Los yemeníes se rebelan contra los
dirigentes corruptos que sustentaron al
dictador Ali
Abdullah Saleh, que por fin ha abandonado el país
Las revoluciones paralelas de Yemen
Por Mónica G. Prieto
Periodismo Humano, 12/02/2012
Las protestas se han extendido
a todo el país, logrando destacadas dimisiones o ceses de
socios del dictador. "La revolución, tanto la grande
como las pequeñas, están demostrando cuán civilizados
somos”, explica una activista.
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Manifestantes protestan por la inmunidad del
dictador Ali Abdullah Saleh |
Sanaa.- Cada mañana, cuando Fatima
Saleh se encamina hacia sus aulas de la Universidad de
Sanaa, la joven yemení se deleita durante algunos minutos
en alguna de las minirevoluciones que encuentra a su paso.
“Siempre hay una protesta delante de una u otra
empresa”, explica por correo electrónico. “Hoy, por
ejemplo, vi a miles de soldados de la Fuerza Aérea
exigiendo que su máximo responsable, Mohamed Saleh, hermano
del [presidente Ali Abdulla] Saleh, se marche. Cantaban
Sacrificaremos nuestras almas por ti, Yemen y la gente de la
calle se unía para corear con ellos”.
Las protestas contra el general Mohamed
Saleh al Ahmar son el último episodio de las revoluciones
populares -para los yemeníes, las “revoluciones
institucionales”- contra los dirigentes corruptos que
durante tres décadas sustentaron el poder del presidente
derrocado Ali Abdullah Saleh, actualmente en Estados Unidos
después de 33 años de dictadura y once meses de revolución
popular.
Su salida, rodeada de polémica ya que
gozará de inmunidad, ha sido el cuarto éxito cosechado por
las revoluciones árabes tras Túnez, Egipto y Libia, y ha
dado fuerzas a una población poco habituada a tomar
iniciativas y dispuesta a luchar por un futuro digno. Como
explica Fatima, “la gente ha roto el muro del miedo, y no
está dispuesta a aceptar más dictadores corruptos ni en su
país ni en sus puestos de trabajo. Es emocionante. Temíamos
que, tras la caída de Saleh, sus hermanos e hijos se
quedaran controlando el país pero la gente ya no tiene
miedo y ahora es consciente del poder que tenemos en
nuestras manos”.
El potencial humano de los yemeníes,
hastiados de tiranía, podría acabar con un sistema de
poder feudal tejido durante décadas de dictadura. Esa
parece ser la nueva revolución del país de la reina de
Saba: acabar con los caciques designados por el tirano que
se han enriquecido durante estos años a costa de convertir
a Yemen en el país más pobre de todo el mundo árabe y el
segundo del mundo en nivel de desnutrición infantil tras
Afganistán, con 750.000 menores de cinco años pasando
hambre y medio millón de niños en riesgo de morir por
desnutrición sólo este año, según Maria Calivis,
responsable de la UNICEF para Oriente Próximo.
“El poder de Ali Abdullah Saleh
dependía de crear centros de poder y de favorecer a ciertas
tribus que, con el tiempo, terminaron gobernando el país”,
explica por correo electrónico Yasir al Arami, director de
Al Masdar Online, una de las webs informativas yemeníes que
han seguido el fenómeno de cerca. “Su poder dependía de
sus relaciones personales con ellos, sustentadas a su vez
mediante dinero, coches o tierras, y así sustituyó el
Estado y sus instituciones por sus amigos. Saleh solía
decir que esa era la única forma de gobernar Yemen, pero
era mentira: los yemeníes sólo queríamos un Estado de
derecho con instituciones fuertes. El país entero vivía en
la debilidad, el Parlamento no tenía poder, y la corrupción
estaba muy extendida”.
Un Estado, en definitiva, a medida de
la dictadura que ignoraba las necesidades de la población.
“Creo que las cosas comenzaron a ir realmente mal en 1994,
porque incluso llevando en el poder desde los 80 no tenía
todo el control, aunque en un país con un elemento tribal
tan fuerte eso sea difícil. Se equivocó cuando comenzó a
situar a familiares en las más altas posiciones”, valora
el periodista yemení Abdul Baqer al Shamahi, director de la
web informativa commentmideast.com, contactado por
Periodismo Humano.
Ahí residía la fuerza de una
dictadura que mantenía a su población asustada,
enfrentada, empobrecida y sin educación para evitar
levantamientos. Hasta que se rompió el muro del miedo.
“En Yemen se ha roto la sensación de divinidad que
rodeaba al liderazgo”, explica la directora del Yemen
Times, Nadia Abdulaziz al Sakkaf, en una conversación
mantenida en Beirut, a donde acudió invitada por el Foro de
la Mujer Arabe. “Cuando la gente se dio cuenta de que podía
librarse de los líderes incluso tratándose de un hombre
como Saleh, que les gobernó con mano de hierro durante 33 años,
se preguntó ¿por qué no hacerlo también en casa? Y
volvieron la vista a las instituciones, donde los jefes han
estado allí por siempre: en el periódico del Ejército, el
26 de Septiembre, el director llevaba 36 años a cargo, más
que el presidente. Y dijeron basta”.
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Tawakkul Karman, premio Nobel de la Paz, se dirige a
la multitud en una protesta
para exigir que se retire la
inmunidad de Saleh |
La revolución que comenzó en febrero
de 2011 acabó con el tirano y con la resignación de su
pueblo. Como dice Al Shamahi, “no hay que olvidar que los
yemeníes no tienen nada que perder. Muchos han visto la
revolución como la última oportunidad para tener un mejor
futuro”. Y la corrupción ha sido uno de los grandes males
de Yemen en las últimas décadas. Nada era posible en el país
sin pagar un soborno y la población se sentía incapaz de
combatir contra un sistema tan arraigado en el país como
cualquier tradición tribal. De ahí que, una vez que Saleh
firmó el acuerdo del Consejo de Cooperación del Golfo que
le concedía inmunidad a cambio de entregar el poder a su número
dos y abandonar el país, los manifestantes encontrasen en
la corrupción un campo de batalla primordial donde dejar
claro que no buscan una revolución a medias, sino un cambio
radical de sistema.
A juicio de Al Arami, la revolución
institucional empezó “exactamente después de que Saleh
firmase el acuerdo del Golfo, el 23 de noviembre de 2011”.
Su primer objetivo fue Yemenia Airways, la compañía
nacional de aviación, gestionada durante 14 años por el
capitán Abdel Khalq al Qadi, yerno de Saleh. Miles de
empleados se plantaron en una huelga que terminó cerrando
los dos principales aeropuertos del país, Sanaa y Aden. El
nuevo ministro de Transportes del Gobierno de transición
sustituyó a Al Qadi, y la victoria sirvió de espoleta para
otras muchas protestas que hoy se extiende por todo el país.
“Yemenia Airways es una compañía
conocida por su mala gestión”, relata el periodista yemení
Abdul Baqer al Shamahi, director de la web informativa
commentmideast.com, en un intercambio de correos electrónicos.
“Las cosas se extendieron en lugares como la Oficina de Guía
Moral de los militares contra el general Ali Hassan al
Shater, y eso fue realmente la inspiración para muchos
otros lugares porque Al Shater es considerado un hombre
realmente próximo a Saleh”, añade.
“Al Shater llevaba 36 años en su
puesto. Es conocido por ser un corrupto y presuntamente
tiene su propia prisión personal para soldados y oficiales
que disientan con él. Los oficiales protestaron en sus
cuarteles y tomaron el control del diario 26 de septiembre,
el influyente periódico del Ejército, publicando un
editorial donde exigían su dimisión. El nuevo Gobierno de
unidad lo ha cesado, incluso pese a la oposición de Saleh,
quien ahora ve desaparecer su base de poder”, prosigue Al
Shamahi.
Los éxitos alentaron nuevas protestas
y la revuelta contra oficiales corruptos no tardó nada en
extenderse. Un día después de la salida del dictador Saleh
del país, cuatro bases (Sanaa, Al Anad, Taiz y Hodeida) vivían
amotinamientos de sus uniformados exigiendo el cese de su máximo
superior, Mohamed Saleh. “No a la injusticia, no a la
dictadura, no a la corrupción”, podía leerse en uno de
los muros de la base de Al Anad.
En el Ministerio del Interior, los
empleados se rebelan contra el general Fadel Al Qusi, cuñado
del dictador. Ha habido huelgas y manifestaciones de
empleados en lugares tan dispares como el servicio de
limpieza de Taez, el puerto y la autoridad de Guardacostas
de Hodeidah, las instituciones educativas de Tarim, en la
región de Hadramut, o la televisión estatal de Aden entre
otros lugares, que han logrado el cese de sus destinatarios.
Según un recuento de la agencia Associated Press, al menos
18 agencias estatales se han visto afectadas por estas
huelgas de empleados.
“Puedo contabilizar decenas de
oficiales corruptos que ya han tenido que abandonar sus
puestos de trabajo en todo el país por las protestas en su
contra”, prosigue Fatima Saleh. “Es increíble y
precioso al mismo tiempo. Lo más grande que nos ha pasado
[en estos once meses de revolución] es que hemos aprendido
a expresarnos y exigir nuestros derechos pacíficamente. La
nuestra no es una población educada y está muy armada,
pero la revolución, tanto la grande como las pequeñas, están
demostrando cuán civilizados somos”.
“El riesgo es que se está
convirtiendo en una moda”, puntualiza Nadia al Sakker.
“Cualquiera con motivos personales puede lanzar una
revolución contra su enemigo. Son casos aislados, pero
ocurre. Estamos en plena transición política y eso implica
que no hay investigaciones, nadie responde a las
acusaciones, no hay gente neutral que pueda indagar los
motivos del malestar contra el directivo cuestionado y eso
implica caos. Y el reemplazo de la persona cuestionada suele
ser su número dos, no alguien electo o nuevo”, suspira la
periodista, pionera en las protestas sociales de Yemen junto
a la Premio Nobel Tawakkul Karman. “Somos como niños
pequeños que acabamos de probar caramelos. Es fácil tomar
muchos, y nos hemos librado de los padres que nos prohibían
tomarlos”.
Son los primeros pasos de una nueva
era. La revolución yemení sólo acaba de empezar y la
población no se ha dejado llevar por el entusiasmo por la
caída de Saleh, sino que está dispuesta a luchar porque
los responsables paguen por décadas de abusos. La primera
reacción tras la salida del tirano, en lugar de celebrarlo,
fue salir a las calles para protestar por la inmunidad legal
otorgada a Saleh, denunciada también por ONG
internacionales y por Naciones Unidas.
“Estábamos confundidos sobre cómo
actuar, porque Saleh se va con inmunidad pese a haber matado
a 2000 yemeníes en esta revolución”, relata Fatima
Saleh, una activista que desde el primer momento se implicó
en la revolución pacífica que llenó las calles de yemeníes
exigiendo libertad y dignidad. “La iniciativa del Golfo
[el acuerdo del Consejo de Cooperación del Golfo diseñado
por Arabia Saudí para encontrar una salida digna al
dictador, para Riad un aliado clave en la región] no le
presionaba para abandonar el poder, más bien le daba tiempo
a matar para luego concederle inmunidad. Pese a todo, su
salida es una victoria para la revolución”, razonar la
universitaria, que admite estar feliz por los
acontecimientos aunque la evolución no sea la deseada.
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Alegría de manifestantes tras la noticia de la dimisión
de Saleh |
El acuerdo del Golfo, ratificado por el
Parlamento yemení, concede protección total a Saleh y
parcial a sus asesores, entre ellos los jefes de las
principales unidades militares responsables de la represión,
su hijo Ahmad y sus sobrinos Yahia y Ammar Mohamed. Además
la Cámara Baja ha convocado para el 21 de febrero unas
elecciones presidenciales con un solo candidato, el
vicepresidente de Saleh, Abdo Rabu Mansur Hadi, que será el
encargado por dos años de diseñar la transición.
“Es una broma, ni siquiera se trata
de una elección constitucional dado que la Constitución de
Yemen establece que cualquier comicio debe ser competitivo.
Al margen de eso, hay que pensar en el dinero que vamos a
gastar en esas elecciones de un solo candidato mientras la
gente vive en crisis. Sólo hay que leer los informes de la
ONU sobre el desastre humanitario que vive Yemen. Creo que
tendrían que haber nombrado al vicepresidente presidente
por un periodo de transición menor de dos años sin estas
elecciones, ahorrando dinero y recursos”, lamenta Saleh.
Pese a las dificultades, el balance de
los acontecimientos de las últimas semanas en Yemen es más
que positivo y solo alenta el optimismo. “Lo que está
pasando nos enseña que los héroes que han conseguido
derrocar 33 años de dictadura pueden hacer lo mismo con
cualquier otro régimen”, concluye Al Arami. “Los yemeníes
han tomado el camino hacia la libertad, la justicia, la
democracia y la igualdad” Y eso no tiene marcha atrás.
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