La izquierda y la polémica sobre Libia
Internacionalismos de geometría
variable
Por
John Brown -Iohannes Maurus
iohannesmaurus.blogspot,
23/09/11
Es difícil desde las categorías
habituales de la izquierda (lucha de clases binaria,
representación de la clase obrera por un partido,
socialismo etc.) comprender las revoluciones árabes y los
propios movimientos sociales que, bajo distintas formas, están
produciéndose hoy en Europa, en España y en Grecia, pero
también en Gran Bretaña. Unos movimientos sociales de
nuevo tipo que probablemente seguirán extendiéndose y que
tienen muchos puntos en común con lo que ya pudimos
presenciar en las diversas crisis políticas
latinoamericanas: en el caracazo, el diciembre argentino,
las luchas por el agua en Bolivia etc.
Son luchas que, a pesar de la distancia
geográfica y cultural y de los distintos discursos políticos
en que se traducen responden a una misma situación: el
dominio tendencialmente absoluto del capital financiarizado
sobre las economías de los distintos países y las vidas de
sus habitantes. No es de extrañar, por lo tanto, que los
aparatos de propaganda del Imperio hayan hecho hasta ahora
todo lo posible por ocultar las conexiones efectivas entre
los distintos polos de una enorme marea de resistencias que
amenaza al sistema capitalista en su conjunto. Más
sorprendente y hasta lamentable es que estas conexiones
hayan resultado indescifrables para un amplio sector de la
izquierda latinoamericana y europea.
Del lado árabe, la relación entre los
distintos procesos estuvo siempre bastante clara. Entre los
puntos de referencia de muchos manifestantes tunecinos y
egipcios estaban la revolución bolivariana de Venezuela o
la revolución cubana: el paralelismo histórico era
perceptible. Del lado latinoamericano, sin embargo, no se
vieron, en general, estas revoluciones populares espontáneas
y autoorganizadas con la misma simpatía.
La reacción fue de desconfianza,
cuando no de miedo, no fuera a ser que detrás de los
dirigentes árabes derrocados estuvieran situados los
gobernantes latinoamericanos de izquierda, en alguna lista
secreta de los responsables de la CIA. La teoría de la
conspiración pudo más que el análisis de las luchas de
clases efectivas que se desarrollaban en Túnez, Egipto y un
gran número de países árabes, así como en la propia
Europa.
La reacción defensiva, prevaleció
sobre la percepción de una coyuntura revolucionaria, por
otra parte evidente Si los déspotas iban cayendo uno tras
otro y el proceso revolucionario se contagiaba como un
reguero de pólvora, tenía que haber sido orquestado por
algún poder oculto.
A nadie se le pudo ocurrir que existe
un espacio geopolítico y de civilización específicamente
árabe, con estructuras y coyunturas sociales y políticas
afines en el que el contagio es relativamente fácil. En el
poco francófono Egipto, se podían ver carteles de
"Mubarak, dégage" (Mubarak, lárgate) en buen
francés de Túnez, en el Bengasi liberado, una señora
canta el himno nacional...tunecino que honra a los mártires
de la independencia.
Hay una intertextualidad de las
revoluciones árabes, como la hubo - y la hay- de las
latinoamericanas. Sin embargo, para un sector de la
izquierda acostumbrado por la guerra fría a pensar en términos
de bloques, la improbable conspiración del imperio contra
regímenes amigos e incluso vasallos como el de Ben Ali o el
de Mubarak podía ser la antesala de un ataque contra los
gobiernos revolucionarios de América Latina.
Frente al bloque del Imperio, sólo cabía
la desconfianza ante las nuevas revoluciones, tanto más
cuando sus protagonistas no eran "obreros organizados y
conscientes", sino en gran medida trabajadores
precarios, estudiantes y miembros de las clases medias
urbanas depauperadas por la economía financiarizada a través
del arma implacable de la deuda con su cohorte de liquidación
de derechos sociales y de servicios públicos.
La teoría de la conspiración, sin
embargo, pareció encontrar una confirmación cuando un
sector importante del pueblo libio se alzó contra el déspota
local y dirigente de una supuesta "revolución".
Esta fingida postura "revolucionaria" nunca impidió
a Muammar el Gadafi matar comunistas y otros militantes de
la oposición ni establecer pactos con personajes como
Berlusconi y los dirigentes de la Unión Europea sobre
"la gestión de las fronteras de la UE", cuyo
contenido real da escalofríos. Gadafi no mostró grandes
reparos ante la invasión de Iraq, ni se negó nunca a
ayudar a norteamericanos y británicos en su "guerra
contra el terror", haciendo que sus expertos servicios
policiales sometieran a "minuciosos
interrogatorios" a los prisioneros que les entregaban.
Por no hablar de las medidas de política interior, como la
entrega del petróleo libio a empresas occidentales. Nada,
sino esta identificación con una revolución de pacotilla y
el miedo a ser los siguientes en la lista, justifica la
solidaridad que, desde el primer momento, el presidente Hugo
Chávez manifestó hacia el tirano libio acosado por la
insurrección de buena parte de su pueblo.
Gadafi dio, sin embargo, al Imperio la
oportunidad que le hacía falta para entrar en la región e
intentar interferir en los procesos revolucionarios en
curso: lo hizo reprimiendo con brutalidad a la población
insurrecta y forzándola a defenderse por las armas, lo que
nunca se había producido en las demás revoluciones árabes.
Francia y en menor grado el Reino Unido aprovecharon esta
oportunidad inesperada para recuperar ante los pueblos árabes
algo de influencia, pues precisamente las revoluciones de Túnez
y de Egipto habían derribado a sus protegidos en la zona.
Para intervenir en Libia, naturalmente, tuvieron que
metamorfosear de nuevo a Gadafi y, en pocos días hacer del
"amigo de occidente un poco extravagante" del que
hablaba Aznar un déspota que oprime y asesina a su población.
La ayuda a la población insurrecta
contra el déspota respetó la plantilla de las
intervenciones habituales de la OTAN: bombardeos de
objetivos civiles y militares, violación de la carta de las
Naciones Unidas y de la propia Carta Atlántica al
proponerse un "cambio de régimen" como objetivo
de una operación destinada a "proteger a las
poblaciones" y el largo etcétera que conocemos desde
la guerra de Yugoslavia y las guerras del Golfo, pasando por
Afganistán. El coste para la insurrección libia de esta
"ayuda" mediante el bombardeo humanitario es
evidente. También es enorme el riesgo de que la revolución
libia quede secuestrada por quienes le han ayudado a
triunfar. Algo de sobra conocido para quien conozca la
historia de Cuba o la de Filipinas, países en los que los
Estados Unidos "ayudaron" a las poblaciones
locales a liberarse de los españoles para después
recolonizar en grados diversos ambos países. A pesar de
este coste y de este riesgo, tiene razón Santiago Alba y
tienen razón nuestros amigos y compañeros árabes en
sostener que todo habría sido peor si se hubiera permitido
a Gadafi aplastar la revuelta, pues el pedigrí represivo
del amigo de Aznar y Berlusconi no deja lugar a ninguna
duda. Por no hablar del terrible ejemplo que habría dado a
los demás tiranos árabes.
La situación de Libia y la de las demás
revoluciones árabes es compleja, pero ¿acaso hay un solo
proceso revolucionario que no lo sea? ¿acaso ha habido una
sola revolución cortada por un patrón preexistente? La
propia revolución cubana fue vista en sus primeros momentos
por la izquierda como una simple revolución democrática y
antiimperialista burguesa...En este momento, tanto en Túnez,
como en Egipto o en Libia existen gobiernos que ya no
representan enteramente a la dictadura, pero que tampoco son
expresión de la voluntad del pueblo insurgente. El Consejo
Nacional de Transición, alianza inestable de oportunistas
prooccidentales, islamistas más o menos radicales y tránsfugas
del régimen de Gadafi no representa la revolución libia,
cuyos verderos protagonistas, los shabab (jóvenes) que
resistieron contra Gadafi no han dicho aún su última
palabra.
Cierto es que estamos en las primeras
fases de esos procesos revolucionarios y que existe una
enorme incertidumbre, pero esto, más bien, sería una razón
para que los países que ya han pasado por trances
semejantes y han conseguido realizar importantes
transformaciones presten su apoyo a estos procesos y dentro
de ellos a las fuerzas de izquierda que, por fin, están
renaciendo en el mundo árabe. No dice otra cosa mi querido
amigo y camarada Santiago Alba, y, por decirlo, ha sido
tachado de "agente de la CIA" o de émulo del
filosofastro Bernard-Henri Lévi.
Siempre se descubre algo: no sabía yo
que la CIA contratara a defensores públicos del comunismo y
de los procesos revolucionarios anticapitalistas y
antiimperialistas del mundo entero, ni que tuviéramos que
dar la bienvenida a Bernard-Henri Lévi al bando de quienes
combatimos el imperio del capital. Que el sectarismo no nos
ciegue: ni la CIA es tan tonta, ni Bernard-Henri Lévi se ha
caído del caballo... camino de Damasco.
Libia:
la carnicería y los carniceros
Por Guillermo Almeyra (*)
La Jornada, 09/10/11
Los colonialistas de la OTAN,
atenazados por la crisis económica en Europa y en Estados
Unidos, deciden concentrar sus esfuerzos y su dinero en
salvar sus bancos de la bancarrota y, como el zorro de la fábula,
declaran que las uvas libias están verdes, diciendo que
Muammar Kadafi ya no es una prioridad y que su caída es
cuestión de tiempo. Esto, lógicamente, los lleva a reducir
sus operaciones militares y navales agresivas (pero no sus
intentos de gobernar por medio del Consejo Nacional de
Transición, CNT, que reorganizan y depuran continuamente).
Como consecuencia de esta comprobación,
por París, de que ya tiene asegurado el máximo de control
del petróleo libio, y del deseo de Roma de mantener a flote
a Berlusconi antes que expulsar a Kadafi de Libia, ahora a
la coalición rebelde le resulta más lento y más difícil
conquistar Sirte, la capital de la tribu de los Kadafi. La
guerra civil mezclada con una agresión imperialista se está
convirtiendo nuevamente en algo preponderantemente libio.
En Sirte resisten los mercenarios
africanos contratados por Kadafi que, a la luz de las
matanzas de sus pares en Trípoli después de la toma de esa
ciudad por el CNT, saben que corren el riesgo de ser
linchados o fusilados. Y resiste también el clan de Kadafi,
en parte para negociar en mejores condiciones el exilio de
la familia o del mismo líder.
Los sitiadores son un ejército
improvisado, sin artillería, aviación propia ni medios
pesados, que combate desde Toyotas con imprecisos
lanzacohetes y cañones ultralivianos o con fusiles
lanzagranadas. No están, por consiguiente, en condiciones
de tomar por asalto una ciudad populosa llena de
francotiradores.
La prolongación del sitio a Sirte
hasta el agotamiento de las municiones y los víveres de la
tribu de Kadafi alarga las maniobras de recomposición del
frente de los antikadafistas, porque lo único que une a las
diversas fracciones es la voluntad de expulsar a aquél, y
mientras éste no desaparezca, las disensiones internas serán
sordas y permanecerán semiocultas.
Sin embargo, ya los shebab (los
muchachos, o sea los jóvenes voluntarios civiles que
combaten) declararon, contrariamente a los líderes del CNT,
que la reconstrucción de Libia la harán los libios y que
no aceptarán la presencia en el país de fuerzas
extranjeras, ni la entrega de las riquezas al primer
llegado, y se organizan y combaten separadamente de los
mandos oficiales, los cuales tienen asesores franceses y
británicos.
Los políticos y militares que hasta
hace pocos meses eran ministros, generales o altos
funcionarios de Kadafi muy difícilmente durarán en el CNT.
Sobre todo cuando aparecen fosas comunes con cientos de cadáveres
de presos asesinados en tiempos en que el actual jefe del
CNT, Mustafá Yalil, era ministro de Justicia y fiel a
Kadafi, o que Mahmud Yibril, el diplomático del líder,
formaba el personal con los estadunidenses (léase la CIA) y
ambos toleraban que la agencia enviase a Libia presos de
Guantánamo para que los torturadores de Kadafi los
interrogaran.
Dicho sea de paso: los medios de las
grandes empresas denuncian esas matanzas y esas fosas
comunes, pero Kadafi colaboraba entonces con el Mossad
israelí, con los servicios de inteligencia de Londres, con
la CIA y era gran amigo de los gobiernos de París, Londres
y Roma, que además sostenían a los dictadores egipcio y
tunecino tal como lo hacía él, garantizando la pax
israeliana en la región.
¿Es posible que todos esos servicios
secretos y todas esas embajadas repletas de espías y
hombres de negocio antiárabes no supiesen nada de lo que
comentaba horrorizado medio Trípoli?
¿Y es posible que los dirigentes del régimen,
como Yalil o Yibril, ignorasen lo que hacían sus
subordinados? ¿Sólo Kadafi era un carnicero, un sádico,
un sediento de sangre y de dinero?
¿Los arcángeles de la OTAN que
bombardean a civiles para salvar las vidas de otros civiles
(de otras tribus) tienen su conciencia tranquila y no saben
que estrechan manos manchadas de sangre de militantes islámicos,
nacionalistas marxistizantes, comunistas, enemigos del clan
o de la familia?
La discusión en la izquierda
internacional sobre la lucha en Libia no parte de los
hechos, que ignora, sino de posiciones apriorísticas. Toda
la historia libia está marcada por el regionalismo, por los
conflictos interétnicos y por las diferencias entre las
tribus y clanes. El gobierno de Kadafi no unificó el país:
simplemente lo cubrió con una capa de plomo mediante la
represión y acuerdos variables con los jefes de las tribus.
Antes que libios, los bereberes siguen
siendo bereberes, los tuaregs, tuaregs, los de Cirenaica no
se sienten iguales a los de Trípoli ni a los de Fezzan, y
la solidaridad se otorga antes al clan y la tribu que a un
programa.
En Libia, debido a Kadafi, jamás
existieron partidos, sindicatos, mutualidades, organismos de
autorganización popular ni medios de información populares
independientes.
Cuando Kadafi era panarabista
nacionalista, los marxistas iban presos o se exiliaban para
salvar el pellejo. Cuando fue prosoviético, lo mismo sucedió
con los palestinos, los islamistas o todos los que
criticaban esa política. Y cuando se hizo socio de los
imperialistas, en los años 80, asumió como propios y
encarceló a todos los enemigos de éstos.
Lo único perdurable en Libia fue el
tribalismo y el kadafismo, o sea la utilización del aparato
estatal.
Por eso resiste Sirte, sede de la tribu
de Kadafi y donde se concentraron sus cuerpos de elite
africanos y mercenarios. A diferencia de Túnez, donde
siempre hubo vida política y existieron grupos de izquierda
marxista, y de Egipto, donde eran reprimidos no sólo los
Hermanos Musulmanes sino también comunistas y trotskistas y
había una fuerte vida cultural, Kadafi hizo que Libia fuese
también un desierto en lo político y lo cultural. Eso
explica la resistencia tribal en Sirte y la confusión en el
CNT.
(*) Guillermo Almeyra,
historiador, nacido en Buenos Aires en 1928 y radicado en México,
doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de París,
es columnista del diario mexicano La Jornada y ha sido
profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México y
de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad
Xochimilco. Entre otras obras ha publicado “Polonia:
obreros, burócratas, socialismo” (1981), “Ética y
Rebelión” (1998), “El Istmo de Tehuantepec en el Plan
Puebla Panamá” (2004), “La protesta social en la
Argentina” (1990–2004) (Ediciones Continente, 2004) y
“Zapatistas–Un mundo en construcción” (2006).
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