¿Y
ahora qué en Libia?
Gadafi perdió, ¿pero quién ganó?
Por
Patrick Cockburn (*)
CounterPunch, 23/08/11
Página 12, 23/08/11
La guerra civil en Libia duró más de
lo esperado, pero la caída de Trípoli llegó antes de lo
pronosticado. Como en Kabul en 2001 y en Bagdad en 2003, no
había una postura de defender a ultranza al régimen
derrotado, cuyos partidarios parecían haberse derretido una
vez que vieron que la derrota era inevitable. Mientras es
claro que el coronel Muammar Gadafi perdió poder, no
resulta claro saber quién lo ganó. Los rebeldes estaban
unidos ante un enemigo común, pero no mucho más. El
Consejo Nacional de Transición (CNT) en Benghazi, ya
reconocido por tantos estados extranjeros como el gobierno
legítimo de Libia, es de dudosa legitimidad y autoridad.
Pero hay otro problema para terminar la
guerra. Los insurgentes mismos admiten que sin la guerra aérea
hecha a su favor por la OTAN –con 7459 ataques aéreos
sobre blancos de Gadafi– estarían muertos o huyendo. La
cuestión, por lo tanto, sigue abierta a cómo pueden los
rebeldes convertir pacíficamente su victoria del campo de
batalla asistida por el exterior en una paz estable y
aceptable para todos los partidos de Libia.
Los precedentes en Afganistán e Irak
no son alentadores y sirven como advertencia. Las fuerzas
anti–talibán en Afganistán tuvieron un éxito militar
gracias –como en Libia– al apoyo aéreo extranjero.
Luego usaron su predominio temporario de forma arrogante y
desastrosa para establecer un régimen inclinado contra la
comunidad pashtun. En Irak, los estadounidenses –por demás
confiados después de la fácil derrota de Saddam Hussein–
disolvieron el ejército iraquí y excluyeron a ex miembros
del partido basista de empleos y poder, dándoles pocas
opciones salvo pelear. La mayoría de los iraquíes estaban
contentos de ver el fin de Saddam, pero la lucha por
reemplazarlo casi destruyó al país.
¿Ocurrirá lo mismo en Libia? En Trípoli,
como en la mayoría de los estados petroleros, el gobierno
provee gran parte de los empleos y a muchos libios les iba
bien bajo el antiguo régimen. ¿Como pagarán ahora por
estar del lado de los perdedores? El aire se volvía denso
ayer con llamados del Consejo de Transición para que sus
combatientes evitaran actos de represalia. Pero fue apenas
el mes pasado que el comandante en jefe de las fuerzas
rebeldes fue asesinado en un acto oscuro e inexplicable de
venganza. El gabinete rebelde fue disuelto y no ha sido
reconstituido, por su fracaso en la investigación del
asesinato. El Consejo Nacional de Transición ha establecido
pautas para gobernar el país post Gadafi, que pretenden
asegurar que se mantengan la ley y el orden, alimentar a la
gente y continuar con los servicios públicos.
Es demasiado pronto para saber si se
trata de una ilusión inspirada en el extranjero o si tendrá
algún efecto benéfico en los hechos. El gobierno libio era
una organización destartalada en los mejores momentos, de
manera que cualquier falla en su efectividad puede no
notarse al principio. Pero muchos de aquellos que celebran
en las calles de Trípoli y saludan a las columnas rebeldes
que avanzan, esperaran que sus vidas mejoren, y se sentirán
defraudados si eso no sucede.
Las potencias extranjeras probablemente
empujarán para formar una asamblea de algún tipo para
darle al nuevo gobierno legitimidad. Necesitará crear
instituciones que el coronel Gadafi abolió en su mayor
parte y reemplazó por comités supuestamente democráticos
que, en realidad, supervisaban el caprichoso gobierno de un
solo hombre. Esto no será fácil de hacer. A los opositores
de larga data del régimen les resultará difícil compartir
los botines de la victoria con aquellos que cambiaron de
bando a último momento.
Algunos grupos obtuvieron poder por la
guerra misma, como los bereber de las montañas del sudeste
de Trípoli, marginados durante mucho tiempo, quienes
reunieron la milicia más efectiva en combate. Querrán que
se reconozca su contribución en cualquier distribución del
poder.
Libia tiene varias ventajas sobre
Afganistán e Irak. No es un país con una gran parte de su
población al borde de la desnutrición. No tiene la misma
historia empapada en sangre que Afganistán e Irak. A pesar
de toda la demonización del coronel Gadafi durante los últimos
seis meses, su gobierno nunca compitió con el salvajismo de
Saddam Hussein.
En Afganistán e Irak, las potencias
reaccionaron ante el éxito militar de exagerando sus
alcances. Trataron a sus oponentes vengativamente y
asumieron que los que habían sido derrotados nunca ascenderían
de nuevo. Se convencieron a sí mismos que sus aliados
locales eran más representativos y eficaces de lo que
realmente eran. Es en el momento fuerte de la victoria que
se crean los ingredientes que producen los futuros
desastres.
* Patrick Cockburn es un periodista
irlandés que ha sido corresponsal en Medio Oriente desde
1979 para el Financial Times y luego para The Independent.
Es considerado entre los analistas más experimentados sobre
Iraq, sobre el que ha escrito cuatro libros. En 2009 le fue
otorgado el Premio Orwell de Periodismo.
Now
What in Libya?
Qaddafi
Has Lost; But Who Has Won?
By
Patrick Cockburn (*)
CounterPunch,
August 23, 2011
The
civil war in Libya went on longer than expected, but the
fall of Tripoli came faster than was forecast. As in Kabul
in 2001 and Baghdad in 2003, there was no last–ditch stand
by the defeated regime, whose supporters appear to have
melted away once they saw that defeat was inevitable.
While
it is clear Colonel Muammar Gaddafi has lost power, it is
not certain who has gained it. The anti–regime militiamen
that are now streaming into the capital were united by a
common enemy, but not much else. The Transitional National
Council (TNC) in Benghazi, already recognised by so many
foreign states as the legitimate government of Libya, is of
dubious legitimacy and authority.
There
is another problem in ending the war. It has never been a
straight trial of strength between two groups of Libyans
because of the decisive role of Nato air strikes. The
insurgents themselves admit that without the air war waged
on their behalf – with 7,459 air strikes on pro–Gaddafi
targets – they would be dead or in flight. The question,
therefore, remains open as to how the rebels can peaceably
convert their foreign–assisted victory on the battlefield
into a stable peace acceptable to all parties in Libya.
Precedents
in Afghanistan and Iraq are not encouraging and serve as a
warning. The anti–Taliban forces in Afghanistan won
military success thanks, as in Libya, to foreign air support.
They then used this temporary predominance arrogantly and
disastrously to establish a regime weighted against the
Pashtun community.
In
Iraq, the Americans – over–confident after the easy
defeat of Saddam Hussein – dissolved the Iraqi army and
excluded former members of the Baath party from jobs and
power, giving them little choice but to fight. Most Iraqis
were glad to see the end of Saddam Hussein, but the struggle
to replace him almost destroyed the country.
Will
the same thing happen in Libya? In Tripoli, as in most oil
states, the government provides most jobs and many Libyans
did well under the old regime. How will they now pay for
being on the losing side? The air was thick yesterday with
calls from the TNC for their fighters to avoid acts of
retaliation. But it was only last month that the TNC’s
commander–in–chief was murdered in some obscure and
unexplained act of revenge. The rebel cabinet was dissolved,
and has not been reconstituted, because of its failure to
investigate the killing. The TNC has produced guidelines for
ruling the country post–Gaddafi, which is intended to
ensure that law and order should be maintained, people fed
and public services continued.
It
is far too early to know if this is a piece of foreign–inspired
wishful thinking or will have some beneficial effect on
developments. The Libyan government was a ramshackle
organisation at the best of times, so any faltering in its
effectiveness may not be too noticeable at first. But many
of those celebrating in the streets of Tripoli and cheering
the advancing rebel columns will expect their lives to get
better, and will be disappointed if this does not happen.
Foreign
powers will probably push for steps towards forming a
constituent assembly of some sort to give the new government
legitimacy. It will need to create institutions which
Colonel Gaddafi largely abolished and replaced with
supposedly democratic committees that, in effect, policed
his quirky one–man rule. This will not be easily done.
Long–term opponents of the regime will find it difficult
to share the spoils of victory with those who turned their
coats at the last minute.
Some
groups have been empowered by the war itself, such as the
long–marginalised Berbers from the mountains south–west
of Tripoli, who put together the most combat–effective
militia. They will want their contribution to be recognised
in any new distribution of power.
Libya
does have several advantages over Afghanistan and Iraq. It
is not a country with a large and desperate part of the
population destitute and living on the margins of
malnutrition. It does not have the same blood–soaked
recent history as Afghanistan and Iraq. For all the
demonisation of Colonel Gaddafi over the last six months,
his one–man rule never came near rivalling that of Saddam
Hussein for savagery.
In
Afghanistan and Iraq, the outside powers reacted to military
success by overplaying their hands. They treated their
opponents vindictively and assumed they had been defeated
never to rise again. They convinced themselves that their
local allies were more representative and effective than
they really were. It is in the heady moment of victory that
the ingredients are created which produce future disasters.
*
Patrick Cockburn is an Irish journalist who has been a
Middle East correspondent since 1979 for the Financial Times
and, presently, The Independent. Among the most experienced
commentators on Iraq, he has written four books on the
country's recent history. He won the Martha Gellhorn Prize
in 2005, the James Cameron Prize in 2006 and the Orwell
Prize for Journalism in 2009.
La hostilidad a Gadafi unificó a
la
oposición, pero ahora carece de foco
Los rebeldes toman el control de Trípoli
Por
Patrick Cockburn (*)
Desde
Trípoli
The
Independent, 25/08/11
Página 12, 26/08/11
Traducción de Celita Doyhambéhère
Cada ciudad tiene un oficial
militar a cargo y aparentemente hay una administración
funcionando. Pero el “gobierno de transición” que
reconocen las potencias, tiene una incierta autoridad en el
oeste del país.
Los rebeldes libios controlan desde
anoche el barrio de Abu Salim, en el sur de la capital, que
todavía permanecía en manos leales a Gadafi tras una
ofensiva que comenzó ayer a la tarde. En la ofensiva contra
esta zona, en la que los rebeldes creían que estaba
escondido el coronel Muammar Gadafi o algún miembro de su
familia, se detuvo a numerosos brigadistas fieles al coronel
libio, aunque su número no fue especificado. Un alto
responsable del Consejo Nacional de Transición (CNT) anunció
ayer que los rebeldes libios trasladaron su comité
ejecutivo de su “capital”, Benghazi, a Trípoli, a donde
llegaron el domingo.
La gente de Trípoli no se libró del
temor todavía. Las calles están vacías y los negocios,
con las persianas bajas. No se ve a nadie en la ciudad,
aparte de los milicianos vestidos con remeras, shorts y un
ocasional ítem de uniforme, armando barricadas hechas de
viejas sillas, basura surtida y plantas en macetas sacadas
de la parte de afuera de los negocios. Nadie sabe realmente
quién está a cargo en la capital libia, a diferencia de
las montañas de Nafusa en el sur. Fue aquí que los
rebeldes mejor organizados avanzaron para tomar la ciudad el
último fin de semana. Cada ciudad tiene un oficial militar
a cargo y aparentemente hay una administración funcionando.
Pero en el camino de la costa al norte
de Zawiyah, los milicianos parecían menos confiados
mientras aludan a los pocos autos y camiones que pasan. Los
conductores esperan que el camino esté vacío, uno
conduciendo a contramano en una rotonda chocó con una
pickup, aplastando la parte de adelante del vehículo. Las
señales de daños visibles por los bombardeos de la OTAN se
limitan a un solo tanque incendiado y un edificio destrozado
que parecía un sandwich de concreto. Los líderes rebeldes
libios prometieron ayer a los soldados y combatientes que
responden a Muammar Gadafi que no serán castigados. “Los
llamamos hoy por última vez a dejar sus armas y les
prometemos que no aplicaremos ninguna venganza. Entre
nosotros y ustedes se encuentra la ley”, dijo el ministro
de Petróleo, rebelde y vicejefe del “gabinete”
revolucionario, Ali al Tarhuni, anoche durante la primera
conferencia de prensa de sus ministros en Trípoli, la
capital del país.
Al Tarhuni anunció además que la
nueva conducción libia mantendrá al menos hasta las
primeras elecciones libres todos los contratos con empresas
extranjeras y otros estados. Las declaraciones ocurren en
una jornada en la que se multiplicaron los indicios sobre
atrocidades y ejecuciones en los fuertes combates que se
registraron ayer en Trípoli y otras regiones de Libia entre
las tropas de Gadafi y los rebeldes.
Un periodista de la emisora británica
BBC informó que en un hospital del distrito de Mitiga
fueron ingresados los cadáveres de 17 rebeldes. Un médico
indicó que los hombres fueron torturados y asesinados en
una escuela, que fue usada por las tropas de Gadafi como cárcel
transitoria.
En la Plaza Verde, renombrada la Plaza
de los Mártires por los rebeldes, escenario de tantas
manifestaciones alabando la personalidad de Gadafi y el
Libro Verde, no había nadie salvo un corresponsal de la
televisión coreana y un cameraman. De pronto, hubo un
estallido de tiros, pero esto resultó ser dos pickups
llenas de milicianos exultantes que sentían que debían
poner una escena para las cámaras.
“Tenemos unos cinco meses para que
las cosas vuelvan a su estado normal”, dijo un libio que
trabaja en la industria petrolera mientras miraba a los
milicianos disparando al aire. Señaló que una de las
razones por las que la ciudad estaba tan vacía era que
aquellos que tenían el dinero habían huido a Túnez y
otros se mudaron a otras partes de Libia. Con escasez de
petróleo, agua y comida, pasarán semanas o meses antes que
vuelvan.
¿Podrá el Consejo Nacional de
Transición imponer su autoridad? Una delegación del CNT
aterrizó el miércoles a la noche en una pista improvisada
en las montañas de Nafusa rápidamente preparada por los
milicianos. Pero el CNT siempre tiene una incierta autoridad
en el oeste del país. Otro problema es que Gadafi creó una
Libia libre de toda institución normal: se ha hecho famosa
por organización informal y con todas las decisiones
proviniendo desde lo más alto.
“Todo estará bien si Gadafi es
capturado”, dijo el trabajador del petróleo libio,
mirando a los milicianos blandiendo sus armas para las cámaras.
Podría tener razón, aunque la captura de Saddam Hussein no
logró sofocar la violencia en Irak –y de muchas maneras
la exacerbó–. Una de las razones por las que a tantos
libios les desagrada el gobierno de Gadafi es su exagerado
culto a su personalidad. Pero por lo menos la hostilidad
unificó a la oposición, que ahora carece de foco.
A la entrada de mi hotel, los rebeldes
habían colocado un retrato de Gadafi en el suelo para que
los huéspedes tuvieran que pisar su rostro. Un problema es
que ese gobierno de un solo hombre era tan abarcativo que
será difícil al principio gobernar al país sin él.
* Patrick Cockburn es un
periodista irlandés que ha sido corresponsal en Medio
Oriente desde 1979 para el Financiel Times y luego para The
Independent. Es considerado entre los analistas más
experimentados sobre Iraq, sobre el que ha escrito cuatro
libros. En 2009 le fue otorgado el Premio Orwell de
Periodismo.
|