Yemen,
Argelia y Siria deberán prestar atención a lo que ocurre
en Libia.
Y también Israel
Un
nuevo giro que impactará en la adormecida
primavera árabe
Por
Marcelo Cantelmi
Enviado especial a Libia
Globedia, 24/08/11
Aparte del
rostro de los rebeldes libios y de los de alguna fracción
de sus aliados, no debe existir una sola sonrisa en las
jerarquías del poder árabe y aledaños por la actual
escalada contra el tirano de Trípoli. Si la historia es la
que ya parece estar definiéndose en ese páramo penoso del
norte africano, su resultado tendrá un efecto expansivo
imprevisible en toda la región .
El último capítulo
de la guerra libia de casi seis meses, llega en un momento
de aplanadora en estos países. Después de la ilusión
republicana y renovadora con la que la constelación árabe
inició el año, hoy casi todo el movimiento está detenido.
Los dos países donde las tiranías fueron arrasadas, Túnez
y Egipto, han sido tomadas por un enmarañado proceso
gatopardista que busca secuestrar aquella vibrante gesta
libertaria en particular, los cambios en la asignación de
los dineros públicos y en la forma, por lo tanto, que se
estructura la cuestión política.
Y en el resto,
las rebeliones fueron ahogadas o congeladas por la fatiga y
el asesinato de sus activistas. Solo perdura el río de
sangre de Siria.
La caída de
Kadafi, al final de una guerra desesperante, movilizará por
lo tanto otra vez esas energías y ahí se monta lo
imprevisible de la ecuación. No casualmente este proceso
vuelve a acelerarse cuando la crisis económica global ata aún
más las manos de las potencias occidentales.
Es un dato
central, porque en Libia la gran cuestión será definir quién
ganó esta guerra, si los rebeldes o la Alianza Atlántica
que intervino ahí impulsada originalmente por Francia y las
necesidades electorales de su presidente, Nicolas Sarkozy.
En verdad, las
tropas occidentales entraron ahí no para apoderarse del
petróleo libio, que Kadafi garantizaba con unción servil
desde hacía muchísimos años a esas mismas potencias, sino
para evitar una victoria evidente y con perfiles heroicos de
la única rebelión armada en la región desde el estallido
de Túnez, en enero último.
La mayor
preocupación para las potencias occidentales ha sido evitar
un efecto dominó que levantara a las masas oprimidas de
este espacio global y que llegara incluso necesariamente por
cuestiones objetivas a santuarios considerados intocables,
como el reino de Arabia Saudita, la mayor bomba de petróleo
de Occidente y el más potente aliado de EE.UU. en esa región
y en este presente.
La crisis económica
diluyó esa intención en la herramienta de la OTAN. Ese
cepo construido por una realidad depresiva que no admite
competencias, explica que de EE.UU. en Libia casi nada se
sabe y del resto apenas lo mismo. Ese mapa no es el de
Vietnam, ni siquiera el de Afganistán o el de Irak. Entre
tanto se agota esa observación, en estas horas de
triunfalismo, quienes están tomando la iniciativa y ocupan
todas las fotos vuelven a ser los rebeldes desarrapados que
se armaron con lo que tenían en los roperos de Bengazi.
Ese efecto mítico
se colará sin dudas entre los egipcios que se volvieron a
sus casas resignados al esmerilamiento de sus consignas
libertarias, pero también despertará nuevamente la
protesta en la vecina Bahrein, ahogada por las tropas
sauditas enviadas en auxilio de esa aristocracia del Golfo,
base de la quinta flota norteamericana.
Y alentará
las furias que se serenaron con tanta muerte en Yemen y el
capítulo aún pendiente de Argelia. Pero será un mensaje
fatal para el régimen sirio de Bashar al Assad, que como el
de Libia, apostó a las balas de un modo aluvional como
recurso primario para ahogar la protesta.
Es difícil
suponer que el destino de uno no sea el de los otros, más
temprano que tarde .
Un cambio
democrático en esos países, aunque sea a los tumbos y con
una sola pierna, provocará una modificación radical del
arenero que conocemos de la región. Esto se mide en
intereses y poder. Pero las potencias no parecen estar
atentas a esa tremenda mutación, absortas como están en el
caos financiero y bursátil que las consume cada mañana.
Hay otros
escenarios agudos para tener en cuenta. Esta nueva gesta
espolvoreará sus vuelos épicos en los umbrales de la histórica
demanda del gobierno palestino para que en septiembre sea
considerado en la ONU como un Estado, con los derechos
correspondientes. Es otro paso de la modernidad árabe y de
la conquista de sus autonomías que seduce a gran parte del
mundo. Es una mala noticia para Israel, que se enfrenta por
primera vez con un desafío que de verdad la arrincona.
Pero no sólo
a ese país le corresponde la morsa de la historia. En última
instancia quién podría negar ahora y como para que se lo
escuche que la democracia y la justicia son valores humanos
y no cotos privados de Occidente, aunque se los haya jugado
como víctimas colaterales en regiones donde la única voz
ha sido la de los intereses, no precisamente republicanos.
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