Entrevista a Karlos Zurutuza
“En el Consejo Nacional de Libia
falta
el pueblo que se levantó en febrero”
Por Manuel Martorell
Cuarto Poder, 14/10/11
Karlos Zurutuza (foto), periodista vasco, colaborador del
diario abertzale Gara, es un conocido fotógrafo y
reportero independiente que se mueve por países en
conflicto. Ha estado en regiones del Cáucaso, Afganistán e
Iraq. Ahora, en la guerra de Libia, fue de los primeros en
comprender la importancia que estaba adquiriendo el frente
de los montes Nafusa, región bereber desde donde se
desencadenó la ofensiva que terminó con la toma de Trípoli.
Su opinión y también las referencias que realiza a otros
trabajos sobre el conflicto permiten aproximarnos un poco más
a lo que está ocurriendo en este país.
¿Qué impresión general has
sacado de tu estancia en los montes Nafusa?
Fueron mi puerta a Libia. Según avanzábamos
hacia Trípoli me daba cuenta de los distintos que eran
tanto el paisaje como la gente. Se trata de un “plateau”,
una especie de meseta árida sobre el desierto en la que se
extienden tanto pueblos bereberes como árabes. Lo curioso
es que, de entre las más de 20 aldeas en Nafusa sólo en
una, en Rehibat, se mezclan ambas comunidades. Hablamos pues
de una fortaleza de roca en la que árabes y bereberes han
vivido juntos durante siglos, pero nunca “revueltos”.
¿Cómo era la organización
administrativa en las zonas bajo control rebelde?
Cada localidad tenía su consejo local
con sub–órganos que se encargaban de la defensa, los
suministros, el transporte… Estos dependían a su vez de
localidades más significativas como Zintan, Yefrén o
Nalut. El mando rebelde del frente occidental (que
correspondía a la antigua Tripolitana) estaba establecido
en Zintan, localidad que se convertiría en uno de los
centros neurálgicos en el avance hacia Trípoli.
Ciertos sectores han denunciado
la presencia de mercenarios altamente equipados y miembros
de al Qaeda sobre el terreno. ¿Cuál ha sido tu impresión?
Si algo me llamó la atención en
Nafusa era lo precario que era todo. La mayoría de los
combatientes que conocí eran civiles sin instrucción
militar; médicos, profesores, agricultores,
administrativos… de un día para otro se habían tenido
que “reinventar” ante la nueva coyuntura. Respecto al
armamento que usaban, los mejor equipados contaban con un
FAL (rifle de asalto belga de los años 50) o, en el mejor
de los casos, con un kalashnikov. Recuerdo ver a más de uno
en el frente con fusiles de cerrojo, o incluso sin armas.
Respecto al perfil de aquellos que combatían en Bengasi,
recomiendo leer lo recogido por el periodista de Iruñea,
Alberto Pradilla .
¿Había organizaciones políticas?
¿Qué ideología tienen?
En Nafusa la preocupación principal
eran los suministros. Todo lo que comíamos, bebíamos; las
armas que usaban los rebeldes, la gasolina, etc llegaban a
través de la frontera de Túnez. Si a eso le añades la
preocupación por los cohetes GRAD que Gadafi lanzaba desde
el valle, y el tener que ir al frente con muy pocos medios,
enseguida te das cuenta que formar un partido político
dejaba de ser una prioridad.
No obstante, en Nalut, Yefrén y en
otras aldeas me encontré con bereberes que parecían
obsesionados con recuperar en pocos días lo que se les había
prohibido en cuatro décadas: publicaban periódicos y emitían
programas de radio en lengua amazig… incluso tuve la
oportunidad de visitar la primera escuela en esa lengua para
los niños de Yefrén. Ya en Trípoli me los volví a
encontrar y allí empezaban a hablar de sentar las bases de
un partido político.
¿Crees que Libia tendrá
realmente un sistema democrático?
Es posible pero quizás hagan falta décadas.
Por un lado hablamos de un país que sale de una dictadura
de 40 años. Y atrás quedaban una monarquía y décadas de
ocupación por lo que, evidentemente, la tradición política
en Libia es nula.
Por otra parte, está claro que
hablamos de un conflicto en el que las injerencias se han
ido multiplicando desde que comenzara la revuelta en
febrero. ¿Realmente le interesa a Occidente un sistema
democrático en Libia? ¿Qué pasará si los libios votan
por una coalición islamista? ¿Se repetirán los escenarios
de Argelia y Gaza? ¿Se impulsará un Gobierno títere y
corrupto como el de Karzai en Afganistán?
Y si realmente la democracia era una
prioridad para Occidente, ¿por qué se recibía a Gadafi
con honores de jefe de Estado hasta casi la víspera de la
revuelta?
¿A qué crees que se deben las
dificultades para formar un Gobierno provisional?
Antes habría que preguntarse sobre la
composición real del Consejo Nacional de Transición.
Piensa que allí se juntan altos cargos de la administración
Gadafi hasta ayer mismo con tecnócratas recién aterrizados
tras décadas de exilio en Occidente y militantes
islamistas. Sin embargo, se echa en falta una representación
de todos los desgraciados que han perdido la vida en la
calle, de los desplazados… en definitiva, de esa parte del
pueblo que se levantó en febrero.
Ya en Trípoli, un bereber de Yefrén
me dijo que habían sido la “gasolina de la revolución”,
pero que pronto se olvidarían de ellos en cuanto dejaran de
ser necesarios. Y eso puede ocurrir nada más caigan los últimos
reductos gadafistas en Libia.
¿Hasta qué punto ha sido
importante el factor bereber para poner fin al estancamiento
de la guerra y en la toma de Trípoli?
Yo hablaría más del “factor
Nafusa”, dado que también viven árabes en esa región.
Nafusa resistió y creció hasta el punto de convertirse el
la columna vertebral de la ofensiva hacia Trípoli gracias a
su orografía pero, sobre todo, a su frontera con Túnez. A
través de ese paso fronterizo entraban los suministros que
he mencionado antes así como aquellos libios que, tras
haber huido de Trípoli, Zawiya, etc hacia Túnez por la
frontera norte, volvían a Libia por Nafusa para
incorporarse a las filas rebeldes. De haber recuperado
Gadafi ese paso de frontera, podríamos estar hablando de un
desenlace muy distinto al de hoy.
¿Habrían podido conseguir
esos avances sin el apoyo de la OTAN?
Lo dudo. Como te comentaba, los
rebeldes de Nafusa estaban escasamente preparados y
equipados y no habrían tenido posibilidad ninguna ante las
tropas de Gadafi. Bajo el pretexto de proteger a la población
civil, la OTAN se convirtió en la fuerza aérea de los
rebeldes, y de ésta dependían la mayoría de las veces
para poder avanzar. Cuando llegué a Nafusa en junio caían
cohetes a diario desde localidades como Ghezaia y Kut. Los
bombardeos no pararon hasta mediados de agosto, que fue
cuando la OTAN bombardeó aquellas posiciones.
En el frente tuve la misma impresión.
Los rebeldes se quedaban atascados a las puertas de las
principales ciudades como Geryan y, en definitiva, esperaban
a que la OTAN bombardeara para poder conquistarlas.
Escribí un artículo sobre cómo se veía, o al menos veía
yo, el papel de la OTAN sobre el terreno .
Hay opiniones que consideran
que, al contrario de lo que ha ocurrido en Túnez y Egipto,
las revueltas de Libia han sido inducidas por países como
Francia y el Reino Unido. ¿Cuál es tu opinión?
Está claro que la revuelta fue
“intervenida” a las pocas semanas. La injerencia de
Occidente a través de su maquinaria bélica unida a los
intereses de Qatar, los de Arabia Saudí… todo ello ha
contribuido a deslegitimar a los ojos de muchos una revolución
que, en mi opinión, fue tan espontánea y válida como lo
fueron las de las vecinas Túnez y Egipto. En este sentido,
recomiendo la entrevista hecha al escritor Santiago Alba
Rico.
¿Qué papel crees que van a
tener los bereberes en el nuevo sistema político? ¿Cuáles
son sus aspiraciones?
Sorprendentemente, en Libia nadie
parece discutir hoy los derechos del pueblo bereber a
defender su lengua, su cultura y, en definitiva, su
identidad. Por el momento, los amazig reivindican un
reconocimiento de su lengua, el tamazight, en la nueva
Constitución. No obstante, dudo que tengan ninguna ambición
territorial ya que hablamos de menos de un 10% de la población.
Si bien forman un núcleo compacto en las montañas de
Nafusa, los amazig se encuentran desperdigados por el resto
de Libia.
¿Qué papel dan los bereberes
a la religión? ¿Cómo has visto, por ejemplo, su actitud
en relación con la mujer, el consumo de alcohol o el
respeto a otras creencias?
En Nafusa la mayoría de las mujeres
habían huido a Túnez con sus familias cuando llegué por
primera vez. A medida que se normalizaba la situación y
volvían las familias, me empecé a dar cuenta de lo
conservadora que eran localidades árabes como Zintan, en la
que la mujer era prácticamente invisible.
El contraste era tremendo nada más
salir de Zintan. En Yefrén, una aldea amazigh las mujeres
habían puesto en marcha una escuela y estaban totalmente
implicadas en la gestión de su pueblo. Por poner un
ejemplo, sacar fotos a mujeres en Zintan era una afrenta
equiparable a la de otros países tan conservadores como
Afganistán. Sin embargo, en Yefrén hablaban a cámara y,
lejos de poner ninguna objeción, se sentían orgullosas de
ser retratadas. Respecto al tema del alcohol, sólo lo ví
consumir en Nalut y Yefrén, ambas aldeas amazig.
En comparación con otros
conflictos que has cubierto anteriormente, ¿ha sido fácil
trabajar en Libia?
Sí y no. Dado el aluvión de
periodistas extranjeros que cruzaron la frontera de Egipto
hacia Bengasi al comienzo de la guerra, mi intención
inicial era viajar hasta Trípoli y dar fe, entre otras
cosas, del impacto real que los bombardeos de la OTAN
estaban teniendo sobre la población civil.
En marzo comencé los trámites para
obtener un visado libio y poder trabajar desde la capital.
No obstante, desistí de aquella idea tras escuchar por boca
de la Embajada libia en Madrid las condiciones en las que
habría de trabajar: residiendo en un hotel asignado por la
administración Gadafi y que sólo podría abandonar en el
autobús fletado para los periodistas extranjeros, o acompañado
por un agente del Gobierno.
La imposibilidad de realizar una labor
periodística independiente unida a un presupuesto
desorbitado– sólo el hotel costaba unos 250 euros la
noche– me echaron para atrás. Así las cosas, todos los
informadores en la guerra de Libia nos encontramos ante la
misma tesitura: cubrir el conflicto “secuestrados” por
Gadafi o “empotrados” con los rebeldes. Yo he podido
trabajar de forma independiente en zonas como Helmand o
Nimroz (sur de Afganistán) sin “empotrarme” con las
fuerzas de ocupación pero, lamentablemente, en Libia no ha
existido esa opción.
Sin duda, dos visiones muy
distintas del conflicto…
Efectivamente. Cuando estás en el
frente ves el impacto que el fuego de mortero, los cohetes,
etc, tienen sobre la gente a tu alrededor, pero nunca el de
los que echan los rebeldes. Una de las muchas meteduras de
pata de Gadafi en esta guerra ha sido negar el acceso libre
a la prensa a las localidades bajo su control o a sus
efectivos. Desde que comenzaron los bombardeos sobre Trípoli,
Amnistía Internacional pidió el acceso a las zonas
afectadas pero nunca obtuvieron respuesta.
Como ya he dicho antes, “cubrir” la
guerra desde la trinchera gadafista significaba estar
encerrado en una jaula de oro que sólo abandonabas en un
bus en el que te paseaban con otros 50, y cuyo destino
generalmente desconocías. El resultado de todo ello era una
visión totalmente cercenada de lo que ha ocurrido en Libia
en estos ocho meses.
Las otras víctimas de la guerra
“¿A
esto le llaman «liberación»? Para mí,
no es más que una
ocupación en toda regla”
Por Karlos Zurutuza (*)
Desde Beni Walid, Libia
Inter.
Press Service (IPS), octubre 2011
Suleyman y Rasul han quedado de
reunirse en la Universidad de Beni Walid, en el oeste de
Libia. Con un poco de suerte, encontrarán unos apuntes de
química y, quizás, un computador que funcione. No es fácil
dar con ambos desde que la OTAN redujo el campus a escombros
en octubre.
Bani Walid, una localidad de 80.000
habitantes 150 kilómetros al sureste de Trípoli, fue el último
refugio del hijo y delfín de Muammar Gadafi, Saif al Islam.
Junto con Sirte, fue también el último bastión de un régimen
que estaba tocado de muerte hacía meses.
“¿Qué buscaba aquí la OTAN
(Organización del Tratado del Atlántico Norte)?”, se
pregunta Suleyman en mitad de una pesadilla de hierros
retorcidos, cascotes y papeles que reclama el viento.
No hay ni rastro de armamento,
uniformes o cualquier otro objeto que invite a pensar que se
trataba de un asentamiento militar. Ni siquiera los
casquillos de bala –desperdigados en todos sus calibres
por las calles de Bani Walid– son visibles entre este
desastre.
“Corría el rumor de que Musa Ibrahim
(el portavoz del gobierno de Gadafi) se escondía aquí
mismo, por eso lo bombardearon”, apunta Rasul junto a uno
de los cráteres dejados por los cohetes de la OTAN.
Entre lo poco que se ha podido salvar,
están las butacas rojas del aula magna. Un grupo de
rebeldes las va cargando de ocho en ocho en las cajas de sus
camionetas.
“Nos las llevamos para que nadie las
robe”, indica Omar Rahman, uno de los conductores.
Desgraciadamente, ya es demasiado tarde
para el aula de informática. Dos hileras de mesas de
computador intactas pero vacías anuncian la probable
apertura de un Internet café en algún lugar de Libia.
El panorama es igualmente desolador por
la avenida del bazar. Tan solo una tienda ha levantado la
persiana. El tendero Rafiq no quiere hablar. Los maniquíes
carbonizados que retira uno a uno del interior son
suficientemente elocuentes.
“Brigada de Zawiya”; “Jóvenes de
Misurata”; “Geryan siempre libre”, se lee en las
paredes rotas de la ciudad. Se trata de eslóganes escritos
por los más de 40 batallones de rebeldes que, junto con la
cobertura aérea de la OTAN, “liberaron” Bani Walid el
17 de octubre.
Los grafitis son parecidos, pero hay
uno que se repite insistentemente por toda la localidad:
“Los warfala son perros”. No en vano estamos en la única
ciudad de una sola tribu del país. Todos aquí pertenecen a
la tribu de los warfala, el mayor clan de Libia: más de un
millón de individuos en un total de seis millones. Junto
con la tribu gadafa, los warfala fueron los más leales al
depuesto régimen.
“Casa por casa”
Encontrar una casa intacta en Bani
Walid es casi misión imposible. En el barrio de Bahra, un
proyectil abrió un boquete del tamaño de una ventana en el
apartamento de Shaman Bubajar. Las auténticas perdieron los
cristales por la explosión, y sus persianas han
desaparecido junto con las cortinas, la televisión y los
radiadores.
“Saquearon casa por casa”, denuncia
este mecánico de aviones desde el patio interior del bloque
de edificios donde residía. De entre una montaña de ropa y
objetos que nadie ha querido llevarse todavía, Bubajar
recoge a un pequeño joyero abierto, vacío, por supuesto.
“Me pregunto quién llevará esos anillos y pendientes
ahora”.
Entrar en la casa de Jaled Abdulah es
todavía más fácil. Estaba a punto de casarse y ya había
acondicionado la primera planta de la vivienda familiar,
cuando sus sueños se esfumaron por el boquete abierto en el
muro a pie de calle.
“Me fui de Bani Walid el 14 de
octubre, tres días antes de que entraran los rebeldes. Mi
casa estaba intacta”, asegura este camionero de 24 años,
hoy desempleado y viviendo de alquiler.
Las historias son dolorosamente
similares por toda la localidad. A Athila Abdulah Athman, de
65 años, le quemaron los dos camiones que había intentado
proteger llevándolos a tres kilómetros de la ciudad. A
pesar de todo, Athman ha podido esbozar hoy una sonrisa, por
primera vez en mucho tiempo, cuando su hijo volvió con el
coche que les habían robado.
“Estaba en Geryan, suroeste de Trípoli.
Nos habían dicho que lo habían visto, y fuimos a
buscarlo”, explica Athman desde el umbral de su casa.
“Alá u akbar” (Dios es grande)
pintaron en su pared antes o después de que alguien entrase
a tiros y se llevase sus cortinas y sus lámparas.
Athman dice que se quedará, pero
muchos se han ido. Según apuntan fuentes locales, más de
100.000 civiles escaparon de los antiguos bastiones
gadafistas como Sirte y Bani Walid, aunque la cifra de
quienes buscan refugio en campos de desplazados podría ser
mucho mayor.
Oro para las víctimas
En el aeropuerto de Bani Walid se
encuentra el cuartel general del jeque Omar Mujtar, el
principal responsable de coordinar a las 45 milicias que
tienen hoy el control de la ciudad.
“Gadafi tenía muchos seguidores aquí,
y había que registrar cada casa para asegurarnos de que
nadie escondía armas”, explica este comandante y líder
tribal que comparte nombre con el que fue símbolo de la
lucha contra la ocupación italiana en las primeras décadas
del siglo XX.
Mujtar desconoce el paradero real de
Saif al Islam Gadafi, pero está convencido de que el que
estaba destinado a suceder a su padre tuvo que escapar a
pie.
“Oímos el cohete que alcanzó su
convoy, pero cuando llegamos al lugar de la explosión solo
encontramos los cadáveres de los que acompañaban a
Saif”, afirma el mando militar.
Antes de despedirnos, Mujtar admite que
hubo saqueos, pero asegura que está preparando “una
compensación económica de tres millones de dinares libios
(1,5 millones de euros) en oro para los afectados”.
Por el momento, Abdul Hamid Saleh, otro
residente, está elaborando un censo detallado de todas las
víctimas. Los 52 agujeros de bala en la puerta de su casa
atestiguan que, si bien no debió de resultar tarea fácil,
los asaltantes acabaron por entrar sin llamar.
“Todos estos crímenes han de ser
llevados a las autoridades. Nadie en Bani Walid estará
dispuesto a colaborar con ninguna administración que ignore
esta barbaridad”, explica este ingeniero mecánico.
De las pérdidas materiales, hay una
que lamenta sobremanera: “Han roto el diploma de estudios
que le dieron a mi hijo en el colegio, probablemente porque
se trataba de la Escuela Verde de Bani Walid”, el color
verde era el símbolo del antiguo gobierno, explica este
hombre que está considerando retomar su antiguo empleo como
profesor en la Universidad de Manchester.
“Nuestra ciudad ha sido bombardeada
por la OTAN y asaltada por milicias llegadas de todas
partes”, se lamenta Saleh. “¿A esto le llaman
“liberación”? Para mí no es más que una ocupación en
toda regla”.
(*) Karlos Zurutuza, periodista
vasco, colaborador del diario abertzale Gara, es un conocido
fotógrafo y reportero independiente que se mueve por países
en conflicto.
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