Una constante de todas las dominaciones
imperialistas ha sido la creación de estereotipos acerca de
los dominados, que justifiquen su sometimiento. Desde el barbaricus
del Imperio Romano –al que era un deber esclavizar–,
hasta el peligroso “islámico” (con la bomba en el
bolsillo) que agitan el imperialismo yanqui y sus socios
menores de Europa. Todos esos espantajos han sido creados
por esa “la relación política amo-esclavo”, que señalaba
el gran intelectual palestino Edward W. Saïd (1935-2003).
Después del fin de la “guerra fría”
al derrumbarse la Unión Soviética en 1989/91, la “islamofobia”
fue reemplazando al anticomunismo en el circo mediático
e ideológico de Occidente. Y esto llegó al paroxismo con
el atentado de las Torres Gemelas de 2001, que dio el
anhelado pretexto a EEUU para lanzarse a las guerras
neocoloniales de Afganistán e Iraq.
Así, el imperialismo se dedicó a
renovar viejos estereotipos acerca de un Oriente “islámico”
inmutable por esencia, congelado en el “fanatismo
religioso” desde hace siglos e incapaz, casi genéticamente,
de “progresar” y “civilizarse”. Además de las
versiones para analfabetos que brindan las series y películas
yanquis, estos mitos racistas también se difunden entre públicos
más “cultos”, por ejemplo, con el bodrio de Huntington
acerca del “choque de las civilizaciones”.[1]
Al-Qaeda y las corrientes del
“fundamentalismo” islámico han venido como anillo al
dedo a los amos de Occidente para meter los mitos de la
“islamofobia” en la cabeza de sectores populares de EEUU
y Europa, en especial en las clases medias que van de mal en
peor con la crisis capitalista y que necesitan algún
espantajo a quien temer y odiar.
Lo paradójico de esto es que fue el
imperialismo, en especial EEUU, quien jugó un papel
decisivo en la eclosión del “Islam político” –y
en especial del “fundamentalismo islámico”– en las últimas
décadas del siglo XX.
Un curso de dos siglos
hacia la modernización y secularización, que fue
interrumpido
En verdad, el llamado “mundo musulmán”
(en el que los árabes tienen un lugar importante pero
minoritario), lejos de ser inmutable ideológica y políticamente,
siguió en los últimos dos siglos un pronunciado curso
hacia la modernización, la secularización y el laicismo.
Esta tendencia quedó interrumpida a finales del siglo XX,
especialmente en los ’80 y ’90, por el fortalecimiento
de corrientes políticas que se reclamaban del Islam, con
posiciones más o menos extremas. De muy minoritarias en
relación al nacionalismo laico e incluso a la izquierda,
pasaron a tener influencia de masas en algunos casos.
Hay que advertir, en primer lugar, que
la aparición o refuerzo del fundamentalismo religioso
en esos años no es exclusivo del mundo musulmán.
Fue un fenómeno mundial.
Simultáneamente, en la India
estallaban los fundamentalismos hindú y sikh.
En EEUU, un componente de la “Revolución Conservadora”
de Reagan fue la epidemia del fundamentalismo cristiano
con las sectas más reaccionarias y los insoportables
predicadores tele-evangelistas.
Ese fenómeno mundial político-religioso
fue parte ideológica de una etapa reaccionaria, con
derrotas generalizadas del movimiento obrero y de masas, que
culminaría con el derrumbe de la ex URSS, la restauración
capitalista en los (supuestos) países socialistas y el
neoliberalismo imperando en todas partes.
Derrotas, vacío ideológico
y político, y acción del imperialismo
Para la eclosión del “Islam político”
en general y del fundamentalismo islámico en particular, se
conjugaron una variedad de factores, algunos comunes a los
que señalamos y otros más específicos. Los principales
fueron:
• La bancarrota y desastres de los nacionalismos
laicos radicales, que además se proclamaban
“socialistas”, cuya máxima expresión fue el régimen
de Nasser en Egipto. Los nacionalismos laicos tuvieron, en
su momento, un arrasador apoyo de masas. También,
inicialmente, trataron de impulsar un desarrollo económico
independiente y dieron amplias concesiones a las masas
trabajadoras y populares. Este apoyo lo fueron perdiendo al
compás de los fracasos económicos, la corrupción del
aparato de estado y la recaída en la miseria de sectores de
masas.
• La izquierda, aunque también
desarrolló fuertes partidos en Egipto, Iraq, Siria y otros
países, nunca luchó por ser una alternativa a ese
inevitable desastre del nacionalismo burgués laico.
Hegemonizada por los partidos comunistas obedientes a Moscú,
aplicaba la línea de apoyo a los “sectores
progresistas” de la burguesía que le dictaba el Kremlin.
En 1979, la ocupación militar de Afganistán por parte de
la Unión Soviética se agregó como un factor inmenso de
confusión política y desprestigio del socialismo frente a
las masas.
• En medio de ese creciente vacío
ideológico y político, el islamismo operó con
el apoyo decisivo de EEUU a través de su principal agente
en la región después de Israel, la billonaria monarquía
petrolera de Arabia saudita. Ya desde mediados de los años
’50, después de fracasar en sus intentos de atraer a
Nasser, EEUU definió como eje de su política promover
a las corrientes islamistas contra los nacionalismos
laicos y la izquierda.
El “Islam político”...
en parte, Made in USA
El “revival” del “Islam político”
no fue por supuesto un injerto de otro planeta. Pero, dentro
de su complejidad, hay que saber que tuvo un fuerte
componente nada “islámico”: la acción directa o
indirecta del imperialismo yanqui.[2]
Esto cubrió muchos rubros. Por
ejemplo, mientras los gobiernos nacionalistas laicos se
mostraban cada vez más incapaces de satisfacer las
necesidades de las masas, desde los estados petroleros se
financiaba una red billonaria de “obras de caridad” islámicas
que actúan desde las mezquitas. Así llegaban a las masas más
desheredadas y de menor nivel político y cultural.
Otro ítem –éste dirigido hacia las
clases medias y sectores burgueses– fue montar redes de
“banca islámica” (que supuestamente no cobra intereses,
prohibidos por el Corán). Grandes bancos de EEUU, como el
City y el Chase, le dieron apoyo operativo. Estos
“sectores financieros islámicos” fueron predicadores
del neoliberalismo y la privatizaciones... prédicas que tenían
audiencia gracias a los fracasos del estatismo nacionalista.
La guerra de Afganistán
Pero el salto cualitativo fue la jihad
(guerra santa) contra la ocupación soviética en 1979. Allí
“nace” Osama bin Laden y pasan al frente los sectores más
extremos del “Islam político”.
De las obras de caridad de las
mezquitas y los préstamos de los “bancos islámicos”,
se pasó a la organización del primer ejército
internacional islámico de la historia: miles de
combatientes venidos desde Marruecos a Malasia, que hablaban
decenas de lenguas diferentes. Osama es puesto por la CIA al
frente del reclutamiento y organización de esa fuerza.
Su designación no fue casual. Como
persona, Osama reflejaba la íntima asociación que
había entre el “fundamentalismo”, el estado saudí y
Washington. Los bin Laden son una de las familias más ricas
de Arabia saudita, estrechamente ligados a la monarquía
como concesionarios de obras públicas. Además, como socios
de la familia Bush desde los años ’60 estaban en
relación estrecha con el establishment
estadounidense.
Finalizada la ocupación soviética de
Afganistán en 1989, los mujahedin reunidos por Osama
se dispersaron por distintos países, donde muchos siguieron
actuando, pero ahora fuera del control del
imperialismo que los había armado y entrenado.
Mientras tanto, el derrumbe de la ex
URSS había también cambiado el juego de Washington y de
los gobiernos de los estados musulmanes en relación a estos
cada vez más molestos “guerreros santos”. Las acciones
terroristas que antes hacían en Afganistán, ahora
empezaban a cometerlas en otros países. En los años ’90,
esto fue en crecimiento. Lo de septiembre del 2001 fue
simplemente el pico de esa escalada.
Notas:
1.-
Huntington, Samuel P., “The Clash of Civilizations and the
Remaking of World Order”, Simon and Schuster, New York,
1996. Hay edición castellana de
Paidós.
2.- En esto hubo, por supuesto,
elementos contradictorios: en Irán, donde predomina la shia,
rama minoritaria del Islam, se desarrolló una fuerte
corriente política que jugó un papel fundamental en el
derrocamiento del régimen proyanqui del Sha en 1979 y que
desde entonces ha tenido roces más o menos fuertes con EEUU.
Pero, al mismo tiempo, después de la revolución de 1979,
el aparato clerical terminó jugando un papel
archirreaccionario, aplastando al movimiento obrero y la
izquierda iraní.