Gadafi
habría resultado molesto en un juicio público
Gadafi:
de principio a fin (y la agenda de la OTAN)
Por
Vijay Prashad (*)
Counterpunch, 23/10/11
Sin Permiso, 23/10/11
Traducción de Ramona Sedeño
En las
polvorientas afueras de Sirte, un convoy huye del campo de
batalla. Un avión de la OTAN dispara y alcanza a los vehículos.
Los heridos pugnan por escapar. Vehículos terrestres
blindados, con combatientes armados, irrumpen en la escena.
Hallan a los damnificados, y entre ellos, descubren el
premio mayor: un ensangrentado Muammar Gadafi dando tumbos.
Capturado, es arrojado a manos de los combatientes. Puede
imaginarse el júbilo. Un teléfono móvil registra lo que
pasa en los siguientes minutos. Un Gadafi malherido es
llevado a empujones, metido en un coche. Luego, el vídeo se
nubla y trastabilla. Las primeras imágenes claras que
vienen después son las de un Gadafi muerto. Tiene un
agujero de bala en un lado de la cabeza.
Esas imágenes
van inmediatamente a Youtube. Se pasan por televisión y se
ven en los periódicos. Será imposible no verlas.
La Tercera
Convención de Ginebra (artículo 13): "Los prisioneros
de guerra tienen que ser protegidos en todo momento,
particularmente contra actos de violencia e intimidación,
frente a los insultos y frente a la curiosidad pública".
La Cuarta
Convención de Ginebra (artículo 27): "Las personas
protegidas tiene derecho, cualesquiera que sean las
circunstancias, al respeto de su persona, de su honor, de
los derechos de su familia, de sus convicciones y prácticas
religiosas y de sus usos y costumbres. Tienen que ser
siempre tratados con humanidad, y deben ser especialmente
protegidos ante cualesquiera actos o amenazas de violencia o
amenazas y frente a insultos y frente a la curiosidad pública".
Uno de los
elementos ideológicos importantes en los primeros días de
la guerra en Libia fue el marco de la orden de detención de
Gadafi y su camarilla establecido por el celo selectivo del
fiscal jefe de la Corte Penal Internacional, Luis Moreno
Ocampo. Para Moreno Ocampo y Ban Ki-Moon bastaban las
noticias periodísticas de violencia excesiva para poder
hablar de genocidio; para probarlo, no se necesitaban
informes expertos independientes. [En realidad, los informes
independientes llegaron pronto, de la mano de Amnistía
Internacional y de Human Rights Watch, y destruían
decisivamente las imputaciones de Ocampo.]
La OTAN dijo
solemnemente que ayudaría al Tribunal Penal Internacional
(TPI) a ejecutar la orden de detención: y eso, a pesar de
que los EEUU, el miembro más poderoso de la OTAN, no es
miembro del TPI. De esa declaración de la OTAN se hizo eco
el Consejo Nacional de Transición, el instrumento político
de la OTAN en Benghazi.
La intervención
humanitaria estaba justificada sobre la base de violaciones,
potenciales o alegadas, de las Convenciones de Ginebra. El
resultado de la intervención es una violación de esas
mismas Convenciones.
Habría
resultado molesto ver a Gadafi en un juicio público. Hacía
mucho que había abandonado su legado revolucionario
(1969-1988), y al menos desde 2003 (de hecho, desde finales
de los 90), se había sumado a la Guerra al Terror librada
por los EEUU. Las cárceles de Gadafi habrían sido
importantes centros de tortura en el archipiélago de puntos
negros usados por la CIA, la inteligencia europea y la
seguridad de estado egipcia. ¿Qué historias habría podido
contar Gadafi, si se le hubiera permitido hablar en un
juicio público? ¿Qué historias habría podido contar
Sadam Hussein, si se le hubiera permitido hablar en un
juicio público? Con todo y con eso, Hussein al menos entró
en una sala, aunque fuera una sala más de pega que de
justicia.
No hubo
siquiera tal para
Gadafi. Como lo dejó dicho Khujeci Tomai, "los muertos
no cuentan cuentos. No pueden comparecer en juicio. No
pueden mencionar a quien les ayudó a mantenerse en el
poder. Todos los secretos mueren con ellos".
Gadafi está
muerto. Cuando también muera la euforia, será importante
recordar que nos las habemos con al menos dos Gadafis. El
primer Gadafi derrocó a una monarquía holgazana y corrupta
en 1969, y procedió a transformar Libia por una senda de
vigoroso desarrollo nacional. Hubo idiosincrasias, como las
ideas de Gadafi sobre la democracia, que jamás resultaron
en instituciones realmente valiosas. Gadafi tuvo una
habilidad única para centralizar el poder en nombre de la
descentralización. Sin embargo, en la liberación nacional
Gadafi empleó desde luego porciones importantes del
excedente nacional en la mejora del bienestar del pueblo
libio. Gracias a dos décadas de políticas de ese tenor,
Libia entró en el siglo XXI con unos elevados indicadores
de desarrollo humano. El petróleo ayudó lo suyo, pero hay
naciones petroleras –como Nigeria– en las que el pueblo
agoniza, sin apenas acceso a bienes sociales y al desarrollo
social.
Hacia 1998, el
primer Gadafi se transmutó en el segundo Gadafi, el que dejó
de lado su antiimperialismo para colaborar con el
imperialismo, el que abandonó la senda de desarrollo
nacional a favor de la privatización neoliberal. (Cuento
esta historia en mi libro Primavera árabe, invierno libio,
que publicará en la primavera de 2012 la editorial AK
Press.) Este segundo Gadafi dejó de lado las políticas de
bienestar, lo que le privó del único elemento de su
gobierno que gozaba de apoyo popular. A partir de los 90, el
régimen de Gadaffi ofreció a las masas la ilusión de
riqueza social y la ilusión de democracia. Y ellas querían
más: tal es la razón del largo proceso de disturbios que
arranca a comienzos de los 90 (junto con la Guerra Civil
argelina), llega a un pico en 1995-96 y rebrota en 2006.
Larga y penosa marcha, la que han tenido que recorrer los
distintos elementos rebeldes para encontrarse.
La nueva cúpula
dirigente de Trípoli fue incubada dentro del régimen de
Gadafi. Su hijo, Saif al-Islam, fue el jefe de los
reformistas neoliberales, y se rodeó de gentes que querían
convertir Libia en un gran Dubai. Se pusieron manos a la
obra en 2006, pero quedaron decepcionados por el ritmo de
los avances, y muchos –incluido Mahmud Jibril, el actual
primer ministro– habían amenazado con dimitir en
numerosas ocasiones. Cuando comenzó una insurgencia en
Benghazi, esa camarilla se apresuró a unirse a la misma, y
en marzo ya se había puesto a la cabeza de la rebelión.
Que sigue en sus manos.
¿Qué se
celebra en las calles de Benghazi, Trípoli y las demás
ciudades? No cabe duda: hay júbilo por el derrocamiento del
Gadafi de 1988-2011. En el interés de la OTAN y de la
camarilla de Jibril está el asegurarse de que en este auto
de fe sea también liquidada la liberación nacional
antiimperialista de 1969-1988; que se olvide la era
neoliberal para renacer cómo si nunca hubiera sido puesta
por obra. Ese será el truco: brujulear entre la alegría de
amplias capas de la población que quieren tener voz en su
sociedad (una voz apabullada por Gadafi, y que Jibril
pretende canalizar) y una pequeña minoría dispuesta a
seguir desarrollando el programa neoliberal (que Gadafi buscó
facilitar sin éxito por la oposición de "los hombres
de su carpa"). La nueva Libia nacerá en el quicio
abierto por estas dos interpretaciones.
La manera en
que Gadafi murió es una sinécdoque de toda la guerra. Las
bombas de la OTAN frenaron el convoy; sin ellas, lo más
probable es que Gadafi hubiera conseguido huir hasta su
siguiente escondrijo. La rebelión podría haber triunfado
sin la OTAN. Con la OTAN, empero, quedan excluidas
determinadas opciones políticas; los Estados miembros de la
OTAN hacen cola ahora para obtener su recompensa. Son, es
verdad, demasiado educados, al modo liberal europeo, como
para hacer exigencias públicas en términos de quid pro
quo. De aquí que digan cosas de este estilo: esto es una
guerra libia, Libia debe decidir qué hay que hacer. Y ese
es propiamente el espacio en el que las partes de la nueva
estructura de poder libio que todavía aprecian la soberanía
deberán hacerse valer. El ventanuco todavía abierto no
tardará en cerrarse: así que empiecen a firmarse los
acuerdos que pondrán los recursos y la autonomía de Libia
en la agenda de los Estados miembros de la OTAN.
(*)
Vijay Prashad es
catedrático de Historia del Sur de Asia y director de
Estudios Internacionales en el Trinity College de Cambridge,
Harford, CT. Su
último libro publicado, The Darker Nations: A People's
History of the Third World, ganó el Premio Muzaffar Ahmad
de 2009.
|