El
imperialismo necesitaba a Gadafi muerto, lo mismo que Bin
Laden. Vivos eran un
peligro, porque sus declaraciones en sede judicial no serían fáciles de ocultar
Putrefacción
moral
Por
Atilio A. Boron
Página 12, 23/10/11
El brutal
asesinato de Muammar Gadafi a manos de una jauría de
mercenarios organizados y financiados por los gobiernos
“democráticos” de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña
actualiza dolorosamente la vigencia de un viejo aforismo:
“socialismo o barbarie”. No sólo eso: también confirma
otra tesis, ratificada una y otra vez que dice que los
imperios en decadencia procuran revertir el veredicto
inexorable de la historia exacerbando su agresividad y sus
atropellos en medio de un clima de insoportable descomposición
moral. Ocurrió con el Imperio Romano, luego con el español,
más tarde con el otomano, después con el británico, el
portugués y hoy está ocurriendo con el norteamericano. No
otra es la conclusión que puede extraerse al mirar los
numerosos videos que ilustran la forma en que se “hizo
justicia” con Gadafi, algo que descalifica
irreparablemente a quienes se arrogan la condición de
representantes de los más elevados valores de la civilización
occidental. Sobre ésta cabría recordar la respuesta que
diera Mahatma Gandhi a la pregunta de un periodista,
interesado en conocer la opinión del líder asiático sobre
el tema: “es una buena idea”, respondió con sorna.
El
imperialismo necesitaba a Gadafi muerto, lo mismo que Bin
Laden. Vivos eran un peligro inmediato, porque sus
declaraciones en sede judicial ya no serían tan fáciles de
ocultar ante la opinión pública mundial como lo fue en el
caso de Saddam Hussein. Si Gadafi hablaba podría haber
hecho espectaculares revelaciones, confirmando numerosas
sospechas y abonando muchas intuiciones que podrían haber
sido documentadas contundentemente por el líder libio,
aportando nombres de testaferros imperiales, datos de
contratos, comisiones y coimas pagadas a gestores, cuentas
en las cuales se depositaron los fondos y muchas cosas más.
Podríamos haber sabido que fue lo que Estados Unidos le
ofreció a cambio de su suicida colaboración en la “lucha
contra el terrorismo”, que permitió que en Libia se
torturara a los sospechosos que Washington no podía
atormentar en Estados Unidos. Habríamos también sabido cuánto
dinero aportó para la campaña presidencial de Sarkozy y qué
obtuvo a cambio; cuáles fueron los términos del arreglo
con Tony Blair y la razón por la cual hizo donativos tan
generosos a la London School of Economics; cómo se organizó
la trata de personas para enviar jovencitas al decrépito
fauno italiano, Silvio Berlusconi, y tantas cosas más. Por
eso era necesario callarlo, a como diera lugar.
El último
Gadafi, el que se arroja a los brazos de los imperialistas,
cometió una sucesión de errores impropios de alguien que
ya venía ejerciendo el poder durante treinta años, sobre
todo si se tiene en cuenta que el poder enseña. Primer
error: creer en la palabra de los líderes occidentales,
mafiosos de cuello blanco a los cuales jamás hay que
creerles porque más allá de sus rasgos individuales
–deleznables salvo alguna que otra excepción– son la
personificación de un sistema intrínsecamente inmoral,
corrupto e irreformable. Le hubiera venido bien a Gadafi
recordar aquella sentencia del Che Guevara cuando decía que
“¡no se puede confiar en el imperialismo ni un tantito así!”.
Y él confió. Y al hacerlo cometió un segundo error:
desarmarse. Si los canallas de la OTAN pudieron bombardear a
piacere a Libia fue porque Gadafi había desarticulado su
sistema de defensa antiaérea y ya no tenía misiles
tierra-aire. “Ahora somos amigos”, le dijeron Bush,
Obama, Blair, Aznar, Zapatero, Sarkozy y Berlusconi y él
les creyó. Tercer error, olvidar que como lo recuerda Noam
Chomsky, Estados Unidos sólo ataca a rivales débiles e
inermes, o que los considera como tales. Por eso pudo atacar
a Irak, cuando ya estaba desangrado por la guerra con Irán
y largos años de bloqueo. Por eso no ataca a Cuba, porque
según los propios reportes de la CIA ocupar militarmente la
isla le costaría un mínimo de veinte mil muertos, precio
demasiado caro para cualquier presidente.
Los
imperialistas le negaron a Gadafi lo que les concedieron a
los jerarcas nazis que aniquilaron a seis millones de judíos.
¿Fueron sus crímenes más monstruosos que las atrocidades
de los nazis? Y el fiscal general de la Corte Penal
Internacional, Luis Moreno Ocampo, mira para otro lado
cuando debería iniciar una demanda en contra del jefe de la
OTAN, causante de unas 70.000 muertes de civiles libios. En
una muestra de repugnante putrefacción moral la secretaria
de Estado Hillary Clinton celebró con risas y una humorada
la noticia del asesinato de Gadafi. (Ver
http://www.youtube.com/watch?v=Fgcd1ghag5Y) Un poco más
cautelosa fue la reacción del Tío Tom (el esclavo negro
apatronado que piensa y actúa en función de sus amos
blancos) que habita en la Casa Blanca, pero que ya hace unas
semanas se había mostrado complacido por la eficacia de la
metodología ensayada en Libia, la misma que advirtió podría
ser aplicada a otros líderes no dispuestos a lamerle las
botas al Tío Sam. Esta ocasional victoria, preludio de una
infernal guerra civil que conmoverá a Libia y todo el mundo
árabe en poco tiempo más, no detendrá la caída del
imperio. Mientras tanto, como lo observa un agudo filósofo
italiano, Domenico Losurdo, el crimen de Sirte puso en
evidencia algo impensable hasta hace pocos meses: la
superioridad moral de Gadafi respecto de los carniceros de
Washington y Bruselas. Dijo que lucharía hasta el final,
que no abandonaría a su pueblo y respetó su palabra. Con
eso le basta y sobra para erguirse por encima de sus
victimarios.
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