Comentario de Socialismo o Barbarie:
Gilbert Achcar –intelectual afín a la IV
Internacional mandelista– desarrolla aquí un análisis de la acción
de la OTAN en Libia y sus objetivos. Apunta hechos
interesantes, pero tiene muy mala memoria. No
recuerda que estuvo entre los que apoyaron la
pretendida “intervención humanitaria”. En ese momento
decía que “es
un
error
por parte de cualquier fuerza de izquierda oponerse a
la idea de una zona de exclusión aérea y de destrucción
de las unidades blindadas de Gadafi... [...] sin estar en
contra de la zona de exclusión aérea, debemos expresar
nuestra desconfianza y defender la necesidad de vigilar
muy de cerca las acciones de los países que intervengan".
(subrayados nuestros) Lamentablemente esta actitud fue
compartida por todo un sector de la izquierda europea.
En
su momento, polemizamos duramente con esta política y
advertimos, además, la utopía de pretender
“vigilar” a la OTAN y sus acciones. Invitamos a conocer
este debate en: “Sectores de la ‘izquierda’ e
incluso de la ‘extrema izquierda’ europea apoyan la
intervención”, Socialismo o Barbarie, 25/04/11
Pero
Achcar no escarmienta. Ahora alienta ciertas esperanzas en
el CNT.
La "conspiración" de la OTAN
contra la revolución libia
Por
Gilbert Achcar (*)
Jadaliyya, El Cairo, 16/08/11
Traducción de Viento Sur
En un editorial publicado en el Wall
Street Journal (19/07/2011), Max Boot –autor e historiador
militar neoconservador, conocido por su apoyo al
"fomento de la democracia" a punta de pistola y
ardiente defensor de la plena implicación militar de EE UU
en Libia– se refirió a un artículo aparecido en el
Financial Times (15/06/2011) que comparaba la actual campaña
de bombardeos aéreos sobre Libia con la guerra aérea sobre
Kosovo en 1999 para subrayar "la falta de potencia de
fuego en la operación libia". Boot comenta, abundando
en la misma comparación con detalles adicionales:
"La guerra anterior apenas llegó
a 'Apocalypse Now': estaba estrictamente delimitada por
derecho propio. Sin embargo, al cabo de 78 días en Kosovo,
los aliados de la OTAN habían aportado 1.100 aviones y
realizado 38.004 misiones. Por el contrario, en Libia la
OTAN sólo ha enviado 250 aviones y efectuado 11.107
incursiones. No es extraño, entonces, que al cabo de 78 días
Slobodan Milosevic decidiera entregar Kosovo, mientras que
después de 124 días, por ahora, Gadafi sigue aferrado al
poder."
Las paradojas libias de la OTAN
En la operación "Tormenta del
Desierto", lanzada por la coalición encabezada por EE
UU contra Irak en 1991, no se necesitaron más que once días
para igualar el número antes indicado de incursiones aéreas
realizadas en Libia en 78 días. El número total de
misiones alcanzó en 43 días de "Tormenta del
Desierto" un promedio de 2.555 diarias. Tras la
devastación provocada por esa "tormenta" y las
ulteriores campañas de bombardeos a lo largo de los doce años
de embargo entre 1991 y 2003, durante las primeras cuatro
semanas de la llamada operación "Libertad iraquí"
se efectuaron 41.850 misiones, de las que 15.825 fueron
incursiones de ataque, con un promedio de 565 diarias.
Andrew Gilligan ha podido escribir por tanto en The
Spectator (4/06/2011) sobre el caso libio:
"Pese a todas las invocaciones
rituales de unos supuestos ataques 'intensificados' y de los
'bombardeos más fuertes hasta la fecha', los bombardeos son
y han sido siempre relativamente débiles. A lo largo de
toda la operación, el número de misiones de ataque de la
OTAN –de las que sólo una parte dan lugar a un ataque aéreo
efectivo– no asciende en promedio más que a 57 por día,
menos de la mitad que en la operación muy similar de la
Alianza en Kosovo, y una mera fracción de lo que hicieron
EE UU y el Reino Unido en Irak."
Añadamos a esto que hace falta ejercer
mucha más presión para forzar a un dictador a abandonar el
poder que a renunciar a una parte de su territorio. Desde
que las posibilidades de Gadafi de recuperar el control
sobre Bengasi son casi nulas, de hecho podría renunciar de
buena gana a la ciudad rebelde y con ella a toda la región
al este de Aydabiya en un intento de salvar el trono del
"rey de reyes de África", por el que ha estado
comprando lealtades generosamente desde 2008. Esto explica
por qué empeñó tantos efectivos militares y tanta
violencia en el intento de conquistar Misrata, la ciudad
clave en manos de los rebeldes en el oeste de Libia que le
impidió partir en la práctica el país en dos. Y esto
explica también por qué los insurgentes han insistido
obstinadamente en conservar Misrata a pesar de los violentísimos
ataques que tuvieron que soportar y de que tenían la
posibilidad de ser evacuados por mar junto con los demás
habitantes de la ciudad, al igual que los miles de
inmigrantes y heridos que pudieron salir de la ciudad por
esa vía.
Las tempranas acusaciones propagandísticas
de que los insurgentes estaban llevando a cabo un plan de
segregación del país han quedado claramente desmentidas
por su incansable combate por la liberación de la totalidad
del territorio libio de las garras de la dictadura de Gadafi.
Y lo hacen a pesar del elevado coste que han de pagar debido
a la gran desproporción existente entre sus fuerzas
terrestres y las del régimen, con sus vehículos blindados,
piezas de artillería, misiles y soldados instruidos, un
desequilibrio que la intervención de la OTAN sólo compensa
en parte. Corresponsales militares presentes en varios
frentes del territorio libio destacan tanto la escasez de
armamento e instrucción como el carácter no profesional y
caótico de las fuerzas insurgentes y la increíble entrega
de un gran número de civiles convertidos en combatientes
por la liberación de su país. Esta entrega explica la
firme determinación de los rebeldes de seguir luchando a
pesar de estas graves carencias, enfrentándose a las
fuerzas bien equipadas e instruidas y generosamente pagadas
por el régimen de Gadafi.
Las cuestiones cruciales son, por
tanto: ¿por qué lleva a cabo la OTAN en Libia una campaña
aérea de perfil bajo no sólo en comparación con el
componente aéreo de la guerra por apoderarse de un Irak más
o menos igual de rico en petróleo, sino también con la que
lanzó sobre un Kosovo que económicamente no tiene ningún
interés? Y ¿por qué la Alianza se abstiene al mismo
tiempo de suministrar a los insurgentes el armamento que han
reclamado con insistencia y con firmeza? A primera vista
aparecen dos extrañas paradojas en este asunto.
La primera paradoja es que tanto en
Irak como en Afganistán, las fuerzas encabezadas por EE UU
insistían en la "nacionalización" del conflicto
(en la línea de la "vietnamización" que precedió
a la retirada estadounidense en 1973). En Libia, donde las
fuerzas locales imploran a la OTAN que les entregue las
armas que precisan y aseguran que con suficiente armamento
podrían acabar de liberar su país muy pronto, la OTAN se
niega a armarles. La limitada entrega de armas por parte de
Francia en el frente occidental no altera sustancialmente la
situación.
Esto sucede a pesar de que,
contrariamente a los afganos, los insurgentes están
dispuestos y potencialmente en condiciones de pagar por las
armas que reciban. Como todo el mundo sabe, los mercaderes
de muerte occidentales no tienen por costumbre hacer caso
omiso de tan enjundiosas oportunidades de negocio. Todos
ellos compitieron con tanto celo por vender armas a Gadafi
en los últimos años que consiguieron cerrar contratos con
él por valor de casi mil millones de dólares entre finales
de 2004, cuando sus gobiernos levantaron el embargo sobre
Libia, y finales de 2009. Entre esas armas se incluyeron
bombas de racimo, vendidas por una empresa española, que
Gadafi no dudó en emplear contra su propio pueblo.
El corolario lógico de la negativa de
la OTAN a armar a los insurgentes habría sido el
lanzamiento de una campaña de ataques aéreos muy intensa a
fin de compensar la debilidad sobre el terreno de quienes
dice apoyar. Sin embargo, y ésta es la segunda paradoja, la
campaña aérea de la OTAN en Libia no es nada en comparación
con la de Kosovo, por no hablar de otras operaciones aéreas
dirigidas por EE UU en tiempos recientes. Este hecho molesta
mucho a la insurgencia libia, como han informado
corresponsales occidentales desde los primeros días de la
intervención aérea de la OTAN. Así, C.J. Chivers señaló
el 24 de julio en el blog "At War" del New York
Times, que la frustración de los rebeldes era cada vez
mayor.
"Una de las cosas que se perciben
una y otra vez al informar de los combatientes de la oposición
en Libia es la diferenciación entre lo que dicen los
luchadores de a pie sobre la campaña de bombardeos de la
OTAN y las declaraciones de los portavoces del Consejo
Nacional de Transición [CNT], la autoridad rebelde de
facto. Oficialmente, la dirección insurgente agradece
efusivamente la labor de los pilotos que vuelan por allí
arriba. Las figuras políticas del CNT se explayan en
declaraciones edulcoradas de pleno apoyo y gratitud por el
trabajo de la OTAN, a cuyos dirigentes se cuidan mucho de no
contrariar."
"Quienes están más cerca de la
primera línea de combate o viven en zonas más expuestas,
sin embargo, tienen una opinión más matizada. Ellos también
agradecen la intervención temprana de la OTAN en la guerra,
cuando impidieron mediante incursiones aéreas que las
fuerzas del coronel Muamar el Gadafi arrollaran a los
rebeldes y aplastaran el levantamiento en Bengasi. Pero
también expresan un profundo y a veces agónico desencanto
por el ritmo y la selección de objetivos del apoyo aéreo y
hablan a menudo de lo que consideran medias tintas e
incompetencia de la OTAN."
¿Podría ser que la OTAN, que ninguneó
alegremente al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU)
al lanzar su guerra aérea contra el régimen serbio de
Milosevic en 1999, se ha convertido de pronto en fiel
defensora del Derecho en los asuntos internacionales? Difícilmente.
¿Sucede entonces que la OTAN se siente obligada a ajustarse
a la letra de la Resolución n.º 1973 del CSNU que autorizó
la campaña aérea sobre Libia? Habría que estar loco para
creerlo. La campaña de la OTAN ha violado tanto el espíritu
como la letra de dicha Resolución, yendo bastante más allá
de "todas las medidas necesarias. para proteger a los
civiles y las áreas pobladas bajo amenaza de ataques."
Una gran proporción de incursiones aéreas se llevaron a
cabo sobre Trípoli y otros territorios controlados por el régimen,
agravando de este modo el riesgo y el alcance de los
"daños colaterales" que la OTAN inflige a los
civiles que dice proteger.
Está claro que la "estricta
aplicación del embargo de armas" que estipula la
resolución del CSNU no es lo que impide a las potencias de
la OTAN armar a los rebeldes. Si esas potencias se hubieran
propuesto suministrar cantidades significativas de armamento
a los insurgentes, ni los vetos de Moscú y Pekín habrían
impedido a EE UU y sus aliados hacer lo que quisieran, como
ya hicieron en los Balcanes en 1999 y de nuevo en Irak en
2003. Del mismo modo, si la OTAN no interviene sobre el
terreno, no se debe al cumplimiento de la exclusión que
hace la resolución del CSNU de toda "fuerza de ocupación
extranjera de cualquier tipo en cualquier parte del
territorio libio." Se debe principalmente a que los
propios rebeldes rechazaron de forma muy clara cualquier
intervención terrestre. Un cartel en la Plaza Tahrir de
Bengasi, cuya foto se puede ver en el blog de la periodista
palestina Dima Jatib, declara taxativamente: "No a la
intervención extranjera en nuestro suelo. Sí al armamento
de los rebeldes."
Mutua desconfianza
La desconfianza, sin duda, es mutua. La
actitud práctica de las potencias occidentales hacia los
rebeldes libios contrasta visiblemente con su actitud ante
el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) antes y durante
la guerra de 1999, o su actitud hacia la Alianza del Norte
antes y durante los bombardeos sobre Afganistán que
comenzaron en octubre de 2001. Obsérvese la permanente
insistencia islamófoba por parte de los medios de
comunicación occidentales en el papel de los
"islamistas" en la revuelta libia como pretexto
para no suministrarles armas y compárese esta actitud con
su complacencia ante la presencia de grupos similares entre
las fuerzas kosovares, por no abundar en el hecho de que la
Alianza del Norte afgana (cuyo nombre real es Frente Islámico
Unido para la Salvación de Afganistán) está compuesta
mayoritariamente por grupos que mantienen rasgos
fundamentalistas, que son un poco menos extremistas que los
de los propios talibán. Los medios occidentales denuncian
hipócritamente a los fundamentalistas islámicos cuando son
antioccidentales y se mantienen muy circunspectos ante el
Estado más fundamentalista que hay en la Tierra y principal
patrocinador a escala mundial de los sectores más
reaccionarios del fundamentalismo islámico, a saber, el
reino de Arabia Saudí.
Los medios occidentales nunca se
preocuparon por la heterogeneidad de las fuerzas afganas
agrupadas en la Alianza del Norte, a la que entregaron el
poder en Afganistán. Eso a pesar de que en 1992 –después
de derrotar al régimen de Nayibulá, aupado por Moscú
hasta que la Unión Soviética se retiró del país al final
del año anterior– los mismos componentes de la Alianza
del Norte habían convertido el país en un caótico campo
de batalla mediante una auténtica guerra hobbesiana de
"todos contra todos". El "Estado islámico de
Afganistán" resultó ser tal desastre que los talibán
vencieron en 1996 con relativa facilidad. Por supuesto, nada
de esto retuvo a Washington cuando decidió derribar a los
talibán mediante la acción conjunta de las tropas de la
Alianza del Norte y su propia fuerza aérea, con un promedio
de 85 misiones de ataque al día durante 76 días desde el
comienzo de las operaciones en octubre hasta el 23 de
diciembre de 2001 (es decir, un 50 % más que el promedio de
misiones realizadas en Libia).
El carácter paradójico de la
intervención occidental en Libia ha sido destacado por
varios observadores, que a su juicio la explican por el
deseo de asegurarse el control sobre la Libia de después de
Gadafi. Muchos simpatizantes de la insurrección libia
–algunos de los cuales, entre los que me cuento yo, han
manifestado su comprensión por el hecho de que Bengasi
pidiera "al diablo" que le ayudara a parar una
masacre anunciada– advirtieron a los rebeldes desde el
primer día de que no presentaran en aquella ocasión a ese
"diablo" como un "ángel" y no
alimentaran ilusiones respecto a los motivos reales de las
potencias occidentales. Estas sospechas tempranas se vieron
confirmadas poco después por la evolución de la situación
en Libia, hasta el punto de que actualmente cunde la
convicción, en círculos árabes antioccidentales, de que
la OTAN está prolongando deliberadamente la guerra y con
ella la existencia del régimen de Gadafi. Esta idea fue
expresada claramente por Munir Shafiq, antiguo dirigente de
una corriente maoísta de Al Fatah en la época de Yasir
Arafat y coordinador general del Congreso Islámico–Nacionalista
(agrupación de varios partidos y personalidades, incluidas
la Hermandad Musulmana, Hamás e Hisbolá), en una columna
publicada en Aljazeera.net (4 de julio, en árabe):
"Nadie puede entender por qué los
aviones de la OTAN se centran en bombardear posiciones en Trípoli
que prácticamente son señuelos, mientras permiten que
Misrata y otras ciudades sean bombardeadas desde baterías
de misiles, piezas de artillería y vehículos militares.
Incluso permiten que columnas de las fuerzas de Gadafi se
desplacen a la vista de todos sin atacarlas. ¿Dónde queda
la protección de civiles y dónde la ayuda al pueblo a
derribar a Gadafi?"
"La postura de EE UU y la OTAN es
una conspiración flagrante contra la revolución popular en
Libia y un intento de mantener a las fuerzas de Gadafi en
actividad hasta que consigan controlar al CNT y tal vez
también a algunos líderes sobre el terreno. Solo entonces
derribarán a Gadafi, mientras conspiran contra el pueblo,
la revolución y el futuro de Libia."
Esta firme sospecha refleja un
sentimiento expresado en las mismas filas rebeldes libias,
como ilustra la declaración de uno de sus líderes locales
al diario beirutí Al–Ajbar (2 de junio): "Según Abu
Bakr al Faryani, portavoz del consejo local del municipio de
Sirte, que se adhiere al CNT opositor, la propia OTAN avanza
lentamente en sus operaciones militares contra las brigadas
de Gadafi a fin de mantenerle durante más tiempo en el
poder e incrementar de este modo el precio que podrán
obligar a la oposición a pagar a las potencias mundiales y
las grandes empresas que están detrás."
Los planes de la OTAN para Libia
No se trata de figuraciones fantasmagóricas,
de cierta propensión en Oriente Próximo a la teoría de la
conspiración. Esas manifestaciones se corresponden con la
situación real sobre el terreno, como el cambio de
localización de los ataques de la OTAN en Libia que analizó
Tom Dale en la edición digital de The Guardian (4 de
julio). Y sobre todo se corresponden con una
"conspiración" demasiado real de las potencias de
la OTAN con respecto al futuro de Libia. El plan fue
revelado por Andrew Mitchell, secretario de Desarrollo
Internacional del Reino Unido el pasado 28 de junio: un
"documento de estabilización" de 50 páginas
elaborado por un "equipo de respuesta de estabilización"
internacional dirigido por el Reino Unido (y que incluye a
Turquía) dibuja un escenario post–Gadafi desde el
supuesto de que el "rey de reyes" dimitirá o será
derribado. Esto se debe a que a pesar de los repetidos
intentos occidentales de convencer al CNT de que pacte con
el propio Gadafi, como se ha filtrado regularmente a la
prensa en los últimos meses, el CNT ha dejado claro que el
derrocamiento de Gadafi y sus hijos es innegociable para la
rebelión libia. Incluso la perspectiva de ofrecer a Gadafi
un retiro confortable en Libia, planteada tímida y
tentativamente por el CNT bajo presión occidental, se
abandonó de inmediato debido al revuelo que causó en las
filas rebeldes.
Un protagonista clave de los intentos
occidentales de pactar con el círculo íntimo de Gadafi es
su hijo, Saif al Islam, el hombre que se compró un título
de doctorado (sobre sociedad civil y democratización) de la
London School of Economics y se hizo visitar y aconsejar por
Richard Perle, Anthony Giddens, Francis Fukuyama, Bernard
Lewis, Benjamin Barber y Joseph Nye, entre otros, a fin de
"mejorar la imagen de Libia y de Muamar el Gadafi".
Saif explicó al diario argelino Al Jabar (11 de julio, en
árabe) que el gobierno francés, a pesar de su posición
oficial sobre Libia, estaba negociando con Trípoli:
"Ahora estamos negociando con París,
tenemos contactos con Francia. Los franceses nos han dicho
que el CNT les obedece; incluso nos han dicho que si
llegaban a un acuerdo con nosotros en Trípoli, impondrían
un alto el fuego al Consejo. [.] Digo que si Francia quiere
vender aviones 'Rafale', si quiere cerrar contratos en
relación con el petróleo, si quiere que vuelvan sus
empresas, ha de hablar con el gobierno libio legítimo y con
el pueblo libio a través de canales pacíficos y
oficiales."
El "rey de reyes", por su
parte, no se muestra dispuesto a ceder. El 23 de julio
reiteró su dura crítica a los pueblos tunecino y egipcio
por haber derrocado a sus dictadores. En cualquier caso, el
plan de la OTAN preconizado por el Reino Unido se basa en la
hipótesis de un "alto el fuego entre el régimen y los
rebeldes", lo que implica que los aparatos y barones
del régimen se mantendrán en su lugar.
El principal interés que trasluce
dicho plan de la OTAN es el deseo de evitar una repetición
de la catastrófica gestión llevada a cabo por EE UU de la
situación en Irak después de la invasión. Allí, el
gobierno de Bush tuvo que elegir entre cooptar el grueso del
apartado de Estado baasista o desmantelarlo por completo. Se
inclinó por esta última opción, defendida por Ahmed
Chalabi y los "neocon" con su descabellado plan de
establecer en Irak un Estado minimalista dependiente de EE
UU. Así, la nueva "hoja de ruta" libia se inspira
en el escenario amparado por la CIA que en su momento se
descartó en Irak. Como explicó Mitchell, se basa en
"la recomendación de que Libia no siga el ejemplo
iraquí de disolver el ejército, que algunos altos
funcionarios consideran un error estratégico que dio alas a
la insurgencia y favoreció la delicada y volátil situación
tras el derrocamiento de Sadam Husein."
Esta misma preocupación fue
transmitida al CNT por el ministro británico de Asuntos
Exteriores, William Hague, el día después de visitar
Bengasi el pasado 5 de junio. "No a la 'desbaasificación',
de modo que sin duda (los rebeldes) están aprendiendo de
aquello", declaró Hague. "Ahora tienen que
hacerlo saber más efectivamente a fin de convencer a
miembros del régimen de que esto es algo que podría
funcionar." El mismo interés determina la actitud de
las potencias occidentales ante el levantamiento
revolucionario en Siria. Su influencia en Libia, sin
embargo, es mucho mayor. La descripción que hizo Mitchell
de la "gran aportación" de las potencias de la
OTAN y sus aliados a la gestión de la Libia post–Gadafi
–a falta de "botas sobre el terreno"– es tan
ridícula que cabe preguntarse si no la hizo de broma:
"La UE, la OTAN y las Naciones
Unidas se encargarían de las cuestiones de seguridad y
justicia; Australia, Turquía y las Naciones Unidas ayudarían
en el suministro de servicios básicos; Turquía, los EE UU
y las instituciones financieras internacionales dirigirían
la economía. Sin embargo –añadió Mitchell– es
sumamente importante que el conjunto de este proceso esté
en manos de los libios. Lo que se ha hecho es para servir al
pueblo libio."
Este plan A no carece de un plan B, lo
que revela la desconfianza de las potencias occidentales en
la probabilidad de una "transición ordenada" tras
la caída de Gadafi (para retomar la expresión que repitió
como un mantra el gobierno de Obama en relación con
Egipto). Hablando del plan defendido por el Reino Unido, el
Wall Street Journal reveló (el 29 de junio) que
funcionarios de la ONU estaban elaborando "planes de
contingencia", que incluían "el despliegue de una
fuerza armada multinacional" que "probablemente
estaría formada por tropas de países de la región como
Turquía, Jordania y tal vez países miembros de la Unión
Africana." Uno de los defensores de dicho despliegue
es, como cabía esperar, uno de los dirigentes occidentales
más hostil a los rebeldes libios, el general Carter Ham,
actual comandante del Mando África de EE UU (AFRICOM).
Comparte esta postura con los militares argelinos, a los que
visitó a comienzos de junio, advirtiéndoles del riesgo de
que las armas que circulan en Libia puedan caer en manos de
Al Qaeda. (Otro factor de la actitud hostil de Argelia es
probablemente la perspectiva de emancipación de los
bereberes en el oeste de Libia.)
El CNT libio se apresuró a obedecer
las instrucciones de la OTAN y presentó su propia versión
de la hoja de ruta, evidentemente redactada con vistas a
satisfacer la obsesión occidental por el "ejemplo
iraquí." Una copia de este plan libio, plasmado en 70
páginas, llegó a manos del Times londinense, que publicó
un resumen el 8 de agosto pasado. Contiene cifras detalladas
que suenan tan poco plausibles que no cabe más que
sospechar que sus autores estaban tratando de contentar a
los señores de la OTAN: "Sostiene que 800 agentes de
seguridad que están al servicio del gobierno de Gadafi han
sido ganados clandestinamente para la causa rebelde y están
dispuestos a formar la 'espina dorsal' de un nuevo aparato
de seguridad. En el documento se afirma que los grupos
rebeldes en Trípoli y las zonas adyacentes cuentan con
8.660 seguidores, entre ellos 3.255 miembros del ejército
de Gadafi. Se considera muy probable una deserción masiva
de oficiales de alto rango, de los que se afirma que un 70 %
no apoyan al régimen más que por puro miedo."
Disensión en las filas de la oposición
El comentario del Times muestra
escepticismo sobre la hipótesis del CNT con respecto a la
cooptación de sectores del régimen: "Esto seguramente
no sólo resultará arriesgado, sino también controvertido,
pues muchos combatientes rebeldes están resueltos a
eliminar todos los vestigios del régimen." Como había
señalado el Wall Street Journal en su información sobre la
hoja de ruta defendida por el Reino Unido: "Muchas
brigadas rebeldes se han convertido en milicias, algunas de
las cuales se niegan a obedecer las órdenes o a colaborar
con aquellos que ocupaban cargos militares o de seguridad en
el régimen del coronel Gadafi y posteriormente cambiaron de
bando para unirse a la rebelión que estalló en febrero.
Algunos líderes rebeldes influyentes han llamado a purgar a
los leales al régimen de las futuras fuerzas de seguridad y
a dar prioridad a quienes hayan luchado contra Gadafi."
La firme decisión de los rebeldes de
purgar a quienes hubieran optado por defender a Gadafi
contra la insurrección es, de hecho, la clave para entender
el comportamiento paradójico de la OTAN que se ha descrito
más arriba. Las potencias de la OTAN no quieren que los
rebeldes liberen Trípoli con sus propios medios, como
declaró sin rodeos el Economist de Londres (16 de junio):
"Los gobiernos occidentales tienen la esperanza de que
los rebeldes no conquisten Trípoli al cabo de un lento
avance desde el este, con el riesgo que ello implicaría de
que dieran su merecido a los leales a Gadafi que se
encontraran por el camino. Prefieren que el régimen
implosione desde dentro y que el pueblo de Trípoli se alce
para deponer al coronel, una eventualidad que en círculos
gubernamentales occidentales se considera cercana."
Tom Dale ha comentado esta preferencia
de la OTAN por una "implosión desde dentro":
"¿Por qué iban a preferir las potencias occidentales
un golpe por parte del círculo íntimo de Gadafi a la
victoria del ejército rebelde? El golpe palaciego comportaría
un acuerdo negociado entre los elementos del antiguo régimen
que todavía sostienen a Gadafi y la dirección rebelde, que
a su vez también abarca a muchas antiguas personalidades
del régimen. Los gobiernos occidentales quieren estabilidad
e influencia, y para ellos las figuras del antiguo régimen,
sin contar a la familia Gadafi, son la mejor garantía en
este sentido."
Conviene matizar esta última afirmación.
Tomemos el ejemplo del general de división Abdul Fatah
Yunis, una de las figuras clave del régimen de Gadafi que
se pasó al bando rebelde pocos días después de que
comenzara la revuelta. Jefe militar de la rebelión libia
hasta que fue asesinado recientemente, había criticado
abiertamente la acción de la OTAN y mantenía una relación
muy conflictiva con el hombre de la CIA, el coronel Jalifa
Haftar (a veces su apellido se escribe Hifter), quien después
de vivir en el exilio durante casi un cuarto de siglo, sobre
todo en EE UU y cobrando de la CIA, volvió a Libia y fue
nombrado por el CNT para un alto cargo militar bajo la presión
de Washington. Esta hombre era detestado por muchos miembros
de la oposición libia, como explicó el periodista Shashank
Bengali en Real News Network (14 de abril): "Aquí hay
cierta preocupación por el hecho de que la larga estancia
de Hifter en EE UU y sus supuestos lazos con la CIA y otros
altos cargos de EE UU hacen de él una figura controvertida
entre los libios, que sienten realmente que este
levantamiento tiene carácter autóctono. Desean recibir
apoyo exterior en forma de armas y reconocimiento del
gobierno de oposición libio y no desean que la rebelión
pase a estar controlada por alguna fuerza extranjera como la
CIA."
La hostilidad entre Yunis y Haftar ha
llevado a algunos a sospechar que el asesinato del primero
ha sido organizado por CIA a fin de allanar el camino al
segundo. Sin embargo, Yunis no ha sido sustituido por Haftar,
sino por otro desertor temprano del régimen de Gadafi, el
general Suleiman Mahmud, comandante de la provincia oriental
afincado en Tobruk hasta su deserción. De hecho, las
condiciones no parecen favorables a los hombres que
mantienen los lazos más fuertes con el extranjero, como
indican ciertos comentarios publicados en el New York Times
sobre la disolución del gabinete provisional por parte del
CNT en la víspera del asesinato de Yunis:
"La remodelación también parecía
responder a un esfuerzo por parte de ciertos grupos de interés
dentro del movimiento rebelde, incluidos dirigentes autóctonos
que ayudaron a impulsar la revuelta, por afirmar su poder
marginando a dirigentes que habían vuelto de exilio y
ocupaban cargos clave. Durante meses había habido quejas de
que miembros del gabinete eran desconocidos para la mayoría
de los libios, pues habían pasado casi todo el tiempo en el
extranjero, sobre todo en Qatar, el país que se ha
convertido en el defensor más entusiasta de los rebeldes.
[.] Un portavoz rebelde ha dicho que van a exigir a [Mahmud]
Jibril [el economista neoliberal nombrado por el CNT para
dirigir su gabinete, después de haber dirigido las reformas
neoliberales del régimen de Gadafi desde 2007 hasta el
levantamiento], a quien apenas han visto en Bengasi, que
pase más tiempo en Libia."
Una explicación plausible del
asesinato de Abdul Fatah Yunis es la que dio su colaborador
Mohamed Agury, quien atribuyó el atentado a miembros de la
Brigada de los Mártires del 17 de Febrero. (Según otra
fuente, los autores del crimen forman parte de un grupo islámico
que se autodenomina Brigada Abu Ubaidah Ibn al Jarrah.) El
testimonio de Agury da idea de la compleja y heterogénea
composición de las fuerzas rebeldes: "La Brigada de
los Mártires del 17 de Febrero es un grupo formado por
centenares de civiles que tomaron lar armas para unirse a la
revuelta. Sus combatientes participan en las batallas de
primera línea contra las fuerzas de Gadafi, pero también
actúan como una fuerza de seguridad interna semioficial de
la oposición. Algunos de sus dirigentes provienen del Grupo
de Combate Islámico de Libia, un grupo radical islámico
que ya lanzó una campaña violenta contra el régimen de
Gadafi en la década de 1990. [.] No se fían de ninguno que
haya estado en el régimen de Gadafi, querían
venganza," dijo Agury.
Otro acontecimiento revelador que
muestra la heterogeneidad de las filas de la oposición fue
la "Conferencia para el Diálogo Nacional"
celebrada en Bengasi el 28 de julio. Asistieron 350
participantes, entre ellos miembros de la citada Brigada de
los Mártires del 17 de febrero y exmiembros de la rama
libia de la Hermandad Musulmana, mientras que la Hermandad
misma negó cualquier relación con la conferencia. Los
asistentes insistieron en la unidad de Libia, su carácter
islámico y la necesidad de un diálogo nacional amplio,
mientras Al Amin Belhaj, miembro del CNT, declaró que a
pesar de que Gadafi y sus hijos no podían permanecer en el
poder, sí podían quedarse en Libia bajo protección
oficial. Por lo visto, algunos de los participantes tenían
contactos con Saif al Islam Gadafi, un dato que encaja bien
con las recientes declaraciones de éste al New York Times:
"He liberado [a islamistas libios] de la cárcel, les
conozco personalmente, son mis amigos", dijo, aunque añadió
que la liberación fue "un error" debido a su
papel en la revuelta.
Fuera del hotel en que se celebraba la
conferencia hubo una manifestación. El reportaje de
Aljazeera.net muestra a un hombre joven que sostiene un
cartel que dice, en nombre de la Juventud de la Revolución
del 17 de Febrero: "La Conferencia Nacional sólo se
representa a sí misma". Los manifestantes expresaron
su rechazo de cualquier diálogo con Saif al Islam y sus
colaboradores. Acusaban a los organizadores de la
conferencia de utilizar milicias para tomar el poder antes
de que se completara la liberación de Libia. Naima Dyibril,
abogada y miembro del "Comité de apoyo a la
participación de las mujeres en la toma de
decisiones", de Bengasi, se quejó en la página web
por la exclusión de las mujeres de la conferencia.
Otros detalles del plan del CNT, según
el Wall Street Journal (12 de agosto), muestran un
reconocimiento tranquilizador de la complejidad de la
situación libia y la voluntad de abordarla de una manera
democrática:
"El plan reconoce que la dirección
en Bengasi todavía carece del apoyo oficial de las regiones
que todavía se hallan bajo control del coronel Gadafi,
abriendo un proceso para cubrir 25 puestos vacantes que
deberán representar a esas zonas en un órgano que cuenta
con 65 escaños. Según el plan, los miembros actuales del
Consejo no podrán presentarse a las dos primeras
convocatorias de elecciones nacionales, ni aceptar cargos
políticos en los gobiernos que salgan de ellas. [...] De
acuerdo con el documento, un Consejo Nacional de Transición
ampliado –en el que haya representantes de las zonas bajo
control de Gadafi– gobernará durante ocho meses a partir
de la caída de Gadafi, periodo en el que se celebrarían
elecciones para una comisión constitucional y un congreso
nacional transitorio de 200 miembros. La representación de
cada distrito se concretaría en función del censo de
población de 2010. El congreso ejercería el poder durante
un periodo transitorio de menos de un año, durante el cual
se sometería a votación en referéndum nacional un nuevo
proyecto de constitución y sería elegido el nuevo gobierno
permanente de Libia de conformidad con lo estipulado en
dicha constitución."
Es de esperar que la realidad se ajuste
a las previsiones del plan, pero hay muchos factores que se
oponen a la aplicación del mismo, dada la compleja maraña
de fuerzas tribales, étnicas y políticas que constituyen
la sociedad libia, que apenas está saliendo de más de
cuatro décadas de uno de los regímenes dictatoriales más
desquiciados de la historia moderna. La constitución
provisional basada en el plan arriba descrito ya es objeto
de contestación en Bengasi, y se acusa al CNT de estar
actuando a puerta cerrada. La diferencia fundamental entre
el revuelo político en Libia y la situación en Egipto es
que en el primer país la oposición y el régimen están
separados territorialmente, y que la familia gobernante ha
sido derribada en El Cairo, pero todavía no en Trípoli.
Al igual que en Egipto, la batalla política
se libra entre diversos grupos de la oposición, algunos de
los cuales, especialmente entre las fuerzas islámicas, están
dispuestos a contemporizar con instituciones del régimen,
mientras que otros, sobre todo entre la juventud, rechazan
esta perspectiva y aspiran a una transformación radical de
su país. Otra diferencia importante es la ausencia en Libia
del papel del movimiento obrero, que es muy importante en el
proceso egipcio. (Aunque Kamal Abu Aita, el presidente de la
nueva Federación Egipcia de Sindicatos Independientes, me
ha informado de que recientemente se ha creado una federación
sindical similar en Bengasi.)
La situación en Libia –como en Túnez
y Egipto y todos los demás países de Oriente Medio en que
se desarrolla el actual proceso revolucionario– se halla
al comienzo de un periodo prolongado de evolución
tumultuosa. Este es el destino habitual de los
levantamientos revolucionarios. Las potencias occidentales
tendrán muchas dificultades para controlar el proceso.
Carecen de tropas sobre el terreno, aunque tampoco eso les
serviría de mucho, vista su incapacidad para controlar la
situación en países donde sí han desplegado fuerzas
armadas, como Irak y Afganistán. El proceso de liberación
y autodeterminación de los pueblos es intrincado y puede
atravesar fases inquietantes, pero sin este proceso y la
disposición a pagar el coste que conlleva, que puede llegar
a ser muy importante, el mundo entero seguiría viviendo
bajo regímenes absolutistas.
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