Los
rebeldes libios rechazan el despliegue
de cascos azules de la ONU
Por
Juan Miguel Muñoz
Corresponsal en Trípoli
El País, 31/08/11
Los líderes
rebeldes de Libia rechazan cualquier despliegue de fuerzas
internacionales u observadores en el país. Así lo aseguró
ayer el enviado especial de Naciones Unidas para la
planificación de la posguerra en el país, Ian Martin.
"Está claro que los libios quieren evitar cualquier
tipo de despliegue militar, sea de Naciones Unidas o de
otros", dijo Martin.
Martin señaló
así que la misión del organismo para cuando se dé por
finiquitado el régimen de Muamar el Gadafi tendrá "un
carácter político" y ayudará a las nuevas
autoridades a desarrollar un proceso de transición que
lleve a la democracia.
Martin se ha
reunido en los últimos días junto al enviado especial de
la ONU para Libia, el jordano Abdelilah al Jatib, con el
Consejo Nacional de Transición para analizar las peticiones
y opiniones de los líderes rebeldes, y ayer acudió al
Consejo de Seguridad junto a Ban Ki–moon para exponer sus
ideas sobre el papel del organismo. El asesor reconoció que
una fuerza de paz para el país norteafricano había sido
estudiada "para un contexto que no es el actual" y
señaló que, tras hablar con el CNT libio, "ya no
esperamos que las autoridades libias pidan observadores
militares".
Las
autoridades libias, según añadió por su parte Ian Martin,
están "muy interesados en que se les ayude en materia
policial para tener la situación de la seguridad bajo
control y gradualmente contar con unas fuerzas de seguridad
responsables y democráticas", una labor que tampoco
sería llevada a cabo por cascos azules.
Este martes el
comité de sanciones del Consejo de Seguridad ya desbloqueó
950 millones de libras en bienes libios depositados en
bancos del Reino Unido y la semana pasada hizo lo mismo con
los 1.500 millones de dólares que había en Estados Unidos,
medidas que también fueron aplaudidas en la reunión por el
secretario general. Unos fondos para los rebeldes que se
suman a la petición realizada por parte de la Liga Árabe.
Mientras, la
OTAN ha anunciado este miércoles que ha intensificado sus
ataques en la zona central costera de Libia, donde se
concentran las fuerzas leales a Muamar el Gadafi y donde los
rebeldes creen que podría haberse refugiado el dictador
libio. Los aviones de la Alianza siguen concentrando sus
bombardeos en las ciudades de Sirte, Bani Walid y Hun, según
el comunicado diario de la organización sobre las
operaciones del día anterior.
La concentración
de los ataques aéreos de la OTAN en esa zona del país
comenzó ya el lunes, una vez que la rebelión (dueña de la
región del este desde el inicio de la revuelta) concluyó
la captura de Trípoli y de la zona fronteriza con Túnez
(al oeste del país).
El nuevo
Gobierno libio comienza a gestionar la tarea descomunal de
construir un país asolado por la negligencia, la
arbitrariedad y cuatro décadas de saqueo oficial de los
ingentes recursos petrolíferos. Pero con el fugitivo Muamar
el Gadafi todavía al frente de sus fuerzas armadas, según
aseguró ayer la OTAN, el camino está sembrado de minas
económicas, políticas y también diplomáticas. Si el déspota
no sigue los pasos de sus colegas tunecino y egipcio –la
huida al extranjero o el procesamiento judicial–, muy
pocos respirarán tranquilos. De ahí la indignación que el
Consejo Nacional de Transición (CNT), el Ejecutivo de los
rebeldes, transmitió al Gobierno argelino después de que
este acogiera el lunes en su territorio a la esposa de
Gadafi y a tres de sus hijos. Argel trató de rebajar la
tensión. Medios de este país aseguraban que el Gobierno
entregará al Tribunal Penal Internacional al sátrapa si
pisa suelo argelino.
La acogida a
los parientes de Gadafi es una "agresión" a
Libia, según el CNT. Y una cuestión de la "sagrada
hospitalidad" que impera en el desierto, a juicio del
embajador argelino en Naciones Unidas, mencionado por la
BBC. El diario argelino Echorouk, citando fuentes oficiales,
informaba ayer de que el presidente Abdelaziz Buteflika ha
asegurado a su Gabinete: "Si Gadafi intenta entrar en
Argelia... será detenido y lo entregaremos al Tribunal
Penal Internacional de acuerdo con los convenios
internacionales". En cuanto a los familiares
–"todos unos criminales financieros", los definió
el vicepresidente del CNT, Abdelhafiz Ghoga–, el periódico
apuntaba que no podrán abandonar la zona desértica en la
que se encuentran. El Ejecutivo insurgente reclamará su
extradición. "Pedimos al Gobierno argelino que se
asegure de que la presencia de esta gente no supone una
amenaza para Libia. Esperamos que sean entregados...",
declaró en Bengasi Mustafá Abdel Yalil, presidente del
Consejo.
Las relaciones
diplomáticas entre Trípoli y Argel, la única capital del
norte de África que no ha reconocido la legitimidad del
CNT, eran muy aceptables en los años setenta, cuando Libia
respaldaba al Frente Polisario saharaui. Se torcieron en la
década siguiente tras la firma de un tratado entre el régimen
de Gadafi y el rey de Marruecos –rival acérrimo de Argel
y enfrentado al Polisario por el dominio del Sáhara
Occidental–, para que las aguas volvieran a su cauce hace
dos décadas.
Sin embargo,
desde que se desató la revuelta en Bengasi, las autoridades
rebeldes han denunciado repetidamente el respaldo de Argelia
al aparato militar de Gadafi, mientras el Gobierno de
Buteflika insistía en que el alzamiento libio está
conducido por extremistas islámicos y que Al Qaeda no era
ajena a la revuelta. Ahora, los vínculos entre ambos
Estados atraviesan horas muy bajas. Las especulaciones sobre
el cierre de la frontera entre ambos países se suceden.
Como son continuos los ultimátums que los dirigentes
insurrectos envían a los mandos militares de Gadafi. Esta
vez con fecha fija.
Si no hay
indicios de que los leales al dictador se rinden antes del sábado
en Sirte, ciudad natal del tirano, y en otros lugares,
especialmente la región de Sabha, 600 kilómetros al sur de
Trípoli, "decidiremos este asunto militarmente",
advirtió Abdel Yalil.
Con las
instalaciones petroleras, que aportan el 90% de los ingresos
públicos, dañadas –será necesario más de un año para
que funcionen adecuadamente–, con buena parte de la
población armada y sin instituciones todavía en marcha, el
potencial conflictivo en Libia es inmenso. Y todo se agrava
porque el autócrata y sus hijos Mutasim y Jamis, jefes de
las fuerzas armadas gadafistas, andan en paradero
desconocido. Varias veces se ha anunciado la muerte de
Jamis, pero la OTAN no lo confirma. Y las declaraciones de
los jefes rebeldes a este respecto carecen de credibilidad,
incluso para los ciudadanos que apoyan la revolución.
Y mientras la
mayoría de los seis millones de libios se preparaban para
pasar el tórrido Ramadán y compraban haciendo colas
considerables para el Eid el Fitr –los tres días de
fiesta que siguen al mes sagrado, que concluyó anoche– más
feliz de su vida, la policía comenzaba a patrullar calles,
las autoridades rebeldes anunciaban que pronto se abrirá el
aeropuerto de la capital para la ayuda humanitaria y el
puerto funcionará muy pronto con normalidad. Para algunos
millares, que buscan a parientes desaparecidos, serán
jornadas tristes. Los hallazgos macabros florecen. Las
autoridades rebeldes aseguran que se han descubierto cuatro
fosas comunes en el sur de Trípoli, y el coronel Hisham
Buhagiar aseguraba que 50.000 personas han muerto desde que
el 17 de febrero estallara el alzamiento.
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