Turquía
y el intento de regreso al Imperio otomano
Por
Thomas Sparrow
BBC World, 14/09/11
Recep Tayyip
Erdogan, el primer ministro de Turquía, llegó a El Cairo
el lunes en la noche convertido casi en celebridad y con la
evidente intención de pisar fuerte.
En el comienzo
de una gira por Egipto, Túnez y Libia (los tres países del
mundo árabe que este año han derrocado a sus gobernantes),
Erdogan criticó con vehemencia a Israel por el asalto a la
flotilla turca de 2010 y apoyó con igual ímpetu la
propuesta de un estado palestino durante una reunión en la
Liga Árabe.
En las calles
también se sentía la presencia del mandatario. A la salida
de una reunión, algunos simpatizantes vitorearon su nombre
y en una de las principales calles de El Cairo se erigieron
vallas publicitarias con la imagen del político con su mano
en el corazón, las banderas de Egipto y Turquía y un
eslogan diciente: "de la mano de Erdogan para un futuro
mejor".
Más allá del
tono populista, esa valla publicitaria resume las
aspiraciones de Turquía, un país que está buscando cómo
aprovechar la ola de cambio en el mundo árabe para
convertirse en el líder regional más importante y en una
potencia cuya voz debe ser tenida en cuenta en los foros
internacionales.
Esa meta en su
política exterior reside en su ubicación geoestratégica
clave, en su solidez económica y en su rol como democracia
islámica, pero también en sus vínculos históricos y
culturales con los territorios que en el pasado hicieron
parte del imperio otomano o estuvieron en su zona de
influencia.
El
espacio imperial otomano
George
Friedman, el fundador y director de la compañía de
inteligencia política y militar Stratfor, publicó en 2009
un libro en el que hace un pronóstico detallado de lo que
ocurrirá en los próximos cien años en el mundo y llegó a
una conclusión sorprendente.
Según
menciona Friedman en un video sobre su libro, "la
historia se repite y hay una razón por la cual hubo un
imperio otomano que dominó por siglos el mundo islámico".
"A medida
que Europa se retira, a medida que Estados Unidos se retira,
el balance natural del mundo islámico se reafirmará, y ese
balance natural está en Turquía. (…) Nadie hace una
movida en la región sin mirar a los turcos y eso se volverá
más evidente y más importante", predice.
Un político
local que parece querer aplicar la predicción de Friedman
es Ahmet Davutoglu, quien además de ser el ministro de
relaciones exteriores de Erdogan es un académico que
escribió un libro de 600 páginas considerado el tratado
seminal de la actual política exterior de Turquía.
Davutoglu es
tan respetado que fue escogido como uno de los diez
pensadores globales más importantes del mundo, según la
revista Foreign Policy, que explicó que bajo su liderazgo,
"Turquía ha asumido un rol internacional que no ha
podido ser equiparado desde cuando un sultán se sentó en
el palacio de Topkapi".
La referencia
al palacio otomano de Estambul para describir a Davutoglu no
es una coincidencia, pues su "doctrina" (como ya
la califican algunos analistas) reside en lo que The New
York Times calificó como "una Turquía que nace de
nuevo y que se expande para llenar el antiguo espacio
imperial otomano".
Entre sus
enunciados principales hay tres que resultan particularmente
relevantes en el contexto mundial actual: su política de
"cero problemas con los vecinos", su foco
"multi-dimensional" (con el que busca dejar huella
en diversos frentes) y la idea de que la
"profundidad" histórica y cultural le permitirá
tener una vasta zona de influencia.
Esto ha sido
puesto en práctica tanto a nivel político como económico,
pues Turquía está entre las 20 economías más grandes del
mundo, tiene intereses comerciales importantes en la mayor
parte del mundo árabe y cuenta con una tasa de crecimiento
que en la primera parte de 2011 incluso fue superior a la de
China.
A pesar del
interés que ha suscitado esta nueva dirección de la política
exterior turca, hay quienes prefieren ser cautos al analizar
las medidas del ministro de relaciones exteriores.
Sus críticos,
por ejemplo, consideran que está haciendo un revisionismo
histórico neo-otomano que favorecería la solidaridad
musulmana en vez del secularismo del que muchos se precian
en Turquía.
Por su parte,
algunos analistas miran con recelo que el presente turco sea
vinculado al pasado otomano.
Como le explicó
a BBC Mundo Stephen Kinzer, autor de Crescent and Star:
Turkey Between Two Worlds, "Turquía ha incrementado su
poder estratégico tanto como cualquier otro país en el
mundo en los últimos diez años".
El
comentarista político turco Cengiz Candar agrega que, si
bien es cierto que Turquía tiene una herencia imperial,
vincular la actual política exterior a la zona de
influencia otomana es una simplificación.
"Vivimos
en un mundo globalizado y la nueva diplomacia turca se
extiende mucho más lejos que el imperio otomano",
resalta.
Turquía
y la primavera árabe
Hasta cuando
la primavera árabe se desató, a principios de año, las
políticas de Davutoglu se estaban cumpliendo casi a
cabalidad y Turquía estaba involucrada en casi todos los
temas importantes de la región.
Ankara intentó
limar asperezas con Chipre y Armenia, se acercó a Georgia,
a Grecia y a Siria, mantuvo relaciones cordiales con Irán y
con Israel (especialmente antes de la estrategia israelí en
Gaza, a finales de 2008), se involucró en el Kurdistán
iraquí y trató de mediar en el conflicto entre Israel y
Siria por los Altos del Golán.
Además intentó
ampliar su influencia económica en la región: defendió un
área de libre comercio en el Medio Oriente al que se
unieron Siria, Jordania y Líbano, levantó las
restricciones de visa a varios países vecinos y ya hay
redes de transporte adicionales entre ellos, como un
ferrocarril que recorre los territorios de Turquía, Siria e
Irak.
Pero la
llegada de una época de revoluciones afectó esta
influencia económica (Turquía ha perdido, por ejemplo,
inversiones en Libia), reveló las limitaciones de la política
de Davutoglu y puso a algunos a cuestionar si son palabras
vacías o si pueden de verdad generar un cambio duradero en
la región.
En particular,
los analistas se refieren a su idea de tener cero problemas
con los vecinos. "La primavera árabe la destruyó",
afirma Kinzer. "Mostró que en un vecindario tan
turbulento, es imposible ser amigo de todos".
Eso quedó
claro en tres casos recientes: el incidente de 2010 con
Israel sobre la flotilla, el diseño en abril de una hoja de
ruta para Libia que incluía que Muamar Gadafi renunciara, y
la imposibilidad de controlar la situación en Siria, un país
al que se había acercado especialmente.
La actual
visita de Erdogan a los tres países árabes es una
respuesta a esas situaciones y explica por qué, en vez de
su tono diplomático de antes, prefirió esta vez una crítica
feroz a Israel que incluyó la palabra "guerra" y
una defensa de los territorios palestinos.
Por el otro,
quiere aprovechar los cambios en los países árabes y los
nuevos equilibrios en la zona para aprovechar su posición
geoestratégica y sus vínculos históricos para erigirse
como el principal actor regional.
"Turquía
descubrió que debía decidir entre apoyar el cambio
inevitable en la región o correr el riesgo de ser
identificado con los regímenes autocráticos sin futuro.
Optó por el primero", resaltó Candar.
Por eso no es
coincidencia que su gira haya empezado en Egipto, que hasta
antes de la revolución era el poder sobresaliente, y no es
coincidencia que las pancartas en la calle hablen de un
futuro mejor con Erdogan. Después de todo, esa es la
principal apuesta turca.
|