Pakistán
a los 64 años
Una
acumulación de dolor
Por
Tariq Ali (*)
CounterPunch, 15/08/11
Rebelión, 16/08/11
Traducido por Sinfo Fernández
La
descompuesta situación de Pakistán, incapaz de llegar al
colapso total o de generar un régimen que pudiera hacer
avanzar al país unos cuantos pasos, ha sido causa de
depresión durante más de una década. Las elites
privilegiadas –militar y civil– viven felizmente en su
burbuja ejerciendo el poder militar, político,
administrativo y judicial sobre todo el territorio.
Esto es, desde
luego, lo que ocurre en la mayoría de los países, pero en
Pakistán el contraste entre gobernantes y gobernados es tan
descarnado que no hay nada que proteja a la débil mayoría
de la rica y poderosa minoría. Las redes de parentesco, al
igual que la protección ofrecida por los gángsteres, algo
pueden hacer pero pensar que esto puede sustituir al estado
para poder satisfacer las necesidades de la vida –agua,
electricidad, harina subvencionada, sanidad, educación–
es una forma de utopía reaccionaria. El progreso, para que
sea importante, tiene que ir en interés del colectivo como
un todo. Jamás ha sucedido esto en Pakistán.
El fallo no
está ni en las estrellas ni en el pueblo, cuya tolerancia y
paciencia han sido ejemplares. Lo han intentado todo en términos
de partidos políticos y regímenes militares y no han
conseguido nunca nada. A pesar de este hecho, no tienen
precisamente prisa por unirse a los gadarenos ni siquiera a
los partidos islamistas moderados, menos aún a los grupos
armados yihadistas. Hasta ahora, una gran mayoría de
pakistaníes se han resistido a esa posibilidad, a pesar de
los incentivos que se les ofrecen en el otro mundo. A
diferencia de las imágenes que ofrecen los medios globales,
los pakistaníes de a pie no sienten ninguna atracción por
el extremismo religioso.
La demografía
se ignora siempre: el 60% de la población del país es
menor de 25 años. Viven de su ingenio y de trabajos a
tiempo parcial. El desempleo es inmenso. La mayoría de
ellos quiere educarse, un puesto de trabajo y que se acabe
la corrupción política. ¿Se cumplirán alguna vez esos
deseos?
Tres
constantes se han dado en la vida política de Pakistán:
Estados Unidos, el ejército pakistaní y una elite corrupta
y desaprensiva, simbolizada actualmente por el presidente
Asif Ali Zardari, conocido en todo el mundo como alguien
cuyo interés por hacer dinero y acumular propiedades
trasciende todo lo demás. Los últimos sondeos de opinión
realizados en las ciudades le daban un 2% de popularidad.
Cuando los venerables del partido gobernante se aventuran a
aparecer para reunirse con la gente, se encuentran a menudo
con las crueles pullas punjabíes. Esto es un tanto injusto
y podría también aplicarse a todas las Ligas musulmanas.
El hecho es que la gente se siente disgustada con los políticos
y les considera como unos sinvergüenzas ansiosos por hacer
dinero y alimentar la codicia de las redes que protegen y
que se duplican como filas de voto útil.
EEUU está
actualmente emprendiendo una guerra en Afganistán que ha
extendido a Pakistán y ha servido para desestabilizar aún
más el país. Añadan a esto los ataques de los aviones
teledirigidos estadounidenses, aceptados por los gobernantes
del país, que supuestamente van a la caza de
“terroristas” pero que terminan siempre matando
inocentes. Víctimas civiles, que si uno toma las cifras más
bajas, van ya por las 2.000, integradas principalmente por
mujeres y niños.
El ejército
pakistaní y otras fuerzas de seguridad están mostrando señales
de tensión por tener que atacar a su propia gente en los
pueblos fronterizos de las provincias del norte. El ejército
trasladó a la fuerza a 250.000 personas del distrito de
Orakzai, situado en la frontera afgana, y los colocó en
campos de refugiados. Muchos juraron vengarse y los grupos
combatientes están atacando al ISI y otros centros
militares.
La economía
es un caos y las condiciones que imponen los préstamos del
FMI tienen poco ver con las necesidades de los ciudadanos.
Insistir en impuestos indirectos sobre las ventas en un país
donde los ricos no pagan prácticamente ningún impuesto es
algo que resulta totalmente grotesco lo mires por donde lo
mires. Obligar al gobierno pakistaní a aumentar las tarifas
eléctricas provocó disturbios en muchas ciudades y las
oficinas de la WAPDA (siglas en inglés de Water and Power
Pakistan Development Authority) acabaron calcinadas hasta
los cimientos. Pague más a cambio de recibir menos parece
ser el inspirado mensaje del FMI.
Las
inundaciones de 2010 revelaron la existencia de una elite
incapaz de proporcionar ayuda real alguna a su pueblo. Las
historias del horror pasado todavía siguen dando vueltas.
Los programas para aliviar la pobreza son una gota en el
desierto. Los gastos militares absorben el presupuesto. Los
enfrentamientos entre las bandas políticas han destrozado
la mayor de las ciudades, Karachi.
Ya es hora de
otro golpe militar, pero el ejército es impopular y
Washington no está dispuesto a dar luz verde aún a otra
intentona del ejército. En cualquier caso, el dogma militar
apoyado por algunos académicos occidentales de que a Pakistán
le ha ido mejor bajo sus generales que bajo sus políticos
es una broma de mal gusto. Los hechos convierten en
insostenible ese punto de vista. Tanto políticos como
militares comparten una indiferencia total hacia el destino
de la gente normal y corriente. La desastrosa forma en que
el mundo está abandonándolo todo al mercado y al beneficio
privado no funciona ya y menos aún en países como Pakistán.
La decadencia
interna y la desintegración del país avanzan a ritmo
acelerado. Una profunda desilusión acompañada de nihilismo
se palpaba ya hace algunas décadas cuando, en uno de sus más
conmovedores poemas, Faiz Ahmed Faiz se refería a la patria
como “un bosque de hojas muertas”, “una acumulación
de dolor”. Nada ha sucedido que pudiera revertir esa
tendencia. La impotencia de los individuos frente al aparato
de los grandes y pequeños poderes sólo ha aumentado con lo
que está sucediendo ahora. Pero, antes o después, la gente
se levantará y apartará la basura a un lado. No me
pregunten cuándo.
(*)
Tariq Ali, nacido en Lahore (Pakistán) en 1943 y radicado
en el Reino Unido, es escritor, director de cine,
historiador y activista político. Escribe
habitualmente para The Guardian, Counterpunch, London Review
of Books, Monthly Review, Z Magazine y New Left Review. Su
libro más reciente “The Duel: Pakistan on the Flight Path
of American Power” [hay traducción castellana en Alianza
Editorial].
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