Estados Unidos y Pakistán han
sido aliados geopolíticos cercanos desde el nacimiento de Pakistán en 1948.
En el pasado han necesitado uno del otro. Se necesitan hoy, pero sus
prioridades y sus objetivos de políticas públicas se han ido apartando más
y más. Ambos están horrorizados por la idea de que su alianza cercana pueda
terminar. Pero podría ocurrir.
El origen de la alianza fue más
bien simple y directo. En el proceso de que Gran Bretaña se retirara de
India, se conformaron dos Estados, no uno. Esencialmente, Pakistán rompió
con India. Desde entonces Pakistán e India han estado en conflicto constante.
Para cada uno de ellos el miedo mayor se deriva de las acciones del otro. Ha
habido tres guerras entre ambos –en 1947–1948, en 1965, y en 1971–. Las
dos primeras fueron en torno a Kashmir (Cachemira), lo que resultó en una
partición de facto que ninguno de los bandos acepta como legítima. La
tercera fue en torno a la secesión de Bangladesh de Pakistán, en la que
India se puso del lado de Bangladesh.
Un resultado de este conflicto
continuado fue la negativa de ambos países a firmar el Acuerdo de No
Proliferación Nuclear, y que ambas naciones desarrollaran armas atómicas.
India comenzó primero, probablemente en 1967. Pakistán le siguió, tal vez
en 1972. Para 1998, ambos habían completado el proceso y contaba con una
buena cantidad de armas. Las armas nucleares pueden haber tenido el mismo
efecto positivo en ambos países que el que tuvieron en el caso de Estados
Unidos y la Unión Soviética: una superprudencia no declarada en cuanto a las
hostilidades militares, por miedo a las consecuencias.
Desde el principio, India buscó
una política de no alineación en la Guerra Fría. Para Estados Unidos esta
política significó, básicamente, que India se inclinaba hacia la Unión
Soviética. Para limitar el impacto de esta inclinación percibida, Estados
Unidos unió sus fuerzas a las de Pakistán. Mientras que Pakistán confiaba
en el respaldo estadounidense para recuperar la mitad de Kashmir que no
controlaba, lo que Estados Unidos quería de Pakistán era respaldar el
control geopolítico estadounidense del mundo musulmán hacia su occidente:
Afganistán, Irán y el mundo árabe. Estados Unidos se percató de que la
condición para lograr esto era una estabilidad interna de Pakistán. Por
tanto respaldó una sucesión de regímenes militares, represivos en lo
interno. No le pareció nada mal cuando los militares depusieron y luego
ejecutaron al único líder civil, Zulfikar Ali Bhutto, que en los años 70
intentó una política exterior nacionalista, independiente del control
estadounidense.
Pakistán y la República
Popular China nacieron el mismo año. China también emprendió una política
de cercana amistad con Pakistán. Sus motivos no eran muy diferentes de los de
Estados Unidos. A China no le gustaron los lazos de India con la Unión Soviética,
especialmente porque consideraba (y todavía considera) a India como su rival
político y económico en Asia, un rival con el que también sostuvo una
guerra por conflictos fronterizos en 1962. Tampoco ha gustado a China el
continuado respaldo del gobierno de India al Dalai Lama.
Ocurrieron tres cosas que
comenzaron a alterar el confortable arreglo que mantuvieron Estados Unidos y
Pakistán durante los últimos 20 años. El primero fue el colapso de la Unión
Soviética y por tanto el fin de la Guerra Fría. Esto se combinó con el fin
del programa Nehru de desarrollo interno patrocinado por el Estado y su
reemplazo por un programa neoliberal inspirado por el Consenso de Washington.
De repente, las relaciones entre India y Estados Unidos se descongelaron
considerablemente, para enojo de Pakistán, y por supuesto de China.
Segundo, la política interna
del vecino Afganistán también cambió. En los años 80, Pakistán y Estados
Unidos unieron sus fuerzas contra el involucramiento militar de la Unión Soviética
en Afganistán, a lo que Gorbachov puso fin. Pero luego, ¿qué? No es secreto
que el servicio de inteligencia paquistaní, el ISI, respaldó fuertemente que
los talibanes se apoderaran del gobierno afgano. Pero el gobierno talibán
ofreció su país como base conveniente para Al Qaeda, lo cual Estados Unidos
vino a considerar como némesis, aun antes del exitoso ataque de Al Qaeda en
suelo estadounidense el 11 de septiembre de 2001.
Tercero, cuando una invasión
encabezada por Estados Unidos derrocó a los talibanes en 2002, las fuerzas de
Al Qaeda se retiraron a bases seguras en Pakistán. El programa de Al Qaeda
implicaba, si no tomar directamente el gobierno de Pakistán, por los menos
forzarlo a debilitar sus lazos con Estados Unidos, o incluso romperlos. Aunque
hoy Pakistán tiene un primer ministro civil, el poder real sigue estando en
las fuerzas armadas. Y dentro de las fuerzas armadas, el ISI parece seguir
jugando un papel fuerte, quizá determinante.
La acumulación de los tres
cambios condujeron a una situación en la cual, para 2005, Estados Unidos y
Pakistán parecían no coincidir en casi nada que tuviera alguna importancia.
Pero ambos países parecían mantenerse atados uno al otro, parecían pensar
que seguían necesitándose uno al otro. No obstante, se volvieron más y más
suspicaces hacia los motivos y acciones del otro.
Desde el punto de vista del
gobierno estadounidense, Pakistán era la fuente principal de respaldo externo
para los talibanes afganos con quienes Estados Unidos (y las fuerzas de la
OTAN) estaban en conflicto directo. Una parte de este respaldo venía de los
llamados talibanes de Pakistán, difíciles de distinguir de Al Qaeda. La
segunda parte del respaldo venía del ISI y tal vez de ramas más amplias de
militares paquistaníes.
Fue más y más obvio para
Estados Unidos que los militares paquistaníes no estaban dispuestos ni tenían
la capacidad para contener a las fuerzas de Al Qaeda/los talibanes paquistaníes.
Peor aún, algunos militares paquistaníes pueden haberse coludido activamente
con ellos. La reacción estadounidense fue intervenir directamente en Pakistán
de dos modos. El primero fue usar aviones no tripulados (conocidos como drones)
para atacar en directo objetivos considerados peligrosos. Por supuesto, es
notorio que los drones son difíciles de manipular. Ha habido una gran
cantidad de daños colaterales, y en consecuencia una protesta constante y
repetida por parte del gobierno paquistaní. El segundo modo fue emprender por
cuenta propia la búsqueda de Osama Bin Laden (que finalmente se concretó),
sin informar a las autoridades oficiales paquistaníes, en las cuales está
claro que Estados Unidos no confió, suponiendo que filtrarían información
sobre los ataques que se preparaban.
Si Estados Unidos ya no confía
en las autoridades paquistaníes, la suspicacia es todavía mayor en la otra
dirección. Pakistán tiene en sus armas nucleares una gran garantía de su
propia seguridad. Mientras las tengan, los paquistaníes se sienten defendidos
de India y de cualquier otro. Creen, con bastante firmeza, que a Estados
Unidos le gustaría asumir la posesión de este material. Esto no es del todo
irracional, puesto que Estados Unidos sí teme que Al Qaeda, u otras fuerzas
hostiles, podrían ser capaces de acceder a estas armas y que el gobierno
paquistaní puede no estar en posición de impedirlo. Por supuesto, ese
presunto intento estadounidense por controlar ese material está bastante
lejos de ser una propuesta práctica. Pero no queda duda de que hay gente en
el gobierno de Estados Unidos que piensa en esto.
Así que ahora ambos lados
juegan sus cartas con el otro. Estados Unidos amenaza con cortar la asistencia
financiera y militar, o cuando menos reducirla drásticamente. El gobierno
recibe aliento para seguir este sendero del Congreso estadounidense, que básicamente
es hostil a la alianza con Pakistán. La respuesta de Pakistán es retirar las
tropas que tenía estacionadas en la frontera afgana, haciendo más fácil que
los talibanes paquistaníes envíen ayuda militar a los talibanes afganos.
Pakistán recuerda también a Estados Unidos que cuenta con otro poderoso
aliado, China. Y China está bastante feliz de continuar apoyando a Pakistán.
La debilidad del régimen de
Pakistán es interna. ¿Puede continuar controlando una situación más y más
anárquica? La debilidad de Estados Unidos es que no tiene opciones reales en
Pakistán. Jugar duro con el régimen paquistaní podría deshacer sus
esfuerzos de retirarse de Afganistán (y de Irak y Libia) con daños mínimos.
(*)
Immanuel Wallerstein, sociólogo e historiador estadounidense, continuador de
la corriente historiográfica iniciada por Fernand Braudel, es ampliamente
conocido por sus estudios acerca de la génesis y transformaciones históricas
del capitalismo. Su monumental trabajo “El moderno sistema mundial”, cuyo
primer tomo publicó en 1976, analiza el desarrollo del capitalismo como
“economía–mundo”. En
el 2003 publicó “The Decline of American Power: The U.S. in a Chaotic
World” (New Press).