Los
“indignados” cuestionan la política económica del
gobierno
y piden acceder a una vivienda
Crece
la protesta social en Israel
Por
Sergio Rotbart
Desde Tel Aviv
Página 12, 08/08/11
Ante las manifestaciones cada
vez más masivas, el premier Netanyahu anunció ayer la creación de una
comisión de ministros y “expertos” destinada a negociar con los
representantes del movimiento popular. Fue considerado insuficiente.
La
manifestación del sábado 6 de agosto en Tel Aviv
Alrededor de 300.000 israelíes
participaron en varias manifestaciones de protesta contra la política económica
del gobierno el pasado sábado. La gran mayoría –unos 250.000, según las
estimaciones de los medios de comunicación– se concentró en Tel Aviv,
aunque también hubo concentraciones multitudinarias paralelas en Jerusalén y
otras ciudades del país.
El lema principal que expresó
el sentimiento de la movilización popular fue: “El pueblo exige justicia
social”, una consigna que no sólo expresa la indignación ante la negativa
gubernamental a solucionar el problema de la vivienda, sino que comprende
también la protesta ante la carestía de la vida, el deterioro de los
servicios sociales públicos y la “desconexión de la dirigencia nacional de
las preocupaciones del pueblo”.
Una de las oradoras de la
gigantesca manifestación de Tel Aviv fue Daphni Leef, una de las dirigentes
del movimiento de los indignados que comenzó su lucha en pos de una vivienda
digna y al alcance de todos hace tres semanas, instalándose en carpas en el
centro de Tel Aviv. Leef dijo: “Nosotros amamos este nuevo viento de
libertad con el que todo sueño es posible. La Knesset (el Parlamento) comenzó
su período de receso, pero no es posible parar esta melodía. Este viento
seguirá soplando con fuerza en los corazones, en las calles y llegará también
hasta el foro parlamentario”.
A su turno, Itzik Shmuli,
titular de la Asociación Nacional de Estudiantes Universitarios, proclamó:
“No estamos hablando de un cambio personal en la conducción. Eso no nos
interesa. No exigimos un cambio en la coalición. Eso tampoco nos interesa.
Exigimos una economía humana, una economía que no aplaste a la gente, que
pueda ver las penurias de la gente y no calcular sólo números”. Dirigiéndose
al premier, Benjamin Netanyahu, el joven dirigente agregó: “Queremos un
departamento en el que vivir sin estar esclavizados toda la vida, queremos
trabajar dignamente y recibir un salario digno. No somos esclavos modernos.
Protestamos por una sola cosa, porque no tenemos esperanza, señor primer
ministro, porque usted no nos da ninguna esperanza”.
Por su parte, el escritor y
periodista árabe–israelí Uda Basharat afirmó: “Así suceden las
revoluciones, se escurren secretamente y se expanden como un diluvio. ¡Que
viva la revolución de los jóvenes! En este sauna de calor y humedad ocurre
el milagro de agosto. El muerto resucita. Llegó la hora de que esta lucha sea
la lucha de todos los oprimidos, judíos y árabes. Judíos y árabes se
niegan a ser enemigos”. Cerca del podio de los oradores, lucía un cartel
enorme en el que podía leerse la consigna “¡Renunciá! (en árabe), Egipto
es acá”.
En respuesta al cuestionamiento
generalizado del orden de prioridades estatal en materia económico–social,
Netanyahu anunció ayer la creación de una comisión de ministros y
“expertos” destinada a negociar con representantes del movimiento de los
indignados y a elaborar un paquete de medidas que darían solución a sus
demandas. Este paso, sin embargo, fue rápidamente criticado y considerado
insuficiente por los líderes de la protesta social. Pesaj Housepeter, uno de
ellos, señaló: “En lugar de anunciar que entendió el claro mensaje del público,
y que está dispuesto a cambiar el sistema económico que ha fracasado, el
primer ministro nos informa sobre la formación de una comisión gigantesca
(integrada por ¡15! ministros y otros especialistas) cuyo mandato no es
claro, ni se sabe cuándo comienza y cuándo termina”.
Netanyahu aclaró que el
gobierno no podrá dar respuesta a todas las demandas y en repetidas
oportunidades declaró que, a la luz de la crisis económica europea y de la
reciente devaluación de la calificación del crédito de los Estados Unidos
(cuyo impacto ya se hizo sentir en la Bolsa de Tel Aviv), “iniciativas
apresuradas e irresponsables pueden deteriorar fácilmente la economía de
Israel”. El ministro de Finanzas, Yuval Shteinitz, agregó que la mentada
prudencia implica no aumentar de ninguna manera el déficit presupuestario.
Pero el ministerio que él comanda publicó seguidamente el aumento de la
tarifa del consumo de electricidad en un 10 por ciento, a todas luces una
medida que no colaborará a aplacar el enojo acumulado en vastísimos sectores
de la clase media, protagonista principal de la actual ola de movilización
social.
La erosión del poder
adquisitivo de esta enorme clase social es el factor central que impulsa a
cada vez más israelíes, y sobre todo a jóvenes y estudiantes, a participar
activamente en la creación de un nuevo espacio público–político. Alejados
de la política partidaria–parlamentaria, a la que cuestionan y detestan por
no representar los intereses de las mayorías, los llamados “indignados”
vienen creando un nuevo lenguaje sociopolítico, que restituye a su
vocabulario los conceptos de los derechos universales que el Estado debe
garantizar, pilares de una agenda que había sido excomulgada de la esfera de
la opinión pública hace ya varios años.
De acuerdo con el escritor y
periodista Nir Baram, la manera más rápida de neutralizar el potencial de
cambio radical contenido en la actual ola de protestas sería convertir sus
aspiraciones en una “lista de demandas”. Su verdadero papel, en cambio, es
“confiscar la conciencia de la multitud, y presentar ante ella la cara, los
principios y los aparatos de propaganda sofisticados de la ideología fanática
que dirige nuestras vidas en las últimas décadas”. Luego, tras esa tarea
de desenmascaramiento, “después de que nos liberamos de la tiranía del
capitalismo disfrazado de realidad, es posible presentar ante él modelos económico–sociales
distintos, otras posibilidades en las que el papel del gobierno es totalmente
diferente del que lo ata y condiciona su unión simbiótica con las grandes
corporaciones económicas”. Si se atraviesa esa etapa, prosigue Barama,
“se entiende que la lucha es completamente política. No partidaria, sino
política: cuando de un lado se encuentra Netanyahu, el representante más
genuino del sistema, creyente devoto de sus valores, de sus éxitos y de su
inevitabilidad histórica, y del otro lado se encuentra la mayoría de los
israelíes, judíos y árabes, gritando: ‘Para nosotros ya no funciona’
”.
Ahora los
manifestantes israelíes deben definir
el significado de “justicia social”
Por
Mikaela Levin
Centro de Información Alternativa (AIC),
Jerusalén, 08/08/11
Los israelíes que tomaron
las calles en demanda de "justicia social" ahora enfrentan un difícil
desafío: ¿Qué significa la justicia social por la que están protestando?
Mikaela Levin lo investiga.
Los jóvenes estaban exultantes;
los mayores, emocionados. La multitud apenas se movía y el calor era
insoportable, pero para todos los que estuvieron el sábado por la noche en el
centro comercial de Tel Aviv fue una fiesta. Las caras y los carteles que
sobresalían por encima de las cabezas de la masa humana eran pruebas
incontestables de la heterogeneidad del movimiento que se autobautizó
"Justicia Social". "Jaffa le dice no a la aristocratización",
"La educación no es una mercancía", "La mayoría silenciosa
pide resetear" y "Educación, Vivienda y Tierras, todo vendido en
oferta" eran sólo algunos de la colorida variedad de slogans que acompañó
a la masiva marcha.
"Este es algo increíble
para Israel; aún si existen contradicciones internas en el movimiento, esto
es algo nuevo", explicó Marcello Weksler, un veterano activista israelí
activo en la lucha contra el colonialismo israelí y las políticas
socio–económicas del neo–liberalismo.
Los medios israelíes hablan de
unos 300.000 manifestantes en el país y entre 200.000 y 250.000 en Tel Aviv.
Pero la realidad es que para las 22 la mayoría de la gente sabía que el
movimiento se había multiplicado; más familias, más jóvenes y,
especialmente, mas "ciudades campamentos" se habían unido al
epicentro de las protestas nacionales en el campamento de estudiantes en el
Boulevard Rothschild.
La aprobación el miércoles
pasado de la ley de viviendas del primer ministro Benjamin Netanyahu había
irritado aún más a los residentes de las acampadas y empujó a la calle a
algunos de los sectores más moderados de la clase media. Enfrente del enorme
edificio de la Organización Mundial Sionista, los manifestantes habían
colgado durante la tarde un pasacalle gigante que cruzaba todo el boulevard.
En él denunciaban con nombre y apellido a todos los parlamentarios que hacía
menos de una semana habían votado a favor de la ley que creará comités para
acelerar las autorizaciones que requieren las empresas constructoras para
iniciar cualquier proyecto inmobiliario. Para el gobierno esto significará
menos burocracia y más libertad para el mercado; para los manifestantes,
tendrá como resultado más privatización, menos viviendas accesibles y
absolutamente ningún nuevo proyecto de vivienda pública.
"La gente finalmente
entendió que el problema es con el sistema neoliberal. Dicen que es una
protesta social y no política porque tienen miedo de que los estereotipen
como radicales o que los manipulen los partidos políticos; pero cada vez más
estamos escuchando críticas al sistema neoliberal", analizó Weksler,
mientras caminaba entre las cientos de carpas levantadas a lo largo del
Boulevard Rothschild.
Los orígenes de este sistema
neoliberal, continuó Weksler, se retrotraen a finales de los setenta cuando
Menachem Beguin tomó el poder. "Hasta él, la austeridad había sido
parte de la ideología del Estado de Israel", destacó el veterano
militante. El ex primer ministro le vendió a un público muy receptivo una
sensación de modernización, de apertura a la cultura occidental. Este
proceso trajo consigo coca–colas y otros lujos, pero también un insaciable
apetito por el consumismo y una jerarquía social y económica más evidente.
Weksler recordó especialmente
el cierre de las fábricas en la periferia de las grandes ciudades, la reducción
de las ayudas sociales del Estado de bienestar, y la privatización de los
kibbutzim y la comercialización de algunas de sus más valiosas tierras para
construir shoppings y grandes mansiones en los suburbios de ciudades como Tel
Aviv. "Aquí en Israel no hay una tradición de protestas sociales, pero
creo que la gente sintió que se había llegado a un límite", aseguró
el ex miembro de las Panteras Negras y de Matzpen.
El problema es que este límite
parece no ser el mismo para todos los manifestantes que el sábado a la noche
tomaron las calles. Algunos demandaban educación gratuita y universal, otros
reclamaban por un gobierno con políticas medioambientales responsables, otros
por un servicio militar obligatorio para todos los ciudadanos de Israel y
algunos, inclusive, por más viviendas baratas en los asentamientos en
Cisjordania. Todos reconocían que existe un problema, principalmente el déficit
inmobiliario, y todos demandaban "justicia social", pero hasta allí
llegaba el consenso. "Algunas personas se están radicalizando con el
movimiento protesta, pero aún no está claro cuál es el nivel de
concientización política que existe", advirtió Weksler.
Por ahora la negativa del
gobierno a cualquier diálogo logró mantener unida la protesta, inclusive, a
fortalecerla. El domingo, apenas horas después que los 300.000 marcharan a
través de las calles de las principales ciudades del país, Netanyahu anunció
la creación de un comité que se reunirá con los manifestantes para un
"verdadero diálogo". Pero advirtió: "Escucharemos a todos,
pero no podremos satisfacer a todos".
En los próximos días, el
movimiento tendrá que decidir cuáles serán sus términos en la negociación;
en otras palabras, los líderes de la protesta se enfrentarán a la difícil
tarea de definir su propio principio fundador: justicia social.
Las
referencias a la Primavera Árabe son constantes en el
campamento de Tel Aviv
Los colonos
y el gasto militar, en el punto de mira
de los acampados israelíes
Por
Francesc Cabré Sánchez
Centro de Información Alternativa (AIC),
Jerusalén, 04/08/11
Lo que empezó como una protesta
contra el precio de la vivienda, ya cuestiona el modelo económico del
gobierno de Netanyahu y sus planes urbanísticos en los asentamientos. Pero
los manifestantes olvidan, de momento, la ocupación de Palestina.
Las crecientes protestas
sociales que se han extendido por todo Israel han descolocado al primer
ministro hebreo, Benjamin Netanyahu. En un primer momento, el político
derechista intentó parar el movimiento que surgió en Tel Aviv el 14 de julio
–para denunciar el encarecimiento de la vida en Israel y, especialmente, del
precio de la vivienda– con una serie de medidas que no han convencido a los
acampados. Viendo que las protestas aumentaban, el también líder del Likud
ha anunciado que una comisión del gobierno estudiará a fondo el problema
para buscar soluciones, pero Bibi se ha negado a reunirse con los líderes del
movimiento y ya ha entrado en la fase de las descalificaciones, asegurando que
los acampados están siendo instrumentalizados por los partidos de la oposición
y que sólo buscan hacerle caer.
La protesta ha ido ganando
apoyos y progresivamente está empezando a cuestionar el modelo económico
ultraliberal que rige en Israel y, esto es más novedoso, la enorme cantidad
de recursos públicos que se dedican a Defensa. Netanyahu y compañía son
unos firmes defensores del libre mercado, pero olvidan que sus políticas están
provocando que la distancia entre ricos y pobres sea cada vez mayor y que
Israel se esté convirtiendo en el país desarrollado con mayores diferencias
sociales.
Ehud es un joven maestro de 27 años
acampado en el bulevard Rotschild de Tel Aviv y confiesa que con su salario de
unos 5.000 shekels mensuales no podría llegar a final de mes si no fuera por
la ayuda de sus padres. "Tenemos que cambiar el sistema económico y
dejar de querer parecernos a los Estados Unidos. Tendríamos que copiar el
modelo del norte de Europa, pagando más impuestos si cabe pero recibiendo
mejores servicios públicos", apunta Ehud, quien añade que no se cree al
primer ministro "porque siempre miente" y sólo "se preocupa
por los ricos y los colonos".
Críticas a
los colonos
Cerca del maestro, también está
acampado Yuri Bassons, un hombre divorciado de unos 40 años, que también
apuesta por copiar el modelo escandinavo y huir del sistema actual, que
beneficia a las grandes empresas y a los millonarios, pero que también
destruye la clase media israelí. Yuri comenta que los planes urbanísticos de
los últimos años sólo han servido para construir "edificios de lujo,
que casi nadie puede comprar, o viviendas para colonos o ultraortodoxos".
En este sentido, critica el poder que partidos religiosos, como el Shas,
tienen en la coalición de gobierno que comanda Netanyahu.
A pesar de que de momento la
ocupación de Palestina y sus costes para el erario público no se están
cuestionando, los colonos sí que están en el punto de mira de los
manifestantes. En este sentido, varios intelectuales progresistas han
subrayado que mientras los habitantes de Tel Aviv u otras ciudades dentro de
las fronteras reconocidas del estado de Israel no pueden comprar ni alquilar
una vivienda a un precio asequible, en los asentamientos –que violan la ley
internacional– en territorio palestino los colonos reciben casas altamente
subvencionadas, a pesar de que su presencia allí también dispara los gastos
militares hebreos.
Las peticiones para rebajar el
gasto militar israelí ya han recibido duras críticas por parte de los máximos
responsables del ejército, que han alertado que si se llevara a cabo se pondría
en peligro la seguridad del estado. Con todo, parece claro que cada vez hay más
ciudadanos que ya no aceptan los recortes sociales mientras el gasto militar
crece año tras año y su calidad de vida empeora sin parar. A pesar de que
las referencias a la Primavera Árabe son constantes en el campamento de Tel
Aviv, pocos creen que Israel esté viviendo una revolución. En todo caso,
como comenta Yuri Bassons se está produciendo una "llamada de
auxilio" que, poco a poco, está provocando que más personas se
cuestionen la política económica del gobierno, los gastos militares y los
beneficios de los colonos. Y todo esto, molesta y mucho a Netanyahu.
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