Medio Oriente

Argumentos contradictorios en Siria

Entre agotados eslóganes y un amanecer en ciernes

Por Ramzy Baroud (*)
CounterPunch, 05/08/11

Rebelión, 07/08/11
Traducido por Sinfo Fernández

No hay una narrativa lineal capaz de explicar los múltiples acontecimientos que se han apoderado de la sociedad siria en estos últimos meses. El 23 de marzo murieron a manos de las fuerzas de seguridad del régimen sirio hasta veinte pacíficos manifestantes, resultando muchos más heridos. Desde entonces, la violencia ha ido incrementándose hasta tal nivel de brutalidad y salvajismo que solo puede ser comparable a las atroces masacres del régimen en la ciudad de Hama en 1982.

Manifestaciones de protesta en la ciudad de Hama en el pasado mes de julio 

Al escuchar a la asesora del presidente sirio, la doctora Buthaina Shaaban –una de los políticos más elocuentes del mundo árabe– uno tendría la impresión de que en Siria se ha puesto en marcha una decidida campaña de reformas. Sus palabras sugieren también que aunque algunas de la demandas de los manifestantes pueden ser legítimas, la crisis se ha gestado en gran medida en el exterior y son una serie de bandas armadas las que la están poniendo en marcha en casa decididas a sembrar el caos. El objetivo de las protestas, como a menudo sugieren las autoridades sirias, es sólo minar el liderazgo de Siria en la región y en el mundo árabe en general.

En efecto, Siria ha defendido, al menos de palabra, la causa de la resistencia árabe. Ha albergado a las facciones de la resistencia palestina que se negaron a acatar la línea israelí–estadounidense. Aunque esas facciones no utilizan Damasco como punto de partida para cualquier tipo de resistencia violenta contra Israel, disponen de una plataforma bastante libre para comunicar sus ideas. Israel, que trata de destruir todas las formas de la resistencia palestina, está furioso por esa libertad.

Siria ha apoyado también al grupo de la resistencia libanesa Hizbulá, que consiguió expulsar a Israel del Líbano en 2000 y torpedeó los esfuerzos israelíes para ganar terreno político y militar en el Líbano en 2006.

Esta narrativa también puede demostrar la viabilidad de su lógica mediante pruebas evidentes de intentos abiertos o encubiertos de atacar a Siria, socavando su liderazgo en el denominado frente de rechazo. El frente, que rehusó ceder ante la hegemonía israelí–estadounidense en la región, se había reducido ya considerablemente tras la invasión de Iraq, el sometimiento de Libia a los dictados de Occidente y la marginación del Sudán.

Además, el gobierno israelí se había sentido totalmente frustrado cuando EEUU no atacó a Siria durante su frenético cambio de régimen tras la invasión de Iraq en 2003. Después de todo, los fieles amigos neocon de Israel –Richard Perle, Douglas Feith y David Wurmser– habían preparado un objetivo supremo “que incluía a Siria” en su documento político de 1996. Titulado “Una ruptura limpia: Una nueva estrategia para asegurar el dominio”, el documento estaba escrito para ayudar a Benjamin Netanyahu en sus esfuerzos para suprimir a sus enemigos regionales. En él se afirmaba que: “Dada la naturaleza del régimen de Damasco, es a la vez natural y moral que Israel abandone el eslogan de ‘paz global’ y se movilice para contener a Siria, llamando la atención hacia su programa de armamento de destrucción masiva y rechazando los acuerdos de ‘paz por territorios’ respecto a los Altos del Golán”.

Siria ha estado también en la mira de fuego israelí–estadounidense en más de una ocasión. La denominada Operación Huerto consistió en un ataque aéreo israelí con luz verde estadounidense. Atacaron un supuesto reactor nuclear en la región de Deir es–Sor en septiembre de 2007 y, en octubre de 2008, se produjo un ataque aéreo contra un pacífico pueblo sirio, matando e hiriendo a varios civiles sirios.

Aunque la narrativa oficial siria afirma que solo esos hechos deberían justificar la dura represión del ejército contra las protestas a favor de la democracia, esas razones se ven confrontadas por una historia de hipocresía, doble lenguaje y brutalidad del régimen, así como por su disposición auténtica, aunque subestimada, a acomodarse a las presiones y dictados occidentales.

La ocupación de Israel de los Altos del Golán en junio de 1967 no afectó solamente a las dinámicas del poder regional, también marcó el comienzo de un nuevo clima político en Damasco. Fue Hafez al–Asad, el padre del actual presidente, Bashar, quien obtuvo todas las ventajas de ese cambio de actitud al derrocar al presidente Nur al–Din al–Atasi. La nueva narrativa triunfó y no se centró solo en recuperar los territorios ocupados árabes y sirios de Israel, sino también en colocar al régimen Baaz de al–Asad como el líder del nuevo frente árabe.

Aunque la guerra de 1973 no consiguió liberar el Golán de sus invasores, llevando al “acuerdo de desenganche” con Israel en mayo de 1974, el lenguaje oficial siguió siendo tan ardiente y revolucionario como siempre. Curiosamente, durante casi cuatro décadas, la implicación de Siria en el conflicto siguió siendo en gran medida teórica y la resistencia persistió sólo a través de grupos más pequeños libaneses y palestinos.

Parecía como si Siria solo quisiera implicarse en la región en la medida en que se mantuviera como actor visible, pero no hasta el punto de tener que enfrentarse a violentas repercusiones. Fue un acto de maestría política que Hafez fue elaborando en el curso de tres décadas y que Bashar aplicó inteligentemente durante casi once años. Sin embargo, en esencia, Siria siguió siendo rehén de consideraciones familiares, de un régimen de partido y de las clasificaciones sectarias auspiciadas por el colonialismo francés en 1922.

Es verdad que Siria fue y seguirá siendo un objetivo de las presiones occidentales. Pero lo que es preciso comprender es que esas presiones están motivadas por políticas específicas respecto a Israel, y no respecto a una dictadura centrada en una familia que asesina abiertamente a civiles inocentes con total sangre fría. En realidad, hay muchos parecidos en la pauta de conducta que siguen el ejército sirio y el ejército israelí.

Los informes sobre las víctimas del levantamiento sirio citan unos 1.600 muertos, 2.000 heridos (Al Jazeera, 27 de julio) y casi 3.000 desaparecidos (CNN, 28 de julio). Lamentablemente, toda esta violencia no es nueva y se impone con total dureza ante el temor de una conspiración internacional para minar el régimen del Baaz. El levantamiento de Hama en 1982 fue aplastado con igual cuando no mayor violencia, con una cifra estimada de muertos de entre 10.000 y 40.000.

El régimen sirio está mezclando deliberadamente las narrativas nacionales y regionales, y sigue aún explotando, el discurso político de décadas pasadas para explicar el trato inhumano a sus ciudadanos. Los civiles continúan siendo las víctimas de una única familia, apoyada por un único partido político. Pero solo hay una forma de leer el futuro de Siria. El pueblo sirio se merece un nuevo amanecer de libertad, igualdad y justicia social en el que se libere de consignas vacías, de elites egoístas y criminales corruptos. Siria y su valiente pueblo se merecen algo mejor. Algo mucho mejor.


* Ramzy Baroud es editor de PalestineChronicle.com. Sus artículos se publican en muchos periódicos y revistas de todo el mundo. Sus últimos libros son “The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle” (Pluto Press, London ), y “ My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story ” (Pluto Press, London ), ambos disponibles en Amazon.com. Su página en Internet es: www.ramzybaroud.net