Plazos,
tiempos y planes para el posKadafi
Por
Guillermo Almeyra (*)
La Jornada, 04/09/11
Llama la
atención en la intervención imperialista de la OTAN en
Libia que, a diferencia de lo que sucedió en los bombardeos
al pequeñísimo Kosovo, los ataques aéreos se concentren
sobre las ciudades y sean casi 10 veces menos numerosos que
los que se abatieron sobre Serbia. Además, las refinerías
y los campos petrolíferos no fueron atacados porque ya
desde hace años, gracias a Kadafi, pertenecen a empresas
italianas, francesas y británicas, las cuales esperan
seguir produciendo combustible dentro de sólo unos días (a
fines de septiembre, dice el ENI).
Todo parece
indicar que el carácter y la magnitud de los bombardeos
derivan de la decisión de amedrentar y golpear sobre todo a
la población civil en los centros donde Kadafi tiene base
(tribal o política) y de no desorganizar demasiado ni al ejército
ni a la policía, para utilizarlos después en la
reconstrucción política y material del país, a diferencia
de lo que hicieron con el ejército y la policía baasistas
en el Irak posSaddam Hussein.
Como se ve en
la televisión, los antikadafistas no han recibido medios
militares pesados de ningún tipo, como artillería de campo
o tanques, y se desplazan en camionetas reacondicionadas
para llevar ametralladoras o lanzacohetes.
El armamento
de sus milicianos consiste en piezas livianas, lo cual
sugiere también que la OTAN desea alargar los plazos de la
eliminación del régimen de Kadafi para poder llegar a
acuerdos con algunos tránsfugas del mismo y con las
tendencias más conservadoras y proimperialistas del Consejo
Nacional de Transición (CNT). Y también, fundamentalmente,
que los imperialistas saben perfectamente que una cosa es
negociar con ex ministros de Kadafi –reciclados a última
hora en el CNT– o con monárquicos, comerciantes y
bandidos de todo tipo, y otra muy diferente tratar con
tendencias islámicas antimperialistas o con militares y
militantes nacionalistas marxistizantes presentes no tanto
en el CNT (donde estos grupos están en minoría) sino en la
masa de combatientes armados y los chehabs (muchachos) que
ya han declarado al comienzo de la rebelión que no tolerarán
la invasión de tropas extranjeras y que acaban de repetir
que no aceptarán ni siquiera cascos azules de la ONU.
Ésta
–trascendió– tiene un plan que la prensa italiana ya
hizo público: el mismo plantea convocar en ocho meses una
Constituyente y realizar elecciones generales en un plazo de
20 meses, que serán muy pocos porque estarán jaloneados
por los juicios a los responsables de crímenes de guerra y
de delitos económicos contra el país y porque en Libia jamás
existieron partidos ni experiencias electorales y subsistirá
el enfrentamiento intertribal.
Para que pueda
haber un mínimo de orden, la ONU espera destacar en Libia a
200 supuestos observadores militares desarmados (en
realidad, agentes de las potencias especializados en comprar
apoyos tribales y políticos) y 190 policías que trabajarán
entrenando y capacitando a la nueva policía surgida del
derrumbe kadafista. Todo eso, sin duda, será resistido en
nombre del antiimperialismo por la población (kadafista o
antikadafista) y por sectores importantes (comerciales,
regionales, tribales o políticos) de las mismas clases
dominantes libias.
En realidad,
les quedaría a los imperialistas la opción de negociar con
Kadafi la intervención en Libia de fuerzas armadas árabes
reaccionarias, como las de Qatar, que participan en los
bombardeos de la OTAN y financian al CNT, o de países
africanos islámicos en nombre de la Organización de la
Unidad Africana, aunque la presencia de soldados negros
extranjeros recordaría demasiado los mercenarios africanos
que utilizaba Kadafi. Y, por supuesto, también la
posibilidad de apostar fuertemente al regionalismo histórico
(la Cirenaica, en efecto, siempre estuvo diferenciada de la
Tripolitania y del Fezzán) y la compra de notables tribales
para impedir la reaparición de un gobierno único y fuerte
en todo el territorio de Libia.
El
imperialismo piensa utilizar a ese país como instrumento
para su política en todo el mundo árabe. Ni a Estados
Unidos ni a Europa ni a Israel le convienen, en efecto, que
caiga el gobierno de Bachir el Assad en Siria, que es una
garantía de estabilidad para Tel Aviv y un freno constante
a la lucha palestina (Assad declaró, por ejemplo, que los
palestinos son “sirios del sur” y siempre pretendió
controlarlos).
Tampoco les
convienen regímenes semidemocráticos en Túnez y en
Egipto, obligados a tener en cuenta la hipoteca de la
movilización de las masas de desocupados que la crisis
mundial estimula a la acción y la política racista y xenófoba
de los gobiernos extranjeros deja sin otra salida que la
lucha para cambiar la situación en sus respectivos países.
La alianza
europeo-estadounidense tendrá, por consiguiente, un activo
papel contrarrevolucionario y colonialista en Libia y en la
región. Los que desean conservar las dictaduras –de
Yemen, de Siria, de Libia– como dique frente a este
rebrote del colonialismo no sólo están condenados a un
ignominioso fracaso sino que, además, pierden todo
prestigio y toda posibilidad de colocarse junto a los
pueblos en rebelión ofreciéndoles una alternativa
anticapitalista.
La suerte de
los dictadores está echada porque el imperialismo ya no los
sostiene y sus pueblos harán de todo para derrocarlos. El
problema actual es evitar que esos tiranos sean reemplazados
por agentes directos de las grandes potencias colonialistas
como sucedió en Panamá cuando Bush padre eliminó a su
agente Noriega.
En sociedades
a las que la dictadura impidió organizarse y crear sus
dirigentes, mediante libre vida política, la confusión es
normal. Pero los acontecimientos obligan a encontrar
soluciones urgentes y a recurrir a la autoorganización. El
papel de una izquierda que merezca ese nombre consiste en
ayudar aportando ideas para la construcción de poder
popular al mismo tiempo que se moviliza contra el intento de
recolonizar esos países.
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