arab dictator with a long history of enmity
toward the United States turns tanks and troops against his
own people, killing hundreds of protesters. His country
threatens to split along sectarian lines, with the violence
potentially spilling over to its neighbors, some of whom are
close allies of Washington.
Libya?
Yes, but also Syria.
And
yet, with the Syrian government’s bloody crackdown
intensifying on Friday, President Obama has not demanded
that President Bashar al–Assad resign, and he has not
considered military action. Instead, on Friday, the White
House took a step that most experts agree will have a modest
impact: announcing focused sanctions against three senior
officials, including a brother and a cousin of Mr. Assad.
The
divergent American responses illustrate the starkly
different calculations the United States faces in these
countries. For all the parallels to Libya, Mr. Assad is much
less isolated internationally than the Libyan leader, Col.
Muammar el–Qaddafi. He commands a more capable army, which
experts say is unlikely to turn on him, as the military in
Egypt did on President Hosni Mubarak. And the ripple effects
of Mr. Assad’s ouster would be both wider and more
unpredictable than in the case of Colonel Qaddafi.
“Syria
is important in a way that Libya is not,” said Steven A.
Cook, senior fellow for Middle East studies at the Council
on Foreign Relations. “There is no central U.S. interest
engaged in Libya. But a greatly destabilized Syria has
implications for Iraq, it has implications for Lebanon, it
has implications for Israel.”
These
complexities have made Syria a less clear–cut case, even
for those who have called for more robust American action
against Libya. Senator John McCain, along with Senators
Lindsey Graham and Joseph I. Lieberman, urged Mr. Obama
earlier this week to demand Mr. Assad’s resignation. But
Mr. McCain, an early advocate of a no–fly zone over Libya,
said he opposed military action in Syria.
Human
rights groups are even more cautious. “If Obama were to
call for Assad to go, I don’t think it would change things
on the ground in any way, shape or form,” said Joe Stork,
deputy director of the Middle East division of Human Rights
Watch, which had supported military action in Libya. In this
case, he said, sanctions were the right move.
Those
measures freeze the assets of three top officials, most
notably Maher al–Assad, President Assad’s brother and a
brigade commander who is leading the operations in Dara’a.
But Syrian leaders tend to keep their money in European and
Middle Eastern banks, putting it beyond the reach of the
Treasury.
The
measures also take aim at Syria’s intelligence agency and
the Quds Force of the Iranian Islamic Revolutionary Guard
Corps, an elite paramilitary unit already under heavy
sanctions from the United States. Iran, officials said, is
using the force to funnel tear gas, batons and other riot
gear to Syria.
The
administration did not impose sanctions on President Assad,
saying it focused on those directly responsible for human–rights
abuses. A senior official said the United States would not
hesitate to add him to the list if the violence did not stop.
But the White House seemed to be calculating that it could
still prevail on him to show restraint.
“Our
goal is to end the violence and create an opening for the
Syrian people’s legitimate aspirations,” said a
spokesman for the National Security Council, Tommy Vietor.
“These are among the U.S. government’s strongest
available tools to promote these outcomes.”
The
European Union said Friday that it was preparing an arms
embargo against Syria and threatened further sanctions and
cuts in aid. And in Geneva, the United Nations Human Rights
Council passed a resolution condemning the violence, though
the statement was diluted from one drafted by the United
States.
The
debate over the United Nations resolution demonstrated the
difficulty in marshaling international censure of Syria. In
Geneva, 26 countries supported the resolution, but nine
voted against it, including Russia and China. The two
countries blocked a similar effort to pass a resolution at
the Security Council this week, a stark contrast to the
tough action on Libya.
Even
for the Obama administration, abandoning Mr. Assad has costs.
For two years, it cultivated him in hopes that Syria would
break the logjam in the Middle East peace process by signing
a treaty with Israel. The United States tried to lure Syria
away from Iran, the greatest American nemesis in the area.
Even
the possibility of a change in leadership in Syria had
reverberations this week, with the surprise agreement
between Hamas and the Palestinian Authority to form a unity
government. By most accounts, Hamas was motivated in part by
a fear that if Mr. Assad were forced from power, it could
lose its patron in Damascus.
Disarray
in Syria could threaten Israel’s security more directly.
While Israeli officials point out that Mr. Assad has hardly
been a friend of Israel, if he were replaced by a militant
Sunni government, this could pose even greater dangers.
Israel’s
sensitivity about Syria is so acute that when reports began
circulating this week that Israeli officials were pressing
the White House to be less tough on Damascus, Israel’s
ambassador to the United States, Michael B. Oren, called
reporters to insist that his government was doing nothing of
the sort.
Among
other countries that are sensitive: Turkey, which shares a
border with Syria and a Kurdish population that could be
stirred up by unrest; and Saudi Arabia, which does not want
to see another Arab government topple. While Mr. Assad’s
fall would damage Iran’s regional ambitions, analysts
offer caveats.
“The
regime coming down in a speedy, orderly transition to a
Sunni government would be a setback for Iran, but that’s
not what’s happening,” said Andrew J. Tabler, a Syria
expert at the Washington Institute for Near East Policy.
“We’re headed for something much messier. The Iranians
can play around in that.”
As
the administration weighs its options, it faces a sobering
fact: The United States has little influence over Damascus.
Still, some analysts said the United States must leave open
the possibility of tougher measures.
“If
a Benghazi–style massacre is threatened, we would have to
consider a humanitarian intervention under the same
principle,” said Martin S. Indyk, Brookings Institution’s
director of foreign policy. “Hard to imagine at this point
when the death toll is 400. But if it rises to tens of
thousands?”
(*)
Stephen Castle contributed reporting from Brussels.
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