¿Lanzarán
Israel y EEUU el anunciado ataque militar contra Irán?
El
año de todos los peligros
Por
Ignacio Ramonet
Le Monde Diplomatique, en español Nº 196, febrero 2012
¿Será 2012
el año del fin del mundo? Es lo que vaticina una leyenda
maya que incluso le pone fecha exacta al apocalipsis: el 12
de diciembre próximo (12-12-12). En todo caso, en un
contexto europeo de recesión económica y de grave crisis
financiera y social, los riesgos no escasearán este año,
que verá además elecciones decisivas en Estados Unidos,
Rusia, Francia, México y Venezuela.
Pero el
principal peligro geopolítico seguirá situándose en el
Golfo Pérsico. ¿Lanzarán Israel y Estados Unidos el
anunciado ataque militar contra las instalaciones nucleares
iraníes? El gobierno de Teherán reivindica su derecho a
disponer de energía nuclear civil. Y el presidente Mahmud
Ahmadineyad ha repetido que el objetivo de su programa no es
en absoluto militar; que su finalidad es simplemente
producir energía eléctrica de origen nuclear. También
recuerda que Irán firmó y ratificó el Tratado de No
Proliferación Nuclear (TNP), mientras que Israel nunca lo
hizo.
Por su parte,
las autoridades israelíes piensan que no se debe esperar más.
Según ellas, se acerca peligrosamente el momento en que el
régimen de los ayatolás dispondrá del arma atómica, y a
partir de ese instante ya no se podrá hacer nada. El
equilibrio de fuerzas en Oriente Próximo se habrá roto, e
Israel ya no gozará de una incontestable supremacía
militar en la región. El gobierno de Benjamín Netanyahu
estima que, en esas circunstancias, la existencia misma del
Estado judío estaría amenazada.
Según los
estrategas israelíes, el momento actual es tanto más
propicio para golpear cuanto que Irán se encuentra
debilitado. Tanto en el ámbito económico, a causa de las
sanciones impuestas desde 2007 por el Consejo de Seguridad
de la ONU, basadas en informes alarmantes del Organismo
Internacional de la Energía Atómica (OIEA), como en el
contexto geopolítico regional, porque su principal aliado,
Siria, a causa de la violenta insurrección interna, se
halla imposibilitado de prestarle una eventual ayuda. Y esta
incapacidad de Damasco repercute en otro socio local iraní,
el Hezbolá libanés, cuyas líneas de aprovisionamiento
militar desde Teherán, han dejado de ser fiables.
Por estas
razones, Israel desea que el ataque se lleve a cabo cuanto
antes. En aras de preparar el bombardeo, ya hay infiltrados
en Irán, efectivos de las fuerzas especiales. Y es muy
probable que agentes israelíes hayan concebido los
atentados que, estos dos últimos años, causaron la muerte
de cinco importantes científicos nucleares iraníes.
Aunque
Washington acusa igualmente a Teherán de estar llevando a
cabo un programa nuclear clandestino para dotarse del arma
atómica, su análisis a propósito de la oportunidad del
ataque es diferente. Estados Unidos está saliendo de dos
decenios de guerras en esa región, y el balance no es
halagador. Irak ha sido un desastre y ha quedado finalmente
en manos de la mayoría chií, la cual simpatiza con Teherán...
En cuanto al lodazal afgano, las fuerzas estadounidenses se
han mostrado incapaces de vencer a los talibanes, con los
cuales la diplomacia norteamericana ha tenido que resignarse
a negociar antes de abandonar pronto el país a su destino.
Estos costosos
conflictos han debilitado a Estados Unidos y revelado a los
ojos del mundo los límites de su potencia y su incipiente
declive histórico. No es hora de nuevas aventuras. Menos en
un año electoral en el que el presidente saliente, Barack
Obama, no tiene la certeza de ser reelegido. Y cuando todos
los recursos están siendo movilizados para combatir la
crisis y reducir el desempleo.
Por otra
parte, Washington está tratando de cambiar su imagen en el
mundo árabe-musulmán, sobre todo después de las
insurrecciones de la “primavera árabe” del año pasado.
De cómplice de dictadores –en particular del tunecino Ben
Alí y del egipcio Mubarak– desea ahora aparecer como
mecenas de las nuevas democracias árabes. Una agresión
militar contra Irán, en colaboración además con Israel,
arruinaría esos esfuerzos y despertaría el
antinorteamericanismo latente en muchos países. Sobre todo
en aquellos cuyos nuevos gobiernos, precisamente surgidos de
las revueltas populares, están dirigidos por islamistas
moderados.
Una importante
consideración complementaria: el ataque contra Irán tendría
consecuencias no sólo militares (no se puede descartar que
algunos misiles balísticos iraníes alcancen el territorio
israelí o consigan golpear las bases norteamericanas de
Kuwait, Bahréin u Omán) sino, sobre todo, económicas. La
réplica mínima de Irán a un bombardeo de sus sitios
nucleares consistiría, como sus responsables militares no
cesan de prevenir, en el bloqueo del estrecho de Ormuz.
Cerrojo del Golfo Pérsico, por él pasa un tercio del petróleo
del mundo y unos 17 millones de barriles de crudo cada día.
Sin ese aprovisionamiento, los precios de los hidrocarburos
alcanzarían niveles insoportables, lo cual impediría la
reactivación de la economía mundial y la salida de la
recesión.
El Estado
Mayor iraní afirma que “nada es más fácil de cerrar que
ese Estrecho” y multiplica las maniobras navales en la
zona para demostrar que está en condiciones de llevar a
cabo sus amenazas. Washington ha respondido que el bloqueo
de la vía estratégica de Ormuz sería considerado como un
“caso de guerra”, y ha reforzado su V Flota que navega
por el Golfo.
Es muy
improbable que Irán tome la iniciativa de ocluir el paso de
Ormuz (aunque siempre podría intentarlo en represalias a
una agresión). En primer lugar porque se daría un tiro en
un pie, ya que exporta su propio petróleo por esa vía, y
que los recursos de esas exportaciones le son vitales.
En segundo
lugar porque dañaría a algunos de sus principales socios,
quienes le apoyan en su conflicto con Estados Unidos.
Principalmente China, cuyas importaciones de petróleo, que
alcanzan un 15%, proceden de Irán; y su eventual interrupción
paralizaría parte de su aparato productivo.
Las tensiones
están pues al rojo vivo. Las cancillerías del mundo
observan minuto a minuto una peligrosa escalada que puede
desembocar en un gran conflicto regional. Se verían
implicados en él no sólo Israel, Estados Unidos e Irán,
sino también otras tres potencias de Oriente Medio: Turquía,
cuyas ambiciones en la región vuelven a ser considerables;
Arabia Saudí, que sueña desde hace decenios con ver
destruido a su gran rival islámico chií; e Irak, que podría
romperse en dos partes, una chií pro-iraní, y otra suní
pro-occidental.
Asimismo un
bombardeo de los sitios nucleares iraníes causará una nube
radiactiva nefasta para la salud de todas las poblaciones de
la zona (incluidos los miles de militares estadounidenses y
los habitantes de Israel). Todo ello conduce a pensar que si
los belicistas están alzando con fuerza la voz, el tiempo
de la diplomacia aún no ha terminado.g
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